Aquel
verano cambió mi vida. Todo porque mis vacaciones en el despacho de abogados en
el que me incorporé recientemente como administrativa, no coincidieron con las
de mi esposo en su clínica. Para colmo tras un
tiempo de mi permanencia en el paro tampoco es que tuviera de ahorros
para una escapadita de esas de hotel y descanso en la playa. Si quería romper
con la rutina no me quedó más remedio que escaparme con mis padres al pueblo.
Vale que no era gran cosa, pero al menos mientras estuviera con mi madre me
olvidaría en gran parte de las tareas de la casa. Podría dedicar los días a
tomar el sol y mi hobby favorito: leer.
Puede que la parcela de mis padres fuera de las más pequeñas de la urbanización. Disponía de una casita, un pequeño garaje donde mi padre guardaba sus aperos y herramientas, un enorme jardín al que tanto mi madre como mi padre le dedicaban prácticamente todo el tiempo, y un pequeño huerto que en el que a mi padre le gustaba pasar el resto del tiempo.
Pasé
los días tumbada al sol leyendo, escuchando mi música favorita y combatiendo el
sol con una manguera de agua fría que hacía las veces de ducha improvisada en
el jardín. Si bien en la maleta había metido un par de tangas para tomar el sol
y que me dejasen la menor marca posible, decidí utilizar los bikinis más
discretos en presencia de mis padres, entre otras cosas porque las visitas de
otros vecinos tanto a tomar café como a charlar eran relativamente frecuentes.
Así conocí a Vicente y su esposa, el matrimonio de la parcela colindante, que
noche tras noche siempre pasaban un rato al atardecer a jugar una partida a las
cartas y contarse sus cosas.
Así
transcurrieron los primeros cinco días de mis dos semanas de vacaciones, hasta
que llegado el viernes a la mañana avisaron a mi padre de la Seguridad Social
por unas pruebas que tenía pendientes desde hacía unos meses. Debía ingresar
ese mismo viernes en el hospital de nuestra ciudad, así que marcharon a toda
velocidad dejándome sola en la casita. Le dediqué algo de tiempo al jardín y al huerto, y sobretodo aproveché
a tomar el sol con los tangas que delante de mis padres no me atrevía. Incluso
a sábado y sabiéndome sola en la parcela practiqué top less al igual que en la
playa. Siempre me ha gustado sentir el sol en mis pechos. Ese calorcito
especial que dora mi piel y que me permite lucir prendas y escote sin pensar en
las inoportunas marcas de sol.
Mi
mala cabecita quiso que ese mismo viernes a la tarde Don Vicente, el vecino de
parcela me sorprendiese tomando el sol
en top less. De hecho me pegó un buen susto cuando advertí su presencia en mi
espalda.
.-Perdona-
pronunció nada más ver mi reacción hecha un manojo de nervios-¿tus padres?-
preguntó acto seguido sorprendido el también por la situación.
.-
Tuvieron que salir esta mañana temprano, supongo que con las prisas se
olvidaron de deciros que marchaban- atiné a decir al tiempo que me incorporaba
de mi tumbona para ponerme en pie.
.-
Nada grave supongo- preguntó por el estado de salud de mi padre.
.-No,
nada grave, hacía tiempo que estaba esperando que lo llamasen para hacerse las
pruebas y le han dicho que tenían un hueco para este mismo viernes- le
expliqué.
.-Disculpa
que entrase sin llamar, la costumbre, como tus padres dejan siempre
abierto…-trató de excusarse medio balbuceando al tiempo que sus ojos se fijaban
en mis pechos desnudos.
.-
No tienes porqué disculparte, supongo que debería haber cerrado la puerta-
quise restarle importancia al asunto de que me sorprendiese medio desnuda
tomando el sol.
.-Dale
saludos a tus padres de mi parte- quiso despedirse medio nervioso de
contemplarme con un tanguita como única prenda.
.-Muchas
gracias, se los daré- lo acompañé hasta la puerta para cerrar el pestillo al
tiempo que lo despedía.
Por
lo demás el sábado transcurrió de lo más normal. Al menos eso creía. Como la
mañana permitía una tregua de temperatura aproveché a realizar algún cuidado en
el jardín, hasta que a eso de media mañana y con el calor apretando, decidí
parar y leer algo mientras me espatarraba al sol. La ropa que utilicé estaba
entre sudada y sucia de tierra, así que sin pensármelo dos veces me la quité en
medio del jardín y quedándome tan solo con mi braguita de algodón me remojé con
la manguera en el mismo césped antes de entrar en la casa a cambiarme. Mientras
lo hacía pude escuchar unos sospechosos ruidos provenientes del vallado de la
parcela colindante. Por un momento pensé que Don Vicente me estaba espiando
entre los huecos que el seto de cipreses entre ambas fincas le permitía. Mi
primer instinto fue el de cubrirme y correr a cobijo de sus miradas, pero ni
estaba segura de que me estuviese observando ni me apetecía abandonar la
sensación del agua de pozo refrescando mi cuerpo. Si me estaba observando mejor
para él. Además…, además podía dar algo de rienda suelta a esa vena algo
exhibicionista de la que hablé antes y de la que siempre me había tenido que
reprimir. Ahí y ahora estaba sola. Bueno, no tan sola. Tal vez sí. Tal vez me
gustase fantasear con la idea de que Don Vicente me observaba. Tal vez no hubiera nadie del otro lado del
seto. Fuera como fuese me gustó disfrutar de esa ducha y sus sensaciones.
