Estaba desesperada, llevaba ya
demasiado tiempo en paro, y me había convertido en una de esas cifras que de
vez en cuando sueltan en los telediarios informando como si nada importase al
resto de compatriotas, pero alertando de que millones de personas en España
como yo, no cobran ningún tipo de desempleo o de subsidio. Hacía un par de
meses que yo era una más de esas personas. Si con la poca ayuda del subsidio y
el ridículo sueldo de mi marido ya tenía que obrar milagros económicos para
llegar a final de mes, imaginaos desde hacía unos meses en los que ya no tenía
derecho a ningún tipo de prestación. ¡Malditos políticos!. Ellos si tienen derecho a despilfarrar mis
aportaciones que como cotizante he realizado durante todos estos años atrás, y
de los que no me han devuelto ni una mísera parte. La situación comenzaba a ser
dramática en mi hogar, durante el transcurso de este mes ya no pude evitar
devolver algunos recibos al banco al no poder hacer frente a los pagos.
Necesitaba dinero urgente como fuera.
Por eso enviaba mi curriculum
a cualquier tipo de oferta que se me presentase. Me daba igual si tenía o no
que ver con mis diez años de experiencia laboral, o con mi formación
universitaria y algún máster de complemento. Me apuntaba a toda oferta con tal
de ingresar dinero en la cuenta.
Para los que no me conozcan
decir que me llamo Sandra y tengo treinta y dos años. Estoy casada con un
marido maravilloso con el que he tenido un hijo al que adoro por encima de
todas las cosas. Siempre he sido fiel a mi esposo, aunque debo reconocer que no
es todo lo creativo que yo deseara en la cama. Pero sobretodo es buena persona
y lo respeto. Yo me alivio sola cuando no está en casa, imaginando un ciento de
situaciones que podían presentarse en mi vida, o volviendo la vista atrás a
cuanto pudo haber sucedido en otras ocasiones y no sucedió.
Mi esposo trabaja como
comercial, y últimamente se pasa muchas horas fuera de casa tratando de cerrar
contratos hasta muy tarde. La crisis ha hecho que se reduzcan notablemente sus
incentivos variables, que el pobre trata de paliar con horas y horas de
trabajo. Al menos eso me dice.
El caso es que un martes a la
mañana leí el siguiente anuncio en un periódico local de mi ciudad:
“Se busca camarera para
trabajar en local nocturno. No es necesaria experiencia, tan solo buena
presencia. Interesadas contactar con Mario en el teléfono: 69 3 555 6969”.
Creo que me sorprendió ese
anuncio por la época del año en la que estábamos. A principios de agosto no era
habitual encontrar este tipo de ofertas que siempre son más frecuentes hacia
inicios del verano. Supuse que les urgía encontrar a alguien y por eso no
requerían experiencia. Me animé a llamar. Me quedé algo desconcertada cuando me
contestó una voz femenina a la llamada, pregunté por el tal Mario pero me
indicó que no podía ponerse en esos momentos. Le dije que estaba interesada en
lo del anuncio de la prensa y muy amablemente me indicó que les urgía contratar
una camarera antes del fin de semana, y que si no tenía inconveniente me pasase
por el local esa misma tarde pues seguro que estaba su jefe. Me advirtió que el
trabajo era en horario nocturno hasta el cierre del local prácticamente de
madrugada, a lo que le respondí que no tenía inconveniente. Me indicó el nombre
del bar: “Caprichos”, me facilitó la dirección y se despidió hasta conocernos
personalmente a la tarde.
Marché a casa contenta por
haber podido concertar una entrevista de trabajo. La única en mucho tiempo, y
comencé a ilusionarme con el dinero que podía ganar. Al mismo tiempo estuve
dándole vueltas a la cabeza de cómo podía convencer a mi marido para que no
pusiese objeciones a este tipo de empleo. En su educación tradicional y
conservadora seguro que no aceptaba que su mujercita trabajase como camarera en
un pub. Aunque trabajador y honesto, mi esposo no dejaba de ser de ese tipo de
hombres que anteponen su orgullo y dignidad a las necesidades reales. Claro que
él no hacía las cuentas a final de mes y vivía ajeno a las circunstancias.
Decía que con matarse a trabajar tenía bastante y que no lo atosigase con más
problemas, que bastante tenía él con los suyos, y por eso delegaba bajo mi
responsabilidad las cuentas de la casa. Pero…¿qué hacer cuando el dinero no
alcanza a final de mes?. Yo, en contra
de su educación, estaba dispuesta a encomendarme lo mejor que supiera a mi
nuevo trabajo con tal de ganar dinero.
Me pregunté qué ropa sería la
adecuada para acudir a ese tipo de entrevista. Revisé todo mi armario y al
final opté por una minifalda negra estampada con motivos florales y un top
blanco de lycra que se ajustaba bastante a mi cuerpo. Por delante mostraba un
generoso escote que se disimulaba con algún pliegue de telas en la prenda, en
cambio por la espalda se ceñía bastante a mi piel. Tal vez por eso decidí no
ponerme sujetador, pues este se notaría en mi espalda. Las sandalias y el bolso
eran también blancos más o menos a juego. Me miré en el espejo antes de salir,
estaba perfecta, enseñaba lo justo, ni mucho ni poco, eso sí, bastante
insinuante. Cuidé los complementos, pendientes, collares, anillos… y no sé por
qué en el último momento tuve la corazonada de quitarme la alianza de casada.
Un sexto sentido me dijo que tal vez fuese mejor por el momento ocultar esa
faceta de mi vida.
Nada más llegar a la dirección
indicada y ver el letrero del pub ya advertí que se trataba de una especie de
disco pub con mucha marcha por las noches. Respiré aliviada nada más entrar,
por unos instantes me lo había imaginado mucho peor, temí que se tratase de un
local de alterne, citas o yo que sé qué barbaridad, pero lo cierto es que era
una mini disco de lo más normal, que durante la semana servía algún que otro
café.
La entrada era un pasillo
alargado con una barra al lado que hacía una pequeña “L” con la pista de baile
al fondo. A lo largo de esta barra había
algún que otro taburete de esos altos, en los que a esas horas apenas había
media docena de hombres bebiendo cerveza o tomando café. La pista de baile en
la que finalizaba la parte pequeña de la barra era bastante grande, de forma
prácticamente cuadrada, con muchas luces de colores alrededor y con una gran
bola de cristal en el techo. También había muchos espejos por las paredes de la
pista de baile. De esta forma las luces de los focos se debían reflejar por
todas partes cuando estuviesen encendidos. Al otro lado de la pista de baile
había otra pequeña barra y las puertas de acceso a los aseos públicos.
.-“Hola soy Sandra, he llamado
esta mañana por lo del anuncio en el periódico y me han dicho que esta tarde
podría encontrar por aquí a Mario, ¿sabes dónde puedo localizarlo?” le pregunté
a una de las dos chicas que vi tras la barra lateral de la entrada.
.-“Mario todavía no ha
llegado, si quieres te sirvo una copa mientras lo esperas” me respondió sin
cara de muchos amigos la chica que me atendió. Yo me quedé algo sorprendida por
su reacción tan seca y desentendida.
.-“¿Sabes cuándo llegará?” le
pregunté algo mosqueada por la situación.
.-“No tengo ni idea. El jefe
viene y va cuando le da la gana” me dijo como esperando a que le pidiese una
consumición.
.-“Sino te importa le esperaré
aquí hasta que llegue” la dije tomando asiento en una de esas butacas altas
junto a la barra y dispuesta a observar y averiguar el porqué del mal carácter
de la que podía ser mi nueva compañera.
.-“Lo que tú quieras. ¿Vas a
tomar algo?” insistió en preguntarme una vez más.
.-“No gracias” le respondí yo
tajantemente ante su insistencia. No estaba dispuesta a gastar un dinero que no
me sobraba.
Una vez me dio la espalda, me
acomodé en el taburete y me dediqué a observar los detalles que podían
desvelarme alguna pista acerca de cómo enfocar la entrevista.
Lo primero que me llamó la
atención era la decoración del bar, parecía una réplica barata de fiebre del
sábado noche, ambientado en los años 70 y 80, con alguna que otra pequeña
deficiencia en la pintura.
Nada más darme la espalda pude
fijarme en la chica que me recibió tras la barra del bar. Parecía más o menos
de mi edad. También rubia, llevaba puestos unos shorts vaqueros recortados que
dejaban entrever los cachetes del culo en su inicio. Daba la impresión de que
se había pasado recortando los jeans, pues no creo que los comprara así. Aunque
tenía algo más de culo que yo, lucía buenas piernas, ni gordas, ni delgadas.
Llevaba puesta una camiseta negra de tirantes finos. Se notaba que no llevaba
sujetador debajo, tampoco lo necesitaba pues no tenía mucho pecho.
A lo lejos de la barra, en la
zona de “L” y frente a la pista de baile, había otra chica. A pesar de la luz y
la distancia me pareció algo más joven, entorno a los veintitantos diría yo.
Esta chica llevaba una minifalda de esas elásticas que le marcaban sus curvas.
Estaba algo más rellenita, por eso sacaba partido de su escote con una camiseta
que dejaba entrever su enorme pecho.
Por lo demás me fijé en la
clientela. Todos cincuentones o sesentones, apostados en la barra del bar para
mirar disimuladamente a las chicas que les servían tras la barra. El uno hacía
como que miraba la tele, en la que retransmitían no sé qué absurdo deporte de
olimpiadas, mientras de reojo no le quitaba la vista a la chica que enseñaba
los cachetes del culo. Otro fingía leer el periódico fijándose en los mismos
detalles que su compañero de barra. Un
par de tipos trajeados no le quitaban el ojo a la otra compañera, que les
mostraba el escote prácticamente enfrente de ellos cada vez que se agachaba a aclarar la
vajilla.
Por último, el más cercano a
mi posición no dejaba de mirarme alertado seguramente por la conversación entre
la camarera y yo. Me repasaba inquisidor de arriba abajo con la mirada hasta
llegar a ponerme nerviosa. No dejaba de mirarme las piernas desde los tobillos
hasta cuanto mi falda le dejaba ver,
esperando seguramente el menor descuido con cada cruce de mis piernas.
Vamos, otro típico baboso de bar que se fija en las camareras.
No había que ser muy
inteligente para deducir que la clientela fija del pub eran señores más o menos
entrados en años que bajaban a contemplar a las camareras. Me pregunté si yo sería capaz de encajar en
ese tipo de ambiente. Incluso estuve tentada de marcharme de aquel garito, sino
fuera porque necesitaba desesperada el dinero. Una mujer recatada, decente
esposa, y madre ejemplar, estaba claro que tendría que transformarse en un
estereotipo de mujer mucho más descarada y alegre si quería durar en un trabajo
como ese.
Pude mentalizarme mientras
aguardaba la llegada del jefe. Estuve esperando más o menos una hora que se me
hizo eterna por las distintas miradas a las que era sometida, tanto de la chica
de la barra y posible futura compañera,
como del señor del taburete más cercano. Para colmo el aire
acondicionado no era muy potente, y a pesar de estar algo más fresco que en el
exterior, seguía haciendo calor dentro del local. Enseguida comencé a sudar
presa de los nervios. Lo que me llevó a pensar
que la generosa vestimenta de las chicas podía deberse al calor y no a
las expectativas de los clientes.
La entrada del tal Mario me
pilló de sorpresa, antes de que pudiera darme cuenta accedió al interior de la
barra por mi espalda.
.-“Hola Lucio” saludó al tipo
de la barra que había estado observándome todo este rato.
.-“Hola Mario” le devolvió
cordialmente el saludo el cliente, como si se conocieran de toda la vida.
.-“Hola Marta” saludó a la
chica de la barra al pasar a su lado, al tiempo que le daba una sutil palmadita
en el culo ante la envidiosa mirada del tal Lucio. Luego sin preámbulos ni más
dilación abrió la única caja registradora a mitad de la barra y retiró casi
todo el dinero como con prisas.
.-“Hay una chica esperándote”
pude leer en los labios que le indicaba la tal Marta a su jefe señalando mi
posición. El supuesto jefe se volteó por un instante para observarme y le dijo:
.-“Que espere cinco minutos y
dile que suba”. Aunque no podía escucharles, pude intuir que le decía algo así,
y dicho esto desapareció por una puerta tras la barra que había pasado
inadvertida para mí hasta ese momento.
A los pocos minutos la chica
se acercó hasta mí y levantado parte de la barra que quedaba en la esquina a mi
espalda me indicó que pasara.
.-“Encontrarás a Mario, el
jefe, subiendo las escaleras” me dijo nada más abrir la puerta oculta que
quedaba en medio de la barra.
Tras la puerta había una
pequeña estancia en la que se amontonaban cajas de bebidas, envases de esos
retornables, y algún que otro barril de cerveza. Vamos lo que sería un pequeño
almacén. Al otro lado se veían unas escaleras estrechas y empinadas. Subí según las indicaciones, al
acabar las escaleras un corto pasillo y al fondo una única puerta en la que
ponía un cartel de privado.
Llamé con los nudillos antes
de entrar.
.-“¿Si?” se escuchó una voz
del otro lado de la puerta.
.-“¿Se puede?” pregunté
educadamente antes de abrir.
.-“Adelante” respondió, y abrí
para entrar.
Sorprendí al tipo cerrando una
caja fuerte en la que se adivinaban un montón de billetes, y que luego escondió
tras una foto del local recién inaugurado. Me sorprendió que no le diera
importancia al hecho de que supiese donde escondía el dinero. Yo en su lugar hubiese sido más prudente. O
una de dos, o de verdad lo había sorprendido in fraganti, o por algún motivo
quería que lo viese.
.-“Pasa encanto y siéntate”
dijo nada más voltearse a verme y señalando una silla que quedaba justo
enfrente de la mesa tras la que él estaba acomodado. Pude ver en sus ojos como
me repasaba de arriba abajo con la mirada, y de cómo se fijaba en mis piernas y
en mi escote.
.-“Gracias” dije tomando
asiento al tiempo que sacaba de mi bolso un currículo impreso para
entregárselo. “Venía por lo del anuncio en el periódico” pronuncié tímidamente
mientras le dejaba el curriculum sobre la mesa de tal forma que pudiera leerlo.
Pero ni siquiera le prestó atención, me observó detenidamente como tomaba
asiento, y dejando los papeles a un lado de su mesa me preguntó:
.-“Bien, ¿cómo te llamas
preciosa?”. Me percaté que mientras me hablaba, y debido a la altura de mi
silla, mi minifalda se recogía en mi cintura mostrándole una visión más que
sugerente de mis piernas, y que por supuesto él no había dejado de observar en
ningún momento. Creo que ni me había mirado a los ojos aún siquiera.
.-“Hola me llamo Sandra. Estoy
interesada en trabajar como camarera” le dije muy sonriente tratando de causar
buena impresión.
.-“Ya”, musitó dubitativo.
“Dime Sandra, ¿y tienes experiencia como camarera?” se interesó por mi
respuesta.
.-“No, pero aprendo rápido”
dije con cierto ademán insinuante cruzando mis piernas a lo Sharon Stone para
distraer su mirada y su atención. Me sorprendí a mí misma recurriendo a
semejante maniobra, usando mis mejores armas como mujer, ante lo que parecía un
tipo vulgar y simple de manejar.
.-“¿Y por qué quieres trabajar
en un sitio como este”. Insistió en
preguntarme.
.-“Es evidente, necesito el
dinero” le respondí al tiempo que comenzaba a jugar con mi pelo haciendo
tirabuzones a la altura de mi escote.
.-“¿Estas casada o tienes
novio?” me preguntó mirándome a los ojos por primera vez en todo ese rato.
.-“No” le mentí parpadeando
descaradamente tratando de distraer nuevamente su concentración en la
conversación. Además, eso era algo que no era de su incumbencia.
.-“Mejor así”, quiso
explicarse, “aquí sabemos cuándo empezamos pero no cuando terminamos. A veces
terminamos tarde, y la experiencia me dice que los esposos y novios no acarrean
más que problemas….”, y sin dejar de mirarme las piernas comenzó a describirme
las condiciones de contratación.
Me explicó que el contrato
sería indefinido a media jornada con tres meses de prueba. Se haría un ingreso
bancario a finales de mes por la parte proporcional a las veinte horas que
realizaría de lunes a jueves incluyendo los domingos. Indudablemente los
viernes y sábados debía permanecer hasta el cierre del establecimiento. Esas
horas superaban lógicamente las veinte
estipuladas, por eso me las pagaría en
metálico junto con la propina, en la
misma madrugada del sábado, “junto con la recaudación” puntualizó.
Durante sus explicaciones pude
fijarme en aquel tipo detenidamente. Se trataba de un cincuentón que a pesar de
la edad se conservaba bastante bien. Más tarde supe que acudía a un gimnasio
dónde además aprovechaba para promocionar el local, pues muchos de los clientes
que acudían provenían de allí. Canoso, delgado, algo musculado, con algún
tatuaje en su cuerpo, camisa desabrochada, mostraba poco pelo y un bronceado
permanente. Estaba claro que le gustaba sentirse atractivo. Vamos, el típico
chulo de playa, con pinta de follador trasnochado. Pude ver una alianza en su
mano, lo cual me tranquilizó un poco mientras escuchaba sus lamentables condiciones
de contratación.
También pude fijarme en la
estancia. El cuarto que le hacía de despacho estaba desordenado. Había papeles
y facturas por todos lados carentes de control alguno. Me llamó la atención que
de una de las paredes colgaban varias perchas con ropa femenina y algunos
bolsos. Deduje que se trataba de los bolsos de mis compañeras. La estancia
tenía también acceso a un pequeño cuarto de aseo donde seguramente se cambiaban
mis compañeras.
Pero lo que más me llamó la
atención era una de las paredes del cuarto. Casi toda la pared en sí, era uno
de esos espejos a través del cual podía verse la planta baja del
establecimiento. Era una de esas ventanas en las que tú puedes ver a través de
ellas pero en cambio no pueden verte del otro lado. Sin duda se camuflaba desde
la pista con el resto de espejos que decoraban la sala. Era una forma de
controlar disimuladamente desde su despacho todo lo que ocurría en la sala de
abajo.
.-“¿Qué te parece?”, me
preguntó mirándome a los ojos por primera vez en mucho tiempo tras concluir su
exposición.
.-“¿Qué cuándo empiezo?”
Respondí sonriente fingiendo desear incorporarme, aunque las condiciones me
pareciesen del todo abusivas, y no me quedase otra que aceptar.
.-“Mañana mismo, vente sobre
las cuatro de la tarde, debes traerme la
documentación para llevarla a la gestoría cuanto antes. Para cuando vengas
mañana, Marta te dirá todo lo que tienes que hacer” y dicho esto se incorporó
de la silla para abrir la puerta del despacho y despedirme.
.-“Por cierto”, apuntillo
antes de cerrar la puerta tras mi marcha, “las propinas de los clientes
dependen mucho de cómo vayas vestida”, y antes de que pudiera preguntarle nada
acerca de su comentario cerró la puerta en mis narices dejándome sola en el
pasillito de antes de las escaleras.
Regresé a casa llena de dudas.
Estaba claro que aquel antro no era el mejor sitio del mundo para hacer alarde
de educación y conocimientos. De nada me servirían mi carrera universitaria y
los dos masters privados por los que pagué un pastón, bastaba con enseñar tetas
y culo para ganarte el sueldo y obtener buenas propinas. Me preguntaba una y
otra vez si sería capaz de llevar las diferentes situaciones a las que
seguramente tendría que hacer frente tras
la barra. Me imaginé todo tipo de comentarios, miradas y soeces, y me propuse
solventarlas con soltura.
Por otra parte tenía claro que
mi marido no debía enterarse de nada. Así que anduve todo el camino buscando
una forma en que salir del paso. Concluí que lo mejor sería decirle a mi esposo
que comenzaba a trabajar en una plataforma logística de distribución en turno
de tarde, pero que los viernes y los sábados debía doblar turnos porque por
problemas logísticos se trabajaba hasta completar pedidos, y que debían estar
listos para el lunes. Lógicamente viernes y sábados eran los días de mayor
venta, y por tanto los de trabajo a destajo. No hubo inconveniente en creérselo
cuando se lo conté, aunque a decir verdad tampoco me prestó mucha importancia.
