domingo, 4 de marzo de 2018

Eurocopa Francia




Si hay algo que no soporto es el fútbol. De no ser porque hay más de un futbolista que otro que en pantaloncito corto no está nada mal, para mí sería soporífero. Aquel viernes mi marido había quedado con sus amigos y sus respectivas parejas para ver todos juntos debutar en la Eurocopa a la selección española.  Hacía mucha calor, y después de todo el día danzando por ahí, me cambié de ropa nada más llegar a casa en el último momento para bajar al bar. Mi marido y sus amigos ya me esperaban impacientes. Me puse una minifalda vaquera cortita y por la parte superior una camiseta blanca de esas de tirantes finos. Lo que no me cambié fue el conjunto blanquito de sujetador y tanga que llevase con los vaqueros durante el día.

Mi marido y sus amigos habían llegado de los primeros para pillar sitio en el bar y verlo en la mejor mesa. Me guardaban el sitio. Se trataba de la típica taberna irlandesa, de esas decoradas en madera, siempre medio a oscuras, y con una pantalla de televisión gigante.  Para colmo, y no sé porque absurdo motivo, me vi obligada a beber cerveza de importación. No es que no me gusten algunas marcas, pero es una bebida que no tolero nada bien, con apenas dos pintas ya empiezo a estar mareadilla.

A mí, como siempre, me aburrían los temas de conversación que se llevaban entre todos. Que si Piqué fuera de la selección, que si Iniesta es el mejor, que si Del Bosque no ha elegido a los mejores, que si Ramos fallará otro penalti decisivo… etc. Debo reconocer que acudí a la cita a regañadientes, más por no desairar a mi marido que por otra cosa. Por mí me hubiese quedado en casa solita, no sé por qué ese día me encontraba  algo cachonda y hubiese preferido gozar en mi camita de mis juguetes y mi imaginación. Hubiese disfrutado del tiempo suficiente. Hacía meses que no hacía el amor con mi marido y albergaba la esperanza de que al menos ganase España, ansiaba que con la euforia del momento mi marido recuperase las ganas de hacerme el amor al regresar a casa.

Nada más llegar al bar supe que recordaría siempre ese partido en cuanto vi a aquel tipo clavado en la barra del bar. 

Dicen que los ojos son el fiel reflejo de nuestras almas. Y los de aquel hombre me cautivaron hasta lograr penetrar en lo más profundo de mí ser nada más verlo.

Recuerdo perfectamente la primera vez que nuestras miradas se cruzaron en la distancia. La culpa fue del aburrimiento, y del entendido en cerveza de los amigos de mi esposo que me recomendó una primera pinta de guinness negra. Nuestros ojos se encontraron los del uno con el otro. Fue como un flash en aquella semioscuridad. Intuí nada más verlo que aquel hombre me daría al menos una excusa con que recordarlo en mis momentos de intimidad. El color azul oscuro de sus pupilas resaltaban bajo los focos de aquel bar poco iluminado. A pesar de la falta de luz, no creo recordar a nadie en mi vida que me haya mirado con tanta lujuria y deseo en mis treinta y dos años de existencia, como me miraba aquel tipo.

Se trataba de un señor  bastante mayor, alto, moreno e impecablemente vestido. Trajeado, buena sonrisa, seductor, con un punto canalla que me ponía de solo mirarlo. Pero sobretodo sus ojos. Unos ojos cautivadores que adivinaban mis necesidades. Me atrapaba con su sola mirada. Conquistaba a través de sus ojos mi alma más profunda. Capturaba hasta el más mínimo detalle de mis movimientos, memorizando mis gestos. Su mirada intensa e inquietante me puso nada más verlo en alerta, nerviosa, tal vez excitada, incluso yo misma me percaté de que tuve que cruzar y descruzar inconscientemente varias veces las piernas mientras lo miraba, como si con tal gesto calmase la humedad creciente por debajo de mi vientre. Y es que mi cuerpo resultaba  incapaz de detener unos impulsos de los que racionalmente sabía que no deberían estar sucediendo, y que sin embargo sucedían. Y todo por una mirada, una mirada que lo decía todo.

“¿Por qué a mí?, ¿por qué me mira de esa manera tan insistente?, ¿por qué de entre todas las chicas del bar se fijaba tan sólo en mí?. Hay muchas chicas guapas en el bar, ¿por qué yo?” pensaba agitada mientras apreciaba como la parte de la piel que mi tanga dejaba desnuda bajo la falda se pegaba en la silla incomodándome.

“Tal vez sea uno de esos depredadores sexuales que saben reconocer que llevo más de tres meses sin hacer el amor con mi marido y eso es una eternidad para mí”, me contestaba yo sola mentalmente a mis preguntas tratando de adivinar el motivo por el que ese tipo me observaba de manera tan descarada. Yo trataba de burlarme de la situación, como quien busca una escapatoria.

Busqué en su dedo un anillo que me tranquilizase al pensar que estaría casado, y que todo eran imaginaciones mías, pero por más que me fijaba en sus manos no encontraba ningún tipo de alianza. 

Mi fijé en él por un tiempo, observando sus intenciones, deduje por la forma en que trataba a las camareras que se trataba de un tipo autoritario y que le gustaba le obedeciesen inmediatamente a sus órdenes. Vamos un tío con carácter, y no como el pichafloja de mi esposo que dice que sí a todo, incluso cuando su jefe le pide que realice horas extras por el morro.

Llevada por el primer trago de mi segunda guinness negra, mis pensamientos comenzaron a divagar, y como me pasa en muchos casos, terminé imaginando que clase de hombre sería en la cama, fantaseando como siempre. “Que si es de los que follan duro, que si le gusta encular a las tías, seguro que se ha ido de putas en más de una ocasión y a saber lo que les pide a las pobres chicas. Que si es de los que muerden los pezones en vez de chuparlos, que si esto, que si lo otro”. A cada pensamiento lascivo le seguía otro más bruto que el anterior. Lo siento, suelo desvariar de esa forma cuando me aburro, soy así de fantasiosa. El caso es que miradita a miradita me estaba calentando tan sola de observarlo y especular  con mi disparatada imaginación.

Para los que no me conozcan decir que me llamo Sandra, tengo treinta y dos años, casada, y con un hijo maravilloso. Debo confesar que mi vida matrimonial es pura rutina, ya sabéis a lo que me refiero, por lo que siempre trato de buscar algún aliciente al margen de mi matrimonio que al menos me haga pasar un buen rato a solas con mis juguetes. Por eso me gusta provocar, en todos los sentidos, por ejemplo provocar situaciones que luego me hagan soñar. Descargo mi pasión con mi web, la que te invito a que visites. Pese a lo que puedas pensar siempre me he mantenido fiel a mi esposo, y todo a pesar de mis pequeñas travesuras.

A lo que estábamos…

El caso es que durante un buen rato no hubo ni una sola palabra entre nosotros. Yo lo miraba desde mi posición rodeada de mi marido y sus amigos envuelta en mis propias fantasías, y él me observaba desde la barra como adivinando mis pensamientos. Nuestras miradas pasaban inadvertidas para el resto, y sin embargo cada vez que mis ojos se cruzaban con los suyos los segundos se me hacían eternos.

“¿Cómo podía comportarme de esa manera?, ¿cómo es que estaba siendo tan descarada manteniéndole la mirada?, ¿y qué pretendía ese tipo mirándome así?” me preguntaba en mi loca cabecita una y otra vez cada vez que nos descubríamos observándonos a los ojos en la distancia.

No sé, no sabría encontrar respuesta razonable para explicar lo que me estaba sucediendo, supongo que todo se debía a su mirada de tigre. Hacía tiempo que no apreciaba el deseo de un hombre en sus ojos mirándome de esa manera. Era como si desde que salí de novia junto a mi actual marido hubiese desaparecido para todos los hombres, es como si de repente te vuelves inexistente, nadie lo intenta, hasta ese momento.

Los ojos de aquel tipo desprendían una lujuria al observarme que me atraparon desde un principio y me rindieron en contra de los impulsos que en honor a mi esposo no debería estar teniendo. Era como si un partido entre el bien y el mal, entre lo que debía hacer y lo que me apetecía hacer, comenzase a jugarse en mi interior.

A mitad de la segunda pinta ya estaba algo mareada, estaba sudando y bebiendo bastante deprisa. Opté por excusarme y salir a tomar el aire. Aún quedaba tiempo hasta que comenzase el partido y quise refrescarme  del calor que comenzaba a tener mi cuerpo por dentro.

Mi admirador misterioso salió tras de mí nada más ver como abandonaba el pub. Yo me encontraba medio apoyada en una de esas mesas altas que siempre hay junto a la puerta de los bares para los fumadores. Me volteé alertada por el ruido para verlo salir nada más abrirse la puerta de entrada y escucharse los comentarios previos del partido en la calle. Nada más verme se acercó sonriente y con cierta naturalidad hasta mí, cómo si nos conociésemos de toda la vida.

.-"No te gusta el fútbol ¿verdad?" pronunció al tiempo que se encendía un cigarrillo en mi presencia evidenciando que ya se había fijado en mí.

“Mierda. Fuma.” Pensé al verlo.

No me gustan los hombres que fuman. Y sin embargo no pude evitar fijarme en sus ojazos ahora que estaban tan cerca. Me tomó un par de segundos observarlo detenidamente antes de decirme a contestar. Bajo la luz del mechero sus ojos se reflejaban mucho más cautivadores.

Aunque yo estaba algo contentilla por las dos pintas de cerveza, y no pensaba con claridad, no veía inconveniente en coquetear y contestar a la pregunta de aquel desconocido. Estaba claro que él pretendía ligar conmigo, sino de qué me miraba así. Lo que no tenía tan claro era si yo debía darle alguna falsa esperanza. Temía que alguien me viese conversando con él y me metiese en líos. Luego supuse que si me sorprendía alguna amiga de mi esposo no podría pensar nada malo, debía resultar de lo más normal que me pudieran pillar conversando con aquel tipo de forma inocente y fortuita. No había lugar a pensar mal, en el fondo éramos las dos únicas personas bajo el cobertizo de la puerta de entrada. Así que con cierto temor por las consecuencias le contesté, se apoderaron mis ganas por conocer a aquel tipo que los miedos a lo que pudieran pensar si me sorprendían hablando con él. 

.-"No mucho la verdad” le respondí, “lo único interesante es verle las piernas a algún que otro futbolista”. Nada más decir esto me sonrojé por mi último comentario. “¿A qué había dicho nada?, ¿qué le importaba nada a ese personaje?” me pregunté mentalmente por mi torpeza. “Ese tipo me había estado observando durante el tiempo suficiente como saber lo que pasaba por mi cabecita, y yo se lo había confirmado con mi torpe comentario” pensé maldiciéndome. Supongo que mi subconsciente me traicionó.

.-“¿Y por eso has venido a un bar a ver el futbol?, para verle las piernas a los futbolistas. Ja, ja, ja”, comentó medio riéndose de mi comentario que no venía a cuento.

Sus palabras lograron irritarme, pensé que se burlaba. De repente, me pareció un poco gilipollas y engreído. “Menuda manera de ligar riéndose de mí”, así que decidí poner fin a tan absurda situación.

.-“Que remedio me queda, a mí no me gusta el fútbol, pero he bajado porque había quedado mi esposo con sus amigos para verlo” dije tratando de justificarme, y de paso dejarle clarito que estaba casada e informarle de la presencia de mi marido. Como el mundo está lleno de cobardes, supuse que se batiría en retirada al escuchar mis advertencias.

Así que por unos momentos dudé de que ese tipo continuase con sus propósitos.

.- "Vaya, eso significa que no estás sola” dijo como si mi respuesta hubiese dado al traste con sus planes.

Efectivamente parecía que por unos momentos se había hecho ilusiones de ligar conmigo. Me alegré de dejarlo con el rabo entre las piernas por su actitud grosera. Aunque algo me hizo presagiar que no se daría por vencido tan fácilmente, de alguna manera ya me había dejado caer que era un tipo listo, de esos que no necesitan hacer las preguntas directas para obtener la información que necesita.

Antes de que pudiera decirle nada continúo hablando...

.- “No sé porque me sorprende, una chica hermosa como tú, con esos ojos tan bellos, una figura magnífica, buen culo y buenas tetas, debería haber supuesto que venía acompañada", dijo recuperando de nuevo su sonrisa canalla al tiempo que le daba una calada a su cigarrillo, y me conquistaba con esos ojazos azules casi perfectos.

Yo me quedé como hechizada por su mirada pese al atrevimiento de sus palabras y su actitud soberbia. Lo de buen culo y buenas tetas no me sonó nada caballeroso, pero lo dejé estar, quizá, porque también me sentía excepcionalmente halagada por el resto de piropos, pero sobre todo estaba sorprendida por su atrevimiento. Hacía tiempo que nadie se me insinuaba de esa manera y mucho menos tan descarada. Desde luego que mis advertencias no lo amedrentaron en absoluto, de hecho no me hizo ni caso. Ejecutó bien su jugada, supo seducirme con sus ojos mucho mejor que con sus palabras.