Apuntar la manguera del agua a mis senos desnudos, mi vientre, mi pubis,
incluso tirar de la gomita de la braguita para dirigir el chorro de agua a mi
sexo. Si Don Vicente estaba al otro lado de la verja, de seguro que estaría
disfrutando del espectáculo. Estuve a punto incluso de tocarme, digo de tocarme
descaradamente porque lo que es acariciarme sutilmente lo hice todo lo
disimuladamente que pude.
Como
suele ocurrir en estos casos un segundo de cordura puso fin a mi pequeña
travesura. Ese instante de sensatez hizo que diese por finalizado el
espectáculo y me cobijase de miradas furtivas adentrándome en la casa para
darme una verdadera ducha y preparar la comida.
Fue
mientras comía cuando pensé en lo que había ocurrido a la mañana y de cómo me
había podido dejar llevar.
Madre
mía, estaba como una verdadera cabra. ¿Y si en verdad me había estado
observando Don Vicente?. ¿Cómo me había podido comportar de esa manera?. Bah,
seguro que son imaginaciones mías. Lo más probable es que los ruidos que
escuché fueran de algún pajarillo entre las ramas de los cipreses que hacían de
seto. Don Vicente no me espiaría. ¿O si?. ¿Sería capaz?. ¿Qué pensaría de mi?.
Nada, ¿que iba a pensar?, pues que me estaba refrescando. Si pero menudo
espectáculo. Tú no tienes de que arrepentirte de nada, en todo caso es él el
que debería avergonzarse de espiarte. Y así un pensamiento tras otro hasta que
terminada la comida, aposté por pasar el mediodía tumbada al sol. Como es
habitual en mí la locura pudo a la cordura y tras embadurnar mi cuerpo de
cremas decidí exponerme al sol tan solo con un tanga por prenda. Esta vez
decidí estar más atenta a los ruidos que pudiesen proceder de la valla de mi
vecino, y de seguro que si Don Vicente resultase ser un fisgón, podría
sorprenderlo y avergonzarlo por su comportamiento ante su esposa. Se lo tendría
bien merecido por baboso. Sí, ese era mi plan.
Pero
nada de nada. La tarde transcurrió de lo más monótona y aburrida. Y eso que
dediqué mis mejores posturas tratando de provocar el descuido y el error en mi
adversario. Un ruido que lo delatase, pero nada de nada. Me sentí totalmente
ridícula cuando ya casi al caer la noche escuché el ruido de su verja y el
coche, pero sobretodo la conversación de Don Vicente con su mujer en la que
comentaban la jornada en casa de su hijo el mayor. Al parecer se habían pasado
todo el día fuera de casa. Había hecho el ridículo toda la tarde y seguramente
todo el maldito día. ¿Cómo había podido ni siquiera pensar que mi vecino era un
pervertido cuando la necesitada era yo?.
Esa noche marché a la cama sin cenar.
El
domingo a la mañana decidí airearme y cambiar de registro. Me apeteció salir a
tomar una cervecita en el bar del pueblo. Tal vez tuviese suerte y conociese a
alguien interesante que me animase esas aburridas vacaciones que me esperaban
por delante, pero no fue así. Decidí caminar hasta el pueblo y hacer así algo
de ejercicio, por lo que me puse unas mallas de esas cortitas tipo bóxer de
caballero y un top ajustado en la parte superior. Atuendo más o menos habitual
en el gimnasio, pero que sin duda llamaba la atención para la gran mayoría de
hombres rurales que tomaban el vermú a esas horas. Absolutamente todos eran
octogenarios o bien del pueblo o bien jubilados de la urbanización. Por un
momento y a pesar de ser yo, me sentí incomoda siendo el centro de atención de
sus miradas, entre otras cosas porque mi
short deportivo dejaba entrever el inicio de mis cachetes del culo, y
aunque no podía verlos, intuía que cuando les daba la espalda aprovechaban para
repasarme el culo y mi figura de arriba abajo.
Aunque por otra parte, surgió esa chica malota que llevo dentro y
disfruté de sentirme deseada. Repito que siempre he tenido una faceta
relativamente exhibicionista en mi interior, que como mujer y madre debía
ocultar ante la presencia de familiares o amigos, y de la que disfrutaba en mis fantasías. Sin
llamar la atención en plan cualquiera, si que me gustaba vestir de lo más
provocativamente que la decencia y la corrección me permitía. Minifaldas,
medias, escotes, alguna transparencia, pero como digo siempre dentro de un
orden. Por eso me gustaba tanto el verano y la playa. Poder lucir mi cuerpo
semidesnudo en escuetos bikinis era sin duda para mí la mejor época del año.