.-“Es estupendo que comiences
a trabajar, ¿no cari?” es todo cuanto dijo al respecto tumbándose largo en el
sillón después de comer, tras habérselo comentado, y mientras yo recogía los platos de la mesa.
Bueno, recogía los platos, fregaba, ponía el lavavajillas, escobaba, limpiaba
la vitro, fregaba y un montón de tareas más que prefiero no enumerar y de las
que recibía poca ayuda.
En cuanto a la ropa decidí que
lo mejor sería salir de casa con una ropa más o menos decente y llevar en el
bolso aquello con lo que trabajar. Ya me cambiaría en el baño del despacho como
deduje que hacían mis compañeras de ser necesario.
Por suerte al día siguiente era miércoles y
parecía no haber mucho jaleo cuando llegué al local. Aunque Mario me había
dicho de llegar sobre las cuatro de la tarde, me presenté casi a las tres y
media con la intención de cambiarme con calma de ropa.
Nada más llegar me presenté
ante Marta que de nuevo atendía la zona de entrada del bar. Esta vez me atendió
algo más amable. Me dijo que el jefe la había informado de todo, y que debía ponerme
al corriente de mis tareas. Me presentó a la otra compañera, Patricia, la más
joven. Luego me dijo que la acompañara al piso de arriba. Me preguntó si había
traído la documentación y se la entregué. Pude ver como se la dejaba al jefe
encima de la mesa. Me hizo pensar que de alguna forma había tomado el roll de
encargada en las ausencias de Mario.
.-“¿Piensas trabajar con esa
ropa?” me preguntó mirando mi recatado aspecto con el que había salido de casa.
.-“Había pensado en cambiarme”
la respondí enseñándole una bolsa en la
que traía algo de ropa.
.-“Puedes cambiarte aquí
mismo, esa será tu percha” dijo señalando un colgador en la pared que quedaba
libre “nosotras dejamos los bolsos y algo de ropa en las otras perchas”
concluyó de explicarme. Yo esperé con la intención de que me dejase sola por un
momento para cambiarme, pero al ver que no hacía intención de dejarme sola me
dirigí al pequeño aseo que había. Para mi sorpresa el pestillo de la puerta
estaba intencionadamente forzado e inservible, y Marta se dio cuenta de que me
llamó la atención.
.-“Mario es muy desconfiado” trató de
justificar mi nueva compañera a su jefe por el tema del pestillo, “en este
cuarto guarda la recaudación y no quiere perder a nadie de vista en cuanto
entra en este despacho. A mí me contó
que tuvo que forzar la puerta para sorprender a
una antigua camarera robándole”. Luego hizo un breve silencio para
continuar explicándose: “aunque entre tú y yo, chica, y para serte sincera, te
diré que lo que le gusta es expiarnos cambiándonos de vez en cuando. Ya te
habrás fijado que es de esos jefes a los que les gusta imaginar que somos las
gallinitas de su gallinero” dijo mascando chicle mientras yo me cambiaba del
otro lado de la puerta. “Te aviso para que no montes un numerito si alguna vez
abre la puerta para sorprenderte. Si quieres conservar este empleo tu dale algo
de coba, ya me entiendes. Merece la pena, recompensa las propinas que te da”
concluyó en su exposición de la situación.
Había elegido una minifalda
ligera azul con algo de vuelo y una camiseta de tirantes blanca. Nada más salir
del baño Marta me miró de arriba abajo y me dijo:
.-“Para hoy pase con lo que
has traído, pero mañana procura ponerte algo más corto. Debes sacarle partido a
esas piernas que tienes, y vete acostumbrando a trabajar sin sujetador, estoy
segura de que algunos clientes dejaran buenas propinas al ver el movimiento de
tus pechos. Si quieres otro consejo, a esta pandilla de cincuentones que
tenemos por clientes les pone saber que usamos tanga. Deja que se te vea de vez
en cuando. Y recuerda que las propinas nos las repartimos entre las tres, así
que nada de acerté la recatada. Es casi la mitad de mi salario y no pienso
renunciar a ello por una compañera remilgosa. ¿está claro” concluyó esta vez
tajantemente.
Yo me quedé impresionada por
sus palabras.
.-“Si, si, está claro.
Perfectamente” le respondí sin ánimo de contrariarla. De nuevo mi compañera
mostró su carácter.
.-“Así me gusta, ahora vamos
abajo, te enseñaré lo mínimo que debes saber para llegar a este sábado” dijo abriendo la puerta
y apresurándose a cerrar con llave tras mi salida.
Comenzó por explicarme dónde
estaba cada cosa y los tiempos en que debían estar preparadas. Me indicó el
funcionamiento del lavavajillas, la máquina de hielo, la cafetera y el resto de
maquinaria. Entre explicación y explicación fue presentándome también a algunos
de los clientes asiduos del bar. Entre ellos el tal Lucio, el inquisidor que no
me quitó ojo desde el primer día. Y ya casi al final de la tarde me explicó
cómo funcionaba la máquina registradora.
.-“No olvides cobrar las
consumiciones en el acto” me dijo, “sobretodo el viernes o el sábado, más de un
borracho se marcha sin pagar y eso sale de nuestra propinas” me indicó muy
seria.
Yo la miré sorprendida.
.-“¿Cómo que sale de nuestras
propinas?” la pregunté contrariada.
.-“La máquina registra las
ventas, Mario recauda el dinero equivalente a los tickets de ventas, lo que
sobra lo reparte entre las tres, o eso dice” me indicó.
.-“¿Y si falta?” insistí ante
la posibilidad de que pudiera deberse dinero en la caja.
.-“Si falta lo ponemos
nosotras” me respondió taxativamente.
.-“Aunque tranquila, pocas
veces falta, la gran mayoría de las veces sobra. Hazme caso, tú preocúpate de
cobrar en el acto. Con el tiempo aprenderás los precios y le indicarás al
cliente la cuenta antes de servirle, tan solo espera a pillar el dinero antes
de poner las copas y no habrá problemas. Por lo demás solo debes preocuparte en
sacarles buenas propinas a los clientes, con tus piernas, tu culo y tus tetas,
te bastará con una sonrisa. Eso contenta
al jefe, al cliente y a nosotras. Así funciona este negocio, ¿lo tomas o lo dejas” me preguntó de esas
maneras.
.-“No te preocupes, me ha
quedado lo suficientemente claro” le respondí.
Ese primer día se me pasó
volando. Me sorprendió que el jefe no apareciese en toda la tarde. Patricia me
confesó luego que eso era algo más o menos normal entre semana, y mejor que
fuese así, “así no nos molesta” me dijo con una segunda intención en sus
palabras que no entendí en ese momento. Posteriormente averigüé lo que quería
decir, y es que Don Mario, aprovechaba cualquier situación tras la estrecha
barra para rozarse con nosotras, e incluso para tocarnos el culo como quien no
quiere la cosa, como una tímida palmada y cosas por el estilo.
Patricia se tornó más
confidente conmigo de lo que había sido Marta. De hecho me confesó algún que
otro chismorreo acerca del jefe. Me corroboró que efectivamente estaba casado,
aunque era una pareja un tanto rara, para ella que la mujer del jefe se la
pegaba con otros, y que sin duda él también tenía algún que otro escarceo fuera
del matrimonio, con Marta nuestra compañera, sin ir más lejos. Me confesó que
para ella que tenían un lío, y que por eso Marta hacía de encargada en las
ausencias de Mario, pues de lo contrario no entendía que habiendo sido
contratada más tarde que ella, fuera nombrada la encargada siendo además
demostrable que era peor camarera que ella. Se justificaba diciendo que cuando
algún cliente pedía un combinado atípico del tipo bloody mary, san francisco o
gin Premium, siempre se lo pedían a ella para que los preparase, pues ni Marta,
ni el propio Mario, tenían ni idea de cómo mezclarlo, luego se ofreció a que si
tenía algún servicio por el estilo se lo pidiese a ella.
Recuerdo que le comenté a
Patricia el tema de cambiarnos en el despacho delante del jefe y me aconsejó
que le diese algo de rienda suelta.
.-“Chica, que quieres que te
diga, el jefe es un poco sobón y todo eso, nada más, se contenta pensando que
somos de su harem o algo por estilo. Y si por verme de vez en cuando en bragas
y sujetador me suelta las propinas que suelta, pues que quieres que te diga…,
tampoco ve algo más que no se vea en la playa. Yo lo que hago para llevarlo es
pensar que no muestro mucho más de lo que muestro en bikini” concluyó
guiñándome un ojo buscando mi complicidad.
Después cambiamos un poco de
tema y me comentó algunos chismorreos más acerca de los clientes habituales. Lo
que le gustaba beber a tal o cual cliente. Los que acudían fijos para verla a
ella o a Marta, digamos que eran como sus admiradores. Incluso tenía un pacto
con Marta para que cada una entablase conversación con aquel que les dejaba más
propina a cada una, aunque no estuviese en su zona de atención de la barra.
Esa misma tarde me informaron
que la barra se repartía en dos zonas entre semana. De esta forma podríamos
librar algún día al rotar entre las tres. Pero que los viernes y sábados se
abrían las tres zonas de barra. La de la entrada, la frontal a la pista de
baile, y la del fondo; algo más pequeña y aislada. Este mismo viernes, por ser
mi primer fin de semana estaríamos Marta y yo en la barra grande, y Patricia al
fondo de la pista, luego ya veríamos. Mis dos compañeras me advirtieron que
guardara fuerzas para el fin de semana, pues todo se tornaba en una locura a
partir de las diez de la noche hasta las tres o las cuatro de la madrugada.
Para ser el primer día traté
de memorizar todo cuanto me dijeron, y de anotar aquello que era
imprescindible. Debo reconocer que acabé agotada, pero satisfecha. Soy una
mujer a la que le gusta afrontar retos, y desde luego se me planteaban muchos
en mi nuevo trabajo. Debía encontrar la manera de llevar a mi jefe, sin duda
distinto a cuantos jefes había tenido hasta el momento. Por otra parte debía
buscar argumentos con los que sortear las soeces de los clientes y arrancarles
esa propina de la que todo el mundo hablaba, y que me tenía mosqueada. Por
último debía encontrar la forma en que mi marido no se enterase de nada.
Aquella noche caí rendida y
dormí envuelta en mis pensamientos.
Para mi segundo día elegí un
viejo short blanco de tela algo desgastado por los lavados, y del que sabía
perfectamente que transparentaba mi braguita de elegir colores oscuros. Me
pareció de lo más apropiado para no defraudar las expectativas que mis
compañeras y mi jefe habían puesto en mí, pero sobre todo para demostrarme a mí
misma que en esta vida era capaz de eso y mucho más. Por supuesto elegí un
tanga negro a juego con el sujetador. En la parte superior me puse una camiseta
negra con el logo de los Rolling que me venía algo holgada, y dejaba entrever
mi sostén al agacharme. De seguro que tenía a algún que otro cliente
entretenido con eso como era mi intención.
Esa tarde estuvimos solas en
la barra Marta y yo. De ese segundo día de trabajo recuerdo varias cosas…
La primera es que Marta aprobó
mi vestimenta, pero me insinúo que para el viernes y el sábado me pusiese algo
más elegante que una camiseta de los Stones.
Los cincuentones que venían al local no eran precisamente muy rockeros,
más bien todo lo contrario. Según ella todos bien posicionados y votantes del
PP.
La siguiente es que me soltó
al final de la barra nada más aparecer como terapia de choque con la realidad.
Lo cierto es que me atascaba con algunas cosillas al principio. Se me notaba
torpe e insegura, pero poco a poco comencé a dominar el tema. Entre otras
cosas, gracias a la ayuda que los asiduos del local me brindaban a cambio de
una generosa visión de mi cuerpo. Por ejemplo, al tal Lucio le encantaba
indicarme dónde estaba cada cosa cada vez que iba a la máquina de hielo y me tenía que agachar para
llenar las bandejas de cubitos. De esta forma le ofrecía a cambio de sus
consejos una visión que iba desde mi escote hasta mi ombligo, pasando por el
sujetador, debido a la generosa holgura de la camiseta. Tan generosa como las
propinas que me dio al abonar cada consumición y que me hicieron entender la
insistencia de mis compañeras.
Otro par de tipos que
conversaban en la barra, y que me sonaban del día anterior, preferían en cambio
verme al agacharme de espaldas a ellos para coger los diferentes vasos y copas,
y contemplar así como se me transparentaba el tanga en todo el culo a través de
la tela blanca del short.
A otros los sorprendía
observando mis piernas, mi culo y mi cuerpo en general. Si bien al principio me
ponían nerviosas sus miradas, no tuve más remedio que resignarme a ser objeto
de deseo por unos momentos por parte de unos hombres que acudían al bar
precisamente a eso: a contemplar las camareras imaginando todo cuanto nos
harían y que seguramente no podían hacer con sus respectivas mujeres.
Otra de las cosas que recuerdo
de ese segundo día es un comentario que le hice a Marta acerca de Patricia.
Recuerdo que le dije algo así como que me parecía una chica muy maja, y que fue
muy amable al ofrecerse a ayudarme y cosas por el estilo. A lo que palabras
textuales de Marta me respondió con un: “A Patricia le gusta hacerse
imprescindible, aunque sea llevándose cosas a la boca”, soltó de golpe y
porrazo, como insinuando por la conversación que se la había chupado al jefe.
No pude dar crédito a lo que Marta me decía pues la misma Patricia me comentó
que estaba saliendo con un chico, y aunque no era una relación formal, no la
veía capaz de hacer cuanto Marta me insinuaba en cada comentario. Además, según
Patricia era la propia Marta la que tenía un lío con el jefe y no ella. En
cualquier caso me quedó claro que había ciertos roces y tiranteces entre ambas,
a pesar de que aparentaban llevarse bien.
Lo último que recuerdo de ese
segundo día es cuando apareció Don Mario, como a mí me gustaba llamarlo.
Reconozco que lo hacía por diferenciarme de mis compañeras que siempre lo
llamaban y trataban como “el jefe”, yo en cambio prefería mostrarme más cortés al
referirme a él como “Don Mario”. Como digo, fui ganando en confianza sola tras
la barra, hasta que Don Mario apareció esa tarde y se ofreció para ayudarme
detrás del mostrador. Debo reconocer que me puso nerviosa, no solo porque me
corregía en cada pequeño detalle, sino porque además aprovechaba la más mínima
ocasión para rozarse conmigo. Estaba claro que buscaba el contacto físico más
de lo que yo aprobaría en circunstancias normales. Le gustaba sobretodo pegarse a mi espalda
cada vez que cobraba alguna consumición, y se apostaba pegado detrás de mí para
comprobar que marcaba correctamente el importe de las bebidas en la caja
registradora. En esos momentos, podía sentir su cuerpo pegado al mío por
detrás. Incluso en alguna de las ocasiones en que me agachaba para coger algo
de la parte baja de la barra, se beneficiaba así de la postura y la estrechez
del pasillo para propinarme alguna que otra palmadita en todo el culo, y
tocármelo sutilmente. Supongo que ya me lo habían advertido mis compañeras, y
por eso hice de tripas corazón tolerando como pude la situación.
Esa noche dormí rendida por el
cansancio y el estrés de la jornada.
Así llegó el primer viernes de
un fin de semana. Sopesando lo que tenía por el armario, y tratando de seguir
los consejos que me habían dado mis compañeras acerca de la vestimenta, no encontraba nada que encajase con lo que se
esperaba de mí, y con lo que yo me sintiera conforme. Incluso me percaté que
todo cuanto colgaba de mi armario me resultaba ahora bastante recatado. Yo misma
quise revelarme como inconscientemente contra esa faceta que ahora percibía
como descuidada y abandonada en mi vida. Siempre había sido una mujer atrevida,
y en cambio mi armario se había convertido en el manual perfecto de una
admirable esposa. A mí, que incluso tuvieron que llamarme la atención en el
colegio de monjas en el que me eduqué por mis escotes y mis minifaldas.
“¿Cuándo y dónde había dejado de ser yo?” me pregunté airada mentalmente al
comprobar mi fondo de armario, y recordé que tenía algún vestido guardado en el
trastero de cuando esa época más rebelde.
Al ser viernes a la mañana
pude probármelos todos con calma. En muchas de las prendas que conservaba y
guardaba ni me cabía el cuerpo, pues eran de cuando era adolescente. Otros eran
vestidos de boda, de esos que usas una sola vez y los guardas tontamente. En
cambio encontré un par que se ajustaban perfectamente a mis pretensiones.
El uno se trataba de un
vestido blanco elástico ajustado al cuerpo, minifaldero, y si bien por el
escote no mostraba mucho, dejaba al descubierto toda la espalda hasta
prácticamente el culo. Para colmo me venía un poco pequeño, sin duda era de
cuando tenía otro cuerpo mucho más joven. Me alegré de podérmelo encajar a
pesar del paso de los años, lo que terminó por ayudar a decidirme. Como ventaja
es que se ceñía a mi cuerpo como un guante, tal vez demasiado. Como
inconveniente es que evidenciaba que no podía llevar sujetador, pues este
quedaría horroroso por la espalada. Y además debía tener cuidado con el tipo de
bragas a ponerme, pues estas se marcarían por las costuras. La única opción era
ponérmelo como hacía en tiempos, con tangas de esos de hilo dental aprovechando
los pliegues del vestido. El problema es que hacía tiempo que no usaba ese tipo
de prendas, tan solo encontré entre mi ropita interior uno de color rojo que me
puse alguna nochevieja atrás. Muy a mi pesar era la única forma de lucir el
vestido. Tras mirarme y mirarme una y otra vez en el espejo, al fin decidí que
me lo pondría esa misma noche.
El otro vestido que se
ajustaba a mis pretensiones era un mono corto de fiesta con escote en “uve”
relativamente holgado. El puntito lo ponía por ser de color carne, pues desde
cierta distancia parecía que estuvieses desnuda. Recordé todas las alegrías que
ese mono me dio antes de conocer a mi marido.
Lograba que al entrar en un bar todos los chicos fijasen su vista en
mí. “¿No era eso lo que pretendía
ahora?” pensé nada más probármelo y envolverme en los recuerdos que me traía a
la mente. El inconveniente es que este parecía haber encogido un poco, o yo
haber aumentado de tamaño por todos lados. Se ajustaba a mi cuerpo algo más de
lo deseado, y si bien el problema de la braguita quedaba solventado, debía
cuidar el sostén al tener un escote pronunciado y holgado con caidita al
agacharme. Sin duda debía comprar uno de esos sujetadores transparentes en su
parte central especial para este tipo de vestido. Decidí que este vestido me lo
pondría para la noche del sábado pues tendría más tiempo para comprar el sostén
adecuado al escote.
Cuando llegué como en días
anteriores a las tres y media de la tarde ya estaban tanto Don Mario, como
Marta, como Patricia poniendo a punto el local para la noche. Fue el propio
Mario quien me indicó que me apresurase a cambiarme nada más entrar por la
puerta a pesar de llegar con más de
media hora de antelación sobre mi horario.
Su cara al verme aparecer
posteriormente con el vestido blanco ceñido a mi cuerpo marcando curvas, fue
todo un poema. Tuve claro al ver la expresión de su rostro que muy mal lo tenía
que hacer esa noche, para que no me contratase definitivamente. Sabía que
todavía no había llevado el contrato a la gestoría, y que esa noche sería una
especie de prueba de fuego. Estaba muy decidida a superarla. Mi intención al ponerme
el vestido era agradar a mi jefe y me quedó claro al verlo que lo había
conseguido. Incluso pude apreciar que no le hizo mucha gracia a Marta verme tan
espectacular, lo cual me certificó que había acertado plenamente.
Lo malo es que el vestido
resultó ser un poco incómodo para trabajar, la minifalda al ser de esas
elásticas y ajustadas se subía al agacharme.
Si tenía las manos ocupadas algunas veces incluso me daba la impresión
de que llegaba a apreciarse por debajo de la tela blanca del vestido el inicio
del tanga rojo que llevaba puesto. Y si por el contrario me bajaba la falda
todo cuanto podía para evitar la situación anterior, entonces asomaba el
elástico superior del tanga por el escote de la espalda. En definitiva, que
todo el mundo supo esa noche que bajo mi vestido blanco tan solo llevaba un
tanga rojo por prenda interior. Todos, incluido mi jefe, quien con la excusa de
echarme una mano en la barra aprovechó para tocarme el culo unas cuantas veces
disimuladamente y otras no tanto.