“Sus ojos, sus ojos, sus ojos”, yo no tenía otra cosa en la cabeza. No sabía que pensar ahora de él. Hacía tiempo que no me escuchaba nada parecido, ni mucho menos tan directo. Supongo que la edad le proporcionaba a aquel tipo tanto la seguridad como la osadía necesaria para decir sin tapujos lo que pensaba.  Además, al cincuentón parecía darle igual lo que acababa de decirle, la presencia de mis amigos, o que estuviese acompañada por mi marido. Pese a mis advertencias continuó en su objetivo por tratar de ligar conmigo.

Sus palabras me pusieron evidentemente nerviosa, y cuando me pongo nerviosa siempre reacciono acariciándome  el pelo y sonriendo como una tonta. Así que mis manos recogieron mi melena rubia a un lado de mi cuello y pude sentir la brisa del aire recorriendo mi nuca. Tal vez la caricia del aire me produjese el escalofrío que sacudió mi cuerpo de arriba abajo, o tal vez el escalofrío fuese la respuesta natural de mi cuerpo ante la presencia de aquel extraño. No había pasado ni tan siquiera un minuto desde que estuviese sola con él en la puerta, y mi cuerpo ya temblaba como el de una niña por primera vez. 

Él, observando meticulosamente mis gestos, advirtió que de repente estaba como más agitada y nerviosa. El muy capullo acertó pensando que el culpable de mi alteración era él, y se sonrió ganador. Quiso dejar claro sus intenciones.

.-"Sabes…no hay nada que me parezca más sexy que una mujer jugando con su pelo” pronunció a media voz muy sugerentemente acercando su cuerpo al mío, sin dejar de mirarme a los ojos, y a la vez que su boca exhalaba el humo de su interior en mi dirección tratando de acorralarme contra la pared.

Yo me reí tontamente ante su osado comentario pensando que era un engreído más en la lista de moscones, su gesto caducado de tipo duro que se hace el interesante me puso más nerviosa aún si cabe, y tras confirmar la sospecha de que estaba tratando de ligar conmigo a pesar de que le había dicho que estaba con mi marido, me dejaba intranquila. Además me sentía acorralada, en su maniobra había invadido claramente mi espacio interpersonal, y eso me agitaba por dentro. Para colmo estaba siendo directo, demasiado directo para mi gusto en sus intenciones.

De repente una de las compañeras de los amigos de mi esposo salió también fuera a fumar. “¡Salvada!” pensé al entablar la típica conversación insulsa con la pareja del amigo de mi esposo.

Una sensación divertida se apoderó de mi cuerpo al contemplar la cara de aquel individuo que observaba atónito como prefería la superficial conversación con la amiga a la suya. Los tres permanecíamos bajo el umbral de la puerta, aunque solo nosotras dos hablábamos. Me divertía regodearme en el fallido intento de ligar conmigo por parte de aquel  tipo que me miraba desconcertado mientras apuraba su cigarrillo mirándome a los ojos algo enojado y sin decir nada.

Se produjo una punzada de decepción en mi vientre cuando el misterioso ligón apagó rápidamente el cigarrillo, y regresó con prisas al interior. Yo estaba contrariada, de alguna forma esperaba algún tipo de intento más por su parte que no se produjo. Albergaba la esperanza de que no se diese por vencido tan fácilmente. Quería salir de dudas, y no veía el momento en que regresar de nuevo al interior del bar tras él. Aguanté las apariencias y me contuve por la recién llegada de la amiga.

Tras los típicos comentarios absurdos de dos personas que apenas tienen algo en común, la amiga y yo finalmente nos sumergimos de nuevo en el calor y la oscuridad del pub. Me sonreí pícaramente cuando contemplé a mi admirador  apoyado en la barra del bar, en la misma posición de antes, devorándome de nuevo con sus ojos nada más verme entrar. “Bueno, esos ojos bien merecen una segunda oportunidad” pensé yo también nada más descubrirlo.

Me gustó contonear mis caderas para él al pasar entre las sillas de regreso al grupo de amigos. Podía sentir sus ojos clavados en mi cuerpo. Me propuse hacerle sufrir por no tener los arrestos suficientes pavoneándome ante su atenta mirada.

Me acababa de sentar de nuevo en la mesa junto al resto de amigos, cuando al poco alguien derramó los vasos salpicando toda la mesa de cerveza y de líquidos. Todos nos levantamos de inmediato tratando de evitar que nos mojásemos en medio de un desconcierto. Ya os imagináis la situación. Mientras algunos se agarraban a sus cervezas medio llenas, y otros recomponían los vasos caídos, yo marché a la barra a pedir un trapo con el que poder secar la mesa.

El destino quiso que hubiese un espacio libre en la barra para pedir la bayeta junto a mi admirador, justo tras una columna en la que él estaba apoyado, y desde la que detrás no se podía ver la tele. Por eso estaba vacía esa zona de la barra, porque desde detrás no se podía ver el partido. Para mi suerte esa posición quedaba a resguardo del grupo de amigos y de todos los que estaban del otro lado de la columna. Quise comprobar si el tipo intentaría algo de nuevo conmigo, o si se habría dado por vencido. Lo comprobé nada más sentarme en un taburete a su lado esperando a pedir la bayeta.

.-“Vaya es una pena” me dijo el cincuentón nada más acomodarme a su lado en la barra tras la columna.

.-“¿El qué?” le pregunté yo pensando que no me había defraudado y que volvía a las andadas.

Me alegré de que intentase entablar conversación conmigo, era como si de repente me hiciese sentir lo suficientemente irresistible como para desistir así como así de mis encantos.

.-“Te has manchado el vestido” dijo muy a mi pesar.

Pasé súbitamente de la alegría, a llevarme una gran decepción por su comentario. Me esperaba que me dijese que era una pena que estuviese mi marido presente o algo por el estilo, pero no, no fue así, para mi decepción tan solo me informó de que me habían salpicado la minifalda de cerveza. Era evidente por el alboroto que formamos que todo el bar se había fijado en el grupo de amigos, mi admirador no era ninguna excepción.

.-“¿Dónde?” pregunté inocentemente siguiéndole el juego sin querer distraída por mis pensamientos lógicos.

.-“Te han salpicado aquí y aquí” y el tipo aprovechó para tocarme señalando con su dedo en la parte baja de la falda donde podían apreciarse pequeñas gotas de cerveza que habían salpicado la tela.

Lo cierto es que el madurito me pareció experimentado en estas artes, lo hizo disimuladamente, pillándome por sorpresa, con total naturalidad, pero se benefició de los acontecimientos para dejar su mano descuidada y acariciarme la piel a medio muslo en mi pierna, justo dónde acababa la tela de mi minifalda. Lo hizo así, sentados el uno frente al otro en sendos taburetes, con total atrevimiento, como quien no quiere la cosa, como si fuese lo más normal del mundo, pero sobretodo comprobando como mis piernas temblaban de excitación al notar el descaro de su mano. Abrí mi boca dispuesta a recriminarle su caricia, pero antes siquiera de que lograra articular palabra, el cincuentón tomó hábilmente la iniciativa.

.-“Es muy fina” pronunció mirándome a los ojos al verme totalmente paralizada por el contacto de su mano en mi pierna, su caradura, y comprobando mi reacción.

.-“Si, no sé cómo saldrán las manchas” dije ingenuamente pensando que se refería a la tela de la falda.

.-“No me refería a eso, sino a tu piel” pronunció en un susurro con voz  cautivadora. “Es muy fina” susurró de nuevo mirándome a los ojos mientras comprobaba la suavidad de mi piel.

¡Madre mía! A poco me derrito allí mismo en  medio de la barra del bar. Aquel desconocido me había tocado las piernas delante de mi esposo y sus amigos sin que nadie se enterase, y había logrado que mojase mis bragas de inmediato tan solo con el contacto de su mano en mi piel. ¡Joder!.

Yo estaba alucinada, no me lo creía. No sólo no se había acobardado a mi llegada, sino que se había tirado un órdago en toda regla. Ahí estaba yo, paralizada, totalmente inerte, sin saber que decir ni cómo reaccionar. Era la primera vez en mi vida que me ocurría algo por el estilo, y era como si estuviese totalmente sometida por las caricias de su mano en mi pierna. Bueno, y a sus ojos, unos ojos que se me follaban con la mirada.

No sabía qué podía hacer, ni por qué motivo podía recriminarle siquiera su maniobra. Yo pregunté y él me respondió. En el fondo había sido todo correcto. Debo reconocer que estaba dominada por la situación, o mejor dicho, aquel  tipo dominaba la situación. Para colmo el tío es que tenía argumentos para todo…

.-“Creo que también te han salpicado de cerveza aquí” dijo mientras volvía a acariciar mi pierna recreándose con total desvergüenza en un punto fijo del interior de mi muslo apenas un par de centímetros por debajo de la tela de la falda pero todavía en el alcance de su vista.

.-“Es una peca” musité entre risas por las cosquillas que me producía contemplar como una tonta como su dedo insistía en acariciarme en tan delicado punto, pues el lunar quedaba oculto justo al límite del doble de la minifalda.

.-“Perdón, que tonto soy” dijo retirando su mano inteligentemente antes de que pudiera recriminarle nada al informarle que se trataba de una peca y no de lo que él pensaba.

Yo respiré aliviada al comprobar como retiraba su mano de mi pierna.

.-“Que sepas que me parece muy sugerente y sexy esa peca tuya” dijo adelantándose de nuevo a mis palabras y mi reacción,  siempre mirándome fijamente a los ojos, y regocijándose por su victoriosa maniobra.

.-“Gra…, gracias” balbuceé sin saber qué hacer o como corregir su insultante caricia.
Debí parecerle tontita, con lo poco que me gusta.

En otras circunstancias le hubiese arreado un bofetón por su insolencia, y sin embargo aún estaba tratando de asimilar lo que había sucedido. Me había tocado la pierna, o mejor dicho, me había metido mano y casi ni me entero. ¡Menudo sinvergüenza!.

 A lo que reaccioné planteándome la opción de arrearle un bofetón por su osadía, la camarera interrumpió nuestra conversación para entregarme el paño con el que poder limpiar la mesa. Regresé airada por lo sucedido junto a mi esposo y el resto de amigos para secar la mesa, no sin antes tener que someterme a la mirada inquisidora de la amiga con la que minutos precedentes estuviera fuera, y de la que me temo debía haber visto algo de lo sucedido tras la columna. De hecho, fue ella quien se ofreció sospechosamente para devolver la bayeta en la barra. La mala suerte quiso que lo hiciese en el mismo lugar que yo. Contuve la respiración al observar como el susodicho le decía algo. “¿De qué estarán hablando?, ¿qué coño le estará contando?” pensaba temerosa el verlos hablar en la distancia.

Yo quise demostrarle a la amiga a su regreso, que lo que pudiera haber visto o haberle dicho aquel tipo, no era más que fruto de la imaginación. Pensaba negar cualquier acusación. Como estaba sentada al lado de mi esposo, quise agarrarme a él del brazo en señal de cariño y fidelidad ante su amiga, que por suerte me ignoró a su regreso de la barra.

Lo cierto es que cuanto más me aferraba de la mano de mí esposo, más se humedecía mi tanguita por cuanto acababa de pasar. Y es que durante unos cuantos minutos no pude evitar permanecer concentrada tratando de recordar el tacto de aquel desconocido acariciando mi pierna.

A los pocos minutos dio comienzo el  partido de fútbol y  la amiga se olvidó definitivamente de mí para centrar su atención en la pantalla de televisión. Gracias a dios, por mi posición, apenas tenía que girar un poco el cuello para ver el partido. Estaba apoyada contra la pared del bar, ladeada respecto de la tele, y casi de frente en posición natural a mi admirador que no cesó de observarme ni un solo momento.

Inevitablemente me percaté de que seguía mirándome sin ningún tipo de pudor. Yo que no soy de las que me amedrento acepté el reto, y pese a lo que había ocurrido, me propuse seguir jugando con él mientras se desarrollaba el partido. Todavía me preguntaba cómo había podido suceder lo que había sucedido. Debía dejarle claro que pese a todo era yo quien llevaba la iniciativa, que su caricia no había sido robada, sino que era consentida por mi parte, que no era tan tontita como se creía, y que estaba dispuesta a llevar el reto un poco más lejos. Además, de alguna manera me había dejado con ganas de más. Había iniciado un fuego que debía extinguir.

Mientras permanecía abrazada a mi esposo, no podía evitar pensar en otra cosa que no fuese el preguntarme una y otra vez cómo había sido capaz de ingeniárselas para meterme mano de forma que yo me dejara, a pocos metros de mi esposo, y para su entero regocijo. Se convirtió en un pensamiento obsesivo para mí durante unos cuantos minutos. Cuanto más pensaba en ello, más debía reconocer que había sido la experiencia más excitante en mi vida con creces hasta el momento.

Por su parte, él, no dejaba de observarme con esos ojos azules tan penetrantes para mí. Era evidente que él tampoco prestaba atención al partido, y que toda su atención estaba puesta en mí y en mis movimientos. Me sentí alagada a la vez que intimidada.