Pasear por la orilla de la playa de la mano de mi esposo mientras otros hombres
me miran al pasar es una de esas sensaciones que me encantan, y con las que en
más de una ocasión fantaseaba luego en mi intimidad.
En
definitiva, me gusta que otros hombres me miren como hace tiempo que no me mira
mi esposo. Esos ojos furtivos aún en presencia de mi marido siempre me han
excitado.
Cuando
aprecié que todos esos viejos murmuraban
y babeaban más de la cuenta decidí regresar al terreno de la urbanización, y tras picotear poca cosa decidí echar la
siesta tumbada al sol en mi hamaca preferida. Por suerte el día no era
especialmente caluroso, por lo que al saberme sola me embadurné bien en
cremitas y me atreví a tomar el sol tan solo con un tanga de esos de hilo como
prenda. Al poco tiempo quedé medio dormida pensando en todo lo sucedido el día
anterior, en Don Vicente, en mis dudas sobre si me había estado espiando o no,
mis sentimientos, mi confusión durante todo el día….,unos golpes en la puerta
de entrada me despertaron del estado de ensoñación en el que me encontraba.
.-Perdona,
¿se puede?- reconocí la voz de Don Vicente al tiempo que abría la puerta de
acceso y se plantaba en medio del jardín. Su cara el verme medio desnuda
resultó ser todo un poema.
.-Si
claro, pasa- contesté sin meditar muy bien mis palabras sorprendida por su
presencia al mismo tiempo que me
incorporaba de la hamaca y salía a recibirlo a su encuentro.
Esta
vez me miró de arriba abajo relamiéndose de poder contemplar no solo mis pechos
sino también mi culete desnudo.
.-¿Qué
le trae por aquí?- pregunté mientras
comprobaba que apenas me miraba a los ojos
.-Caray
no quisiera molestar- dijo excusándose sorprendido de verme con tan escasa
ropa.
Creo
que me vine arriba al contemplar a aquel educado sexagenario babeando por mi
cuerpo. Parecía que mis pezones lo tuvieran hipnotizado. Se los mostré
orgullosa. Al fin una situación pareja a cuanto había fantaseado tantas veces
en mi soledad. En verdad que allí solos los dos, sin el juicio de mi marido,
familiares o amigos me sentí libre para ser yo misma y cumplir mis fantasias.
Me gustó el modo en que ese hombre me miraba y decidí jugar con él.
.-Ud.
nunca molesta Don Vicente- le dije jugando con el elástico superior del tanga.
.-Tan
solo pasaba para decirte que nosotros también nos vamos, debemos regresar a
nuestra residencia y te queríamos pedir que estuvieras al tanto del chalet. Ya
sabes, que no se metan okupas ni nada por el estilo. Y tú deberías tener más
cuidado- remató notablemente incomodo por mi falta de ropa.
.-No
se preocupe, estaré al tanto- le respondí dándole la espalda dispuesta a
tumbarme de nuevo en la hamaca y ofreciéndole la espectacular visión de mi
firme y dorado trasero en tanga.
Para
cuando me recliné en la tumbona Don Vicente todavía permanecía quieto como un
pasmarote alucinando con lo que acababa de ver.
.-¿No
se iba ya Don Vicente?- le pregunté con cierto rin tin tín.
.-¿O
quiere tomar algo?- le ofrecí que se quedara para poder disfrutar un poquito
más de mi pequeña travesura.
.-No,
no, yo ya me iba- respondió balbuceando algo incrédulo.
Debo
deciros que nada más que aquel hombre cerró la verja de la puerta de entrada
corrí al interior de la casa y me tumbé sobre la cama dispuesta a masturbarme.
¡¡¡Dios!!!,
nadie me había mirado de esa manera desde hacía mucho tiempo. Me devoraba con
sus ojos. Unos ojos oscuros que recorrieron mi cuerpo centímetro a centímetro.
Por unos instantes me sentí una diosa. Deseada. Deborada. Expuesta. Muy
expuesta. Tan solo deslizar mi dedito entre mis labios más íntimos y estos se
abrieron empapados por mis fluidos de hembra en celo. Que mojadita estaba.
Claro que hacía tanto tiempo que no tenía relaciones que no era de extrañar.
Apenas me di una tregua y mi primer dedito ya hurgaba mi interior. No hizo
falta ni que machacase mi clítoris. Mi tanga hacía tiempo que había sido despojado
de mi cuerpo y yacía en el suelo del cuarto. Con la otra mano comencé a
acariciarme los pechos mientras yo misma me penetraba con un segundo dedo.
Tenía urgencia. Urgencia por explotar en un orgasmo que calmase las sensaciones
de mi cuerpo y el lio en mi cabeza.
.-Ummhhhh,
siiih- un primer gemido se escapó inevitablemente por mi garganta con los
primeros espasmos de mi cuerpo.
Se
sucedió una segunda sacudida de mi cuerpo.
.-Joder,
siiiihhhh- de nuevo esa necesidad mía de chillar. No lo puedo evitar, lo sé,
soy muy chillona.