De ese primer viernes quedaron
grabadas en mi mente varios momentos de la noche, que por suerte o por
desgracia se sucedieron posteriormente en otras muchas ocasiones. Recuerdo
perfectamente la primera vez que con la sala a tope de gente, Don Mario me
indicó que le llevase hielos y copas a Marta que estaba sola en la barra del
fondo. Para ello tenía que pasar con las manos ocupadas por entre el tumulto de
hombres que llenaban el garito, los cuales aprovecharon para tocarme el culo a
su antojo a mi paso. Siempre recordaré
como una de las veces, Don Lucio se ofreció para ayudarme a abrirme paso entre
la gente, y con la excusa me sobó el culo a conciencia durante el trayecto de
una barra a otra. No me lo esperaba de una persona con la que había hablado
amigablemente en las tardes anteriores. Una cosa es que me repasase con la
mirada y otra que se atreviese a tocarme el culo a la primera de cambio. Puede
que sirva como excusa que había tomado unas cuantas copas y estaba algo
borracho. Pero si lo recuerdo es porque me sobó el culo cuanto quiso y como
quiso descaradamente, sabedor de que luego tendría que soportar sus miradas
recordando el incidente día tras día.
Ni tan siquiera mi jefe se
había atrevido a tocarme el culo con las manos tan descaradamente detrás de la
barra. Y eso, a pesar de que bien entrada la noche, en una de las ocasiones en
que me encontraba cobrando las consumiciones a unos clientes, pude apreciar
como mi jefe se aproximaba por mi espalda hasta la caja registradora, y con la
excusa de cobrar también a otros clientes clavaba su miembro en mi culo.
Incluso se restregó intencionadamente contra mi cuerpo dándome como un par de
puntaditas, de las que sin duda grabó en su mente tan bien como yo, aunque por
diversos motivos.
Además me tuve que escuchar
todo tipo de barbaridades detrás de la barra y conforme pasaban las horas era
peor. Cuanto más bebidos iba la gente, peor eran sus comentarios, del tipo:
“¿Has visto lo buena que está la nueva camarera”, “te voy a comer ese tanga
rojo que llevas”, o “llevas los pezones punta”, cuando no me proponían que me
acostase directamente con ellos “¿qué haces esta noche al salir?” y cosas por
el estilo.
Supuse que debía acostumbrarme
a todo ello si quería sobrevivir en ese ambiente.
Cerramos pasadas las tres de
la madrugada, estaba totalmente agotada cuando comenzamos a recoger y limpiar
el bar. No podía ni con mis pestañas. El jefe, Don Mario, me felicitó por cómo
había llevado la jornada. Me indicó que había ido mucho mejor de lo esperado y
al verme tan agotada me permitió marchar antes que mis compañeras a casa. De
buen grado me hubiese quedado a ayudarlas, de hecho ese día fue una excepción,
pero estaba tan, tan agotada, que no vi el momento en el que marchar a la cama
a descansar.
El sábado estuve durmiendo prácticamente
toda la mañana. Apenas me levanté para comer algo y tener que regresar de nuevo
al trabajo. Para esa noche decidí ponerme el mono corto por la tontería de no
repetir vestido. El problema es que
estaba tan cansada que no caí en la cuenta de seleccionar un sujetador que
encajase con el escote, además se me hacía tarde. Mi marido estaba merodeando
por la casa, cansada y con prisas, cometí un grave despiste. Así que cuando me
probé el vestido en el despacho de arriba de Don Mario, no me quedó otra que
quitarme el sujetador de algodón cómodo y ridículo con el que salí de casa.
Esta vez llegué pasados cinco
minutos las cuatro de la tarde. Tanto Marta como Patricia hicieron una mueca de
desaprobación por mi tardanza. Por suerte el jefe no me vio llegar hasta que
bajé de cambiarme en su despacho. De
nuevo pude ver en la cara de Don Mario la satisfacción por mi elección con el
mono. Ni que decir tiene que una vez se percató de la holgura de mi escote me
ordenaba todas las tareas que implicaban agacharse, para literalmente, verme
las tetas.
Desde luego no fue el único
que aprovechó esa noche el más mínimo de mis descuidos para procurar a verme
los pechos, y eso que tenía cuidado en llevarme siempre que podía una mano al
escote, tratando de evitar la caidita de la tela.
De esa noche me llamaron la
atención algunos de los comentarios que escuché por parte de algunos clientes
en plan: “Menudas tetas tiene la tía”, que lejos de sentarme mal, comencé a
tomarme por halagos. Y es que a nadie le amarga un dulce. Entre otras cosas
porque desde la lactancia de mi hijo había adquirido cierto complejo de pecho
caído, que figuradamente los clientes de esa noche supieron levantarme. Por eso
no me sorprendió cuando incluso mi propio jefe, prefirió salir a hablar con sus
clientes en la zona frente al lavavajillas, que rozarse conmigo en el interior
de la barra. De seguro que gozaba al igual que el resto de clientes, de lo que
veía con cada descuido al agacharme para meter la vajilla.
Anécdotas al margen esa noche
cerramos entorno a las cuatro de la mañana. Yo estaba que no podía ni con un pelo de mi alma. Me daba
igual todo con tal de marchar a mi casa a descansar. Para colmo aún quedaba lo
peor, como por ejemplo recoger todos los vasos y limpiarlos. Como el lavavajillas
no daba a vasto había que fregarlos a mano. Tarea que en posteriores noches nos
turnamos entre las tres junto con escobar y barrer el suelo, limpiar la barra,
ordenar las botellas, deshacerse del agua de los hielos, salir a tirar las
botellas vacías al contenedor verde,… y lo peor de todo: hacer los baños.
Siempre recordaré mi primera
noche de sábado. Mario recogió el dinero de las cajas y se subió a su despacho,
no sin antes ordenar que fuéramos subiendo una a una arriba después de ir
terminando nuestras faenas. No sé cómo se enteró de que yo llegué un pelín
tarde ese día, aunque me hago una idea de quien se lo dijo, pero el caso es que
ordenó que subiese la última, y así lo hice.
Primero subió Marta, quien
abandonó el local nada más bajar del despacho. Luego subió Patricia que salió
sonriente al poco tiempo marchando también a su casa nada más bajar y antes de
indicarme que ya podía subir.
Reconozco que subí un poco
temerosa de lo que pudiera pasar. En el fondo estaba sola con un hombre a altas
horas de la madrugada en un local insonorizado, y aunque no veía a Don Mario
capaz de ninguna locura, nunca se sabe.
Cuando subí estaba sentado
tras su mesa, lo sorprendí como en el primer día cerrando la caja fuerte con un
montón de billetes en su interior, de tal forma que dejaba intencionadamente a
mi vista un sobre encima de su mesa.
.-“Toma asiento, por favor” me
dijo en un tono serio que llamó mi atención. Yo le obedecí.
.-“No me gusta que mis
empleadas lleguen tarde” dijo recriminándome mis escasos cinco minutos de
tardanza.
Sus palabras y su tono de voz
me indignaron nada más escucharlas, estuve a punto de abrir la boca para
mandarlo a la mierda, para increparle por lo cerdo y cínico que era. Llevaba toda la semana llegando con más de media
hora de antelación, y sólo hoy me había retrasado un poco. No habían sido ni
cinco minutos, me sonaba a excusa barata para representar un papel de jefe duro
y déspota, que no le correspondía. En cambio él…, él se había propasado tres
pueblos sobándome como un baboso, y con unas condiciones laborales de risa.
Juro que estuve a punto de saltar por culpa del cansancio, pero también,
gracias a la fatiga lo dejé pasar. Don Mario, se adelantó a hablar antes de que
yo ni siquiera articulase palabra alguna…
.-“Sin embargo estoy muy
contento con tu trabajo. Debo reconocer que tenía mis dudas cuando te vi entrar
esta semana, tan formal y recatada. Sinceramente, pensé nada más verte que hoy
tendría que entregarte tu finiquito, y en cambio… una vez cuadradas las cajas y
según lo que te prometí, debo entregarte este sobre” dijo tendiendo el sobre
que había dejado antes en la mesa ofreciéndomelo.
Yo alargué la mano para
cogerlo. Lo abrí para comprobar la cantidad que podía haber dentro y me
sorprendí gratamente por lo que pude ver en un primer vistazo. ¡Un montón de
billetes de veinte euros!.
.-“¿No vas a contarlo?” me
preguntó mirando mi reacción sin apartar la vista de mi escote.
.-“¿Cuánto hay?” le pregunté
yo sorprendiéndolo mirándome furtivamente una vez más a lo largo de toda la
noche.
.-“Trescientos euros” dijo
mirándome ahora a los ojos para comprobar mi reacción. Inevitablemente mis ojos
se abrieron como platos al escuchar la suma. Enseguida vinieron a mi mente los
pagos que había dejado atrasados en el banco y a los que podía hacer frente con
esa cantidad. Sin duda un brillo especial debió de apreciarse en mis ojos.
.-“No dices nada, ¿qué te
parece?”, preguntó Don Mario incorporándose de su sillón tras la mesa y
sentándose frente a mí, sobre el escritorio, seguramente con la intención de
mirarme al escote desde arriba y retener la visión en su memoria por última vez
en la noche.
.-“Está muy bien” dije sin
mostrar mucha alegría. “¿No creí que pudiera ganarse tanto dinero con las
propinas?” apuntillé mostrando mis dudas acerca de la procedencia del dinero.
.-“Bueno…” quiso explicarse
Don Mario sentándose en el borde de la mesa para mirarme efectivamente desde
arriba, “no solo están las propinas, digamos que también hay un extra por tu
disponibilidad, la actitud, y la atención con los clientes. Digamos que si tú
me haces ganar dinero, yo quiero que estés contenta. ¿Espero que lo estés?”
preguntó terminando su discurso y relamiéndose los labios a la vez que admiraba
babeante mi escote antes de incorporarse de la mesa.
.-“Lo estoy, lo estoy”
pronuncié entendiendo el sutil juego con el que se me planteaba mi nuevo
trabajo. Y dicho esto me puse en pie dirigiéndome a la percha en la que estaban
mis cosas personales, con la intención de cambiarme de ropa para regresar a
casa y zanjar de esta forma la conversación.
.-“Te espero abajo para
cerrar” pronunció Don Mario al ver mis intenciones, volviendo la puerta de la
estancia al salir, pero cuidándose muy mucho de no cerrarla del todo.
No escuché sus pasos bajando
las escaleras, deduje que se había quedado en el pasillo con la intención de
espiarme al cambiarme. Lo cierto es que yo estaba reventada, cansada, y que mi
mente solo pensaba en cómo gastar el dinero que acababa de recibir. Si lo único
que pretendía mi jefe era verme en bragas a esas alturas de la noche, lo que es
yo, no se lo iba a negar. Y aunque tenía mis dudas, tampoco estaba por la labor
de averiguar si se había quedado detrás de la puerta o no, sólo pensaba en cambiarme y marchar a
casa de lo agotada que estaba.
Así que dándole la espalda a
la puerta me quité el vestido quedando efectivamente tan solo con mis braguitas
puestas, me apresuré a ponerme mi sujetador de algodón, los jeans, y el resto de la ropa para salir de allí
cuanto antes y tumbarme en mi cama. Al salir apagué la luz y cerré la puerta.
Debo decir a su favor, que Don Mario estaba esperándome abajo en la puerta de
salida. Bajamos la persiana los dos juntos, y aunque se ofreció a llevarme a
casa en su coche, decliné amablemente la oferta parando un taxi para regresar
cuanto antes junto a mi esposo y mi familia.
Creo que me dormí antes de
ponerme el pijama siquiera. Por suerte ese domingo le tocaba abrir a Patricia
por la tarde, por lo que tendría fiesta hasta prácticamente el lunes a la
tarde. Reconozco que me pasé todo el día pensando en lo sucedido a lo largo de
la semana. Sobre todo en cómo mantener mi delicada situación laboral. Estaba
claro que debía encontrar la forma de agradar a mi jefe, sin llegar a darle falsas expectativas para
conmigo. Llegué a la conclusión que debía ser correcta por mi parte en el trato
personal con él, y como muy bien me
aconsejaron mis compañeras, darle algo de coba de vez en cuando.
Lo mejor de todo fue la
sensación de satisfacción cuando el lunes a la mañana realicé en ingreso del
dinero en la cuenta, y comprobé al final de la libreta como desaparecieron
todos los números rojos de la lista. Al fin el saldo era positivo. Positivo no
solo en lo monetario, sino también en otros muchos aspectos. Compensaba
aguantar todo cuanto consentí, con tal de ganar ese dinerillo. Enseguida
comencé a imaginar la de caprichos que podríamos darnos yo y mi familia. Al fin
podría comprarle a mi hijo muchas de las cosas que me pedía y que yo le negaba
al no considerarlas imprescindibles. Esa era sobretodo una sensación de orgullo
como madre inconmensurable al menos para mí.
Llegó el lunes a la tarde, y
el martes, miércoles y jueves. Tuve la impresión de que llevaba toda la vida
haciendo ese trabajo, no me costó nada adaptarme. Lo peor de todo era soportar
las miradas de los asiduos después de mi pequeño espectáculo del fin de semana,
aguantaba el tema como podía, pensando en las propinas que recibiría el sábado
de saber llevar la situación.
Como en la semana pasada mi
jefe iba y aparecía cuando le daba la gana, y siempre que estaba por el local
aprovechaba cualquier excusa para buscar el contacto físico con las camareras.
Aprendí a sonreír cada vez que me tocaba el culo, se aprovechaba de hacerlo
siempre con disimulo, como quien no quiere la cosa, sutilmente, como por
descuido. Cuidándose muy mucho de que ninguna pudiéramos recriminarle nada al
respecto.
Por los comentarios y temas de
conversación con los clientes deduje que esperaban lo mismo de mí de cara al
fin de semana. Muchos me preguntaron por el vestido, el mono o qué era lo que
me iba a poner el viernes y el sábado. Deduje que había generado alguna
expectación, y reconozco que no pude evitar pensar en ello en mis ratos libres.
Le di vueltas y vueltas a la cabeza tratando de pensar en el asunto. De no ser
por los comentarios de mi jefe y los clientes, no le hubiera prestado mayor
importancia al respecto, pero maquiné que debía convertir el problema en
solución. En mis trabajos anteriores siempre había demostrado mi valía transformando
los problemas en oportunidades, y esta vez no tenía por qué ser distinta.
Así que la mañana del jueves
salí de casa dispuesta a comprarme algo de ropa que encajase con mis
intenciones y las expectativas tanto de Don Mario como de los clientes. Al
final me hice con un par de minifaldas y de tops que encajaban perfectamente
con la idea que llevaba para vestir entre semana. Mientras me probaba las
faldas ya ideaba la forma en que nada más llegar a casa las recortaría y
ajustaría junto con un par de vaqueros hasta el límite de lo decente. De tal
forma que al caminar resultase la medida justa para que no se viese nada, y que
al agacharme en cambio mostrase el inicio de mis cachetes del culo o de mis
braguitas. Ya escogería yo el momento en
el que agacharme doblando las rodillas púdicamente para que no se viese nada, o
si por el contrario optaba por hacerlo con las piernas estiradas calentando el
ambiente y el bolsillo de las propinas.
La casualidad quiso que en el
último momento pasase por un escaparate de una tienda en la que indicaba
“Remate final por cierre”, en el que vi un vestido que me pareció muy sugerente
y sexy. Se trataba de un vestido ceñido al cuerpo, con generoso escote y
minifalda, hasta ahí más o menos normal. Lo que lo hacía realmente sugerente y
sexy era que por uno de los laterales estaba abierto de arriba abajo, dejando
claramente a la vista el inicio del pecho a la altura de las costillas en plan
“sideboob”, y por supuesto el elástico de las braguitas por el mismo lateral.
Le pregunté a la dependienta que cómo era posible lucir ese vestido con ropa
interior y sin que se notase, a lo que ella me respondió encogiéndose de
hombros.
.-“Tu eres joven y atractiva,
yo ya no entiendo de estas cosas” me comentó con una sonrisa picarona de forma
simpática, y me hizo un buen descuento. Su complicidad me ayudó a decidirme, y por eso me lo llevé muy
dispuesta a ponérmelo al sábado siguiente.
Nada más llegar a casa me
animé a probármelo frente al espejo. Me veía estupenda con él y traté de encontrar
una forma en que lucirlo.
Para ese segundo viernes me
llevé al trabajo una minifalda de esas de tablillas plisadas en negro junto con
un top del mismo color. En cambio elegí una braguitas cómodas de algodón color
carne. El efecto es que cuando me agachaba enseñando el culo en la oscuridad
del bar y con las luces destellando, dejaba dudas de si llevaba ropa interior o
no según mis intenciones. Por el top era evidente que no llevaba sostén, y por
el color de las braguitas hacía pensar viéndome desde la distancia al
agacharme, que tampoco llevaba esta otra prenda.
Supe por los comentarios que
escuché de los hombres a los que atendía en la barra, que medio bar se
cuestionaba y se preguntaba si de verdad llevaba bragas o no. Sin quererlo se
convirtió en tema de conversación entre los clientes en esa noche. Máxime
cuando al día siguiente, sábado, aparecí con el vestido completamente abierto
por el lateral evidenciando que no llevaba ropa interior, esta vez ni de color
carne ni de ningún tipo. Me sorprendí a mí misma por mi atrevimiento. Nunca
hubiera imaginado que fuese capaz de tal cosa,
aunque en cierto modo debo reconocer que obtenía cierta satisfacción
personal por todo ello. Sin duda había aprendido a manejar a los hombres, en
poco tiempo las situaciones que antes me daban pudor, habían pasado a ser meros
instrumentos para la consecución de mis objetivos: unas propinas tan generosas
como mis escotes o la carne que enseñaba. Sin olvidar el tener a Don Mario lo
suficientemente contento como para que contase conmigo noche tras noche.
La propina de ese fin de
semana ascendió a trescientos cincuenta euros. Algo más que el sábado pasado, y
totalmente gratificante de nuevo para mí. Me convencieron de que valía la pena
todo el esfuerzo que estaba llevando a cabo.
Digamos que con el transcurso
del tiempo comencé a hacerme imprescindible en el bar, y eso a pesar de las
caras que me ponían tanto Marta como Patricia cada vez que me veían aparecer
con mis modelitos. No puedo negar que en cierto modo yo comenzaba también a
disfrutar con eso de mi doble vida. Para mi marido no dejaba de ser esa
sacrificada esposa que trabajaba a turnos de noche, matándome a trabajar para
pagar los esfuerzos económicos de la familia. Y que sin embargo por las noches,
me transformaba en esa mujer de mundo dónde los límites me los ponía yo misma.
A decir verdad comencé a gustarme más a mí misma provocando a los
hombres. Incluso debo reconocer que algunas noches regresaba a casa excitada
por los comentarios que me escuchaba, las proposiciones de los hombres para
acostarme con ellos, de sus miradas que me follaban con la vista, e incluso de
los toqueteos que me tenía que aguantar cada vez que cruzaba de una barra a
otra por medio de la pista de baile. Muchas noches llegaba caliente a casa pensando
en desfogarme con mi marido, lo malo es que cuando llegaba este ya estaba
roncando plácidamente y yo lo suficientemente agotada como para tomar la
iniciativa.
Pese a todo y con el tiempo,
me di cuenta una mañana que sin quererlo cuidaba mucho más de mi cuerpo, me
gustaba sentirme atractiva y deseada. Incluso rasuré en varias ocasiones mi
pubis y no pude evitar acariciarme más de una mañana yo sola en casa, pensando
en los muchos hombres con los que hubiera podido acostarme de no ser porque me
había propuesto fervientemente ser fiel a mi marido. Sin la fidelidad a mi
esposo, todo aquello carecía de sentido.
Eso no era para nada
incompatible con fantasear con la idea de que aparece un caballero en medio del
bar y al cierre me lleva al hotel en su Ferrari, o incluso algo más violento
como un polvo rápido con un desconocido entre las cajas y barriles del almacén.