Mi marido estaba sentado a mi lado casi de frente en dirección a la pantalla, por lo que yo podía ver lo que él miraba, mientras que en cambio él debía girarse por completo para ver lo que yo hacía. Era el momento oportuno de avanzar un poco más en nuestro juego. En esa posición yo misma guie la mano de mi esposo hasta mi pierna, y él, ajeno a todo cuanto se traía su esposa entre manos, comenzó a acariciarme por el interior de mis muslos inconscientemente. Es más, mi esposo continuaba mirando atento al partido mientras su mano se deslizaba como por costumbre de abajo arriba, y de arriba abajo recorriendo mi muslo más cercano a su posición.

Hubo un momento en que todo el mundo miraba a la tele abducidos por el fútbol. Todo el mundo menos una persona en aquel bar, que no dejaba de mirarme y mirarme comprobando mi aburrimiento y mis ganas por divertirme.

Yo no podía dejar de pensar en todo cuanto había ocurrido detrás de esa columna. “Qué cabrón, me ha metido mano” pensaba sin poder impedir darle vueltas al asunto, “y lo peor de todo es que ni me he enterado. Seguro que piensa que soy una tonta”. Este pensamiento me encorajinaba por momentos y quise retomar la iniciativa. Estaba dispuesta a atacar en vez de defenderme. Me propuse darle un escarmiento.



Cómo estábamos casi  enfrente el uno al otro en la distancia, quise entreabrir mis piernas un poquito a la vez que era mi esposo quien me acariciaba la pierna. Le dejé claro con mi sonrisa que deseaba que fuese él y no mi esposo, quien recorriese mi muslo con su mano. Supongo que él también deseaba que fuese su mano la que acariciase mi pierna. Es más, en un momento dado señalé la peca de mi pierna que momentos antes me acariciase. Aquel individuo estaba atento a mí abrir y cerrar de piernas sin perderse el más mínimo detalle de lo que hacía o sugería. Incluso achinaba los ojos tratando de adivinar el color de mis braguitas que yo ocultaba al límite. Por unos momentos me sentí como la protagonista de la película “Instinto básico”. De vez en cuando me relamía los labios, humedeciéndolos descaradamente con mi lengua, y él disfrutaba de mi espectáculo.  

El muy Don Juan apuró a modo de brindis su copa en la distancia evidenciando que se había fijado en mi sutil provocación. Yo quise recompensarle  y apuré de un trago lo que quedaba de mi cerveza correspondiéndole en el brindis a distancia. Ese trago de cerveza junto con el saludito anónimo en la lejanía, alentaron  aún más mi deseo de coquetear y jugar con el cincuentón de ojos azules. Las posiciones estaban claras. Él pobre se hacía ilusiones porque yo se las provocaba.

De vez en cuando intercambiaba algún comentario con mi esposo para que no sospechase de nada, pero siempre me aseguraba con el rabillo del ojo de que mi admirador estaba ahí observándome. Resultaba un poco extraño todo aquello, pero era como si aquel desconocido  se pusiese celoso cuando yo hablaba de vez en cuando con mi marido. Así que disfruté torturándolo con las caricias inocentes de mi esposo por el interior de mis muslos, y mi sugerente abrir y cerrar de piernas. El tipo tuvo que corregir su posición varias veces en el taburete en el que estaba sentado preso de los nervios. Yo en cambio estaba en la gloria.

Quise martirizarlo un poco más y comencé a jugar con mi pelo, recogiéndolo a un lado de mi cuello y desnudando mi nuca. Incluso comencé a acariciarme yo misma a un dedo por el cuello, mientras su mirada se clavaba en cada centímetro de piel que desnudaba para sus ojos. Esos ojos que siempre me animaban a ir un poco más lejos.

Estaba resultando  todo muy obvio entre los dos, y eso me hacía disfrutar más aún. Seguro que se pensaba que me tenía a tiro y que caería rendida a sus pies, pero nada más lejos de la realidad en mis pensamientos.

Lo que me resultaba increíble era que nadie más en todo el pub se percatase de nuestro coqueteo. Comprobaba una y otra vez como todo el mundo miraba hipnotizado la pantalla de televisión. Me recordó por unos momentos la canción de Paul Simon y Garfunkel, la de The sound of Silence.

Yo comenzaba a estar además de algo mareada por la cerveza, excitada por el juego, y no por el de la selección precisamente. Como no me conformo con poco, decidí llevar el tema un poquito más lejos. Ese es mi problema, siempre quiero un poco más, y después de un poco más, un poco más aún. Quise ser mala. Me sentía como esa gatita mimosa que juega con el ratón antes de devorarlo. Quise que aquel engreído se fuese a casa con el rabo entre las piernas, a meneársela como un mandril, pensando en todo cuanto soñaba hacerme y no pudo hacer.

.-“¿Puedo?, tengo sed” le pregunté a mi esposo cogiéndole su botellín de Franziskaner. Fue de las pocas veces que se volteó mi marido en todo el encuentro para mirarme extrañado, sabe que no me agrada beber la variedad de cerveza que él estaba tomando.

.-“Mi copa se ha acabado” dije señalándole mi pinta vacía y justificándome ante mi esposo. Seguramente se pensó que tendría sed, aunque yo lo que quería era el botellín.

.-“Pídeme otra en que te la acabes” dijo sorprendido, pero en seguida dejó de mirarme alertado por una ocasión fallida de la selección española.

.-“Huyyy” gritó todo el bar a la vez que yo cogía el botellín de cerveza dispuesta a darle un espectáculo a mi voyeur personal que nunca olvidaría.

Quise beber sin perder en la distancia los ojos de mi admirador,  y simulé al tiempo que bebía lo que podía ser una pequeña mamada con mi boca. Incluso en un momento en el que me aseguré que nadie me veía, recorrí con mi lengua el cuello del botellín de la Franziskaner. Creo que hasta el mismo monje impreso de la marca se hubiese corrido  de ser real mi felación.

“Seguro que el muy cerdo se piensa que soy una guarrilla, que se la pego a mi marido con el primero que pasa, y que me puede follar cuando quiera” me dije a mi misma mientras contemplaba como el pobre cincuentón ya no sabía cómo sentarse en su taburete.

Se estaba poniendo malo con tanto jueguecito. Es más, adiviné a pesar de la distancia como un bulto incipiente crecía entre la tela de sus pantalones. Me sonreí al ver aquello. Me estaba divirtiendo y mucho. Sin duda estaba resultando ser el mejor partido de fútbol de mi vida. Con suerte, si ganaba la selección mi marido tendría ganas de echarme un polvo al llegar a casa, y yo tal vez pensase en los ojos de aquel tipo, en su mano acariciando mi pierna, y en todo lo que podía haber sucedido y nunca sucedió.

De momento todo eran provocaciones y bravatas, aunque bastantes inofensivas. Pero como digo, yo siempre quiero más, un poco más. “¿Hasta dónde eres capaz de llegar con este jueguecito, Sandra?” me pregunté mentalmente mientras continuaba con aquellas miraditas y mis sugerencias.

No sé si envalentonada por la situación, por vengarme de mi esposo que ya me había dejado claro que prefería a doce tíos corriendo detrás del balón que a su mujercita, o porque se acabaron nuestras cervezas, que me incorporé de la silla en la que estaba, dispuesta a acercarme de nuevo a la barra junto a aquel tipo. Podía haberle pedido a mi marido que se levantase él por las consumiciones, delegarle mi pecado. Pero no, yo no soy así, quería ir yo misma, y provocar alguna situación excitante. Quería ver con que me salía el tío ahora. No por nada, por curiosidad. Curiosidad por saber cómo se las iba a ingeniar, o qué treta usaría para tocarme de nuevo.

.-“¿Qué es lo que quieres?” le pregunté a mi esposo mientras le hacía el ademán de que me iba a acercar a la barra a pedir, pero con la intención de alertar a mi admirador para que se preparase de mi llegada.

.-“Otra Franziskaner” dijo sin dignarse a mirarme siquiera atento por no perderse ni un detalle del partido.

.-“Que sea dunkel” gritó mi esposo mientras yo caminaba en dirección a la barra sin que el pobre sospechase de nada de lo que podía ocurrir.

Por supuestísimo que me acerqué a la barra a pedir en el mismo lugar que antes, esto es, detrás de la columna, junto a mi admirador. El madurito cincuentón me sonrió maliciosamente mientras caminaba moviendo el culo en dirección a su posición. Sabía que iría en su busca, otorgándole otra oportunidad.

Bueno, pues si quería algo debía ser él quien diese el primer paso. Yo ya había hecho bastante. Una también tiene su dignidad, y decidí que fuese él quien tomase la iniciativa. Si quería seguir con el juego debía atreverse a tomar el mando y decirme algo.

Cuando llegué me situé a su lado pero de frente a la barra, como ignorándolo, albergando la posibilidad de que como todos los tíos se cortaría y dejaría pasar la oportunidad.

.-“Perdona, no nos hemos presentado antes” dijo dándome unas palmaditas en la espalda a la altura de los riñones  para llamar mi atención nada más apoyarme en la barra. No me quedó más remedio que girarme y mirarlo a los ojos. Él bajó del taburete para quedar los dos en pie.

¡Dios mío que ojazos!. Ahora en la distancia corta entendí de nuevo porque había comenzado todo. Su sola mirada me derretía por dentro. Era mirarlo a los ojos y todos mis principios se derrumbaban de golpe. “¿Pero que tienen de especial esos ojos?”, me preguntaba una y otra vez sin encontrar respuesta abducida por su mirada.

.-“Yo soy Antonio” dijo bajando su mano hasta cogerme de la cintura para intercambiar los dos besos de rigor en una presentación.

Me equivoqué en mis deducciones anteriores, por su manera de agarrarme, dejó claro que le gustaba tener la iniciativa y tomar el mando. De momento no quise contrariarlo.

.-“Yo soy Sandra” le correspondí con los dos besos en la mejilla de forma educada, tratando de mantener la distancia.

.-“Oye Sandra, déjame que te invite a una copa” me sugirió mientras continuaba intencionadamente con su mano en mi cintura.

.-“Oh…, no hace falta gracias” le dije mirando con mala cara fingida su mano a la altura de mi cadera con la intención de que la apartase.

Ambos sabíamos que mi gesto de desaprobación no era más que una pose frente al resto de amigos que pudieran verme. Debía aparentar mi papel de fiel y recatada esposa. Lo malo es que a pesar de recriminarle su gesto con mi mirada no me hizo el menor caso. No me gustó que no siguiese mis instrucciones, me incomodaba su mano estratégicamente acomodada en mi cintura, alguno de los amigos podía descubrirnos y ponerme en un aprieto.

.-“Insisto, Sandra, ¿qué quieres tomar?” me preguntó mientras llamaba con un chasquido de dedos a la camarera y tiraba de mi cuerpo junto al suyo.

.-“No gracias” le repetí yo. ”Además vengo a pedir también para mi esposo, ¿también vas a invitarlo a él?”, le advertí con cierta ironía en mi voz tratando de ahuyentarlo. Pero en vez de eso, hizo fuerza de nuevo con la mano que descansaba en mi cintura para acercar nuestros cuerpos.

Su maniobra de acercamiento me resultó de entrada un poco brusca, y las intenciones de su mano muy descaradas. Pensé que me había equivocado dándole otra oportunidad y que lo mejor era poner tierra de por medio en que me diese la excusa.

.-“Entenderás, que no soy de los que admiten un no por respuesta. Además, eso no es problema, ¿dime lo que quiere tu esposo?. Os invito a los dos” me preguntó al tiempo que deslizaba su mano abierta de par en par hasta mi culo y lo apretaba con su mano, como si la palabra esposo y su sobada de culo no fueran incompatibles para él.

Mis ojos quedaron en blanco y todo mi cuerpo dio un respingo al notar su palma de la mano explorando mi trasero.

.-“¿Qué haces?. ¡Estás loco!. ¡Pueden vernos!” le espeté al tiempo que trataba de apartarle de un manotazo su mano de mis cachetes recriminándole la acción.

.-“Ja, ja, ja, ¿eso es todo lo que te preocupa?, ¿Qué puedan vernos?” se burló de mí en la cara. “Ja, ja, ja. Me alegra saberlo” continúo riéndose unos segundos que a mí me parecieron eternos mientras su mano continúo explorando las curvas de mi cuerpo.

Su chance había logrado enfadarme definitivamente por completo. Lo miraba claramente enfurecida, llena de rabia y de odio en los ojos por sus comentarios sarcásticos y por su descarada maniobra. Y sin embargo…, cada vez que él me devolvía la mirada con esos ojazos azules sabía cómo domarme. Era como si yo fuese un caballo furo, y su mirada el látigo que me adiestraba. Comencé a quedar confusa en una mezcla de furia y rendición. Rompió el pequeño silencio que siguió a las risas.

.-“Ya te dije que no aceptaré un no por respuesta. Déjame que os invite” insistió de nuevo tanto en su propuesta, como en el gesto de agarrarme bien del culo y atraer de nuevo mi cuerpo contra el suyo.