Después
se encadenaron un tercero, y un cuarto, un quinto y no sé cuantos más. Mi
cuerpo se tensó tanto que incluso tuve que arquear mi espalda sobre la cama
buscando algo de alivio en mi espina dorsal.
.-Siiiiiiih-
el alarido evidenció que al fín había
alcanzado mi recompensa.
Mi
respiración poco a poco comenzó a normalizarse. El corazón parecía salirse del
pecho. Mis pezones que hace tan solo unos instantes pellizcaba y retorcía
también se relajaron.
“¿Qué
me había pasado?”. Me pregunté.
Ni
yo misma acertaba a comprender lo que acababa de suceder. Desde que era
prácticamente adolescente que no entendía lo que le pasaba a mi cuerpo, y eso
mismo me había sucedido.
“¿Cómo
he podido?” cuestioné mientras recogía mi prenda del suelo para continuar con
mis tareas cotidianas como si nada de lo que acababa de ocurrir hubiera
sucedido.
Fue
a la mañana del lunes, cuando cuidando del seto colindante entre la finca de
mis padres y la del vecino que descubrí una puerta que comunicaba ambas parcelas.
Me sorprendió mi hallazgo. Esta vez me fijé más detenidamente. La puerta
permanecía oculta por los mismos cipreses. Busqué un candado en alguno de los
lados pero tan solo hallé una cerradura oxidada por el paso del tiempo que
evidenciaba hacía tiempo no se empleaba esa puerta. Parecía como si en otro
tiempo ambas fincas estuviesen unidas. Recordé el cajón de la cocina en el que
mi padre guardaba un montón de llaves viejas. Pensé que alguna de esas llaves
pudiera abrir la puerta. De poder acceder a la finca del vecino disfrutaría el
resto de mi estancia de su piscina, lo que aliviaría considerablemente el calor
que anunciaba la tele para los próximos días.
Voilá.
Tras forcejear un poco con una de las llaves que encajaba en la cerradura la
puerta se abrió sin más, permitiéndome el acceso a la finca del bueno de Don
Vicente.
Cuan
chiquilla que comete una pequeña travesura corrí a por mi toalla dispuesta a un
primer chapuzón en la piscina. Me sentó a gloria divina. De regreso a la
parcela de mis padres me percaté de que una de las tumbonas plegables que
utilizaba mi madre podría pasar entre el seto y la puerta, así de esta forma
podría leer y tomar el sol a la orilla
de la piscina de tal forma que pudiera refrescarme al antojo en cualquier
momento.
Dicho
y hecho, instalé mis bártulos en la piscina del vecino.
Ese
día llevaba un bikini negro de dos piezas. El top que consistía en un par de
triángulos unidos por un cordón y la braguita otros dos triángulos también
unidos por el mismo tipo de cordón que por cada lateral anudaba en mi cintura.
Rematé mi ocupación con una botella de agua fresca para hidratarme.
Tras
dos o tres hojas del libro comencé a tener calor. Enseguida me desprendí del
top de mi bikini para quedarme en top less y poder rociarme el cuerpo con un
pulverizador para pasar la calor. Pero ni aún con esas. O me lo parecía, o ese
día hacía muchísima calor. Tardé poco tiempo en darme el primer chapuzón. Lo
cierto es que el resto de la mañana y de la tarde lo pasé tumbada al sol en la
piscina del vecino.
Al
día siguiente, martes, pensé en repetir la jornada del día anterior. Para ese
día decidí ponerme el tanguita de hilo, ese que no deja incomodas marcas en mi
cuerpo, el que apenas cubre mi sexo y poco más.
Tal
vez esa agradable sensación de calor bronceando mis pechos hasta la mismísima
aureola de mis pezones, el sentirme medio desnuda en una propiedad ajena, o el
encuentro amoroso de los protagonistas de mi lectura, que sin querer comencé a
acariciarme. Hasta que a lo que me dí cuenta mi mano se deslizaba por debajo de
la escueta tela del tanga en busca de mi sexo.
Ese
primer tímido rocecito de la yema de mi dedo y mi botoncito mágico del placer
me fue casi inconsciente. Le sucedió una segunda pasadita, otro roce, comprobar
y apreciar la tira de pelillos que decoran mi pubis, de nuevo esa protuberancia
en medio de mis labios más íntimos.
.-Ummmh-.
Joder ya estaba cachonda otra vez. Definitivamente cerré el libro y me abandoné
a mis caricias y mis pensamientos.
Recordé
el brillo en los ojos de Don Vicente el domingo que pasó para despedirse y pudo
verme los pechos. No solo los pechos, medio desnuda. Deseoso. Sus ojos clavados
en mi cuerpo. En esos momentos, con esos pensamientos dando vueltas en mi
cabeza, necesitaba que mis manos fueran la caricia que la mirada de Don Vicente
desearía. ¿Qué me hubiera hecho ese hombre de habérselo permitido?. ¿Cómo sería
como amante?. ¡Hay si Don Vicente
supiera de todos mis pensamientos y fantasías!.