El caso es que lograba unos orgasmos maravillosos que me animaban a ver la
parte más excitante de mi trabajo.
De esta forma fueron pasando
los fines de semana uno tras otro, en lo que lo único reseñable es que
transcurridos casi dos meses le comenté a Don Mario que no había visto ningún
ingreso por nómina en mi cuenta. Y que si bien en un principio pensé que todo
podía deberse a una demora de algunos días en llevar los papeles a la gestoría,
ya había transcurrido el tiempo suficiente como para tener un ingreso como
honorario fijo. A lo que me respondió que todavía no estaba dada de alta en la
seguridad social ni lo estaría, pues por no sé qué tipo de excusas baratas no
podía hacerlo. Me dijo medio burlándose de mi inocencia que si me creía que lo
que recibía cada sábado eran solamente propinas. Se defendió de mis réplicas
argumentando que estaba contento conmigo y todo eso, que era muy buena camarera,
pero que le creyera si en la calle había un ciento de buenas camareras como yo,
o tal vez incluso mejores. “Más complacientes” dijo con cierta ironía en su
tono de voz. Que eran lentejas, que o lo
tomaba o lo dejaba, pero que él no podía hacer nada más al respecto.
Terminó por convencerme
argumentando que si me daba de alta en la Seguridad Social, perdería casi la
mitad de mi salario. Esto es, que en vez de los cerca de mil trescientos euros
que más o menos había ingresado estos meses atrás, seguramente solo podría
ofrecerme unos seiscientos cincuenta. Demasiada diferencia incluso para mí, por
lo que terminé aceptando sus lamentables condiciones y lo peor de todo,
evidenciando que me hacía mucha falta el dinero.
Lo único bueno que surgió de
aquella conversación, es que puso las cosas tirantes entre los dos durante un
tiempo, y que al menos por una temporada estuvo mucho más correcto para
conmigo. Se mantuvo algo distante y desde luego mucho menos sobón, cosa que
agradecí enormemente.
Pero los hechos más dramáticos
se sucedieron con relativa rapidez en el tiempo. Debo reconocer que siempre
encontraba motivo para sorprenderme desde que trabajé en aquel sitio, y mira
que pude ver y comprobar sucesos inimaginables para mí antes de conocer este
mundillo de la noche.
Fue una de las tardes en que
llegué con mucho tiempo de antelación. Como por otra parte venía siendo
costumbre en mí día tras día, sobre todo para no darle a Don Mario la excusa
con la que deshacerse de mí. Ya me llamó la atención nada más entrar, la cara
de pocos amigos de Patricia atendiendo sola toda la barra. No me dijo nada, sin
duda quiso que al subir al piso de arriba sorprendiese a Don Mario y a Marta
teniendo relaciones sexuales. Abrí la puerta con sigilo dispuesta a cambiarme
de ropa como todas las tardes, pero alertada y sorprendida por los ruidos que
provenían del interior del despacho. Mi incredulidad nada más entreabrir un
poco la puerta, y sorprender a Marta arrodillada a los pies de Don Mario
practicándole una felación en toda regla. Marta quedaba de espaldas a la puerta
medio desnuda, por lo que no se dio cuenta de mi llegada, en cambio Don Mario que quedaba justo
enfrente, sí se percató de mi presencia tras la puerta. De seguro que vio mi
cara de asombro y estupefacción por lo que estaba sucediendo entre ellos. Para
mí fue toda una sorpresa, y aunque ya imaginaba que pudieran tener un lio,
nunca pensé realmente que pudiera ser verdad y mucho menos sorprenderlos en
pleno acto. Ahora lo estaba comprobando con mis propios ojos. Para colmo, al
ser la primera vez en mi vida que contemplaba en vivo una escena como esa,
tardé un tiempo en asimilarlo, el suficiente como para observar como Don Mario
sujetaba a Marta del pelo y comenzaba a follarse literalmente su boca mientras
me observaba como permanecía incrédula tras la penumbra de la puerta con la
mano en la boca.
Me cambié como pude en el
pasillo y dejé mis cosas en el almacén. Esa tarde no comenté lo sucedido ni con
Patricia, ni con nadie. Ni tampoco nadie sacó a colación el tema. Lo más
curioso resultó que dos días más tarde, al poco de incorporarme al turno de
tarde, bajó Marta llorando a moco tendido del despacho de Don Mario. Me
sorprendió ver llorar de esa manera a una mujer de mundo como Marta, máxime
cuando me dijo que estaba despedida, no sin antes advertirme de que Don Mario
era un auténtico cabrón, y que me anduviera con cuidado. Dicho esto salió del
local y nunca más volví a saber de ella. Tanto Patricia como yo nos quedamos
cariacontecidas por lo sucedido. Yo no daba crédito a lo ocurrido, mientras que
Patricia comenzó a saborear la posibilidad de ser la nueva encargada.
Incluso arremetía contra mí
cuando competía con ella en modelitos, defendiendo lo que creía era su terreno,
sin duda por celos. Me ponía verde a mi espalda con los clientes, en plan de
que si era una buscona, que si me quería tirar al jefe y a todos los presentes,
empeorando intencionadamente mi maltrecha reputación ya de por sí deteriorada
en el bar. Tuve que luchar contra una inmerecida fama.
Aquel sábado a la noche, yo
llevaba puesto el vestido abierto por el lateral, salvaguarda de mi puesto de
trabajo dadas las circunstancias. Por supuesto no llevaba ropa interior debajo
y como casi siempre que me ponía ese vestido había rasurado meticulosamente mi
pubis a la mañana. Yo era la primera a la que le gustaba sentirse expuesta a
los clientes, pues debo reconocer que en cierto modo yo también disfrutaba a mi
manera de mi lado más perverso cobijada en el anonimato. Dada mi nula vida
marital con mi esposo incluso me aliviaba y me excitaba en mis ratos de
intimidad imaginando cientos de situaciones en la que podía acabar en la cama
con cualquier desconocido del bar. Que si en plan Pretty Woman, o Proposición
Indecente, de alguna manera fantaseaba con sentirme igual que las protagonistas
de esas películas. Vamos chicas…¿Quién no ha fantaseado nunca con una aventura
idílica como te muestran esas pelis?. Yo al menos sí lo hacía. Eso me mantenía
viva.
Pero aquella noche sería una
pesadilla para mí. Creí que esa noche mi marido estaría en casa cuidando de mi
hijo como todos los sábados anteriores, y cuál fue mi sorpresa cuando lo vi
aparecer en medio del bar a altas horas de la madrugada, acompañado de un grupo
de otros cinco o seis hombres de los que reconozco no conocía a nadie. Seguramente serían o
clientes, o compañeros de trabajo.
Mi primera reacción fue de
pánico al pensar en el numerito que podía montar mi esposo de verme trabajando
allí vestida de esa manera. Temerosa porque me descubriese, corrí a esconderme
tras la puerta de la barra en el almacén. Aquella noche compartía barra con
Patricia, quien enseguida vino a interesarse por mí. Le dije que me encontraba
mal, que me diese un tiempo y que enseguida salía de nuevo a ayudarla.
Mientras, rezaba porque mi marido abandonase el local cuanto antes. Después ya
le exigiría explicaciones al llegar a casa de porque no estaba cuidando de
nuestro hijo. No me había dicho nada. Tratando de ganar algo de tiempo decidí
subir al despacho de Don Mario pues desde allí podría comprobar cuando
abandonaba el local mi marido y podía bajar de nuevo a continuar con mi
trabajo.
Al no verme tras la barra
atendiendo a los clientes enseguida subió Don Mario a preguntar el motivo.
.-“Lo siento, es que no me
encuentro muy bien” dije fingiendo encontrarme mal.
.-“Bueno, pues márchate a casa
si no puedes trabajar” argumentó dando a
entender que tampoco recibiría la paga de la semana al abandonarlo un sábado
por la noche. Don Mario siempre pensaba en su dinero.
Yo lo miré dubitativa. Por un
momento estuve tentada de marcharme, pero pensé que al bajar para irme mi
marido podría verme, y encima perdería la paga de la semana. Estaba
evidentemente nerviosa por la situación. Debía encontrar la forma de ganar
tiempo. No dejaba de morderme las uñas y de mirar de reojo por la ventana de
efecto espejo, que me permitía ver a mi esposo riendo en la pista de baile
junto a sus amigotes.
.-“Sólo necesito un poco de
tiempo, se me pasará” pronuncié tratando de aparentar que se trataba de algo
pasajero. Sin embargo se notaba a toda legua, que lo que me ocurría no era otra
cosa sino nervios. Unos nervios imposibles de controlar, y que no pasaron
desapercibidos para Don Mario.
.-“Sandra….” pronunció esta
vez acercándose hasta mí, “No se te da bien mentir, estás nerviosa, ¿por qué?,
¿qué te ocurre?. Sabes que puedes contármelo” dijo en un tono conciliador y
comprensivo al tiempo que me abrazaba. No me esperaba ese gesto de
condescendencia por su parte.
Tal vez fuese ese gesto el que
me conmovió, por primera vez en mucho tiempo Don Mario se mostraba comprensivo
para conmigo. Me lo había imaginado mucho peor, temí que montase en cólera por
no atender la barra y su dinero. Agradecí su bondad en un momento tan delicado
para mí. Además, de alguna manera necesitaba poder confiar en él, pues era el
único que podía ayudarme.
Pensé que tal vez fuese el
momento oportuno para confesarle mi pequeña mentirijilla.
.-“Lo siento Don Mario, usted
siempre ha sido bueno conmigo y… yo… le mentí…” dije con voz temblorosa al
tiempo que me dejaba rodear por sus brazos.
.-“Tranquila mujer, estas
nerviosa, sabes que puedes contarme lo que quieras” susurró a media voz
mientras se abrazaba pegado a mi cuerpo, moviendo sus brazos de abajo arriba
por mi espalda, otorgándome la confianza suficiente como para continuar
confesándome.
.-“El caso es que estoy
casada, no quiero que mi marido sepa que trabajo en un sitio como este. De
hecho cree que trabajo en unos almacenes. Y….” yo no sabía cómo acabar la
frase, estaba muerta de miedo por los nervios, intuía que ese sería un momento
trascendental para mí, sin duda habría
un antes y un después, mis labios temblaban y mis ojos comenzaban a enrasarse
corriendo el rímel de los ojos manchando su camisa.
.-“¿Y?” preguntó él en un tono
amigable tratando de consolarme.
.-“Mi marido está ahí abajo
con unos amigos. No quiero que me vea aquí vestida de esta manera” pronuncié
temerosa señalando a través de la ventana que hacía de falso espejo.
.-“¿Eso es todo?, ¿por eso
tanto nervio y preocupación?” me consoló Don Mario. Yo asentí con la cabeza
mirándolo a los ojos, con el rímel señalando el camino que habían recorrido mis
lágrimas al caer por las mejillas, agradeciendo su comprensión.
Juro que me temí una reacción mucho peor por
su parte y me relajé al comprobar que no reaccionaba de malas maneras al
escuchar mi pequeña mentira. Pensé que
se enojaría y me despediría montando en cólera, pero nada de eso sucedió. Por un momento pensé que lo había juzgado
mal. Creí que antepondría la atención de
la barra y su dinero, a mis sentimientos. Y sin embargo se estaba mostrando
totalmente condescendiente para conmigo en esos momentos.
.-“Tranquila mujer, eso lo
solucionamos enseguida” dijo rodeándome con un brazo de la cintura y guiándome
hasta la ventana.
.-“¿Quién es’” me preguntó
interesado mientras mirábamos los dos de frente por el espejo a la pista al
tiempo que la mano que me rodeaba por
detrás, se movía tímidamente de arriba abajo por el lateral contrario de mi
cuerpo, recorriendo las curvas de mi cadera.
En un principio justifiqué
esta maniobra de Don Mario alegando que siempre había sido un poco sobón, pero
con el paso del tiempo se evidenció que lo que trataba era de encontrar el
elástico de mi braguita con sus dedos por el lateral de mi vestido.
.-“Es aquel de allí, el de
camisa blanca, el que está hablando con aquellos otros…” dije señalando hacia
su posición y temblando de los nervios por la búsqueda que la mano de Don Mario
estaba empeñada en llevar a cabo en mi cintura. En esos momentos comencé a no
tener claras sus intenciones.
.-“Parece un buen tipo”
argumentó Don Mario como tratando de alargar la conversación al tiempo que su
mano descendía cuidadosamente por debajo de mi cadera, muy cerca de esa línea
invisible que separa la cadera del culo. Comenzaba a estar desconcertada. Temí
que mi confesión no me saliese gratis, él buscaba algo a cambio y temí hasta
donde pudiese atreverse a llegar.
.-“Lo es” respondí inquieta
por la caricia de Don Mario sin atreverme a apartar la mirada de la ventana. En
esos momentos no sabría precisar si me estaba cogiendo de la cadera, o me
tocaba el culo. Su maniobra como siempre, estaba en el límite de lo permitido,
desconcertándome por completo.
.-“Parece que se lo está
pasando bastante bien” pronunció al tiempo que su mano se deslizaba
sigilosamente hasta posarse poco a poco descaradamente sobre mi culo. Ya no
tenía duda. El muy cínico se estaba aprovechando a su manera de la situación.
Nada más poner su mano en mi
trasero me giré y lo miré con cierto desconcierto y desprecio, recriminándole
su maniobra y su bajeza moral por tratar de beneficiarse de una mujer como yo
dadas las circunstancias. Aquel viejo verde me estaba sobando el trasero a
conciencia por encima del vestido sin ningún tipo de miramiento con una
maliciosa sonrisa en su cara.
Él, por supuesto, se regocijó en la situación, sabía que me
tenía atrapada. Hizo caso omiso a mi mirada y continúo acariciando mi culo sin
el menor disimulo, sopesando entre sus
dedos la firmeza de mis nalgas. Para colmo me tenía que aguantar esa sonrisa
burlona en su cara a la vez que me
sostenía desafiante la mirada. El muy cabrón no se cortó ni un pelo.
Estaba disfrutando. Sabía perfectamente que yo no haría nada, que estaba llena
de dudas, que si protestaba sería el fin para mí, el muy cerdo sabía
perfectamente que necesitaba tanto de su dinero como de su silencio, y estaba
dispuesto a aprovecharse, a saber cuál podía ser el límite de mi necesidad.
Juro que me entraron ganas de
arrearle un buen bofetón y dejarlo allí plantado en su despacho con su dinero y
su arrogancia. En cambio, sabía tan bien como él que no haría nada y otorgaría
silenciosamente. De eso se aprovechaba el muy cabrón. Además del tema
económico, los dos sabíamos que no podría pasar desapercibida ni tan siquiera
para mi marido de bajar así vestida, aunque fuese con la clara intención de
abandonar el local para siempre y dejarlo allí plantado. Los dos sabíamos que
tanto o más que el dinero, me preocupaba mi familia, y las explicaciones que
tendría que dar a mi marido. Estaba atrapada a dos bandas, y el muy cerdo lo
sabía y se aprovechaba.
.-“No es justo” pronunció
rompiendo el tenso silencio que había entre los dos. Y aunque me desconcertó
con sus palabras, aproveché la situación para ladearme y escapar del alcance de
su mano.
.-“¡¡Eso mismo pienso yo!!” le
espeté mostrando cierto coraje e indignación en mi respuesta refiriéndome a su
actitud. Pero para mi desgracia, y antes
de que pudiera alejarme del todo de su presencia, me agarró de nuevo de la
cintura y me atrajo hasta él tirando de mi cuerpo. Esta vez me sujetó de la
cintura con mucha más fuerza reteniéndome junto a su lado evidenciando lo que
quería a cambio de su silencio.
.-“Sandra, querida, tú también
deberías divertirte” dijo al tiempo que volvía de nuevo a la carga y deslizaba
su mano hasta posarla bien abierta de par en par sobre mi cachete del culo.
Dejó claro que quería sobarme el culo y disfrutar un rato a su antojo.
No pude continuar aguantando
su sucia mirada devorándome con los ojos. En esos momentos estaba llena de
rabia y de impotencia. Me estaba metiendo mano a placer. Me preguntaba qué
podía hacer mientras observaba a mi marido reírse con sus amigos a través del
falso espejo. La situación era tan humillante para mí en esos momentos, que ni
siquiera mi cuerpo reaccionaba. No encontré mejor refugio que permanecer
impasible mirando fijamente al infinito a través de aquel absurdo espejo,
mientras me dejaba sobar el trasero por el baboso de Don Mario. Me tocó el culo
cuanto quiso y como quiso, sin que yo le diese la satisfacción de protestar o
resistirme. Siempre atenta a lo que ocurría en la pista de baile. Con la mirada
perdida en el infinito. La escena se prolongó por unos minutos que a mí me
parecieron eternos.
.-“¿Es verdad lo que murmuran
ahí abajo?, ¿es verdad lo que dicen de ti?” me preguntó al tiempo que me
giraba, aplastando mi cuerpo contra el suyo, los dos de frente, cogiéndome por
ambos cachetes del culo a dos manos, rodeada por sus brazos que me
inmovilizaban.
.-“¿El qué?” esta vez lo miré
sorprendida por su pregunta y su atrevimiento.
Pude ver su cara de salido a apenas unos centímetros de mi rostro, podía
apreciar su cuerpo contra el mío, y su aliento cargado de alcohol.
.-“Todo el mundo dice ahí
abajo que no llevas bragas con este vestido. Don Lucio asegura que te has
dejado tocar el culo por él varias veces y no ha encontrado tus bragas”
pronunció como extasiado por la duda, tratando de levantarme la falda a dos
manos por detrás de nuestros cuerpos para comprobarlo.
.-“¿Pero qué coño hace?, ¡que
se ha creído!” le aparté las manos de un manotazo evidentemente enfada. Le dejé
claro que se había propasado en su intentona, y que no estaba dispuesta a permitir
ciertas cosas por mucha falta que me hiciese su asqueroso dinero.
.-“Vamos Sandra, no te hagas
la estrecha ahora conmigo. Con el cerdo de Lucio te dejas tocar el culo, ¿y
conmigo no?. Yo solo quiero saber si es verdad” pronunció al tiempo que se
acercaba hasta mí con la intención reflejada en su rostro de intentar levantarme
las faldas por segunda vez. Yo levanté mi mano dispuesta a darle un buen
bofetón. Supo entender mi amenaza.
.-“Hagamos un trato…” me dijo
en un tono conciliador tratando de rebajar la tensión, “me dejas comprobar si
es verdad lo que dicen…, y bajo a deshacerme de tu marido. En el fondo esta
absurda situación, ya me ha hecho perder mucho tiempo y dinero” propuso
acercándose hasta mí de nuevo muy despacito, desvelando sus verdaderas
intenciones.
Yo lo miraba indecisa. Por una
parte sonaba bien eso de deshacerse de mi marido. Por otra, no quería que ese
cerdo comprobarse que efectivamente no llevaba
ropa interior debajo de mi vestido.
.-“Si. Es cierto” dije
relajando también mi actitud dando a entender que aceptaba el trato, “no llevo
bragas”, terminé por confesarle lo que tanto esperaba saber.
.-“¿Nada?, ¿nada?” cuestionó
poniendo cara de asombro a la vez que me cogía de las muñecas, y tiraba de mi
cuerpo hasta aplastarme contra el suyo.
.-“Nada de nada, no llevo nada
de ropa interior” respondí temerosa por verme atrapada de nuevo entre sus
brazos.
.-“Joder Sandra, parecías tan
modosita el primer día que te contraté, y ahora en cambio…” pronunció al tiempo
que efectivamente me rodeaba con sus brazos inmovilizándome, para acto seguido
deslizar sus manos por mis caderas hasta posarse cada una en mis nalgas. Apretó
mis cachetes un par de veces entre sus dedos antes de que yo pudiera
reaccionar, “tienes razón…” continúo diciendo clavando su aliento en mi rostro,
aguantando desafiante la mirada, y sobando a placer mi trasero, “…si te viera
tu marido sin bragas así, pensaría que eres una puta cualquiera” concluyó al
unísono que levantaba mi falda y acariciaba a placer la piel desnuda de mis
nalgas fingiendo buscar unas braguitas que sabía perfectamente que no hallaría.
.-“Joder, es verdad” musitó al
comprobar con sus propias manos que efectivamente no llevaba ropa interior
comprobando la suavidad de la piel en mis glúteos.