Yo miré de nuevo su mano en mi culo, observando su insistencia, su descaro, su atrevimiento. Luego lo miré a él, volví a mirar su mano bajo mi cintura, y de nuevo lo miré a él. Deduje sopesando sus palabras que efectivamente no aceptaría un no por respuesta, y que sería mejor llevarle la corriente al menos por el momento sino quería montar un numerito.  

.-“Esta bien”, dije tratando de seguir el juego y no contrariarlo, “una franziskaner dunkel y una pinta de guinness negra” le informé de lo que queríamos mi marido y yo, mientras pensaba que una tocada de culo como la que me estaba dando, bien merecía al menos que nos invitase.

Justo en ese momento la camarera llegó hasta nuestra posición.

.-“¿Qué van a tomar?”, le preguntó la chica al supuesto Antonio con quien parecía tener alguna confianza.

.-“Una franziskaner y un ron con coca cola”, pronunció Antonio para mi desconcierto.

.-“¿Para quién es el ron?” le pregunté contrariada.

.-“Lo he pedido para ti” dijo como si fuese lo más normal del mundo.

.-“No oye, no…, que yo no bebo ron” traté de avisar a la camarera, pero con todo el jaleo que había, la chica se retiró a prepararlo antes de que pudiera poner ninguna objeción por mi parte. Acto seguido miré a Antonio como exigiendo una explicación por la tontería que acababa de hacer.

.-“Espero que te guste el ron, porque lo que es yo, no pienso bebérmelo” le dije mirándolo con cierta guasa dispuesta a rechazar su consumición mientras dejaba que su mano siguiese acariciando sutilmente mi trasero.

.-“Ya te dije que no acepto un no por respuesta” y dicho esto me propinó un pizco en culo que me hizo botar en mi sitio pillándome desprevenida. Yo lo miré estupefacta y cariacontecida. Esta vez, se había pasado de la raya.

Una cosa es que me tocase el culo con cierto disimulo y otra bien distinta que me pellizcase de esa manera. Me había hecho daño. No entendía a qué venía esa reacción, ni esa actitud, pero lo cierto es que su osadía y su descaro me tenían desconcertada. Me había dolido. Seguramente mi moflete estaría ahora enrojecido.

.-“Beberás lo que yo te diga” dijo con voz autoritaria y tirando de mi cuerpo para acercarme aún más al suyo, a pesar de que yo le había dejado claro que trataba de mantener la distancia.

Resultaba evidente que aquel tipo quería tomar un roll como de tío dominante. Algo así como soy muy macho y todo eso. No sé, tal vez yo me lo había imaginado todo de otra manera. Algo así como que me lanzaba un piropo, me recitaba una poesía o algo por el estilo. Me lo había imaginado como se supone cortejaba la gente de su edad a las mujeres, y sin embargo, resultó todo tan directo, tan brusco y autoritario, que no me lo esperaba. Tampoco sabría precisar si me parecía agradable o no, en esos momentos. Era todo tan surrealista para mí. Debería haberle partido la cara en el primer momento en que me acarició el muslo de la pierna, o haberle dado un buen bofetón con el primer pizco en el culo, y sin embargo, ahí estaba yo, toda permisiva ante la sobada de trasero de ese desconocido de ojos cautivadores.

Por suerte se acercó la camarera justo a tiempo con las consumiciones, y  tuvo que apartar sus manos de algo más abajo de mi cintura para pagar a la chica. Momento que yo aproveché para pillar la cerveza de mi esposo y regresar a su lado, dejando al engreído de ojos azules con un palmo de narices, rechazando su invitación al abandonar su ron encima la barra. ¡Menuda soy yo como para que nadie me diga lo que tengo o debo dejar de hacer, y mucho menos lo que tengo o debo dejar de beber!.

.-“¿Tú no bebes nada?” me preguntó mi marido al verme regresar sin mi consumición  y como por cortesía, porque al instante siguiente estaba de nuevo mirando a la pantalla de televisión y olvidándose por completo de su querida esposa atento al dichoso fútbol.

Yo quise integrarme por un momento en la dinámica del fútbol y olvidarme del presuntuoso tipo que había dejado en la barra con un palmo de narices. Pero el caso es que el tontorrón de mi marido jugo a favor del desconocido. En cierta ocasión nos pitaron algo así como fuera de juego. Yo quise preguntarle a mi marido en qué consistía eso del fuera de juego, y él me lo explicó como si fuera tonta, dejándome en evidencia delante de sus amigotes. Eso es algo que no soporto, que me dejen como tonta. Yo misma me excluí de sus conversaciones a partir de ese momento.

No me hizo ni pizca de gracia, pero lo cierto es que lo único divertido en aquel bar era el tipo de la barra. Mi indignación por la actitud de mi marido me llevó a mirar de nuevo hacia el susodicho. El cual no hacía más que indicarme con una sonrisa sarcástica el ron con coca cola que se había quedado en la barra, como diciéndome sin palabras, pero con gestos, que se me bajasen los humos y volviese a recogerlo.

“¿Qué se habría creído ese cretino?, ¿Qué a mí me maneja cualquiera?.  Está completamente equivocado si piensa que voy a hacer lo que él quiera porque él lo diga” pensaba sentada junto a mi marido ajena a todo cuanto acontecía en aquel pub por no prestar atención al maldito partido. Caí completamente ensimismada en mis pensamientos y en mis dudas durante el resto de la primera parte. Hubo un rato en el que ni miraba al partido, ni miraba hacia la barra. Simplemente me agarraba al brazo de mi esposo y dejaba pasar el tiempo.

Así llegó el descanso.

De repente todo el mundo se levantó de sus sillas con la intención de fumar un cigarrillo o ir al baño a descargar. Un revuelo generalizado de gente de aquí para allá se formó en todo el bar.

A mí alrededor solo se hablaba de fútbol y de tácticas. Que si no estamos jugando bien, que si hemos tenido cual o tal oportunidad, que si debe sacar a este o al otro. En fin, más de lo mismo. En el trasiego de ir y venir de la gente  pude fijarme en el hombre de la barra. Continuaba mirándome fijamente sin levantarse siquiera de la silla esperando impaciente a que regresase por mi bebida.

Las circunstancias me llevaron a replantearme el asunto. Por una parte algo me decía que lo dejase estar, ya tenía bastante, pero por otra parte sentía curiosidad por saber hasta dónde hubiera sido capaz de llegar aquel tipo. ¿Qué hubiese pasado de aceptar su invitación?.  Mientras lo pensaba una y otra vez, aún podía sentir el picor de su pizco en mi enrojecida nalga. Aunque no sé si me dolía más el pizco o mi orgullo.

Bien pensado, me había metido mano entre las piernas, me había tocado el culo delante de todo el mundo, ¡y nadie se había dado ni cuenta!. ¿Cómo se supone que debería sentirme?. Debía reconocer que el tipo se las había ingeniado muy bien. “¿Qué puede ser lo siguiente?” me preguntaba una y otra vez, mientras comenzamos a intercambiar miraditas de nuevo en la distancia. Al contrario que mi esposo, si por un momento me había quedado fuera de juego, él supo meterme de lleno otra vez en el encuentro.

Todo el mundo se apresuró a regresar a sus sillas. La segunda parte estaba a punto de comenzar y todos trataban de retomar las mismas posiciones de antes. De nuevo un revuelo de gente alterada por regresar a sus asientos.

En esos momentos tuve claro que todo acabaría al acabar el partido. De no remediarlo había quedado claramente como perdedora. Él saldría ganando, se regocijaría en su pequeña victoria y eso era algo que no estaba dispuesta a permitir. El solo pensar como iría contando a sus amigos que había metido mano a su antojo a una treintañera casada, delante de su marido, me hervía la sangre por dentro. Así que tenía cuarenta y cinco minutos por delante para marcarle un gol por toda la escuadra y darle su merecido. No estaba dispuesta a que se saliese con la suya.

Pensé que seguramente ya no volvería a ver más a ese cincuentón de ojos misteriosos que dijo llamarse Antonio, así que tenía medio tiempo para darle la vuelta a la situación. Además tenía sed, o esa fue la excusa que encontré para justificarme en mi comportamiento, y aunque no me hacía la menor gracia humillarme ante aquel tipo al recoger la consumición, no encontré otra solución mejor para continuar con el juego. Me propuse como estrategia ceder algo de terreno si quería iniciar mi contrataque. Así que aproveché el alboroto del parón del descanso, y me levanté de nuevo en dirección a la barra a tratar de recuperar el ron al que había sido invitada.

.-“¿Te lo has pensado mejor?” me preguntó el tal Antonio con una sonrisa satírica nada más verme llegar dócilmente hasta su posición.

No me gustó su actitud triunfalista, pero le seguí el juego dispuesta a darle la vuelta a la contienda y quedar victoriosa.

.-“Siempre hay que probar cosas nuevas” le sonreí maliciosamente al tiempo que cogía una de las pajitas del vaso de ron con cola y le daba un primer sorbo marcando sugerentemente mis labios alrededor de la pajita.

Pensé que tampoco había sido para tanto, y sentí que salí más o menos airosa de mi regreso. Resultaba evidente que estaba jugando de nuevo con fuego. Eso me gustaba.  Además, sus ojos me hicieron sentir de nuevo viva por dentro, su mirada, siempre me tentaba a incitarle más, un poco más. La bebida me ayudó un poco a tragarme ese orgullo tan grande que tengo, estaba más cargada de lo que pensaba en un principio, o al menos yo no estaba acostumbrada al ron. Por la cara que debí poner mi rival se dio cuenta  y me dijo…

.-“Veo que no estás acostumbrada a cosas fuertes” dijo posando de nuevo su mano en mi cintura.

Reprimí que mi cuerpo tosiese por culpa del ron y continúe con mi papel de mujer fatal.

.-“¿Y tú?, ¿a qué estás acostumbrado?” le pregunté con cierto rin tin tín en mi tono de voz mientras contemplaba de nuevo su mano en mi cintura.

Los dos observamos al unísono por unos instantes la mano que acababa de posar en mi cuerpo. Él a la espera de mi reacción y yo impertérrita ante los hechos. Los dos sabíamos lo que suponía ese gesto.

Hubo un momento de quietud como si él mismo no se creyese mi pasividad. Incluso a él mismo le debió de parecer todo muy fácil. Juro que quise resistirme, retomar la iniciativa, y sin embargo, no lograba entender porque no lo hacía. Mi permisividad en esos momentos contrastaba con la intención inicial con que regresé a darle su escarmiento. Lo malo es que a partir de ese cruce de miradas ya estaba todo dicho entre los dos. Luego sin mediar palabra, pero mirándome todo el rato con esos profundos ojos azules, y una sonrisa satírica en su cara, deslizó su mano hasta posarla bien abierta de nuevo sobre todo mi culo.

.-“Digamos que estoy acostumbrado a que las mujeres me obedezcan” respondió con cierto aire de machismo y de superioridad que me puso de los nervios.

Me tuve que morder el labio para no decirle cuatro cosas pero me contuve. A pesar de que me estaba tocando el culo de nuevo sin ningún tipo de miramiento, no quería líos en medio del bar. Mi esposo y sus amigos estaban demasiado cerca como para dar a entender nada. Yo sola me había metido en eso, yo sola debía salir de allí. “Había regresado a jugar ¿no?, pues juguemos” pensé para mis adentros mientras le dejaba hacer.

.-“¿Ah, si?, ¿y por qué crees que conmigo va a ser así?” le pregunté dándole a entender que se equivocaba de persona.

.-“Siempre les doy lo que quieren, tú no vas a ser una excepción” me respondió mirándome fijamente a los ojos al tiempo que su mano comprobaba la firmeza de mis glúteos.

 "¡Mierda!” pensé al notar su mano explorando la firmeza de mi culo “Este tío no se corta un pelo. Es un presuntuoso y un engreído. El muy capullo es más descarado y atrevido de lo que hubiera pensado jamás. Aunque no quiera reconocerlo me gusta su forma de manejarme. Me domina, es superior a mis fuerzas. Y encima esos ojos. ¡Menudos ojazos!. Joder, cómo me miran. Tiene que ser maravilloso tenerlo encima tuyo y que te mire con esos ojazos en el preciso momento en que se corre dentro, a pesar de que es un capullo, un capullo considerable, pero se le perdona todo por esos ojos con que te mira." pensaba totalmente desmedida mientras le daba un segundo sorbo a la bebida sin perderle la mirada en ningún momento, y me dejaba acariciar a su antojo.

Aún hoy no logro entender porque me dejaba hacer una y otra vez de esa manera tan fácil. Es algo a lo que no encuentro explicación racional, y sin embargo estaba sucediendo.

Se hizo un silencio incómodo entre los dos. Conforme más tiempo pasaba con su mano en mis nalgas, más perdía mi control sobre la emoción y la desobediencia que le debía haber mostrado en algún momento. Era como si con el paso del tiempo fuera mucho más difícil resistirse y más fácil dejarse llevar. El muy cerdo lo sabía, el tiempo jugaba a su favor.