Sentí
una necesidad imperiosa de torturar mis pezones. ¿Sería brusco conmigo?. ¿O
sería todo un caballero?. Enseguida descarté la segunda opción. Para tipo
caballeroso ya tenía a mi marido el cual me respetaba en todo momento. Era mi
fantasía y necesitaba que Don Vicente no fuera tan respetuoso conmigo. Quise
imaginármelo brusco, duro, ansioso.
.-Ay-
esta vez me pellizque los pezones lastimándome yo misma al tiempo que un
escalofrío recorría mi espina dorsal desde mis pechos hasta mi sexo.
¿Qué
me haría ese hombre de poseerme?. De seguro me recogía el pelo en una cola de
caballo y me obligaba con dolor en las raíces de mi cuero cabelludo a
arrodillarme ante sus pies. Me imaginaba de rodillas a sus pies. Mis ojos
clavados en los suyos con una buena polla de por medio. Desnuda. Humillada.
¿Humillada?. ¿Porqué no?. Tenía que
hacerme sentir sucia. Arrastrada. De seguro me obligaba a practicar sexo oral
de rodillas con las manos a la espalda como había visto en filmes tipo
Historias de “O” y Enmanuelle.
A
esas alturas una mano torturaba mis pechos mientras la otra adquiría un ritmo
frenético penetrándome yo misma a dos dedos. Imagine que Don Vicente me
golpeaba la cara con su miembro mientras yo permanecía postrada a sus pies. O
mejor, un par de bofetadas en la cara, algún insulto. Nunca mi imaginación
había traspasado ciertos límites, y sin embargo allí y en ese momento, me excitaba sobremanera traspasar esos límites.
“Puta”
resonó en mi cabeza en boca de mi amante. “Puta”. Me repetí mentalmente una y
otra vez. Joder, era todo tan distinto, tan vulgar, sucio, humillante,… que mi
mente necesitaba más.
.-Ohhh,
siiihh-. Me corrí. Fue repetir la palabra que mi marido nunca pronunciaría e
inevitablemente me corrí.
Mi
respiración se recuperó poco a poco. Me costó recuperarme. El orgasmo resultó
ser bastante intenso. Estaba agotada. Decidí darme un baño, eso calmaría mi
estado. El resto del día transcurrió más o menos de lo más normal, salvo que yo
misma me avergoncé en algunos momentos por haberme excitado con ideas tan
vergonzantes.
Como
no podía ser de otra forma el miércoles repetí baño en la piscina del vecino.
Otra jornada dispuesta a disfrutar del sol, la lectura y la piscina. Ese día la
mañana era especialmente calurosa y el libro transcurría por capítulos algo
aburridos. Así que comencé a pensar que podía hacer para disfrutar de uno de
los últimos días de mis vacaciones.
.-Ya
está- pensé- ya sé lo que se me apetece-. Al igual que los protagonistas del
libro disfrutaban de una copita de champagne en la cubierta de un majestuoso
crucero, yo podría disfrutar de una copita de cava en mi piscina particular.
Dicho y hecho, regresé de la parcela de mis padres con una champanera llena de
hielo, una copa de cava de esas viejas tipo Mari Antonieta, y una botella de
Codorniu que mi padre debía guardar por si alguna celebración.
La
primera copa cayó casi de un sorbo. La segunda algo más lenta, y traté de
saborear la tercera. A los pocos minutos el alcohol se me subió a la cabeza más
de lo que suele ser habitual en mí. Con ese punto de alegría decidí darme un
baño para serenarme.
¿Y
si me baño desnuda?. Apenas me lo pensé. Deslice mi tanga por mis muslos y
completamente desnuda me tiré de cabeza al agua. La sensación era de los más
agradable y placentera.
“Estas
como una cabra” me dije mientras me secaba con la toalla al salir del agua.
“Menudas
vacaciones, estas más tiempo desnuda que vestida” dialogaba conmigo misma en mi
cabeza.
“Si
te viese tu marido, desnuda, en la propiedad del vecino. Mira que eres”
pensaba.
“Por
eso mismo pasas tanto tiempo desnuda, porque no está el remilgado de tu marido.
De estar él presente olvida todas estas locuras” me replicaba a mí misma.
“Ya
pero aunque no esté tu marido debes seguir comportándote como una mamá decente
y fiel esposa. Además está tu padre. ¿Qué pensará tu padre si algún cateto del
pueblo le cuenta lo sucedido en el bar a la mañana?. ¿O si Don Vicente le
cuenta algo a tu padre de cómo estaba tomando el sol?. Madre mía que
vergüenza.”
Mi
cabecita pensaba al cien por hora. Comenzaba a pensar que mi exhibición ante el
vecino había sido un error. No debería haberme recreado tanto ante él.
“¿Y
si en verdad le decía algo a mi padre?. Me pondría de puta para arriba. ¿Sería
así como me vería un señor de su edad por tomar el sol medio desnuda?. ¿Cómo
una cualquiera?. ¿Y qué?. Precisamente era esa forma de provocar lo que más me
excitaba. Estaba cansada de mi papel de buena esposa. Al menos en mis fantasías
podía disfrutar de otros roles.”