Durante su deleite, pude
introducir mis brazos entre su cuerpo y el mío apartándolo de un empujón.
.-“Ya está, ya es suficiente.
Ahora ya lo sabes” le increpé zafándome de él, y bajándome la falda del vestido
en la distancia ganada ante su incrédula mirada por cuanto acababa de
comprobar.
.-“Ahora cumple con tu parte”
le exigí recomponiéndome el vestido y señalando con una mano hacia la puerta,
indicándole con gestos que bajase a deshacerse de mi esposo.
Don Mario abandonó la estancia
sin pronunciar palabra.
Nada más marcharse del
despacho me asomé por el espejo, pude
ver que efectivamente entablaba conversación con mi marido y el grupo de amigos
que lo acompañaban. Estuvieron un rato hablando, por lo que comencé a
impacientarme. Me pregunté de qué podían estar charlando tanto tiempo, y
comencé a temer que cualquiera de los dos hablase más de la cuenta. Era una
situación totalmente tensa. Además, conforme transcurría el tiempo más difícil
era para mí tratar de asimilar lo sucedido.
El asqueroso de mi jefe se
había propasado tocándome el culo. Estaba irritada, enfadada, y lo peor de todo
era que no encontraba solución a la situación. Mientras los veía conversar
incluso pensé en denunciarlo a la policía. Esa idea iba creciendo con la rabia
en mi interior, junto a alguna otra como marcharme de allí robándole el dinero
de la caja fuerte, algún día, en algún descuido, podría darle su merecido.
Envuelta en la tortura de mis pensamientos fue transcurriendo el tiempo, hasta
que sopesando con más calma los pros y los contras, me fui convenciendo de que
a pesar de todo, lo más sensato sería dejarlo pasar. Ponerme a buscar otro
empleo en el poco tiempo libre que tenía para salir de allí cuanto antes, y
olvidarme de todo lo sucedido. Conforme recuperé la calma, lo fui viendo todo
con más claridad. Culpé a mi marido de todo cuanto había pasado justificándome
a mí misma. Incluso dudé de si de alguna manera me lo tenía bien merecido por
andar provocando la situación. Con el tiempo apareció también ese absurdo
sentimiento de culpa en mi interior, que me decía que tal vez Don Mario tuviese
razón y me hubiese comportado como una puta.
“Puta”, esa palabra comenzó a
resonar en mi mente una y otra vez deteniendo mis pensamientos. Por suerte pude
ver desde el despacho a través de la ventana como Don Mario se despedía de mi
marido y sus amigos, y estos abandonaban la pista apurando sus bebidas. Al fin
parecían terminarse mis temores por esa noche.
Don Mario subió a su despacho
para indicarme que mi marido ya se había ido. Esta vez estaba más calmado, e
incluso algo amable. Cuando menos correcto, en cualquier caso. Yo bajé a
continuar poniendo copas y por suerte el
trabajo me ayudó a olvidar y no pensar en lo sucedido. Hasta que se hizo
la hora de cerrar. Por supuesto Don Mario se las arregló para que yo subiese la
última a cobrar la paga.
.-“Pasa y siéntate” me dijo
nada más abrir la puerta en tono serio. Yo obedecí tomando asiento en la
sillita frente a su escritorio inquieta por lo que pudiera suceder.
.-“Ten, esta es tu parte” dijo
dejando caer un sobre encima de la mesa.
Me estiré a cogerlo, la curiosidad
quiso que lo abriese impaciente para comprobar
la cantidad que en ese día tan peculiar podía haber dentro. Me sorprendí
cuando en un primer conteo sumé casi quinientos euros. Mucho más de lo que
venía siendo habitual.
Quise contarlo por segunda vez
detenidamente, esta vez sacando el fajo de billetes del sobre. Efectivamente
quinientos cuarenta euros en billetes de diez y de veinte. Una vez repasé la
cuenta alcé la vista para mirar sorprendida a Don Mario preguntándole con los
ojos a que se debía esa cantidad. Estaba francamente sorprendida, pensé que me
daría menos que en otras ocasiones justificándose en el tiempo que no había
estado atendiendo la barra. No sé por qué, llegué a pensar que incluso al
saberlo, Raquel le habría comida la cabeza y algo más para hacerse con mi parte
de las propinas. Y sin embargo, tenía en mis manos la prueba de todo lo
contrario.
.-“Siento lo que ha pasado
esta noche. Espero poder compensarte” pronunció medio disculpándose por lo
sucedido.
No me lo podía creer, encima
me estaba pidiendo perdón. Me alegré porque fuera así, y no de otra manera. En
esos momentos pensé que se temía que lo denunciase o algo así. Debía aprovechar
el momento para poner punto y final a lo ocurrido.
.-“Lo de esta noche no puede
volver a pasar” respondí haciéndome la ofendida, pero contenta en mi interior
por el giro de la situación, y el reporte de dinero que tenía entre mis manos.
Y dicho esto me levanté de la silla dispuesta a cambiarme de ropa como otras
noches dando por zanjado el tema.
.-“Te espero abajo” pronunció
Don Mario haciendo intención de abandonar la sala para dejarme sola como en
otras ocasiones en que cerraba el bar con él.
.-“Por cierto…” lo interrumpí
antes de que saliese por la puerta del despacho. “¿De qué han estado hablando
tanto tiempo usted y mi marido?” le pregunté intrigada.
.-“Oh, nada, ya sabes…, cosas
de hombres, fútbol, mujeres, política…” dejó caer como si nada.
.- “Esto… Sandra, tu marido
parece un tipo simpático. Tal vez deberías replantearte el contarle donde
trabajas, no he tenido otra forma de deshacerme de él, que invitándole a una
consumición la próxima vez que venga” concluyó volviendo la puerta tras de sí e
inquietándome con su última respuesta.
“Cómo que invitándole para que
venga otra vez” musité en mi cabeza. Ciertamente lo dijo en un tono de voz que
no me gustó un pelo, me provocó cierto desasosiego.
Nerviosa como estaba, me quité
el vestido a toda prisa, tratando de cambiarme de ropa cuanto antes, con la
clara intención de salir de allí urgentemente, y regresar a mi casa. Tenía unas
ganas locas por ducharme para quitarme el sudor, pero sobre todo para quitarme
la sensación de las manos de Don Mario en mi cuerpo. Por unos instantes me
quedé sola en el despacho completamente desnuda, buscando desesperadamente las
braguitas con las que vine de casa. No estaban colgadas en la percha donde
estoy segura que las dejé junto al resto de la ropa. Encima escuché unos ruidos
provenientes del pasillo a oscuras tras la puerta. Me había descuidado por los
nervios y las prisas, temí que como en otras ocasiones Don Mario se hubiese
quedado sigiloso para vernos como nos cambiábamos de ropa las chicas. Si bien
en otras veces le daba la espalda y me cuidaba de llevar la ropa interior, esta
vez me pillaba completamente desnuda deambulando tontamente de un lado a otro
de su despacho, buscando unas braguitas que no aparecían. Nerviosa, inquieta, y
desesperada por poner fin al espectáculo que le estaría dando, opté finalmente
por ponerme los jeans y el resto de mi ropa con la que regresar a casa, sin
braguitas debajo.
Mis peores temores se
confirmaron al escuchar unos ruidos tras la puerta justo antes de que me
dispusiera a salir del despacho, lo que evidenciaba que Don Mario me había
estado espiando mientras me cambiaba. Seguramente pudo observarme completamente
desnuda por unos interminables minutos. Estaba completamente abochornada. Al
salir apenas intercambiamos palabras. Don Mario procedió a la ceremonia del
cierre de persiana, y yo marché a casa con la preocupación en mi cuerpo, ahora
debía tratar de averiguar qué coño es lo que hacía mi marido en el bar a esas
horas.
Esa noche dormí de un tirón
muerta de cansancio. Cuando desperté encontré una nota en mi cama en la que mi
marido me indicaba que ya había salido con nuestro hijo para comer en casa de
sus padres. Ese mismo domingo a la tarde le pregunté a mi marido por lo que
hizo la noche anterior, y me mintió descaradamente al decirme que había estado
en casa cuidando de nuestro hijo. A pesar de que insistí varias veces de
distinta forma, me inquietó que no me dijese la verdad, ¿Por qué iba a mentirme
mi marido en una tontería como esa?. Era
obvio que había salido por la noche, y resultaba evidente que nuestro hijo se había
quedado en casa de mis suegros. Entonces…,
¿por qué me mintió?. No lograba entenderlo.
Apenas tuve tiempo para indagar más. El lunes
a la tarde llegó antes de que me recuperase incluso del cansancio. Por suerte
Don Mario no apareció ni ese lunes, ni el martes, ni el miércoles. A lo que
apareció por el local a jueves, la cosa ya se había enfriado entre nosotros.
Ninguno hizo la más mínima mención a lo sucedido la noche anterior del sábado.
Como si nunca hubiese sucedido nada. Mejor así. Incluso Don Mario volvió a
estar distante y ausente para conmigo.
Fue un sábado a la noche.
Raquel había salido la primera alegando que tenía prisa. Una excusa como otra
cualquiera para no hacer los aseos y fregar la vajilla. Siempre librándose de
hacer las peores tareas con el visto bueno de Don Mario. Patricia me dijo que
se quedaba ella a cerrar, por lo que pude recoger mi correspondiente sobre, y
marchar a horas no muy intempestivas a casa. Ocurrió que al salir a la calle
estaba chispeando, amenazaba lluvia. Recordé que tenía un viejo paraguas plegable
en mi percha arriba en el despacho, y regresé con la intención de no mojarme.
Ya fuera por lo despistada que
soy, o por lo cansada que estaba esa noche, que no me percaté de los
sospechosos ruiditos que provenían del despacho hasta que prácticamente estuve
a mitad de las escaleras. A lo que quise darme cuenta estaba paralizada en
medio del pasillito escuchando los gemidos que emitía Patricia del otro lado de
la puerta. No sé qué me pudo más en esos momentos, si la curiosidad o la
incredulidad. El caso es que me acerqué sigilosa hasta la puerta y a poco me
caigo de culo despavorida allí mismo por lo que ví.
Me tuve que contemplar la
esperpéntica visión de ver a Don Mario con los pantalones en los tobillos
follando como un caballo a Patricia por detrás, que yacía recostada sobre la
mesa esnifando lo que parecía una rayita de coca. Desde luego que no me lo
podía creer. Tal vez de otra me lo hubiese esperado, pero de Patricia. Si hasta
me había confesado en varias ocasiones que tenía novio. La única explicación
que encontraba a todo cuanto veía con mis propios ojos era la droga que
consumía la chica.
Un mal paso me delató. Casi me
tuerzo el tobillo mientras los espiaba detrás de la puerta. Don Mario se detuvo
y se volteó a mirar alertado por el ruido. Por un momento creí que me
descubrirían. Temí morirme de la vergüenza si llegaran a darse cuenta o decirme
algo. Por suerte Patricio alentó a su jefe para que continuase con el
movimiento, y de vuelta con el trajín aproveché para marchar sigilosamente.
Por supuesto nunca comenté con
nadie lo que vi esa noche. Y mucho menos con Don Mario o con Patricia. Tampoco
hubo lugar ha, porque el jefe no apareció ni el lunes ni el martes, y cuando lo
hizo a miércoles fue para despedir a Patricia, que al igual que Marta bajó llorando
del despacho de Don Mario.
Yo lo sentí por Patricia pues
me caía bien, además egoístamente hablando me quedaba sola con Raquel, y eso
quería decir que todo el trabajo recaería sobre mí, máxime cuando a Don Mario
le costó algo de tiempo encontrar otras camareras.
El muy cerdo aprovechaba
siempre que no estaba Raquel para lanzarme indirectas y volver a la carga con
el tema sobeteos. Aprovechaba la menor excusa para tocarme a la menor ocasión.
Como era de esperar al sábado siguiente al despido de Patricia me tuve que
quedar a cerrar el bar. Recuerdo que ese mismo sábado, subí a recoger mi sobre
de la semana. Cuando subí a su despacho
lo sorprendí extrayendo un sobre de su caja fuerte para entregármelo. Nada más
cogerlo me percaté que pesaba y abultaba más de la cuenta, quise abrirlo para
contar los billetes.
¡¡Guauuu!!, había cerca de
seiscientos euros. Indudablemente la cantidad me llamó la atención y Don Mario
se dio cuenta de mi asombro.
.-“¿Y esto?” le pregunté
sorprendida al ver la cantidad.
.-“Bueno, ahora estáis solo
dos, os toca a más” pronunció alegrándose de verme contenta.
.-“Si, sí, claro” dije algo
confusa, pues no sabía cómo darle las gracias por la generosa cuantía de dinero
que acababa de recibir. En cualquier caso recogí el sobre para guardarlo
celosamente en mi bolso. Me incorporé con la intención de cambiarme y salir de
allí cuanto antes como en otras noches, dando por terminada la jornada. No
quise darle más vueltas a la cabeza, ya que de por sí estaba bastante cansada.
Nada más incorporarme de la
silla, mi mente ya estaba pensando en todos los préstamos y letras que podría
cancelar en el mes con ese extra de dinero inesperado. El trabajo y el
cansancio quedarían olvidados.
Únicamente me sorprendí,
cuando haciendo la intención de cambiarme de ropa frente a la percha como
siempre, comprobé que Don Mario no hacía intención de abandonar la estancia
como en otras ocasiones…
.-“¿No sale para que me cambie
de ropa?” le pregunté al observarlo sentado aún tras su mesa terminando de contar
algún dinero y de cerrar la caja fuerte.
.-“Vamos Sandra, no me hagas
perder el tiempo. Ya te he visto prácticamente desnuda, me queda algo de
papeles por hacer. Puedes cambiarte delante de mí. No pasa nada, ¿verdad?. Hay
confianza.” dijo haciéndose el ocupado en ordenar papelajos absurdos.
Los dos sabíamos que eso era
una mera excusa para verme desnuda delante suya sin tener que esconderse detrás
de la puerta. Yo pensé en todo el dinero que me acababa de dar, y tontamente
pensé que tal vez fuera esa la forma en que podía agradecerle su gesto. De
todas formas pensé que me iba a ver desnuda igual tras la puerta, así que
procedí a cambiarme delante de él. Lo hice rápido, todo lo más rápido que pude,
a pesar de todo me seguía dando vergüenza desnudarme así delante de él. Sin
ningún tipo de disimulo.
Cuando me giré terminada de
vestir pude ver como Don Mario esnifaba un par de rayas de coca que había
dejado encima de su mesa.
.-“¿Quieres un tiro?” me
preguntó terminando de inhalar los resquicios de polvo blanco que quedaban
alrededor de su nariz.
.-“No gracias” respondí
poniendo cara de asco. Nunca he soportado la droga, además era la primera vez
en mi vida que veía a alguien drogarse descaradamente delante de mí. Creo que
advirtió mi cara de repulsa y recogió con prisas para abandonar el bar y
proceder al ritual del cierre de persiana.
No encontró ninguna otra
camarera durante la semana siguiente. De nuevo otra semana para mí solita, y lo
que era peor, un sábado sola en la gran barra. Por supuesto Don Mario aprovechó
para rozarse conmigo cuantas veces pudo a lo largo de toda la noche, incluso
llegué a notarlo empalmado varias veces cuando se situaba en la caja detrás de
mí con las prisas por cobrar a los clientes como excusa. “Baboso” pensé cada
vez que me culeaba en medio de la barra a la vista de todos sus compinches para
mi menoscabada reputación.
De nuevo se las ingenió para
que ese sábado subiese la última. En cierto modo era lo lógico, me tocaba
recoger la barra grande, hacer los aseos, la vajilla, limpiar, barrer el suelo
y tirar la basura, mientras Raquel únicamente recogía la barra del fondo. Claro
que de esta forma ella subía siempre antes por su paga.
Esa noche fue algo tensa entre
Don Mario y yo. A lo que subí a su despacho me indicó que parar ganar tiempo
fuera cambiándome de ropa. Argumentó que aún no había podido preparar mi sobre
y fingió contar dinero mientras yo me resigné a desnudarme enfrente de él.
Justo cuando me quité el vestido, y estaba tan solo en ropa interior me llamó.
.-“Toma Sandra, esto es tuyo”
pronunció a mi espalda intencionadamente al quedarme en ropa interior. Yo hice
ademán de ponerme mi pantalón cuanto antes y recoger el sobre al acabar de
vestirme.
.-“¿No lo quieres?” preguntó
tratando de llamar mi atención, yo quise terminar de vestirme cuanto antes sin
decir nada. Pero él se las ingenió para detenerme antes de que pudiera llegar a
coger mi ropa siquiera.
.-“Entones Raquel tenía
razón…” pronunció esta vez provocándome “…tal vez se mereciese más ella,
siempre sabe agradecérmelo”. Juro que esta vez lo logró. Sus palabras me
encorajinaron y me acerqué hasta su mesa aún en ropa interior, dispuesta a
recoger mi sobre cuanto antes, temerosa de que sacase parte del contenido para
dárselo a Raquel como había insinuado. Ciertamente lo creía capaz. Todavía
estaba tan solo en braguitas y sujetador
cuando me planté enfrente de su mesa recelosa por su comentario, al
tratar de recoger el sobre lo retiró de mi alcance.
Yo lo miré encorajinada por su
reacción. Creo que pudo leer claramente en mis ojos lo que pensaba: “¿Por qué
coño me retiraba el sobre, jugando con mi dinero de esa manera tan infantil?”.
.-“¿No quieres saber cuánto
hay?” me preguntó tratando de ganar tiempo. Me quedó claro que su pregunta era
una excusa para contemplarme medio desnuda delante suya.
.-“¿Cuánto?” pregunté tratando
de seguirle la corriente cansada del jueguecito que se traía entre manos.
.-“Hay mucho, nena, mucho
dinero” dijo arrastrando de nuevo el sobre por la mesa hasta mi posición. Traté
de alcanzarlo, pero se anduvo más rápido que yo y de nuevo lo retiró de mi
alcance. Esta vez lo miré realmente cabreada por su tontería de juego. Debió
advertir mi ira en los ojos.
.-“No importa lo que haya
dentro, lo que importa es si estas dispuesta a ganar más” musitó provocando
cierto suspense en su entonación.
Comenzaba a estar harta de su
jueguecito, así que con un brazo en jarra sobre mi cadera, y haciéndole gestos
con el índice de la otra, le indiqué que quería mi dinero ya. Lo exigía
inmediatamente.
.-“No tanta prisa” dijo
observándome impaciente.
.-“Basta ya de jueguecitos,
quiero mi dinero” le dije notablemente enfadada.
Esta vez se tomó su tiempo, se
reclinó sobre su asiento, y contemplándome con las pupilas dilatadas maquinó su
propósito.
.-“Y si te dijera que estoy
dispuesto a comprarte ese sujetador que llevas puesto, ¿qué dirías?” preguntó
mientras se relamía los labios observando mi enfado.
No pude menos que reírme, todo
cuanto quería era verme los pechos. “Menudo salido de mierda” me dije mentalmente
antes de que instintivamente le preguntase...
.-“¿Y para que quiere usted mi
sujetador?” le pregunté por mera
curiosidad.
.-“Yo no quiero tu sujetador
para nada, tan solo es una excusa para darte más dinero. Me gustaría poder
ayudarte” dijo tratando de rebajar la tensión entre los dos.
Yo lo miré dubitativa a la
cara. Sabía que se tramaba algo, aunque por el momento eran simple preguntas.
Decidí seguirle la corriente, total, para mandarlo a la mierda siempre tenía
tiempo.
.-“Esta bien, ¿cuánto?.
¿Cuánto me darías por mi sujetador?” le pregunté cansada tratando de no
contrariarlo a esas horas de la noche.
.-“¿Y si te dijera que te
ofrezco trescientos euros por él?, ¿Qué harías?”. Dijo extendiendo seis
billetes de cincuenta euros encima la mesa para que pudiera verlos.
“Joder, caray” pensé al ver
los billetes. Eso era una cantidad nada despreciable por mostrarle mis pechos.