El caso es que ahí estaba yo, dejándome acariciar por un desconocido cualquiera a pocos metros de mi esposo sin saber cómo intervenir en el devenir de los acontecimientos. Quise decirle que no, que yo no era como las demás. Que no se hiciese ilusiones conmigo. Debería haber interrumpido su atrevimiento, ponerle freno de una vez, pensar en mi marido, y sin embargo, y a pesar de todo, era incapaz de resistirme a su mirada. Esos ojos que lograban adivinar las necesidades más íntimas de mi ser.

.-“Sabes…” pronunció en un susurro cerca de mi boca como adivinando mis pensamientos, “Yo sé lo que quieres. Pude verlo en tus ojos nada más verte entrar en el bar”. Me dijo a media voz acorralándome de espaldas contra la columna. 

Aprecié un deseo inquebrantable en su tono de voz y el peligro con el que venían cargados sus ojos. Su expresión lasciva se intensificó junto con sus caricias. Se sabía oculto de miradas inoportunas protegido por la columna.

.-“¿En serio?” le respondí tratando de burlarme de sus palabras trasnochadas, “¿Y que es lo que quiero?”, le devolví la pregunta permitiendo su pequeño triunfo, dejando que me llevase contra las tablas dispuesta a torearlo cuando hiciese falta.

.-“Algunas veces no hace falta decir nada, las cosas son claras y sin palabras y tú lo sabes”. Dijo sin decir nada con sus palabras vacías de contenido, pero mirándome atento a los ojos. Una burda excusa para que sus manos repasasen las curvas de mi cuerpo.

.-“Es un sentimiento que comparten dos personas y punto” continúo susurrándome a escasos centímetros de mi boca a la vez que avanzaba en sus caricias, deslizando de nuevo su mano hasta posarla en mi culo.

Yo lo miraba licenciosa a los ojos mientras averiguaba lo caradura y sinvergüenza que podía llegar a ser. Ese puntazo de canalla empedernido que desprendía, junto con sus ojos y su mirada, eran los que lograban mi permisividad.  Era como si al hablar me hipnotizara con sus ojos y me paralizase con su labia, más o menos como hacen las serpientes antes de atrapar a su presa. Tuve que reconocer que nunca había conocido a alguien tan decidido en sus propósitos a pesar de ser tan insolente.

.-“Tú quieres que suceda, me lo dicen tus ojos” me susurró en la nuca, ya casi al contacto de sus labios con la piel de mi cuello.

Aún a mi pesar, y como domada por su palabrería, contemplé a la mismísima alegría en su rostro cuando sin objeción por mi parte, deslizó su mano hasta el final de la tela de mi faldita,  y acarició el interior de mis muslos por la parte posterior de mi cuerpo.

“Joder, ¿pero cómo lo hace?, lo ha conseguido de nuevo” me pregunté pasiva ante el avance de sus caricias.

Desde luego aquel cincuentón sabía lo que se hacía, pero sobretodo sabía lo que yo necesitaba. El muy engreído sabía que necesitaba sentirme acariciada de nuevo  por sus manos en que regresé por el ron. A decir verdad era la primera vez en mi vida que alguien sabía lo que quería sin que tuviera que pedírselo. O mejor dicho, negándome o contrariándole. Supongo que eso era seducción, adelantarse a lo que la otra persona quiere y aún ni lo sabe.

En mi loca cabecita todavía estaba preguntándome cómo me había dejado llevar tan dócilmente hasta esa situación, mientras mi cuerpo agradecía el atrevimiento de sus manos. Y es que en el fondo deseaba que sucediese lo que estaba sucediendo. “Vamos Sandra, reconócelo, ¿No era eso lo que buscabas cuando te levantaste de la silla?” me reproché a mí misma mientras notaba de nuevo el contacto de su mano en zona tan delicada de mi piel “Querías que te acariciase de nuevo” me justificaba yo misma ante mi pasividad.

En esos momentos me temblaron las piernas, y mi respiración se aceleró de repente. Era evidente que me debatía inmersa en un mar de dudas y de temores. Aquel tipo supo aprovechar bien sus oportunidades. Su mano siguió explorando la suavidad de mi piel en la parte posterior de mis piernas, subiendo y bajando sus manos disimuladamente incluso algunos centímetros por debajo de la tela de la minifalda que llegaba incluso a arrugarse por momentos.

Yo todavía me preguntaba aferrada con una mano al vaso de ron y la otra en la pajita, cómo era posible que me estuviera dejando acariciar de nuevo por aquel desconocido de manera totalmente inapropiada para cualquier mujer casada. Pero tal vez fuese eso mismo lo que más me seducía de todo, que aquel tipo tuviese los arrojos necesarios como para acariciarme a pocos metros de mi esposo y sus amigotes. Anhelaba que mi marido corriese a rescatarme como princesa que rescatan del torreón en el que yace presa, solo que en este cuento el torreón era una simple columna, y el príncipe azul prefería ver el partido de fútbol con sus amigos que acudir al rescate de su amada.

Con la cabeza llena de pajaritos, y algo de alcohol en las venas, actuaba sonriéndole  y mirándolo a los ojos, mientras sostenía en mi mano un vaso de una bebida que apenas tolero y que sin querer estaba consumiendo de trago. Me preguntaba una y otra vez, cómo era capaz ese hombre de adivinar los deseos y perversidades más profundas de mi alma tan solo con mirarme a los ojos.

Unos ojos que me expresaban su satisfacción cada vez que sus manos se acercaban más y más hasta las zonas excepcionalmente íntimas de mi cuerpo. Me bebí como respuesta casi medio vaso de sorbo succionando de la pajita que aliviaba la tensión de mi cuerpo. Demasiado ron de una sola vez para mi cuerpo.

En un momento dado me apoyó definitivamente contra la columna y su cuerpo se sobrevino encima de mí. No pude o no quise resistirme. A esas alturas las dos opciones me parecían igual de malas. Esta vez interrumpí mi sorbo para volver a mirarlo a los ojos suplicando porque se detuviese,  al mismo tiempo que deseaba que siguiese.

A pesar de mis súplicas silenciosas, su mano alcanzó con decisión la parte baja de mis nalgas por debajo de la tela de la falda. Por la sonrisa y los ojos que puso, seguro que se pensó en una primera caricia que no llevaba bragas, que ya venía predispuesta de antemano. Luego pudo comprobar con su propio tacto que llevaba puesto un tanga tipo americano con el que jugó a su antojo. Lo que sí fue seguro, es que pudo comprobar la suavidad de mi piel en mis nalgas semidesnudas.

.-“¡Que suave!” me susurró de nuevo casi en un contacto de sus labios con el lóbulo de mi oreja, sin dejar de acariciar la piel desnuda que dejaba la poca tela de mi tanga.

Ni que decir tiene que era la primera vez en mi vida que alguien me tocaba de esa manera en un bar, yo estaba ya entregada a sus caricias, mi cuerpo las necesitaba desde hace tiempo, en concreto el tiempo que llevaba sin hacerlo con mi esposo.

No sé porque recordé la canción de Duncan Dhu, “…el ron y la cerveza harán que acabes mal, nena ven conmigo y déjate llevar…”. ¡Que absurdo! Aquel tipo metiéndome mano y yo recordado estribillos de canciones mientras permanecía pasiva ante las caricias a las que estaba siendo sometida. Ni tan siquiera mi marido había llegado tan lejos con sus cariños en un lugar público. Tuve claro en esos momentos que el alcohol me estaba jugando una mala pasada, estaba mareada y no pensaba con claridad.

Lo peor de todo es que a esas alturas tan solo lo miraba a los ojos dejándole hacer. Se entretuvo con la tela de mi tanga bajo la falda a su antojo durante un par de minutos más o menos. Hasta que envalentonado y creyéndome suya, trató de alcanzar mis labios vaginales desde detrás con sus dedos. Me rozó lo justo como para comprobar que estaba empapada ahí abajo.

En su intento desperté de la ensoñación en la que había sido atrapada.

.-“No” musité tímidamente sin tratar de llamar la atención, al tiempo que apoyaba mis manos contra su pecho tratando de poner distancia entre nuestros cuerpos.

Pude comprobar que tenía un pectoral fuerte y tenso. Nada que ver con las tetillas fofas de mi esposo. Absurdamente en medio de la situación en la que estaba envuelta, deduje que seguramente aquel tipo acudía al gimnasio  o se cuidaba para mantenerse en forma. Mi mente divagaba presa del alcohol y no del raciocinio. Pese a mis quejas y mi intento de huida Antonio me retuvo de nuevo contra la columna, y estrechó aún más su cuerpo contra el mío, impidiendo mis movimientos casi a la fuerza y tratando de alcanzar de nuevo con sus dedos allí donde ya había llegado una vez.

.-“No” musité de nuevo apresada contra la columna, “pueden vernos” pronuncié temerosa porque alguno de los amigos de mi esposo pudiera observarnos.

Mis palabras me delataron. Antonio que era un tipo listo y no necesitaba más información de la necesaria, dedujo que mis palabras no eran una negativa a mi deseo, sino al lugar. Avanzó en sus propósitos y acercó su boca a la mía con la intención de besarme.

.-“Bésame al menos” pronunció tratando de acercar sus labios a los míos.

"¡No!, No puedo. Aquí no” me excusaba moviendo mi cabeza de un lado a otro evitando que me besase en la boca.

Ya no podía negar lo evidente, y es que a pesar de que mi cuerpo se apartó de él, mis ojos y mi mente me traicionaban por momentos. Mi conciencia todavía estaba luchando porque hiciese lo correcto. Un silencioso forcejeo se produjo al amparo de la columna. Una lucha que se evidenciaba exteriormente, pero con trascendencia en mi interior.

.-"Mi marido está allí detrás." Le confirmé mis temores al tiempo que me asomé por un lado de la columna para comprobar que el muy imbécil estaba disfrutando del partido reanudado sin preguntarse qué le podía estar sucediendo a su esposa en esos momentos.

Él trató de atraerme de nuevo junto a su cuerpo, sabedor de todo cuanto sucedía en mi mente. Mi mano fue a parar otra vez a su pecho, mi palma se apoyaba abierta en él tratando de poner una barrera entre ambos cuerpos. Durante el tímido forcejeo pude notar el calor y la firmeza de su cuerpo debajo de su camisa mientras mi boca pronunciaba un débil…

.-"No, lo siento. Ya es suficiente" imploré tratando de poner fin a aquella alocada situación. Intenté zafarme de su cuerpo y escapar de entre sus brazos para salir de detrás de la columna. Siempre tratando de no llamar mucho la atención, no quería que se armase una buena. Pero de eso mismo se aprovechaba el sinvergüenza.

.-"Sólo quiero un beso en agradecimiento por la bebida" me dijo reteniéndome esta vez de forma más sosegada tratando de poner paz.

.-“Huyyyyy” gritó de nuevo todo el bar al tiempo que algunos se incorporaban de sus sillas maldiciendo la ocasión fallida por la selección. Respiré aliviada al comprobar que todo el mundo estaba atento al partido sin enterarse de lo que pasaba tras esa columna en medio del bar.

.-“No, aquí no, pueden vernos” insistí una vez más en mi negativa cada vez que él intentaba besarme, representando el papel de buena madre y fiel esposa.

.-“Está bien” me dijo “vamos fuera” y dicho esto tiró de mi sujetándome del brazo por una muñeca en dirección a la puerta.

Yo lo detuve en su intento. Lo consideré mejor. Temí que alguien pudiera vernos salir cogidos de la mano.

.-"No. No puedo. Vas a meterme en un lío y no puedo hacerlo" le dije dubitativa aunque tratando de aparentar resolución en mi decisión.

"Sabes que no es eso lo que quieres ¿verdad?" Una vez más podía leer en mis ojos que la respuesta de mi alma era un sí, mientras mi boca pronunciaba que no.

.-"Tengo que volver con mi marido " le respondí al tiempo que trataba de deshacerme de su mano que me sujetaba fuerte de la muñeca.

.-"Sólo un pequeño beso. Eso es todo lo que quiero" dijo tratando de restarle importancia a su arrumaco pretencioso.

"No sé, aquí no, pueden vernos” en mi nerviosismo era el único inconveniente que acertaba a poner y que se repetía en mi aturdida mente.

.-“Me da igual. Ya te he dicho que no aceptaré un no por respuesta” respondió dejando entrever su carácter dominante tratando de acercar nuestras bocas una vez más.

.-“No por favor, aquí no” supliqué por enésima vez.

.-“Está bien, tú lo has querido” contestó tajantemente. Y abandonándome allí sola tras la columna, y para mi total desconcierto, se perdió entre la gente en dirección al fondo del bar sin mirar atrás muy seguro de que lo seguiría.

“¿Qué coño se creé?, ¿A dónde va?, ¿Qué habrá querido decir con eso de tú lo has querido?” mascullé indignada sin darme cuenta que respondiendo a sus pretensiones, corría entre la gente y las sillas detrás de él.

Juro que lo seguí con la intención de decirle que se había pasado. Que no era lo que creía y que debía disculparse conmigo por haberme ofendido. Que yo era una mujer decente y que amaba a mi marido, por lo que debía excusarse y pedirme perdón. Exigía que me pidiese perdón.