Tras
dos o tres largos ya tenía claro cómo iba a terminar aquel baño, sin tan
siquiera secarme con la toalla sentí la urgencia de tumbarme y tocarme para ser
quien quisiera ser.
Como siempre, unas primeras caricias como
quien no quiere la cosa, dejando volar la mente. Me
recliné sobre la hamaca. La luz del sol y su calor de la mañana caían
sobre mis pechos desnudos. Disponía de todo el tiempo que
quisiera. Sin prisa. Me sonreí al verme desnuda y apoyé una mano en mi
vientre liso, acariciándome lentamente la piel suave alrededor de mi ombligo. La
otra mano se deslizaba ya por uno de mis senos. Me gustaba la sensación
del calor del sol del verano en mi piel. Miré hacia abajo para estudiarme
a mí misma... mis pechos, mi vientre, mis piernas. “Joder no estoy tan mal” me
dije. “Tienes un cuerpo hecho para follar” fui in crescendo mis pensamientos
hacia lo vulgar. “Y para que te follen bien follada” pensé como una poligonera.
Mis propios pensamientos me
excitaban.
En eso que mis dedos acariciaban
ya mi piel por debajo del ombligo. Sentí mi cuerpo temblar un poco al
reconocer el inicio de mi cuidado bello púbico. Esa fina tira de pelillos
afeitados, casi rasurados que decoran mi monte de venus.
La yema de mis dedos recorrió
esa autopista hacia mi sexo y comprendí en ese momento que me dedicaría el
tiempo que fuera necesario, pero que ya era hora. Moví un muslo hacia
arriba para exponer mi sexo al calor del día. Mojé deliberadamente las
yemas de mis dedos con la boca y luego separé suavemente mis propios labios rosados,
sin tocar el clítoris aún intencionadamente, todavía no. Despacio. Con
tiempo.
Recorrí mis labios íntimos con
dos dedos, imaginando que era la lengua húmeda de algún amante. Mi
respiración comenzó a acelerarse mientras empezaba a frotarme con más urgencia. Estaba
tentadoramente cerca de penetrarme, pero no lo haría del todo, esta vez no,...
si hubiera estado con mi esposo, habría estado impaciente por entrar, siempre
lo estaba, pero en este caso podía ser paciente.
Abrí mi otra pierna para exponerme
bien al sol. Me gustaba sentir el calor en mi sexo. Ardía. Ardía por
dentro y por fuera.
Arqueé un poco la espalda sobre
la hamaca y noté que mis pezones estaban algo quemados por falta de crema y extremadamente
erectos. De hecho, mis pechos se habían enrojecido, y a pesar de ello
necesitaba pellizcarlos hasta sentirlos
verdaderamente doloridos. Era como si mi imaginario amante los hubiera
torturado. Joder, esa idea de algún maquiavélico amante lastimándome mis pezones
me llevó a lo inevitable.
Me penetré bruscamente con dos
dedos doblados hasta el fondo de tal forma que resultó imposible no dejar escapar
un pequeño grito ahogado.
Estaba mojada, muy mojada, suave
y necesitada.
Empujé mis dedos más
profundamente y masajeé mi clítoris con la palma de la mano. Fue brutal,
muy bueno. Mis dedos nunca habían entrado tan profundo como en ese
día. Así que me volteé boca abajo, abrí bien las piernas, exploré los
labios de mi coño en la nueva posición y me penetré a tres dedos. Me
imaginé que me lo estaban haciendo duro, por detrás, con brusquedad. Que mi imaginario amante abusaba de su peso y
su fuerza para forzar mi cuerpo contra la tela de la hamaca mientras me follaba
sin descanso, masajeando bruscamente mi clítoris contra la
toalla. Empecé a jadear, a punto de correrme.
Estaba disfrutando de la rudeza
de la masturbación, buscaba ese punto en el que perdía el control y mi cuerpo
era invadido por oleadas de orgasmos hasta no poder detener los estremecimientos
involuntarios. Mi cuerpo estaba cubierto de gotas de sudor mientras me
levantaba sobre los codos, buscando la máxima fricción entre mi coño y la
toalla. Funcionó. Me corrí, grité y me derrumbé boca abajo sobre la
hamaca. En esos momentos podía escuchar a los pajarillos mientras yacía allí,
acalorada y sudorosa.
Después de un tiempo, me dí la
vuelta de nuevo. “Joder. Ha sido una pasada” pensé, pero quería más. No me iba a conformar
con lo sucedido. Necesitaba más.
Necesitaba ser penetrada. Yo nunca
había tenido un vibrador. La idea de un consolador de plástico, de metal o
artificial, nunca me había seducido, pero en esos momentos necesitaba algo más
que mis dedos para calmarme del todo. Necesitaba una locura. Dilatarme hasta
lastimarme. Necesitaba que mis sensaciones acompañasen mis pensamientos.
Necesitaba repetir y necesitaba ser un poco más creativa en mi masturbación.