Reconozco que un primer impulso no me parecía digno de mi persona, mi marido no
se merecía que me exhibiese ante otros,
pero me pareció una cantidad considerable. Además ya me había visto
desnuda, ¿no?. Así que sin pensármelo
mucho más, me llevé las manos a la espalda, y desabrochando el corsé posterior
de mi sostén procedí a quitármelo ante
su atenta mirada. Aunque lo tenía decidido yo también quise ser mala, no era
cuestión de que pensase que lo había tenido tan fácil. Antes de desprenderme
definitivamente de las copas, lo miré a los ojos por última vez antes de
mostrarle mis pechos. Mísero desgraciado, al pobre se le caía la baba
expectante.
Al fin me deshice de mi
sujetador y se lo arrojé encima la mesa a la vez que recogía mi dinero. Me
encontraba agrupando los billetes en un solo fajo en mi mano frente a su mesa
cuando me dijo:
.-“Te doy otros trescientos por
tus braguitas” exclamó sopesando mi reacción al tiempo que dejaba caer tres
billetes de cien euros sobre la mesa.
.-“No” se escapó esta vez de
mi boca. Una cosa era mostrarle mis pechos, y otra mi pubis.
.-“Vamos Sandra, piénsatelo
bien. Son trescientos euros” dijo mostrándome los billetes como un abanico.
.-“No” le repetí una vez más
desafiante a pesar de estar ya medio desnuda delante suyo.
.-“¿Por qué haces esto
Sandra?, ¿Por qué vienes aquí cada noche a poner copas?, ¿Por qué aguantas todo
cuanto aguantas?” preguntó con una voracidad canina.
Sus palabras me dejaron
dubitativa. Realmente no supe contestarle.
.-“Yo te lo diré” se apresuró
a decir antes de que yo articulase palabra, “yo solo veo dos explicaciones, o
lo haces por dinero, o porque te gusta” argumentó.
No me gustó para nada como
sonaba esa segunda opción, así que preferí que pensase que lo hacía por dinero.
A esas horas de la noche no entendía de qué iba el tema. Lo miré mosqueada.
¿Dónde estaba la trampa?. Seguro que había gato encerrado, pero a esas horas de
la madrugada era incapaz de pensar con claridad.
.-“¿Quieres decir que me llevo
mi propina, trescientos por el sujetador, y otros trescientos por las
braguitas?” le pregunté sorprendida por su oferta tratando de recalcar el tema
del dinero.
.-“Así es” dijo muy serio
comenzando a relamerse saboreando la posibilidad de que accediera a sus
pretensiones.
.-“Si quieres verme desnuda
eso serán quinientos euros más” dije altiva. Él me miró sorprendido por mi
reacción y se lo pensó dos veces antes de contestar.
.-“Es una pena” dijo
desconcertándome “se los tendré que dar a otra” argumentó retirando los billetes de cien euros que mostraba ante mi
vista.
.-“Espera” grité viendo como
recogía los billetes al tiempo que me quitaba mis braguitas a toda velocidad y
se las arrojaba tratando de impedir que guardase el dinero.
.-“Nena estás preciosa” dijo
recogiendo mis braguitas entre sus manos. Luego hizo un silencio observándome
completamente desnuda delante suyo para su total regocijo.
Yo me tapaba los pechos a una
mano y con la otra trataba de ocultar mi pubis de manera totalmente ridícula
ante su escruta mirada.
.-“Si algún día tu marido no
te da lo tuyo, recuerda que estoy aquí para ayudarte” pronunció deleitándose
con la visión de mi cuerpo.
.-“Deme mi dinero” le
recriminé por su tardanza.
.-“Joder Sandra, me ha
parecido ver que lo llevas completamente rasurado. Como una niña pequeña, ¿es
cierto?, ¿para quién te lo rasuras tanto?,¿no será para tu marido, verdad?” me
preguntó tratando de prestar atención en esa zona de mi cuerpo.
.-“Eso no le importa” dije
tratando de cubrirme aún más en esa zona.
.-“Déjame verlo” suplicó en un
último intento.
.-“Deme ya mi dinero” dije
comenzando a enfadarme muy seriamente.
.-“Ahí lo tienes es todo tuyo”
dijo depositando en un solo montón encima de la mesa tanto el sobre de las
propinas, como los seis billetes de cincuenta, y los tres de cien.
Estaba claro que lo que
pretendía era verme detenidamente cuando tuviese que alargar la mano para recoger
el dinero. Posiblemente lo que más satisfacción le producía era mi pudor y mi
recato por mostrarme desnuda ante él. Así que armándome de valor, lo miré
fijamente a los ojos y mostrando orgullosa mi cuerpo, retiré mis manos para
recoger el sobre y el dinero.
.-“Muchas gracias” pronuncié
con cierta sorna mientras lo miraba desafiante a los ojos y procedía a recoger
la pasta. Luego me dí la vuelta y me dirigí hacia la percha donde estaba mi
ropa dándole la espalda, o mejor dicho el culo.
Cuando llegué donde estaba mi
ropa, quise guardar el dinero lo primero de todo. Me llamó la atención el poco
peso y bulto del sobre. Lo abrí estupefacta para comprobar que apenas había
sesenta euros dentro.
.-“¡¡Será hijo de puta!!”
grité en voz alta olvidando que Don Mario todavía estaba en la sala
observándome desnuda.
.-“¿Ocurre algo?” preguntó
serio Don Mario incorporándose de su silla.
.-“Aquí hay muy poco dinero”
dije mostrándole los sesenta euros del interior del sobre.
.-“Es la propina, lo que te
corresponde, hoy ha sido un mal día” puso por excusa al tiempo que se acercaba
hasta mi posición, “¿qué ocurre no te gusta trabajar en este bar?” concluyó muy
seriamente ahora notablemente molesto por mi queja.
Yo lo miraba llena de ira de
rabia, me había tomado el pelo miserablemente para verme desnuda.
.-“Joder Sandra, te acabo de
hacer un favor…” dijo tratando de conciliar el tono. Estaba claro que
emocionalmente estaba en una montaña rusa, posiblemente a causa de las drogas
“…sabía que lo de esta noche era muy poco dinero para ti y tu familia. Pensé en
tu hijo y por eso te di la oportunidad de ganar más dinero, y así ha sido ¿no?.
Deberías agradecérmelo” pronunció al tiempo que yo terminaba de subirme los
jeans y darle la espalda. El me agarró por detrás atrapándome entre sus brazos.
.-“Si quieres… puedes ganar
mucho dinero conmigo” pronunció como insinuando que me acostase con él o la
barbaridad que quisiera que estuviese pensando.
.-“No gracias” me defendí a la
vez que me separaba de sus brazos que me rodeaban.
.-“Deberías probar a
divertirte conmigo” insistió en retenerme por detrás rodeándome con su brazos.
.-“Quizás otro día, en otra
ocasión” pronuncié al tiempo que me zafaba de él y lograba ponerme la camiseta
por el cuello con todas las prisas del mundo por no darle falsas esperanzas.
.-“Te tomo la palabra” dijo
dándose por vencido y entendiendo que no tenía nada que hacer conmigo por esa
noche.
Yo respiré aliviada al
comprobar que entendía mi negativa a algo más. Por un momento pensé que podía
cometer alguna locura por culpa de las drogas.
.-“Ya sabes, si te lo piensas
mejor…” insistía mientras terminaba de adecentarme sin perder la esperanza.
.-“Don Mario, está Ud. muy
perjudicado, será mejor que se vaya a casa” le aconsejaba casi de forma
maternal mientras procedíamos al ritual del cierre de persiana comprobando el
lamentable estado en el que se encontraba. Tal vez por eso le disculpé aquella
noche todo cuanto ocurrió en su despacho. Debo reconocer que en cierto modo me
dio lástima.
La casualidad quiso que el
martes de la semana siguiente al incidente se le rompiese el coche a mi marido.
Una reparación de cerca de cuatro mil euros que nos hizo replantear si merecía
la pena arreglarlo o comprar otro nuevo. Salimos de dudas al pedir un préstamo
al banco para un coche nuevo, y ése mismo viernes nos lo denegó alegando que
nuestros ingresos no eran suficientes. Mi marido aunque con el variable que
traía a casa era dinero suficiente como
para ir tirando, ingresaba en cambio poca cantidad en fijo. En mi caso ni tan
siquiera tenía nómina que les constase al banco. Por lo que la opción de coche
nuevo quedó descartada, y no quedó más remedio que buscar la forma en que pagar
el arreglo del coche. Lo único seguro es que mi marido necesitaba del coche
para trabajar y urgía una solución.
El fin de semana llegó antes de lo previsto.
Sin duda la semana había sido algo movidita en casa y a lo que quise darme
cuenta era sábado a la noche. Esa noche estuve nerviosa todo el tiempo. Sopesé
la posibilidad de pedirle el dinero a Don Mario, tal vez él pudiese ayudarnos,
pero enseguida descartaba esa opción imaginando que me pediría algo a cambio.
Así entre dudas llegó el momento de cerrar ese sábado. Me dije a mi misma que
mejor improvisar según la marcha. Lo único que tuve claro es que me quedaría la
última a cerrar. De hecho me demoré en hacer mis tareas para que Raquel subiese
antes que yo al despacho de Don Mario y quedarme la última. Anhelaba que pujase
de nuevo por mi ropa interior como en el sábado pasado, y sacar así una buena
parte de la reparación del coche. No tenía mejor plan para sacar el dinero.
Nada más subir Don Mario me
tendió una caja envuelta en papel regalo.
.-“¿Y esto?” le pregunté
sorprendida por el regalo que se me ofrecía. Yo me alegré más sopesando la
posibilidad de pedirle el dinero, que por el regalo en sí, del que no esperaba
gran cosa.
.-“Espero haber acertado” dijo
al tiempo que yo lo habría ilusoria ante su presencia.
Mi sorpresa al comprobar que
se trataba de un conjunto de lencería en color negro. Sin duda debió
sorprenderle la cara de estupefacción que debí poner al comprobar su regalo.
Aquello echaba al traste las pretensiones con las que me había ilusionado
durante toda la noche. ¿Cómo iba a comprarme la ropa interior si me estaba
regalando otra?. Y por otra parte…¿cómo pedirle ahora el maldito dinero?.
.-“¿No te lo pruebas?” me
preguntó al ver mi demora.
Miré la marca del conjunto:
Cacharel. Abrí la caja para comprobar que se trataba de un tanga de seda negro
a juego con un sostén. Pero lo que más llamó mi atención es que en el interior
también había un liguero de esos de pincitas y unas medias. Aquello le debía
haber costado una pasta como para hacerle el feo.
.-“Si claro” musité sin saber
que hacer muy bien en esos momentos. Todos mis planes al carajo.
Don Mario se apoyó en el borde
de la mesa. Esta vez no quiso sentarse en su silla tras el escritorio, quería
estar cerca de mí cuando llegase el momento de desnudarme delante de él para
probarme su regalo.
.-“No tenía por qué haberse molestado”
exclamé en un intento por devolvérselo y tener que evitar el mal trago que se
me presentaba.
.-“Insisto en vértelo puesto”
dijo esperando paciente a que me desnudara. “Deberías cuidar algo más tu ropa
interior. Las braguitas que te compré la semana pasada estaban desgastadas y
viejas” trató de amenizar mi suplicio en un monologo absurdo por su parte. “Una
chica tan guapa como tú, no debería ponerse cualquier trapo” pronunciaba
mientras observaba detenidamente como me ponía el conjunto que me acababa de
regalar.
.-“Guau, Sandra, estás
estupenda” exclamó nada más verme con el conjunto puesto, “¿por qué no te pones
tus zapatitos de tacón para que pueda verte mejor, eh, nena” sugirió para
consternación mía. La situación era tan…, tan…, tan rara para mí.
En esos momentos yo me sentía
como una puta exhibiéndose ante sus ojos. Para colmo nada más enfundarme mis
tacones me hizo indicaciones para que me diese un par de vueltecitas delante
suyo. Mostrándome ante él como un mono de feria amaestrado. Y yo como una tonta
le seguía el juego y obedecía a sus perversiones sin vislumbrar otra
alternativa.
.-“Menudo culito te hace ese
tanga” dijo al tiempo que me propinó una cachetada en una nalga y se retiró
antes de que pudiera recriminarle nada a abrir el cajón superior de detrás de
su mesa para extraer un sobre. Mi sobre.
.-“Ten “, dijo tendiéndome el
sobre en su mano, “te lo has ganado” se sonrió de manera cínica.
No me fiaba, quise comprobar
el contenido del sobre, de nuevo unos trescientos euros. Lo normal. Reconozco
que de esa noche era yo quien se esperaba más.
.-“Me alegro que te guste”,
quise demorarme el tiempo suficiente para comprobar si estaba dispuesto a darme
algo más por mi pequeño espectáculo. No fue así. Únicamente estuve exhibiéndome
tontamente para él vestida como una furcia.
.-“Menuda suerte que tiene el
cabrón de tu marido” pronunció cuando le di la espalda para vestirme. “Seguro
que cuando te vea con eso puesto te pega un polvo de muerte. Espero que pienses
un poquito en mí cuando suceda” concluyó babeando todavía por el desfile que le
acababa de dar.
Yo terminé de vestirme y pensé
que mejor sería postergar mi petición para otro momento más propicio. Algo me
decía que ese no era un buen momento para pedirle dinero a Don Mario,
seguramente querría algo a cambio que no estaba dispuesta a darle. Por esa
noche ya tenía suficiente.
Para mi desgracia el lunes no apareció por el
bar, y eso que tenía ganas de verlo para tratar de solventar el tema del coche. Tal vez fuese la
primera vez que tuviese ganas de verlo en todo este tiempo. Para mi desilusión
tampoco pareció el martes ni el miércoles, y muy a mi pesar transcurría el
tiempo sin que ni mi marido ni yo pudiésemos hacer frente al momento de retirar
el coche del taller y pagar la reparación.
Así pasé un par de días sin
dejar de sopesar la posibilidad de pedirle el dinero prestado a Don Mario.
Nadie me quitaba de la cabeza que el muy cerdo aprovecharía para pedirme algo a
cambio. Aunque me horrorizaba la simple posibilidad de tener que escuchárselo
de su boca estaba convencida de que me pediría que me desnudase delante suya, o
algo mucho peor, del tipo que se la chupase como seguramente habría sucedido
tanto con Marta, como con Patricia como con Raquel. Menudo cabrón, seguro que
se aprovechaba así de sus camareras.
Para colmo, ese jueves a la
mañana me levanté especialmente calentita. Tuve tiempo de darme una bañera con
agua caliente, espumita, y sales de baño. Música chillo out, y todo el tiempo
del mundo por la mañana para mi solita. Sin querer comencé a tocarme, poco a
poco mi mano pasó de acariciarme inocentemente por el cuello a descender hasta
mi pubis. A lo que quise darme cuenta ya estaba agitando suavemente mi
clítoris. Al principio vinieron a mi mente imágenes de apuestos caballeros seduciéndome
en el bar, pero pronto acudieron a mi imaginación martilleando mi conciencia,
las imágenes de Marta arrodillada a los pies de Don Mario chupándosela, o la
esperpéntica escena en que sorprendí a Patricia siendo embestida por detrás
salvajemente por un hombre que la doblaba en edad. Por un momento en mi
imaginación quise ser yo la camarera sometida a las vejaciones de su jefe. Mi
incontrolable necesidad quiso que desease verme humillada a los pies del tipo
más perverso, asqueroso y repugnante que había conocido en mi vida. Al
principio me conformaba con someterme al suplicio de una felación, pero
conforme machacaba mi clítoris en la bañera e introducía uno de mis dedos en mi
interior, necesitaba imaginarme poseída por detrás a lo perrito sobre el suelo
de su despacho. Me regocijaba imaginando
la mirada sucia y perdida que tendría mi jefe en esos momentos. Incluso quise
pensar que yo sería la mejor de todas las hembras que ese cerdo hubiese montado
jamás, y eso que suponía una larga lista en su carrera. Me lo imaginaba
azotándome el culito embistiendo a un ritmo frenético. Totalmente fuera de sí,
gozando de mi cuerpo como un regalo envuelto con el conjunto que me regaló.
“¡Joder siiih!” me corrí. Me
corrí en un orgasmo que me sobrevino de repente convulsionando todo mi cuerpo.
Temblando de arriba abajo con cada espasmo y cada sacudida de placer de mi
espina dorsal. Incluso el agua se salió de la bañera desbordando por los lados
del ímpetu de mis sacudidas. Hacía tiempo que no me corría de esa manera,
bueno, mejor dicho, hacía tiempo que no me corría, y ese orgasmo tal vez fuese
insuficiente para calmar todo el fuego acumulado en mi cuerpo durante todo este
tiempo.
Una vez calmada, comencé a
maquinar la forma en que llevar a cabo mi plan. Mientras me daba cremas pensé
que lo mejor sería ponerme el conjunto que me regaló. Estaría espectacular a
sus ojos, sería una forma de demostrarle mi agradecimiento. Por supuesto debía
ingeniármelas para quedarme la última y cerrar el bar con él. Debía andar
astuta, mostrarme sugerente, marcando las líneas rojas.
Así fue, esa misma noche me
quedé la última a cerrar el bar. Cuando subí al despacho de Don Mario éste
hablaba por teléfono. Temí que se pasase todo el rato conversando y me demoré
cuanto pude disimular en desvestirme. No prestaba atención a sus palabras hasta
que la ocasión se presentó sola.
Coincidió que todavía estaba tan solo con el conjunto de tanga, sostén, medias
y liguero que me regaló cuando lo escuché que concluía su conversación con
quien fuese que estaba hablando.
.-“No te preocupes por el
dinero, yo corro con todos los gastos. Tú tan sólo prepáralo para que este todo
a tiempo” fueron de sus últimas palabras antes de despedirse, “Chao, nos
vemos”, concluyó antes de colgar el teléfono.
Nada más colgó el teléfono me
dirigí hasta su mesa tan solo en ropa interior y con los zapatos de tacón como
a él le gustaba.
.-“Veo que es usted mi
generoso Don Mario” pronuncié con voz sugerente. Él se reclinó sobre su asiento
y me contempló asombrado por mis palabras y mi actitud.
.-“Procuro serlo” dijo con
media sonrisa en su voz intuyendo lo que podía pretender.
.-“Me preguntaba si podría
ayudarme” susurré a media voz mientras me sentaba a un lado suyo sobre el
escritorio insinuándome totalmente, y cruzando mis piernas ante su atónita
mirada.
.-“Siempre es un placer
ayudarte” se relamía viendo mi ofrecimiento, “lo que no veo es cómo” quiso
saber intrigado por el jueguecito que me traía entre manos.
.-“El caso es que necesito algo de dinero, y
me preguntaba si usted podría prestármelo” argumenté cruzando y descruzando mis
piernas delante de su cara.
Don Mario se relamió antes de
hablar. Incluso tuvo que acomodarse en su sillón como no dando fé de la
oportunidad que se le brindaba.
.-“Depende” dijo ahora algo
dubitativo, “¿cuánto necesitas?” preguntó sin dejar de mirar la zona de mi piel
desnuda entre el final de las medias y la tira del tanga que quedaba a escasos
centímetros de su vista.
.-“Unos cuatro mil euros, tal
vez menos” respondí sonriente como una tonta.
Don Mario se relamió al
escuchar la cantidad.
.-“Joder Sandra, eso es mucho
dinero, ¿no crees?” me preguntó observando mi reacción.
En esos momentos yo estaba
paralizada, respiré hondo y no supe que contestar. Intuía que ahora vendría lo
peor, y de momento estaba presa de los nervios. Don Mario al ver mi reacción
tomó la iniciativa.
.-“Pero dime…si te lo dejara,
¿que obtendría yo a cambio?” preguntó a la vez que se incorporaba de su silla y
ante mi pasividad se situaba justo enfrente mío acariciando mi pierna superior,
la más accesible a las pretensiones de su mano.
.-“Mi gratitud” respondí como
una tonta observando como su mano recorría mi muslo sentada sobre su
escritorio.
.-“¿Tu gratitud?” cuestionó
mis palabras, “Aún no me has agradecido como es debido el conjunto que te
regalé. Por lo que veo te sienta estupendo” dijo posando su dedo pulgar de la
mano derecha sobre mis labios de la boca.