El caso es que me pareció verlo adentrarse en el servicio de caballeros y corrí tras él como una boba sin pensar en otra cosa que buscar sus disculpas. Encorajinada y llena de rabia, estaba dispuesta incluso a entrar en los servicios tras él para darle el bofetón que se merecía, aunque la cordura me hizo dudar nada más abrir la puerta de entrada a los aseos. “¿Qué hacía yo allí?” pensé por un instante.

Ya era tarde, me detuve justo bajo el resquicio de la puerta. No lo vi venir, Antonio salió de mi espalda sorprendiéndome, me cogió por la cintura, y antes de que pudiera reaccionar me empujaba al interior de un habitáculo cerrando el pestillo tras nuestra incursión. Fue todo muy rápido. Por suerte no había nadie en los baños de hombres en esos momentos, estaban todos viendo el fútbol. A mí me entró la risa floja nada más verme encerrada en tan peculiar espacio.

.-“Ja, ja, ja. ¿Qué haces?” le pregunté riéndome por la situación, “¿no pensarás que vamos a hacer nada aquí verdad?, ja, ja, ja” protesté mostrándole mis reticencias por el vulgar sitio que había elegido para lo que quisiera que se propusiese.

.-“Chhssstt” chistó acercando su dedo a mis labios, ordenándome silencio con su gesto.

.-"Aquí no puede verte nadie. Ya no tienes excusa, yo tan solo quiero  un beso aquí y ahora" dijo poniendo algo de calma, y señalando un pequeño lunar de mi mejilla dándome a entender  que era ese el punto en el que pretendía besarme.

Yo creo que podía leerme la mente a través de los ojos. Sólo así entiendo la perseverancia en su insistencia, creo que era capaz de adivinar que realmente yo estaba por la labor de dejarme besar. No sé por qué, pero no me importaba  que me besase. Lo único que tenía claro es que debía dar él el primer paso. Aquel tipo había roto sin enterarme todas mis barreras. Estaría dispuesta a abrir mis labios para él, dejar que me saborease. Entregarme. Pero no debía ponérselo tan fácil, tenía que ganárselo.

Relativamente borracha como estaba, pensé que podía resultar aceptable su propuesta, y aunque sabía que no se contentaría con un beso en la mejilla sopese todas las posibilidades. Descarté que lo intentase de forma violenta. Aunque estaba encerrada en aquel pequeño habitáculo me sentía segura, si trataba de propasarse en contra de mi voluntad tan solo tendría que chillar y alguien acudiría en mi ayuda, el bar estaba lleno de gente como para que alguien me oyese. Además no lo veía capaz de llegar a ese extremo. Y sin embargo tenía curiosidad por saber cómo lo intentaría, porque si algo tenía claro es que ambicionaba besarme en la boca. “Y yo…,¿me dejaría?” dudaba mientras me sonreía nerviosa. 

Supongo que si no salí de allí corriendo es porque quería saber el cómo. Deseaba que se atreviese, que lo intentase. De alguna manera yo también deseaba que me besase. Además me preguntaba qué es lo siguiente que intentaría, quería saber cómo saldría de allí, en qué acabaría todo. En definitiva, despertó mi curiosidad.

.-”Esta bien” le dije aceptando su propuesta. “Sólo un beso de amigos en la mejilla” y acto seguido expuse mi cara a la suya señalando mi peca. Mi gesto dejó claro que era ahí y sólo ahí donde debía besarme.

Seguramente se pensó que cerraría los ojos y que aprovecharía ese momento para darme un pico en la boca, pero se equivocó. Yo lo miraba avisándole con la mirada de que cumpliera su parte del trato. Tan sólo un beso en la peca de mi mejilla y punto. Se produjo una mezcla de expectación y nerviosismo entre los dos.

Me fundió con su mirada una vez más, me agarró con las dos manos de la cintura,  me apoyó contra la pared y apretó su cuerpo contra el mío. Sin dejar de mirarme a los ojos, se envolvió con sus brazos alrededor de mi cintura. Debo reconocer que a pesar del sudor, era agradable sentir el calor de su cuerpo contra el mío. Siempre clavando sus ojos en los míos. Para colmo, esta vez me apretó tanto contra su cuerpo, que pude apreciar por primera vez su dureza clavada en mi vientre.

Caray, eso sí que no me lo esperaba. Podía notar perfectamente su polla rozándose contra mi cuerpo tratando de explotar dentro de su pantalón. Humedecí de golpe mi tanguita a la vez que mi cuerpo se paralizaba concentrado en las sensaciones provenientes de un punto tan concreto de mi cuerpo.

Antes incluso de acercar su mejilla a la mía sus manos descendieron hasta detenerse cada una en una de mis nalgas. Ahora sí que acercó su cara a la mía. Lo hizo despacio, deleitándose con el contacto de nuestros cuerpos  e inhalando mi perfume de mujer en mi cuello. Pero demorando intencionadamente el momento acordado.

Al tiempo que nuestras mejillas se rozaban lentamente sus manos comenzaban a subir la tela de mi faldita enrollándola a la cintura, descubriendo a la vista el tanga que llevaba puesto. Aún no me había besado, y yo todavía estaba embebida por el contacto de su miembro contra mi vientre. Era la primera vez en mi vida que sentía de manera tan notoria el contacto de otro pene que no fuese el de mi marido rozándose  por mi cuerpo, aunque fuese por encima del ropaje lo podía sentir palpitando.

Para cuando nuestros rostros se separaron sin llegar a besarme siquiera todavía, las manos de Antonio acariciaban a placer  mi desnudo culo. Incluso pude notar el frio de los azulejos en la parte de mi piel expuesta.

“¡Dios mío!. ¿Pero que me estaba pasando?.¡Tenía la falda recogida en mi cintura y estaba prácticamente desnuda de cintura para abajo!. Y lo que es peor…¡no hacía nada por evitarlo!. ¿Qué clase de mujer era?. Mi marido no se merecía que le hiciera esto” pensaba mientras mi respiración se agitaba y mi pecho parecía estallar con cada inspiración y espiración de mi cuerpo.

Aquel cincuentón sabía lo que se hacía, aprovechó mis dudas para aproximar de nuevo su rostro al mío, buscando por segunda vez  el contacto entre nuestras mejillas e inhalar de nuevo mi perfume de mujer. Manteniendo un suspense que lograba excitarme. Y todo, al tiempo que una de sus manos se entretenía con la telita de la parte posterior de mi tanga.
“No, mi marido no se merece que le haga esto” pensé una vez más mientras me dejaba llevar silenciosamente. Y es que me dejaba acariciar con mi mano apoyada sobre su pecho, que se notaba firme bajo mi tacto, y me recordaba una y otra vez que no era el cuerpo de mi marido el que trataba de poseerme.

.-“Uuuuhmmm”. Un tímido gemido se escapó de mi boca cuando uno de sus dedos alcanzó desde detrás mis empapados labios vaginales.

No pude evitar gemir del placer entreabriendo mi boca, circunstancia que Antonio aprovechó para besarme ahora sí a merced. “Cabrón, lo has conseguido” pensé mientras forzaba mis labios. Yo acepté sumisa su lengua que trataba de abrirse paso entre mi boca. Reconocí el sabor a tabaco que tanto había detestado de siempre y que sin embargo esta vez me estaba sabiendo a pecado. Necesitaba dejarme llevar y dar ese salto, necesitaba besarlo a pesar de que mi conciencia me rebatía que aquello no estaba bien.

Pero… ¿cómo tratar de describir la fuerza de algo tan poderoso como es un beso?. Era como si sus labios fuesen la clave que acababa de desbloquear algo cifrado que había sido atrapado dentro de mí, algo que había sido enterrado tan fuerte y tan profundo que cuando se liberó de la presión a la que estaba sometida, arrasaba como un tsunami, con todas las estupideces y que me dices a su paso. Dejando al desnudo una primitiva pasión, que necesitaba ser saciada.

Eran besos hambrientos, profundos y apasionados. Nuestras lenguas luchando enzarzadas la una en la otra, explorando cada rincón de la boca del otro, hasta que tuvimos que separar nuestros labios por falta de aire. Aquel tipo sabía muy bien como besar a una mujer. Mi cuerpo estaba en llamas, cada terminación nerviosa provocaba la electrizante sensación de estar totalmente viva.

Al mismo tiempo su dedo se abrió paso entre mi humedad. Le fue fácil, estaba totalmente encharcada. Se sonrió al comprobar como mis paredes se adaptaban a su incursión. Antes de que pudiera negarme a nada ya estaba moviendo su dedo en mi interior, arrancándome para satisfacción de su ego mis primeros gemidos de placer.

.-“Uuuuummm” mi gemido quedó atrapado en su boca al notar como su dedo dilataba mi interior.

.-“Ábrete de piernas” me ordenó al tiempo que trataba de introducirme un segundo dedo.
Obedecí pasiva al instante facilitándole la labor. Ya no pensaba en otra cosa que mi propio placer.

“Vamos Sandra, de momento aún no estás siendo lo que se dice del todo infiel. No seas tonta, disfrútalo. No te verás en otra igual en tu vida. Además a saber lo que habrá hecho tu marido en esos viajes de empresa. Aprovecha  mientras puedas y date una alegría. Deja que este tipo te dé la satisfacción que tu marido no te proporciona desde hace un tiempo” trataba de engañarme a mí misma mientras me dejaba manosear.

Necesitaba justificar mi comportamiento, sobre todo al sentirme invadida de nuevo en mi boca por su lengua, que recorría ávidamente cada rincón que le ofrecía. Se estaba relamiendo de saborearme al tiempo que sus dedos hurgaban en mi interior. Estaba tan necesitada que estuve a punto de correrme allí mismo sobre sus dedos.

.-“Uuuuummm” un gemido más profundo y más intenso se escapó de mi boca al experimentar el placer que me producían sus dedos jugando en mi interior.

“Que se joda el imbécil de mi esposo” pensé al tiempo que una primera sacudida de placer recorrió mi cuerpo de abajo arriba. Enseguida se sucedió una segunda y una tercera convulsión provocadas por el gozo inexplicable que estaba sintiendo, estaba a punto de correrme. No quise que todo terminara de esa manera, corriéndome con urgencia en los dedos de aquel extraño, mi cuerpo necesitaba de más. Además ni mucho menos iba a permitir que él llevase la iniciativa. Era como si me empeñase en demostrar que no era él quien me robaba las caricias sino yo quien las deseaba. Así que pillándolo por sorpresa lo empuje con decisión hacia atrás de modo que ahora era él el que estaba apoyado contra la pared. Me observó cómo jadeaba necesitada de más mientras me acercaba a él.

Con una sonrisa sucia reflejada en mi cara, compartí con aquel desconocido a través de mis ojos lo mucho que estaba disfrutando de mí misma con mi nuevo comportamiento. Ya no era una mujer casada, sino necesitada. En esos momentos supe que estaba dispuesta a hacer con él lo que nunca hacía con mi marido.

Sin perderle en ningún momento la mirada, mis manos lucharon con el primer botón de la parte anterior de sus pantalones. Necesitaba acariciar con mis propias manos lo que segundos antes palpitaba contra mi vientre. Luego bajé la cremallera con una mano, demostrándole mi experiencia en estas tareas. Como dándole a entender que no era la primera vez que lo hacía. No tenía por qué saber nada al respecto, mi mejor arma eran sus dudas.

Se sorprendió cuando su camisa quedó libre de opresiones, y quise  clavarle las uñas rascando su abdomen, comprobando la dureza de su estómago tan inusitada para mí. Su tripa se tensó de golpe para satisfacción de mi tacto.

Quise mirarlo a los ojos cuando introduje mi mano en sus calzoncillos, y rebusqué a la espera de encontrar su miembro. Nada más agarrarlo entre mis dedos experimenté como latía ansioso en la palma de mi mano. Saboreé ese precioso momento para mí en el que por primera vez en mucho tiempo calculaba en mis manos un miembro que no era del tamaño al que estaba acostumbrada.

Por supuesto yo gemía incontroladamente y él se deleitaba con mi urgencia por acariciar su polla.

Podía notar sus venas bombeando en mi mano. Necesitaba acariciarlo, comprobar como aumentaba de tamaño aprisionándolo entre mis dedos. Comencé como pude entre las ropas, a mover mi mano arriba y abajo a lo largo de su polla que crecía por momentos. Siempre, siempre, siempre, sin perder sus ojos de vista.

Hubo un momento en que no me conformé con acariciar ese miembro que ahora ya se notaba duro. Necesitaba verlo. Tiré de sus pantalones y calzoncillos hacia abajo para liberar aquello que tenía atrapado en mi mano y poder observarlo. Ahora era él el que se dejaba hacer. Totalmente pasivo ante mi iniciativa , eso me hacía gustarme más a mí misma.

Incluso me puse en cuclillas para facilitarme la tarea de bajarle los pantalones y los calzoncillos hasta los tobillos. Mi nueva posición era tan indecente como la carita de curiosidad que puse al descubrir su miembro. No quería perderme el momento en que liberase su polla, y esta vibrase delante de mis ojos.