Consideré introducirme algunos
objetos pues realmente anhelaba sentir lo más parecido a la penetración con una
buena polla. En mi perverso juicio necesitaba de algo más grande al tamaño de
mi esposo. Mi mente se desvió hacia el refrigerador... “fruta - no, pepino
- no, demasiado grande, calabacín - no, no lo suficientemente grande”... . De
repente vislumbre la botella de cava que me había preparado.
“Estas muy salida” me dije al
tiempo que situaba el cuello de la botella entre mis piernas.
Estaba helada en contraste al
calor de la cara interna de mis muslos. Eso me excitó aún más. Sin apenas
pensarlo dos veces el cuello de aquella botella recorría mi intimidad de arriba
abajo separando mis labios vaginales. Duro, frío, del tamaño perfecto. Apenas
un par de sube y bajas y mi cuerpo ya se retorcía de placer. Dios, para colmo el
final de ese cuello me producía sensaciones indescriptibles al acariciar mi
clítoris. Sopesé si introducírmelo o no. Pero temí lastimarme.
En mi imaginación mi amante me
torturaba demorando el momento de penetrarme. Aunque era algo que de vez en
cuando le gustaba hacer también a mi marido, esta vez me imaginaba más brusco,
más soez.
.-¿Quieres que te penetre?- un
tipo cachas, rapado, con un cuerpo lleno de tatuajes y de piercings me sometía
al placer de mi imaginación.
.-Siiiih- le suplicaba en mi
imaginación.
.-¿Quieres que te folle como no
te folla tu maridito, no?- me enloquecían sus burdas palabras.
.-Eso es, siiih, fóllame- le
rogaba una vez tras otra.
.-Pídemelo otra vez- imaginaba
que el tipo disfrutaba de verme tan cachonda con su verga entre mis piernas.
.-Quiero que me folles, lo oyes,
quiero que me folles como nunca me lo han hecho. Quiero que me la metas hasta
el fondo, que me hagas correr sin acariciarme, solo con tu polla. Quiero que me
trates como no lo hace mi marido, quiero que saques lo peor de mi. Joder
cabrón, no me busco un amante para que me trate como a una dama. Quiero un
amante para hacerme sentir como una guarra. Así que fóllame, fóllame de una
maldita vez-. Y tras mi manifiesto mental cometí el grave error de penetrarme
con el cuello de la botella presa de la excitación. Fue desgarrador. Sin duda
me lastimé ahí dentro.
De repente mi cuello uterino
escocía por dentro. Necesitaba alivio al mismo tiempo que terminar la locura
iniciada.
¿Hielo? Hielo. Sí,
hielo... no estaba segura de cómo, pero tal vez funcionase.
Cogí un cubito de hielo de la
champanera y lo llevé contra mi pezón izquierdo. Inevitablemente jadeé al contraste de
temperatura. Algo me dolió aunque me gustó. Observé cómo se derretía por
mi pecho y bajaba por mi vientre hasta detenerse en mi ombligo. Otro
pequeño goteo alcanzó el clítoris y de repente fuí intensamente consciente de que
mi coñito ardía por dentro. Bajé mi otra mano y me abrí mis labios de
nuevo. Podía verme a mí misma, los pliegues de color rosa oscuro pidiendo
a gritos que la follaran como fuese. La
mano que jugaba con el cubito se deslizó suavemente por mi cuerpo hasta
alcanzar mi clítoris y mi rajita. Mi cuerpo se encogió por los hombros de
inmediato. Dios, era una pasada. El cubito se derritió contra mi piel
y sentí que se deslizaba por mis labios y luego mi perineo hasta refrescar mi
culito. Caray, de nuevo me estaba poniendo caliente. Los juegos
previos habían terminado. Era hora de ponerse seria.
Me recosté levantando, separando
y abriendo las rodillas. La luz del sol seguía cayendo sobre mi cuerpo
cuando tomé dos hielos de la champanera y los inserté muy deliberadamente en mi
interior. Gemí. Fue inevitable. Había una magnífica sensación de
estar entumecida por el hielo pero muy consciente de todo lo que tocaban. Podía
sentir cómo se derretían en mi interior. Agarré otros dos cubitos y los inserté
nuevamente en mí de la misma manera. Todavía quedaba algo de los
anteriores en el interior de mi vagina, así que comencé a sentir que me estaba
llenando. Podía sentir muy dentro de mí misma dónde se tocaban y era como
los dedos de un amante hambriento pero duros y húmedos al mismo
tiempo. Introduje algunos cubos más y luego comencé a
correrme. Habían encontrado mi punto “G” y estaba a punto de perder el
control. Dolía de la forma más deliciosa... exactamente como deseaba
que me follaran. Podía sentir el líquido escurriendo de mi interior,
saturando todo mi coñito y refrescando el anillo de mi ano. Puse unos últimos
hielos dentro y luego acaricié mi clítoris con los dedos helados aún. Los
extremos de temperatura en contraste eran demasiado para mí y me corrí, gritando
y chillando pero sobre todo derritiéndome por dentro. Fue brutal.