.-“Yo.., esto…, no…, yo no…,”
musité temblorosa por los acontecimientos. Me veía acorralada. Tal vez no había
sido tan buena idea eso de pedirle prestado ningún dinero a semejante tipejo.
.-“Chiiist. No digas nada. Ya
sabes lo que tienes que hacer” susurró al tiempo que jugaba a correrme la
pintura de labios con su pulgar recorriendo mi boca.
.-“No sé, había pensado en una
especie de adelanto de sueldo o de propinas” intenté revertir la situación con
un razonamiento coherente.
Don Mario me calló la boca
introduciendo su pulgar entre mis labios forzándome a chuparle el dedo mientras
se reía burlón de mis palabras.
.-“Vamos Sandra, no te hagas
la tonta, si quieres que te deje el dinero ya sabes lo que tienes que hacer” se
entretuvo en meter y sacar su dedo de mi boca de manera perversa y lasciva.
Estaba claro que el muy cerdo pretendía que se la chupase. Me dio verdadero
asco. El mero hecho de aceptar la invasión de su dedo en mi boca ya me producía
repulsa. No estaba dispuesta a ser su puta por dinero. Así que armándome de
valor agarré de Don Mario por la muñeca y retiré su mano de mi boca. Luego haciéndome
a un lado para ponerme de pie, bajando airada de la mesa, le dije:
.-“Creo que se confunde. Yo no
soy como el resto de las camareras que se tira” pronuncié enérgicamente al
tiempo que le daba la espalda y lo dejaba plantado con sus ganas y su dinero,
dispuesta a vestirme y salir de allí.
.-“¿Estás segura?” me preguntó
mientras comprobaba como me enfundaba mis jeans y mi blusa.
.-“Será mejor que lo olvide”
repliqué enfadada terminado de vestirme.
.-“Ya veremos” musitó Don
Mario al tiempo que abandonaba la estancia, “ya veremos”.
Apenas cruzamos dos palabras
cuando cerramos la persiana y marchaba cada uno a su casa.
Lo peor vendría al día
siguiente, viernes. Cuando llegué por la tarde me sorprendió la presencia de
dos chiquillas de apenas veinte años a las que Don Mario enseñaba como
manejarse tras la barra. En un principio me alegré por ser más las camareras
que atendiesen el local. Desde hacía ya unas semanas que tan solo estábamos
Raquel y una servidora. Vamos, que todo el trabajo lo hacía yo. Aunque luego me
sorprendió el hecho de que fueran dos y no una las chicas que contratase. Desde
que lo conocía siempre habíamos sido tres las camareras que atendíamos el bar y
no cuatro como parecía por la situación.
Una vez me quedé a solas con
las muchachas me dijeron que se llamaban Doro y Martina. Era evidente que ambas
eran extranjeras. Mientras que Doro era una universitaria alemana, de erasmus
por España, con ganas de sacarse un dinerillo, Martina era rumana, estaba
casada y tenía un hijo con apenas veinte años.
Estuve mosca toda la noche
pensando que hacían esas dos muchachas detrás de la barra conmigo. Salí de
dudas una vez llegó la hora de cerrar. Don Mario bajó de su despacho para
indicarles a las chiquillas que podían marchar. Estaba claro que Raquel haría
tres o cuatro cosas y me dejaría a mí el resto de tareas. Por lo que
inevitablemente subiría la última a cambiarme. Conociendo a Don Mario sabía que
algo se tramaba entre manos. Nada bueno. Por lo que comencé a ponerme nerviosa
antes de tiempo. Mi cabeza comenzó a darle mil vueltas a las distintas
posibilidades.
Efectivamente nada más subir a
su despacho me hizo sentar en la silla que quedaba frente a su mesa. Yo era un
manojo de nervios. Él se apoyó en pie contra el escritorio justo frente a mi
posición.
.-“Es una pena Sandra” dijo
nada más darme la opción de sentarme en la silla. Yo lo miraba cariacontecida
por sus palabras que no me hacían presagiar nada bueno.
.-“Me temo que no necesitaré
más de tus servicios. Ten, esta es tu parte” dijo tendiéndome un sobre de la
mano, y antes de que pudiera reaccionar me dijo” recoge tus cosas y vete”
concluyó entregándome el susodicho sobre.
Yo miré el interior del sobre
estupefacta. Ochocientos euros. ¿Me estaba despidiendo?, ¿por qué?. Un montón
de preguntas asaltaban mi mente.
.-“¿Me está despidiendo?”
pregunté atónita.
.-“Uhm, uhm” asintió con la
boca.
.-“¿Esto es todo?” le pregunté
indignada por los acontecimientos.
.-“Así es” pronunció orgulloso
observándome con aires de grandeza mientras el permanecía en pie apoyado contra
su mesa y yo sentada en la silla. Me incorporé enfurecida.
.-“Eres un cerdo. Debería
denunciarte. Que te jodan” le espeté en la cara al tiempo que me incorporaba
para quedarme frente a frente conteniendo las ganas de darle una buena
bofetada.
.-“Lo ves Sandra. ¿Así es como
me agradeces todo cuanto he hecho por ti?. No mereces que te dé más
oportunidades. Al menos las dos niñas que he contratado saben cómo
agradecérmelo” me reprochó alzando la voz y sosteniéndome la mirada.
.-“Oh vamos, sabes tan bien como yo que esas
dos chiquillas no van a hacer entre las dos la mitad de lo que hago yo sola. No
me llegan ni a la altura de los zapatos” le repliqué muy cabreada a punto de
darle su merecido bofetón en esa estúpida cara sonriente que se mostraba.
.-“Que coño me importa a mí
eso. No hace falta ser una genio como tú, para trabajar en este bar. A mí me
importa lo que me importa. Para empezar te diré que la alemanita la chupa muy
bien, y que la rumana ya me ha enseñado las tetas y el conejito, y eso que no
llevan aquí más que un día conmigo. Ellas si saben agradecerme la oportunidad
que les doy, no como tú, que no eres más que una puta desagradecida” gritó como
un energúmeno ante mi presencia.
Esta vez sí. No pude
contenerme por sus palabras. Ese tío era un cerdo, ¡cómo que la alemana ya se
la había chupado!.
.-“Splaaasssh” mi bofetón en
su cara resonó por toda la habitación callándole la boca. Era un cabrón por
tratar así a las mujeres. Seguro que tampoco había perdido el tiempo en hacer
desnudar a la pobre rumana delante suyo.
.-“Es usted un cerdo” le
recriminé.
.-“Créeme Sandra, que con ese
orgullo que tienes, y lo chulita que te pones, que nada me gustaría más que
tenerte entre mis camareras por más tiempo. Pero debo elegir, y ya sabes cuál
es mi criterio de selección” pronunció suavemente mientras se pasaba la mano
por su mejilla tratando de aliviar el picor en su cara producido por mi
manotazo.
.-“Si no quieres continuar
trabajando aquí, recoge tus cosas y vete” dijo tajantemente avergonzado por mi
bofetada.
.-“¿Cómo que si quiero seguir
trabajando aquí?. Es usted quien me está despidiendo” le recriminé.
.-“Yo no. No te confundas. Te
estás despidiendo tú misma. ¿Te lo repito?. Si quieres continuar, ya sabes lo
que tienes que hacer, y si no ya sabes dónde está la puerta” pronunció sereno
una vez recuperado del manotazo.
Yo lo miré desconcertada. ¿Qué
quería decir con eso?. ¿Me daba otra oportunidad?. ¿Qué me estaba contando..
.que si se la chupaba seguiría trabajando?. Menudo cabrón.
Mi mente sopesó en menos de un
segundo los pros y los contras de lo que parecía su última oferta. Los contras
los tenía claros y ganaban por goleada. No estaba dispuesta a chupársela por
nada del mundo. Pero lo cierto es que dadas las circunstancias necesitaba del
dinero desesperadamente. Por eso me replanteé las posibilidades. Miré a Don Mario a los ojos tratando de
averiguar que me decían. Solo encontraba deseo en su mirada, deseo porque
accediese a sus pretensiones.
Quise ganar tiempo mientras
pensaba.
“No Sandra, no. No cedas a su
chantaje. Es un cerdo. Tú vales mucho más que eso. Piensa en tu familia” me
susurraba el ángel de mi conciencia sobre el hombre derecho.
“Por eso mismo Sandra, piensa
en tu familia. ¿No querrás sumir a tu hijo y a tu esposo de nuevo en la
miseria?. Recuerda como lo pasasteis antes de este trabajo” replicaba el
demonio de mi conciencia sobre el hombro izquierdo.
“No Sandra, no. Tu eres una
mujer integra. Después de esto ya no serás la misma persona” argumentaba el
pequeño angelito.
.-“¿Es que no te atreves?,
¿acaso no fantaseabas con ello días atrás cuando sorprendiste a tu jefe con tus
compañeras?, ¿no deseabas lo mismo?. Venga prueba. Atrévete” contrarrestaba el pequeño demonio.
.-“Una carrera y dos máster tienen
que servir para no denigrarte de esta manera” me decía la parte de blanco.
.-“Una carrera y dos máster no
dan de comer a tu hijo” replicaba mi parte más endemoniada. Estos últimos
argumentos parecían más convincentes, y poco a poco fue imponiéndose la opción
de rojo en mi conciencia.
.-“Que le quede bien clarito
una cosa” dije aproximando mi cuerpo al suyo “yo no soy como las demás” concluí
firmemente al tiempo que le bajaba la cremallera del pantalón sin dejar de
mirarlo a los ojos, interpretando un cambio radical en mi actitud difícil de
explicar incluso para mí misma.
Don Mario no daba crédito a lo
que sucedía. Esta vez era él, el que permanecía inmóvil contemplando atónito
como mi mano acariciaba su miembro por encima de la tela de su pantalón con la
cremallera bajada. Se le notaba glorioso al comprobar que su miserable táctica
le estaba dando resultado. Era evidente
que hacía tiempo que soñaba con este momento.
.-“Si accedo…” quise dejar
cierto suspense en mis palabras para aumentar su excitación.
Mi insinuación era tan evidente como sus
nervios.
.-“¿Si accedes?” preguntó
tartamudeando sorprendido por mi iniciativa.
.-“Si accedo… me dará el dinero que le pedí”
susurré en su boca al tiempo que mi mano hurgaba entre su bragueta buscando extraer
su miembro, y tratando de arrancarle el mayor grado de excitación que jamás
hubiera experimentado en su reprochable vida.
.-“Cuatro mil euros es mucho
dinero Sandra” dijo dejándose hacer.
.-“¿Acaso no merezco la pena?”
le pregunté mirándolo a los ojos al tiempo que atrapaba su miembro entre mis
dedos por debajo aún de su ropaje.
Pude sentir un calor abrasador
quemando al contacto de mi mano junto con los espasmos de su polla que luchaba
por crecer dentro del pantalón.
.-“Hagamos un trato…” dijo
desesperado porque se viesen cumplidos sus deseos.
.-“Te doy mil euros y
continuas trabajando aquí todas la noches” musitó notablemente excitado.
Yo liberé su miembro de entre
sus calzoncillos blancos, lo agité un par de veces arriba y abajo a pesar de la
repugnante sensación que me producía, estrujando su pene en la palma de mi
mano, tratando de manejar como buena mujer a aquel viejo sesentón para que
definitivamente pensase con su polla y no con su cabeza.
.-“Al menos tres mil” le
susurré con mis labios a apenas un par de centímetros de su boca sin dejar de
menear su miembro arriba y abajo para su desesperación.
En esos momentos, fue como si
de repente me percatase de que le estaba haciendo una paja a ese cerdo. Tomé
consciencia de lo que estaba sucediendo. Seguramente había dejado de segregar
endorfinas tras el shock de verme despedida. Me sentí mal conmigo misma por
sorprenderme con la polla de otro hombre que no era la de mi marido en mi mano.
¿Qué es lo que estaba haciendo?, ¿cómo había podido llegar a esa situación?.
.-“Uff, sigue siendo mucho
dinero, Sandra, entiéndelo” sus palabras y el regreso de mi consciencia,
hicieron que recobrase mi dignidad.
.-“Esta bien” le dije soltando
su miembro y sus ganas para marcarme el órdago, “estoy segura que Don Lucio me
atenderá mañana en su sucursal del banco. Que te vaya bien” argumenté dándome
la media vuelta decidida a marcharme.
.-“Esta bien”. Me detuve al
escuchar sus palabras a mi espalda. “Que sean dos mil por lo de esta noche”
pronunció tratando de evitar que me marchase dejándolo con el rabo al
descubierto.
.-“¿Te refieres a los dos mil,
más la propina, más tener que soportarte trabajando en este antro por más
tiempo?” quise asegurarme del trato aún de espaldas a él y sin mirarlo.
.-“Joder sí, Sandra, no quiero
que te vayas. Eres la mejor camarera que he tenido nunca…” pronunció totalmente
excitado, “pero chúpamela de una maldita vez”.
Fue al girarme sobre mí misma
y contemplar en la distancia la esperpéntica visión de aquel tipo meneándose su
miembro como un mandril apoyado en el borde de la mesa de su escritorio, cuando
tomé consciencia de lo que acababa de acordar. Había aceptado a chupársela a
cambio de dinero. ¿Qué era?, ¿una puta?. Pues sí, eso es lo que hacía desde
hace tiempo por dinero, estaba decidida a hacerlo, ¿qué hay de malo en ello?.
La palabra puta resonaba en mi
mente provocándome sentimientos contradictorios
al tiempo que con pasos cortos me acercaba hasta la posición de Don
Mario. Desde luego las pintas que me tenía con su conjunto y en tacones debía
parecerlo. Si iba hacerlo por dinero, debía ser la mejor, ese cerdo debía saber
que yo valía mucho más que el resto.
“Vamos Sandra, lo que tengas
que hacer hazlo rápido y punto. Termina con esta farsa de una maldita vez”
tenía que encontrar palabras de ánimo en lo más profundo de mi alma mientras me
disponía a hacer aquello que me había jurado que nunca haría, y que por contra
estaba dispuesta a hacer lo mejor que sabía.
Me parecía imposible que
tuviera que arrodillarme a los pies de ese canalla dispuesto a satisfacer sus
deseos. Debía encontrar argumentos que justificasen y ayudasen a tragarme mi
orgullo. Qué ironía de la vida, al parecer
no era solamente mi orgullo lo que me iba a tragar.
Para colmo me tenía que
aguantar sus miradas de supremacía. “Cabrón, cerdo, hijo de puta…” pensé
mientras me acomodaba de rodillas a sus pies tratando de asimilarlo. “¿No
querías probar a ver cómo se siente?, ¿no fantaseabas con ello?. Pues disfruta el momento”, me repetí
mentalmente antes de proceder.
Apenas agarré su miembro con
dos dedos para levantar su flácido miembro cuando comenzó a bombear sangre por
sus venas. Me armé de valor. Descubrí que una mujer sabe cómo llevar estas
situaciones, y es que en el fondo no iba a ser ni la primera ni la única que
pasa por un momento parecido. Un primer lengüetazo de abajo arriba a lo largo
de toda su extensión le hizo recobrar gran parte de su dureza.
“¡Dios, que asco!” pensé nada
más degustar la mezcla de sudor y orines de su carne junto con el profundo y
nauseabundo olor reconcentrado que desprendía aquella bragueta medio abierta.
”¿Cómo he podido caer tan bajo?” pensé para mis adentros.
Mi cabeza era un hervidero de
contradicciones y de sensaciones.
.-“Joder Sandra, no puedo
creérmelo” se le escapó al muy cínico.
“Ni yo tampoco” me dije
mentalmente mientras volvía a repasar con mi lengua la longitud de su polla.
Esta vez rodeé su miembro con mi mano y comencé a meneársela mientras de vez en
cuando acercaba mi lengua para lamerla de poco en poco.
A poco vómito del asco y la
repugnancia que me producía todo en sí. Máxime cuando Don Mario me instó a que
me la introdujese definitivamente entre mis labios pintados de rojo.
.-“Quiero follarte por la
boca, ¿lo oyes?, quiero follarte esa boquita de zorra que tienes” dijo
cogiéndome del pelo y forzándome con dolor a introducírmela en la boca hasta el
fondo. No me quedó más remedio que abrir los labios y tragar. Al principio era él
quien me culeaba sujetándome del pelo desesperado por follarme la boca. Resistí
estoicamente los golpes de su miembro en mi campanilla y las arcadas por
vomitar. Babeaba como una niña incapaz de controlar la segregación de saliva
entre sonidos guturales “glup, glup, glup”. Yo hacía fuerza con mis manos
contra sus muslos tratando de controlar el ritmo de la situación pero todos mis
esfuerzos eran inútiles ante su sometimiento. Por suerte tras una docena de
rápidos embistes desesperados por su parte cesó en su violento empeño y me dejó
hacer. Se cansó y quiso saber cuáles eran mis artes.
.-“Hazlo tú. Demuéstrame lo
puta que eres” me espetó a la cara.
Obedecí sumisa sus órdenes.
Rodeé su prepucio con mis labios pintados aún de rojo al tiempo que recorría con
mi lengua los pliegues de su carne. A pesar de la poca práctica que tenía, me
estaba esforzando en hacerlo lo mejor posible. Me sorprendí incluso a mí misma
de lo bien que podía llegar a hacerlo si me lo proponía. Al imbécil de mi
esposo no le gustaba practicar sexo oral, y pese a lo que podía pensar en un
principio no me estaba pareciendo tan desagradable. Sobre todo desaparecido
el repugnante gusto inicial, y una vez
pude reconocer el sabor de mi propia saliva por toda su polla.
Tras apenas un par de segundos
cabeceando con su miembro aprisionado entre mis labios, me di cuenta que
aquello podía prolongarse más de lo que yo estaba dispuesta. Comenzaban a
dolerme las rodillas y con el dolor las dudas. Así que sin dejar de mirarlo a
los ojos procedí a desabrocharle el cinturón y el botón del pantalón
arrodillada aún a sus pies. “Te vas a enterar de quien es la mejor” me propuse.
.-“Esto me sorprende de ti
Sandra, parece que estas disfrutando y todo” pronunció dejándose hacer mientras
me contemplaba orgulloso desde su posición. Hice caso omiso a sus palabras que
no buscaban más que provocarme. Tiré de sus pantalones desnudándolo de cintura
para abajo y me agarré desairada a dos manos en su peludo culo para no caer
mientras cabeceaba.
Por un momento tuve la
impresión de que su miembro perdía algo de fuerza en el interior de mi
boca. Seguramente mis movimientos se
habían convertido en mecánicos y predecibles en el último minuto. Todo
acompasado y muy frío. No estaba dispuesta a que eso se prolongase más de lo
debido, quería que se corriese cuanto antes y decidí buscar otros métodos.
Debía excitarlo aún más. “Piensa Sandra, piensa, tú vales mucho más que todo
esto” me repetía tratando de hallar solución al problema. Vino a mi mente en
forma de “déjà vou” la película de Show Girls. Pensé que una especie de show
podía ayudarme en mi cometido. Tipo lap dance o algo así. No sabía muy bien el
qué, pero cualquier cosa por el estilo sería mejor que continuar chupándosela
de rodillas a sus pies.
Paré de dar cabezazos
dispuesta a llevar a cabo mi nuevo plan. Me incorporé y mirándolo de frente a
los ojos me llevé los brazos a mi espalda para desabrochar el corchete
posterior de mi sujetador. Don Mario se relamió sabedor de que me quitaría el
sostén y le mostraría los pechos al mismo tiempo que ponía cara de asombro.
.-“¿Quieres que me lo quite o
no?” le pregunté antes de deshacerme de mi sostén del todo reteniéndolo tan
solo por las copas del bra, y provocando cierto suspense en el ambiente.
.-“Claro que sí Sandra. Estoy
deseando verte esas tetas tan ricas que tienes” le costó hablar debido a la
excitación que le producía saber mi ofrecimiento.
Yo me quité despacito el
sostén y se lo tiré a la cara a modo de strip girl. Lo tenía donde quería, a mi
merced. Sin duda mi pequeño espectáculo y mi actitud rompían la rutina a la que
otras lo tenían acostumbrando, y por mi parte, lograba evitar la desagradable
felación. Me acerqué a él sin dejar de mirarlo a los ojos. Me sentía bien
dominando a ese ogro. Don Mario todavía permanecía en pie apoyado contra el
escritorio con los pantalones en el suelo. Me situé cuerpo con cuerpo abriendo
mis piernas rozándome a cada lado de las suyas, y buscando claramente el
contacto de mis pechos contra su camisa. Lentamente procedí a desabrocharle los
botones. Uno a uno, muy despacito, a la
vez que me refrotaba contra su polla aprisionándola con la parte más externa de
mi tanguita.