Me sorprendió nada más verla cimbreándose a la altura de mi cara, sin duda su polla me pareció la más hermosa del mundo en esos momentos. Además su olor no era tan fuerte como me esperaba en un principio. Al menos seguía apoderándose el olor a ambientador característico de los urinarios de bar. Quise mirar hacia arriba para ver su cara de desesperación, él me miraba hacia abajo observándome impaciente. Adiviné en su rostro que se mostraba excitado porque se la comiese.

Pese a que siempre he sido reticente a practicar sexo oral con mi marido, en esta ocasión era yo misma quien tenía ganas de saborear esa polla que se me mostraba desafiante. Por primera vez en mi vida tenía verdaderas ganas por chupar una polla. Quería saborearla, comprobar su tamaño en mi boca, degustarla entre mis labios. Yo misma tenía urgencia por mamar aquella polla que se me ofrecía y experimentar el estallido de sensaciones que se producían en mi cuerpo y en mi mente.

.-"Eso es, puta. Quiero que me mires con esos ojos de zorra que tienes mientras me chupas la polla " pronunció desesperado, totalmente fuera de sí, adivinando una vez más a través de mis ojos lo que estaba pensando.

Nunca hubiera podido imaginar que consintiese el que nadie me llamase puta, y sin embargo lo deje estar. No quise darle mayor importancia, incluso me gustó escucharlo, entre otras cosas porque efectivamente era así como me sentía y lo disfrutaba. Pero ante todo no quería apartar mis ojos de los suyos bajo ningún concepto. Quería recordar ese momento en mi memoria al menos durante mucho tiempo.

Agarré a una mano la base de aquel miembro que lucía orgulloso ante mí. Rodeé la punta de su pene con mis labios, y exploré con mi lengua cada pliegue de su prepucio.

Su sabor salado a hombre alimentó mi deseo. Luego lamí de arriba abajo toda su longitud saboreando la exudación de su principal atributo. Dejé que me golpeara en mi cara un par de veces con su balanceo inevitable, y de nuevo me llené la boca con su sabor. Comprobé que si bien no era mucho mayor que la de mi esposo si era más ancha. Tenía dificultad para rodearla entre mis dedos.

 .-"Eso es putita, ¡chúpamela!” pronunció agarrándome con una mano un puñado de mi pelo y provocándome algo de dolor. Me vi obligada a gritar por el daño producido, y él aprovechó el momento de quejarme para introducir por completo su polla en mi boca entreabierta por el quejido.

Mis ojos se abrieron como platos por la pérdida inesperada del control. Nunca antes me habían introducido una polla hasta la campanilla. Siempre habían sido tímidas chupaditas y suaves lametones con mi esposo. Nada como la brusquedad a la que estaba siendo sometida.

Supongo que debería haber tenido algún sentimiento de culpa por lo que estaba haciendo, pero no era así. Todo lo contrario, me sentía bien guarra y me gustaba. Disfruté de su brusquedad y de la violencia con la que estaba siendo tratada. Sobre todo cuando miré hacia arriba y lo vi a él, y el poder de su placer. Me sentía utilizada, y contrariamente a lo que pudiera pensar en mi vida me proporcionaba un placer cargado de morbo. Porque por encima de todo en ese momento yo quería complacerlo. Agradecerle de alguna forma su atrevimiento. Su recuerdo me acompañaría para siempre. Además, supo atenderme cuando estaba necesitada, y me resultaba todo tan distinto a lo que estaba acostumbrada que me hacía sentir mejor.

Con mi marido todo era un esperarme por su parte, anteponiendo siempre mi orgasmo al suyo. En cambio con ese desconocido buscaba desesperadamente el placer de mi amante por encima de todo. Era como si necesitase demostrarle a ese hombre que yo era la mejor de todas en las artes del amor. Además, de la manera tan burda y vulgar en que lo estaba logrando contribuía a que empapase mis bragas de manera más rápida.

Llevé mis manos a su cintura para tratar de controlar la profundidad de sus embestidas. Tratando de resistir y frenar su impulso por metérmela hasta lo más profundo de mi garganta. Incluso hubo un momento algo desagradable para mí, en el que sujetándome bien fuerte del pelo me la introdujo hasta notar sus pelotas golpeando mi barbilla, asfixiándome con mi rostro prácticamente aplastado contra su vientre. Él se deleitaba con mis sentimientos encontrados. Sabía que me estaba follando la boca y que me dejaba hacer porque en el fondo era lo que andaba buscando desde el primer momento en que nuestros ojos se encontraron en aquel bar. Me mantuvo así por un tiempo, ahogándome con su polla llenando mi boca, dificultando mi respiración y provocándome arcadas que casi me hacen vomitar. Me hacía sentir sucia, y pesar de mis convicciones disfrutaba de mi nuevo comportamiento.

Hubo un momento en el que incluso luché llena de pánico, cuando mi cuerpo no pudo respirar. Desde mi posición no podía ni mirarle siquiera a los ojos suplicante para que cesase en lo que se acababa de convertir en una pequeña tortura, pues mi cara resultaba aprisionada firmemente contra su vientre. Se producía un cosquilleo desagradable de los pelillos de su pubis contra mi cara.

En un esfuerzo por mi parte tragué cuanto pude, lo apreté entre mis labios, y le hice gemir de satisfacción. A mi reacción cesó en su empeño por follarme la boca, sacó su polla goteando de mi saliva, dejando un hilo de babas que conectaba desde mi barbilla hasta su pene en una estampa que nunca olvidaré. Me golpeó un par de veces con su polla en mi cara. Nunca antes me había sentido tan sucia, vejada y puta, sobre todo tan puta y vulgar.

A pesar de todo mi suplicio anterior tenía ganas de más. Así que me abalancé sobre su polla llenando completamente mi boca, devorándola a la vez que me aferraba a ella a dos  manos. “Te vas a correr en mi boca” repetía obsesivamente en mi alocada cabecita.

Comencé a moverme a un ritmo constante de sube y baja tanto en mi succión como con mis manos. Sin duda un ritmo que mi amante adivinó forzado y falta de práctica. El muy cabrón lo sabía y se regocijaba de mi torpe hacer.

.-“Je, je, je…, apuesto a que nunca se la has chupado así a tu esposo” pronunció tratando de humillarme con la verdad.

Se esforzó por mantener los ojos abiertos comprobando mi reacción. Yo estaba tan concentrada en mi tarea que no le presté la más mínima atención a sus palabras. Incluso deslicé una mano por debajo de mi tanguita para comenzar a acariciarme yo misma en cuclillas como estaba.

Esperaba que me llenase la boca con su semen de un momento a otro. Era como si al tragarme yo su semen, él se tragase su orgullo.

Mi mano se agitaba frenéticamente por momentos acariciando mi clítoris, anhelaba correrme a la vez que él, incluso antes, o después me daba igual.  Aquel tipo me sorprendió antes de que alcanzase su clímax deteniendo la felación. Interrumpió la mamada que le estaba dando, agarrándome del brazo y tirando de mi cuerpo hacia arriba, incorporándome por sorpresa de la posición de cuclillas en la que estaba. Antes de que pudiera hacer o decir nada me empujó contra la pared. De nuevo ero yo la que quedaba aprisionada entre las frías baldosas y su cuerpo.

.-"Sabes…” me susurró tan cerca de mi boca, que de nuevo pude apreciar el olor a tabaco de su aliento.  “Estoy seguro de que te hubieses tragado toda mi corrida enterita sin derramar ni una gota. No sabes cuánto me excita una mujer como tú a la que le encante chuparme la polla, pero no quiero correrme en tu boca, tengo una idea mejor", pronunció al tiempo que enredaba la tira lateral del tanga en uno de sus puños y desgarraba la tela arrancándome las bragas de golpe.

En su maniobra por deshacerse de mi tanguita me clavó la tela de la prenda entre mis labios vaginales provocándome algo de dolor que se reflejó en mi rostro. Por si fuera poco, mi cuerpo se tensó al comprobar la desnudez a la que había sido sometida en contra de mi voluntad y de forma tan brusca de cintura para abajo. Mis ojos evidenciaron el  miedo que paralizaba mi cuerpo.

Puede parecer una tontería, pero hasta ese mismo momento creía que podría sobre llevar el sentimiento de culpa por chupar aquella polla y darle placer a ese desconocido. Eso era algo con lo que podría convivir  en la relación con mi esposo durante el resto de mi vida. De alguna manera me justificaba pensando que todavía no estaba engañando a mi esposo. Pero una cosa era chupar una polla, y otra bien distinta dejarse follar.

Antonio se llevó a la nariz mi prenda íntima desgarrada, esnifando ante mi mirada cargada de temor, mi esencia de mujer. Luego lo tiró detrás del retrete en un charco de agua, orina o vete saber qué, para posteriormente agarrarme de una pierna y dejarla descansar sobre la taza del wáter, exponiendo mi cuidado coñito a su disposición.

No se esperó lo más mínimo a darme la opción de decir que no, sabía perfectamente que no se lo hubiera puesto tan fácil. Mi cuerpo permanecía paralizado presa del pánico y del miedo. Mentalmente luchaba por convencerlo para que me dejase terminar la mamada que había empezado, pero mi boca permanecía muda por el temor.

No esperó mi respuesta, simplemente me miró con esos ojos azules al tiempo que con una mano permanecía sujetándome de la pierna que descansaba sobre el borde del retrete, y con la otra aproximaba su miembro hasta mis labios vaginales.

Su polla quedó suficientemente lubricada con tan solo un par de veces que la restregó hábilmente a lo largo y ancho de mi coñito. Luego separó con destreza mis labios vaginales dispuesto a penetrarme sin aguadar a mi consentimiento.

No podía reaccionar. Yo permanecía paralizada presa del pánico. Era plenamente consciente que de no impedirlo, estaba a punto de dejarme follar por un desconocido. Sabía que estaba mal y sabía que probablemente mi conciencia me haría pagar por ello más tarde, pero en el fondo tal vez no quería que se detuviera. Mi cabecita ya comenzaba a peguntarse cómo se sentiría dentro de mí. Estaba llena de lujuria desenfrenada. Pese a todo, lo necesitaba más que a nada en esos momentos.

.-“Aaaaaaaaay” chille conforme me penetraba. Estaba claro que aquel hombre no me iba a esperar en nada y mucho menos a que organizase mis ideas.

De una sola embestida me introdujo prácticamente la mitad de todo su miembro. Puse mis ojos en blanco al notar como dilataba mis paredes vaginales con cada milímetro que avanzaba en mi interior. Él se regodeaba en los gestos de dolor y placer que reflejaba mi rostro. Siempre mirándome deseoso. Hasta que llegó hasta el fondo.

En una segunda embestida pude notar sus pelotas chocando contra mi cuerpo arrancándome un segundo grito de placer.

.-“AAaaaaaay” no podía evitar chillar al sentirme penetrada. Yo misma fui consciente de que este segundo grito pudo escucharse incluso fuera de los aseos. Cerré los ojos, lo rodeé con mis brazos y lo besé tratando de ahogar mis gemidos en su boca.

Esta vez fue él quien me retiró los labios. Parecía no agradarle el sabor de su propia polla que todavía prevalecía en mi boca. Además, estaba claro que le gustaba oírme gritar y mirarme al mismo tiempo a los ojos.

El me embestía de pie como estábamos, y con cada golpe de riñón que me propinaba me arrancaba un gemido de placer.

Golpe, gemido. Golpe, gemido, así sucesivamente. Golpes secos, contundentes, poderosos, sin perderme los ojos de vista en ningún momento. Hasta que tras una docena de embistes, tiró de uno de los tirantes de mi camiseta con la mano libre que no sujetaba mi pierna en alto. Uno de mis pechos quedó al descubierto.

Enseguida se apresuró a tirar del otro tirante desnudando mis pechos ante su vista, bajándome la camiseta hasta yacer arrugada junto a mi falda en las caderas.

.-“Joder tía, menudas tetazas” dijo antes de tirarse como un poseso a devorarlas.

Yo soy muy sensible en esa zona de mi cuerpo, sobre todo tras el periodo de lactancia de mi hijo, así que nada más notar como su lengua jugueteaba con mis pezones sentí una primera sacudida de placer que recorrió todo mi cuerpo de arriba abajo.

.-“Sssiii” grité esta vez al comprobar que pronto alcanzaría un orgasmo.

Antonio se sorprendió al apreciar el espasmo de mi cuerpo. No se esperaba que llegase tan pronto. A decir verdad ni yo misma me lo esperaba, también me sorprendió.

Dejó de sujetarme la pierna que mantenía alzada sobre la taza del wáter para aferrarse a mi cuerpo con una mano en cada nalga de mi culo, al tiempo que hundía su cara entre mis pechos lamiéndome por todo el escote. No tuve más remedio que rodear su cintura con mis piernas y agarrarme a su cuello para no caer. Antonio comenzó a moverse más deprisa, descargando su furia y su rabia contra mi cuerpo.

.-“Ay, ay, ay, ay, ay” chillidos cortos e intensos se escapaban de mi boca con cada embestida.