Permanecí
un tiempo exhausta sobre la tumbona con las piernas abiertas recibiendo al sol,
el coño empapado, algo dolorido, el cuerpo sudoroso y la respiración agitada completamente
satisfecha. Tumbada al sol como estaba me quedé dormida unos minutos más
tarde. Cuando desperté una extraña sensación entre picor y dolor en el interior
de mi vagina me recordaba a cada momento lo que había sucedido. Me gustaba esa
sensación, además de las molestias genitales por el posible desgarro me
producía cierta vergüenza y ambos sentimientos me enorgullecían y satisfacían
al pensar que había sido capaz de acometer y traspasar ciertos límites que creí
nunca haría.
Por
cierto, me pasé toda la tarde dándome cremitas íntimas para aliviar mis
sensaciones.
A
la mañana siguiente me demoré un poco en
ponerme mi tanguita dispuesta a pasar a la finca del vecino y disfrutar de mi
particular baño. Advertí la presencia de un hombre en la finca de Don Vicente cuando
me encontraba ya con la llave en la mano y dispuesta a abrir la puerta que
separaba ambas fincas. Me escondí entre los arbustos y el seto dispuesta a
observar quien podía ser aquel individuo, pero sobretodo dispuesta a averiguar
que hacía allí. Se trataba de un hombre más o menos de mi edad, bien
vestido, que merodeó un rato por el
jardín. Por un momento temí fuera un intruso pero me calmé cuando comprobé que
accedía al interior de la vivienda con llaves. Se demoró en volver a salir.
Seguramente se trataría de algún familiar que venía a dar vuelta. Decidí que
ese día no habría piscina y me dirigí a la tumbona de mi madre resignada ante
la situación.
Al
poco de estar tumbada al sol escuché que alguien daba unos golpes en la puerta
del jardín de mis padres. Fui a ver quién podía ser. Nada más abrir pude
comprobar que era el tipo que antes husmeara por la finca de los vecinos.
.-Hola,
soy Borja, soy sobrino de Don Vicente- la presentación fue interrumpida una vez
que el chaval comprobó que había salido a recibirlo tan solo con un diminuto
tanga cubriendo mi cuerpo y mostrando orgullosa mis senos.
.-Hola
Borja, yo soy Sandra- le respondí.-Encantada de conocerte- esta vez fui yo
quien disfrutando de tomar la iniciativa aproveché para intercambiar dos besos
uno en cada mejilla con el muchacho y rozar así mis pechos contra su torso. Una
vez cuerpo a cuerpo me pude comprobar que el tal Borja tendría entre veinticinco
o ventiseis añitos.
.-Dime
Borja, ¿qué te trae por aquí?- quise saber el motivo de su visita algo
intrigada ante sus ojos clavados en mis pechos. La cosa venía de familia.
.-Oh
nada- atisbó a pronunciar sin apartar la vista de mi cuerpo. –Me llamó mi tío
para que le hiciese el favor de pasar a darme una vuelta. Él no podía. Al
parecer le llamaron de la empresa de seguridad avisándolo de que habían
alertado la presencia de alguien en el interior- se explicó sin dignarse siquiera
a mirarme a la cara en todo este tiempo.
Sus
palabras me inquietaron.
.-¿Co…,
co…. cómo que lo alertaron de la empresa de seguridad?- pregunté muerta de
miedo.
.-Si,
al parecer habían visto algún intruso por las cámaras de seguridad- se explayó
el muchacho aumentando mis temores.
.-Tus…
¿tus tíos tienen cámaras de seguridad?- tartamudeé al preguntar temiéndome que
alguien me hubiera podido estar observando, y lo que podía ser peor: grabando.
.-Eso
es, por eso me han llamado- respondió como si fuera lo más normal del mundo.
.-¿Te
puedo preguntar una cosa?-. Esta vez alzó la vista para mirarme por primera vez
a los ojos.
.-Si
claro- respondí algo más inquieta por su
mirada clavada en mis ojos. Casi preferí que me mirase a los pechos, parecía un
muchacho más dócil y menos dominante.
.-¿Tú
has visto algo raro por aquí?- quiso saber.
.-La
verdad es que no- respondí.
.-Supongo
entonces que no tengo de que preocuparme, habrá sido algún gato o cualquier
otro animalillo quien hiciese saltar las alarmas- razonó en voz alta.
.-Eso
será, porque lo que es yo no he visto nada raro- traté de disimular.
.-¿Quieres
pasar a tomar algo?- me ofrecí tratando de sonsacarle algo más de información a
aquel chico sobre lo que podía haberle contado su tío y la información que pudiera
tener acerca de las supuestas cámaras de seguridad que no advertí.
Cuando
se fue no pude evitar cubrirme con algún pareo. Estaba muerta de vergüenza, y
esta vez no era algo que me gustase. El resto de días no volvieron a ser lo
mismo. No pasé más a la finca del vecino, se acabó la piscina, e incluso el
libro se tornó aburrido. Tampoco quise preocupar a mi marido y decliné regresar
antes a casa, pero reconozco que el resto de esos días ya no fueron lo mismo.
“¿Y
si alguien me hubiera estado grabando?”. La duda me atemorizaba.
Besos,
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