De repente era como si él buscase desesperadamente correrse antes que yo. Me chupaba los pezones, me babeaba el escote y me lamía la cara y el cuello en busca de su propio placer. Y sin embargo, cuanto más aprisa se movía, más placer me provocaba.

.-“Ssssi, si, si, me gusta” yo no podía evitar gemir y gritar. Estaba a punto de alcanzar uno de los mejores orgasmos de mi vida.

.-“Eso es, cabrón, muévete” lo alentaba para que no se detuviese.

.-“Muévete, más deprisa, más deprisa” le golpeaba con mis talones en su nalga jadeándolo.

.-“Joder siii, que gusto. Fóllame, eso es, fóllame” le gritaba fuera de mí, presa de las primeras oleadas de placer que sacudían mi cuerpo.

.-“Vamos cabrón fóllame, me corroooh, me corrrrooooo” tuve que morderle en el hombro para que mis gritos no se escuchasen por todo el bar al tiempo que mi cuerpo se convulsionaba de placer por el clímax alcanzado.

Mi mordisco en su hombro no fue del agrado de Antonio que sin duda retrasó su orgasmo. Así que aún estaba recuperándome del estallido de sensaciones de mi cuerpo cuando dejó de sujetarme, se salió de mí por la acción, y nada más apoyarme en pie en el suelo me volteó y me puso de cara contra la pared.

Tiró de mi pelo arqueando mi espalda del dolor y susurrándome en la nuca me dijo…

.-“Ahora pienso hacerte lo que estoy seguro nunca te ha hecho tu marido” y dicho esto escuché como escupía sobre mi culo. Sentí su saliva resbalar entre mis nalgas hasta que esparció con su polla la baba alrededor de mi ano. Jamás me habían escupido de esa manera, me pareció realmente asqueroso, ni lo creía, pero su saliva resbalando por mi espalda me hacía sentir más sucia y guarra que nunca.

.-“¡No!, ¡qué vas a hacer hijo puta!” le grité tratando de zafarme de él. Sin embargo me tenía bien sujeta por el pelo, y cada vez que trataba de revolverme yo misma me provocaba un dolor insoportable en mi cuero cabelludo.

Antonio escupió por segunda vez sobre mi culo. Esta vez la saliva ya sabía el camino donde debía ir a parar. Guió a una mano la punta de su polla hasta la entrada de mi ano. Presionó contra mi esfínter. Al no estar dilatado le costaba abrirse camino. Me hacía daño.

.-“No para, por ahí no cabrón, para, para…” le suplicaba presa del pánico.  Pero el muy cabrón no me hacía ni caso.

.-“Para por favor, por ahí no, me dolerá” le imploraba con los ojos lagrimosos y mis piernas temblando de miedo.

.-“Chiiiist” me mandó callar tratando de poner un poco de calma. ”Escúchame bien guapa, tienes dos opciones, puedes correr el riesgo de que te deje preñada, o puedes dejar que te la enchufe por ese culito virgen que tienes, tú eliges”, me susurró en la oreja apoyándose sobre mi cuerpo y apretujándome contra las baldosas del alicatado.

Antes de que llegase a responderle, él empujó insistiendo con la punta de su polla contra mi agujerito negro. Me dejó clara su preferencia.

Sopesando sus palabras pensé que lo mejor sería dejarme sodomizar por ese cabrón. Tampoco sería la primera vez en mi vida, apenas lo había practicado cuatro o cinco veces con mi esposo, siempre a petición mía, pues es algo que no le agrada en absoluto. Seguramente ese era el motivo por el que nunca había resultado nada satisfactorio para mí.

A pesar de no tener buena experiencia al respecto, yo misma arqueé la espalda y me llevé las manos atrás abriendo mi culo de par en par, tratando de facilitarle la labor.

.-“Ya sabía yo que te gustaría, preciosa. Relájate y disfruta” pronunció nada más comprobar mi reacción a sus palabras, al mismo tiempo que apuntaba su polla hasta la entrada de mi esfínter, luego haciendo fuerza con las dos manos logró introducirme parte de su capullo. Experimenté un dolor insoportable concentrado en un solo punto de mi anatomía.

.-“Aaaaaaahh” un alarido escapó de mi boca al mismo tiempo que mi poseedor continuaba empujando sin compasión.

.-“Despacio, despacio por favor, despacio” le suplicaba mordiéndome los labios y tratando de aguantar el dolor.

Pude apreciar como introdujo parte de su miembro en mis entrañas, seguramente la mitad, cuando de repente se salió intencionadamente de mi interior para volver a empujar con fuerza.
.-“¿Qué haces?, no, no, noooooh” de nuevo pude sentir su miembro invadiendo mi interior. Esta vez llegó un poco más lejos en su incursión. Se mantuvo por un instante quieto dentro de mí, dando tiempo a dilatar mi esfínter, y de nuevo se salió de mi interior jugando con mi sufrimiento.

.-“Uuuuuff, duele” pude resoplar aliviada en la pequeña tregua que me permitió esta vez.

.-“Tranquila princesa, ya verás cómo te gusta” manifestó al tiempo que me escupía de nuevo en el culo y volvía a empujar con fuerza para sodomizarme definitivamente.

Repitió la operación dos o tres veces más hasta que le fue mucho más fácil metérmela. En la última ocasión fue empujando poco a poco hasta llegar al final, noté como sus pelotas golpeaban mi perineo, provocándome un estallido de sensaciones indescriptible. Por una parte el escozor inicial que se hacía insoportable ya no era tan intenso, y por otra el morbo que me despertaba al saberme enculada iba en aumento.

Él en cambio se deleitaba en comprobar en silencio la suavidad de la piel de mis nalgas restregándose con sus huevos mientras me tenía ensartada hasta el fondo del todo.

De repente, unas voces provenientes del otro lado del habitáculo nos despertaron del mutismo en el que habíamos quedado atrapados los dos por el cúmulo de sensaciones. Alguien había entrado en los aseos de caballeros.

Yo puse los ojos en blanco al reconocer la voz de mi esposo y uno de sus amigos. Me quedé muda al instante. Por suerte Antonio también se vio sorprendido de escuchar las voces, y permaneció quieto sin moverse temeroso como yo de ser descubiertos. Lo que él no sabía, era que una de las voces era sin duda la de mi esposo.

.-“¿Te has fijado en la camarera que nos atiende?” le preguntó el amigo a mi esposo mientras se le escuchaba mear contra las tacitas que hay en la pared.

.-“Si, menudas tetas enseña. Con ese escote parece que se le vayan a salir de un momento a otro” contestó mi esposo al que también se le podía escuchar miccionar.

.-“¿Por cierto hace un rato que no veo a tu esposa?” señaló el amigo.

.-“Seguro que se ha salido fuera, como no le gusta el fútbol…” dejó caer mi esposo.

Sus palabras le delataron. Antonio dedujo que uno de los que estaban al otro lado  de la portezuela era mi esposo y comenzó a moverse sin compasión dentro de mí.

Yo me giré como pude para recriminarle con la mirada su actitud al mismo tiempo que hacía un esfuerzo sobrehumano para no emitir ningún tipo de ruido a pesar del dolor que por suerte remitía. Antonio por su parte incrementaba el ritmo a la vez que me devolvía una sonrisa burlona totalmente malintencionada.

Por suerte escuchamos el ruido de las cisternas al que siguió el del lavabo, y posteriormente la puerta. Señal de que mi esposo y su amigo ya habían abandonado los servicios.

.-“Cabrón, eres un cabrón” no dejaba de mirarlo a los ojos para insultarlo. Él por su parte me mantenía la mirada relamiéndose y aumentaba el ritmo al que me enculaba.

.-“¿Y tú?” cuestionó él. “Mira que dejarte encular estando tu querido maridito ahí fuera. Serás puta” apuntilló mientras continuaba con su mete y saca sin dejar de mirarnos a los ojos.

.-“Vamos cabrón, córrete, córrete ya” le animaba sin poder evitar cruzar nuestras miradas.

.-“Si te vieses ahora mismo la cara de zorra que pones cada vez que me llamas cabrón. Menuda puta estás hecha” me repetía tratando de humillarme adivinando a través de mis ojos que me excitaba con sus palabras.

El caso es que poco a poco el dolor inicial se fue transformando en placer. Podía sentir estimulado mi punto “g” como nunca antes había  sido activado. Con cada embestida se intensificaban las sensaciones, y los quejidos iniciales de dolor se fueron convirtiendo en pequeños gritos de placer. Antonio se dio cuenta de la transformación que sufría por dentro mi cuerpo.

.-“Joder zorra, lo estás disfrutando ¿verdad?” pronunció jadeante por el esfuerzo.

.-“Siiih” articulé a decir como buenamente pude al tiempo que deslizaba una de mis manos para acariciarme yo misma en el clítoris.

.-“¿Te gusta, eh zorrita?” se gustaba a sí mismo insultándome, era como si eso le proporcionase más placer. Hacía un rato que había cerrado los ojos y me concentraba cara la pared en mis propias sensaciones, por lo que el único contacto que tenía con él era a través de su voz.

.-“Siii me gusta” le seguía el juego mientras machacaba frenéticamente mi clítoris y me abandonaba en busca de mi nuevo orgasmo.

.-“¿Te gusta mi polla, eh?” jadeaba mientras apreciaba sus gotas de sudor cayendo en mi espalda.

.-“Si” le respondía esperanzada por poder correrme antes que él.

.-“¿Te gusta que te la meta por el culo?, ¿eh puta?” estaba claro que disfrutaba humillándome.

.-“Siii me gusta” contestaba aumentando su ego de macho.

-.”Joder, puta, vas a hacer que me corra de gusto” decía fuera de sí.

.-“Eso es cabrón, córrete, córrete en el culo de esta mujer casada” esta vez quise mirarlo a los ojos para disfrutar el momento.

.-“Me corro, me corrrooooh” gritó él. Verdaderamente pude apreciar los espasmos de su polla en mi interior.

.-“GOOOOOOOOOOOOOL” gritó todo el bar a la vez que Antonio se salía de mi interior y derramaba su esperma salpicando mi espalda y parte de mi ropa.

Al parecer Piqué había marcado de cabeza para la selección española en los últimos minutos del encuentro.

En ese mismo momento Antonio se exprimía las últimas gotas de su semen que esparcía con la punta de su polla por todo mi trasero. Yo aproveché para arrancarme forzadamente un orgasmo introduciéndome yo misma un par de deditos y comprobando la ausencia que su polla había dejado en mi vagina al evidenciar lo dilatada que todavía permanecía por dentro.

.-“Caray putita, al final lo has conseguido” pronunció Antonio que permanecía expectante a los últimos espasmos de placer de mi cuerpo.

Yo lo miré desairada, y tan pronto como me permitió mi propia respiración traté de recomponerme las ropas con la evidente intención de salir de allí cuanto antes.

Antonio interrumpió mi intento por arreglarme, me sujeto del cuello, y mirándome a los ojos por última vez me propinó un beso en la boca forzando mis labios.

En esos momentos sus ojos no me parecieron ni tan azules, ni tan profundos, ni tan románticos. Me parecieron miserables y despreciables.

Yo le propiné un rodillazo en sus partes, cuando se encogió retorciéndose del dolor aproveché para quitar el pestillo y salir del habitáculo abandonando los aseos a toda prisa.
Me adecenté a toda prisa en el pequeño pasillo de los servicios antes de salir a la sala. Cuando regresé junto a mi esposo el partido acababa de terminar, y todo el mundo comentaba el gol marcado por Piqué in extremis para la selección española.

.-“Te lo has perdido” dijo mi marido nada más sentarme a su lado.

.-“No sabes cuánto lo siento” le respondí como si no hubiese pasado nada al tiempo que notaba resbalar mis propios fluidos por entre mis piernas.

.-“¿Podemos irnos ya a casa?” le pregunté a mi esposo incómoda ante el hecho de no llevar ropa interior para contener todos los líquidos que emanaban aún de todos mis agujeritos.

.-“Si mi amor, enseguida nos vamos” pronunció mi marido y nada más decir esto me rodeó con su brazo de la cintura.

.-“¿Qué es esto?” se mosqueó al comprobar que algo mojaba mi camiseta en mi zona lumbar. Yo no pude ver a qué se refería en ningún momento porque estaba salpicada por la espalda. Para colmo mi marido se llevó las manos a la nariz y dijo:

.-“Hule raro” afirmó al tiempo que ponía cara de mosqueo.

.-“Lo siento cariño, es que como me aburría salí fuera a dar una vuelta. Creo que ha sido una paloma. Por eso tengo ganas de ir a casa a cambiarme cuanto antes” mentí con lo primero que se me vino a la cabeza.

.-“Está bien, está bien” dijo mi esposo al tiempo que se incorporaba para despedirse de sus amigos y salir del bar.

Justo antes de salir agarrada del brazo de mi esposo pude comprobar como Antonio permanecía sentado en su taburete observándome sonriente desde la distancia. Intercambiamos una última mirada, una mirada que nunca olvidaré, en la que todo quedó dicho entre nosotros, y con la que sueño volver a encontrarme en mis ratos de soledad.

Besos,

Sandra.

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