.-“Apuesto a que te gustaría
follarme” le susurré en el oído mientras le desabrochaba los botones y me
refrotaba con mi pubis contra su miembro.
Don Mario no dijo nada,
simplemente me miró suplicante. El muy cerdo se excitaba solo de pensar que
podía satisfacer sus sueños. Pero nada más lejos de mi realidad.
.-“Apuesto a que te gusta
andar follándote a las mujeres de otros ¿verdad?. Eso te pone” le susurré de
nuevo al tiempo que desabrochaba el botón más bajo de su camisa y le agarraba
su miembro comenzando a meneársela de nuevo muy despacito, exasperándolo.
Tras un par de sube y bajas
sobre su polla a una mano, le abrí la camisa de par en par con la otra. Rocé y
froté con la punta de mis pezones sus tetillas jugando con él perversamente
ante la atenta mirada de los dos. Las palpitaciones en su miembro me hacían
presagiar que pronto se correría según mis objetivos. ”Joder Sandra, cuando
quieres eres la mejor” me dediqué mentalmente mis elogios por cómo estaba
llevando la situación sorprendiéndome incluso a mí misma.
.-“¿Te gustan mis pechos?” le
pregunté separándome lo suficiente de él como para mostrarlos orgullosos ante
su atenta mirada y sin dejar de masturbarlo en ningún momento. Don Mario tan
sólo afirmó con la cabeza.
Quise jugar un poco con él.
Acerqué uno de mis pechos a su boca, pero se lo retiré nada más notar el
contacto de sus asquerosos labios.
.-“¿Te ha gustado?” le
pregunté tratando de alargar su suplicio. Por unos momentos estaba disfrutando
de manejarlo a mi antojo.
.-“Sandra son preciosos”
pronunció con un hilo de voz en su garganta a la espera de mis actos.
.-“¿Quieres probar otra vez?”
le pregunté de nuevo maliciosamente.
Movió la cabeza afirmando como
un tonto.
Esta vez acerqué el otro pezón
a su boca. Quise retirárselo al menor contacto de sus agrietados labios al
igual que antes, pero esta vez se anduvo más listo y retuvo mi cuerpo con sus
manos en mi espalda. Se dedicó a succionar como un loco con la boca abierta
toda la aureola que rodea mi pezón. Aquello no me lo esperaba. Me sorprendió a
traición. Por los espasmos de su miembro en mi mano supe que eso lo excitaba,
por eso lo dejé hacer a pesar de que me resultaba del todo desagradable ser
babeada por ese cerdo. Solo pensaba en ducharme nada más llegar a casa.
El caso es que el muy cabrón
se dedicó a chupar y chupar a su antojo salivando por todo mi escote y mi
pecho. Al principio se dedicó a succionar como un ternero, luego jugueteó con
su lengua alrededor de mi pezón. A un lado y a otro, dibujando circulitos,
pequeños mordisquitos, vuelta a chupar y mover de un lado a otro, y así hasta
que me babeó todo el escote y se detuvo para mirarme a los ojos satisfecho. Lo
cierto es que el tipo sabía muy bien como estimular a una mujer en esa parte
tan sensible de su anatomía. Yo no era una excepción y por un momento logró
arrancarme algún pequeño suspiro de placer y que humedeciese tímidamente mis
braguitas.
.-“Ya veo que te gustan” le
dije tratando de retomar de nuevo el control que parcialmente había cedido. Fue
él quien tiró de mi cuerpo hacia sí para repetir la jugada con el otro pezón,
pero por suerte esta vez pude retirárselo de su boca.
.-“No” musitó en un gemido
apagado.
.-“¿No qué?” le pregunté
extrañada ante su negativa sin saber a qué venía a cuento.
.-“Sandra, me corroo, no
quiero” ahogó su gemido de placer al tiempo que su polla salpicaba chorretones
de esperma sobre mi mano y contra su propio vientre.
.-“Eso es cabrón, córrete”
musité al tiempo que lo miraba satisfecha mientras exprimía en mi mano las
últimas gotas de leche que le pudieran quedar dentro a ese pobre hombre.
.-“¿Ya?” pregunté una vez
comprobaba que no brotaba nada de ese miembro que perdía fuerza en mi mano.
.-“Uhm, uhm” gimoteó entre
espasmos y susurros.
.-“Recuerda que teníamos un
trato”, le dije cambiando mi tono de voz tornando a ponerme seria y hacerle
entender que debía darme lo acordado.
.-“Joder Sandra, quien me lo
iba a decir, menuda puta se pierden las calles. Deja que me limpie al menos
para pagarte. Acerca algo de papel por favor” pidió suplicante por qué no lo
dejara más tiempo en ridículo salpicado de su propio esperma, con los
pantalones en el suelo, y la camisa desabrochada.
Accedí a su súplica y fui al
baño que había en su despacho en busca de papel higiénico con el que pudiera
limpiarse. Fue una vez sola en el aseo, al tirar del rollo de papel, cuando me
percaté de que mis braguitas estaban humedecidas por el centro. Sin duda los
estímulos de ese cerdo en mis pechos habían logrado que mi cuerpo reaccionase
en contra de mi voluntad. Me dejó algo contrariada, tan solo quería llegar a
casa cuanto antes y olvidar esa pesadilla.
.-“Me gusta verte con ese
conjunto” pronunció mientras me observaba caminando al acercarle el dichoso
papel.
.-“Joder Sandra, has sido
increíble. Sin duda la mejor. Esto tenemos que repetirlo. Nunca antes me había
corrido tan pronto. La próxima vez no te lo pondré tan fácil. Menuda boquita
que tienes, y esas tetas. Menudas tetas. Seguro que a tu marido lo tienes
contentico. ¿Se lo dirás?, ¿le contarás lo que ha ocurrido esta noche?. Apuesto
que sí, seguro que el tío se corre nada más imaginarte con mi polla en tu boca,
o cuando le digas que te he chupado los pezones. Joder Sandra ha sido
inolvidable. ”Don Mario no dejaba de decir estupideces mientras se limpiaba
solito su cosa.
Yo por contra procedí a
vestirme a toda prisa. Quería finalizar de una vez por todas aquella pesadilla.
Antes de que pudiera darse cuenta e intentar algo yo ya estaba vestida con mis
jeans y mi ropa normalita de calle.
.-“Quiero mi dinero” le dije
una vez comprobé que él también se había recompuesto las ropas y volvía a estar
decente.
.-“Tranquila Sandra, hay que
ver cómo eres para los negocios” musitó abriendo la caja fuerte para proceder a
contar los dos mil euros y retirarlos. El silencio se apoderó por unos minutos
de la estancia.
.-“¿Era verdad eso que dijiste
antes?” me preguntó al tiempo que me entregaba el dinero acordado.
.-“¿El qué?” le pregunté sin
recordar a qué hacía referencia.
.-“Eso de que te dejarías
follar” me preguntó curioso “aquí y ahora” matizó enfáticamente mis propias
palabras.
.-“Nunca dije que me dejaría
follar, simplemente te pregunté si tú me querías follar. No te confundas. Es
muy distinto” le repliqué comprobando la suma de billetes que me entregaba.
¡Caray!. ¡Dos mil euros!. En esos momentos me pareció incluso a mí mucho dinero
por lo que acababa de hacer, pero no iba a ser yo quien lo rechazase.
.-“Hoy cierras tu solo” mis
palabras sonaron como una orden que Don Mario aceptó, al tiempo que yo
desaparecía a toda prisa de aquel antro.
No sabría explicar cómo me
sentí cuando salí del bar mientras caminaba por las calles desiertas tratando
de asimilar lo que había ocurrido. Por una parte me sentía sucia, con unas
ganas terribles por llegar a casa y ducharme cuanto antes. Decepcionada porque
ese cerdo se había salido con la suya. Cabreada contra el mundo por todo. Abochornada,
indecente, y confundida por descubrir de esa manera la parte más oscura de mi
ser que nunca debió aflorar de llevar una vida mejor. Acababa de descubrir que
yo era capaz de eso y mucho más.
Por otra parte consideraba que
había hecho lo correcto, no tenía muchas más opciones. Lo que había hecho lo
había hecho por mi familia, y punto. Lo contrario no hubiera hecho más que
empeorar las cosas. Urgía el dinero de la reparación del coche, además de poder
llegar un mes tras otro a final de mes sin deber dinero al banco. Por nada del
mundo estaba dispuesta a que mi hijo pasase por las penurias de tiempos que
quedaban atrás gracias al maldito trabajo en el bar. Y bien pensado no había
sido para tanto.
Pero nada de eso tenía que ver
con mi estado de ánimo. Lo peor de todo manaba de mi interior, y era reconocer
que muy a mi pesar el canalla de Don Mario me había logrado excitar. No sé
si cuando me chupó los pechos o por todo
en general. ¿Cómo era posible?, ¿cómo no sentía asco de mi misma?. Vale que el
tipo supo cómo provocar una de las partes más sensibles de mi cuerpo para que
mis pechos reaccionaran a su favor. Nunca lo reconocería por nada del mundo,
pero era más que evidente que mi cuerpo humedeció mis bragas a pesar de mi
conciencia. Ni aún el frío de la noche lograba calmar mi estado de ánimo. ¿Cómo
era posible que me acabase de comportar como una puta y no me resultase
repugnante?. Me debía dar asco a mí misma, pero no por lo que había hecho, sino
por cómo me sentía. Se supone que debía sentirme mal, y no era así.
Quise desviar mi mente y
pensar que lo mejor de todo, eran los cerca de dos mil ochocientos euros con
los que volvía a casa esa noche. No hay nada que el dinero y una buena ducha
hagan olvidar.
Efectivamente me duché nada
más llegar a casa a pesar de la hora. No sé cuánto tiempo pasé bajo el agua
frotándome a conciencia con el cepillo hasta arrancarme la piel. Cuando salí de
debajo el agua ya estaba amaneciendo. Mi marido despertó cuando yo aún estaba
en albornoz terminando de hidratar mi piel con las cremas.
Recuerdo que vino a abrazarme,
deshizo a mi espalda el nudo que cerraba mi albornoz para contemplarme desnuda
frente al espejo y me dijo:
.-“¿A qué no te imaginas de
que tengo ganas?” me sugirió mientras me refrotaba su miembro por mi trasero
evidenciándome su mañanera erección.
.-“No por favor, estoy cansada” lo rechacé a
pesar de que sus manos continuaron con su propósito deshaciéndome del albornoz.
Quedé desnuda delante de mi esposo.
.-“Vamos cari, el niño aún
duerme, uno mañanero” suplicó al tiempo que comenzaba a darme besitos por todo
el cuello mimoso.
.-“Para, cari, necesito
dormir” le mentí. La verdad es que no me apetecía. Lo último en lo que pensaba
era en ningún coito con nadie, ni tan siquiera con mi marido. Así que traté de
apartarlo para que dejase de meterme mano por todo el cuerpo. Parecía un pulpo.
Mi marido desistió de su
empeño y se puso a mear en la taza del wáter matando cualquier resquicio de
erotismo, yo abandoné el baño para ponerme el pijama y tratar de dormir un
poco. Al ser sábado a la mañana mi marido marcharía con mi hijo a dar una
vuelta. Me despertaron a la hora de comer. Sobremesa, un café cargado y vuelta
al trabajo. Le pregunté a mi esposo que harían él y mi hijo a la noche, y me
respondió que se quedarían en casa a ver una peli. Tras un beso de despedida
marché a trabajar.
Me sorprendió que de momento
permanecíamos las cuatro camareras
trabajando. Raquel en la barra pequeña del fondo aislada de las demás. Yo
atendiendo la parte pequeña de la barra de la entrada, sin duda donde más
trabajo había al quedar situada justo enfrente de la pista de baile. Mientras
que Doro y Martina atendían la barra larga justo de la entrada. De vez en
cuando se turnaban entre ellas para recoger los vasos que quedaban abandonados
por el resto del local, y fregar la vajilla. No sé a cuál de las dos le
tocarían más el culo cuando tuviese que moverse entre la gente, pero por una
vez me alegré de no ser yo la víctima. Sobre todo porque esa noche vestía un
vestido muy ajustado sin bragas ni ropa interior de ningún tipo debajo.
Salvaguarda de mi puesto de trabajo dada la situación.
La noche transcurría más o
menos como de costumbre hasta que ocurrió lo que tenía que ocurrir. No me lo
podía creer, vislumbré entre el gentío a mi marido que hacía acto de presencia
por la puerta. ¡Aquello no era posible!. Corrí a esconderme en el almacenillo.
Maldije las invitaciones que Don Mario pudiera ofrecerle a mi marido tiempo
atrás. ¿Por qué eran así de estúpidos los hombres?. Pude entreabrir un poco la
puerta para comprobar que mi esposo se aceraba a la barra a pedir acompañado de
una morena bastante guapa desconocida para mí. “¿Quién podía ser la mujer que
lo acompañaba?” pensé mientras los observaba tras la puerta. Martina al no
verme tras la barra se puso a servir ella las copas en mi zona. Me tapaba con
su cuerpo la visión de cuanto quería ver. Así que opté por subir al despacho de
Don Mario a observar mejor lo que hacía mi marido allí abajo con esa otra.
Para mi sorpresa pude
comprobar que habían venido los dos
solos al bar. No parecían acompañados de más gente. “¿Quién podía ser
ella?” me preguntaba una y otra vez mientras los contemplaba reír y beber. Mi
consternación llegó cuando tras los típicos tres o cuatro primeros tragos a sus
respectivas consumiciones se dieron un tímido piquito en la boca cargado de
complicidad. Como si ya lo hubieran hecho antes.
¡Mi marido acababa de besarse
en la boca con otra mujer delante de mí!. ¡Aquello era imposible!. ¡No podía
ser cierto!. Seguro que había alguna explicación.
Todavía estaba con la boca
abierta sin acabar de encajar lo que acababa de ver cuando pude ver que mi
esposo se abrazaba a su acompañante y le tocaba el culo descaradamente. La otra
se dejaba hacer sonriente.
Yo no me lo podía creer. “¿Me
estaba poniendo los cuernos?. ¿Me era infiel?”. Me asaltaban un montón de
dudas. “¿Por qué?, ¿por qué?, ¿por qué?” me atormentaba yo misma espiando
incrédula a los tortolitos.
Una lágrima brotó de mis ojos
cuando vi que Don Mario se acercó hasta mi marido y se puso a dialogar con él.
No supe si alegrarme o no. Eso sí me puse tensa. No lograba imaginar de qué
podían estar hablando. Después de lo sucedido ayer mismo me costaba entender
como Don Mario era capaz de mirar siquiera a la cara de mi esposo. Se había
aprovechado de su mujercita y lo sabía. Al menos agradecí que mi marido dejase
de manosear a esa furcia para reír las gracias de Don Mario.
Lo único que me quedó claro
por los gestos que veía es que una vez acabadas las copas que consumía la
parejita, Don Mario hizo gestos evidentes a Martina para que les invitase a los
dos a otra ronda de copas, que por las risas de todos deduje aceptaron
encantados. Entonces perdí de vista a Don Mario para centrarme en las manos de
mi esposo acariciando de nuevo la cintura de su acompañante, mientras reían
como idiotas bebiendo de la consumición a la que habían sido invitados. El
idiota de mi marido desconocía todo lo que aceptaba dejándose invitar.
“¡Que narices iba a saber él sí solo piensa
con la picha!” Maldije su presencia en el bar al tiempo que me preguntaba…
“¿Qué coño estaba haciendo allí mi marido?, ¿Por qué no estaba cuidando de mi
hijo?” me preguntaba una y otra vez cabreada espiándolo tras la ventana. Y lo
que es peor, “¿qué estaba haciendo con esa guarra?. Mi marido era un imbécil,
un pichafloja, un cabrón,…”, no encontraba adjetivos suficientes para
insultarlo como se merecía mientras los observaba sin poder hacer nada por
impedirlo desde mi posición.
Estaba absorta observando lo
que sucedía abajo cuando Don Mario entró por la puerta de su despacho. A pesar
de su llegada continué mirando por la ventana como ignorando su presencia que
seguro no me hacía presagiar nada bueno.
Pensé que vendría directamente
hasta su presa, pero para mí momentáneo alivio se dirigió nada más entrar hasta
su mesa. Ninguno de los dos pronunciaba palabra alguna que rompiese tan tenso
silencio. Yo mirando por la ventana, y él revolviendo en el cajón de su
escritorio. Estuve tentada de preguntarle de que estaban hablando, pero no
quise darle ese placer. Preferí continuar callada. De reojillo pude ver como se
preparaba lo que seguramente sería una línea de coca sobre la mesa y la
esnifaba. “¡Pero qué asco!”. No quise ni mirarlo, soy totalmente reacia al
consumo de drogas. Y si bien era algo que podía imaginar desde que lo sorprendí
el día de Patricia, quise pensar que no era una práctica habitual.
.-“¿Quieres un tiro?” me preguntó antes de
guardar el sobre con el polvo blanco en uno de sus bolsillos.
.-“No gracias” rechacé su
invitación sin ni siquiera dignarme a mirarlo. Por lo que escuché, fue él quien
se esnifó esa segunda línea preparada.
.-“Deberías probarlo alguna
vez” dijo terminando de limpiarse la nariz. Yo continuaba en silencio
ignorándolo, bastante tenía con lo mío.
.-“Es más, deberías probar
muchas cosas” continuaba su particular monologo mientras se incorporaba de su
asiento.
.-“Sabes…, lo mejor de probar
cosas nuevas siempre es la primera vez” quiso aleccionarme mientras se acercaba
hasta donde estaba.
.-“La primera vez de algo
nunca se olvida” sugirió tratando de forzar una conversación conmigo. Yo en
cambio permanecía muda atenta a lo que sucedía en la pista de baile.
.-“¿Has visto a tu marido?” me
preguntó situándose a mi lado junto a la
ventana ante la evidencia de que solo
una cosa me importaba en el mundo en ese momento.
.-“Uhm, uhm” asentí con la
cabeza sin apartar ni un solo instante la mirada del falso espejo observando
atónita como mi marido le tocaba el culo a su acompañante.
.-“¿No le has contado nada de
lo de ayer, verdad?” preguntó irónicamente a la vez que me rodeaba de nuevo con
su brazo y se agarraba a mi cintura exactamente igual a como lo estaba haciendo
mi esposo con su acompañante.
Me giré para contemplar su
asqueroso rostro que me observaba con las pupilas dilatadas. Estaba claro que
quería aprovecharse de las circunstancias, al tiempo que él buscaba en mis ojos
ese momento de debilidad en el que beneficiarse de mí.
Y ciertamente que lo encontró.
En esos momentos de la
noche yo no tenía ganas de nada. Me
preguntaba una y otra vez porque me tenía que ocurrir todo eso a mí. Que había
hecho yo para merecerme eso. Porque estaba allí mi marido fastidiándolo todo.
Quise culparlo de cuanto pudiera ocurrir. ¿Por qué me mentía?. No encontraba
respuestas ni fuerza en ningún rincón de mi alma para oponerme a nada, ni para
resistirme a los acontecimientos. En esos momentos estaba abandonada. Ver a mi
marido bailando, imaginando lo que seguramente no era lo que parecía, pero que
evidentemente hacía pensar que si al menos no estaba culminando su infidelidad,
lo deseaba, me dejaba sin fuerzas para protestar por nada.
Don Mario encontró ese momento
de flaqueza en mí que tanto había esperado
durante tanto tiempo. Además, seguramente se pensaría que estaba a su
alcance desde lo ocurrido en la misma tarde de ayer. Me sabía más
vulnerable, asequible. Conocedor de que
lo que haces una vez puedes hacerlo dos veces.
Seguro de mis dudas, supo que esa era un buen momento para aprovecharse
otra vez de mi debilidad e intentar llegar más lejos. Así que sin perder mucho
el tiempo, deslizó su mano de un lado a otro de mi trasero comprobando la
firmeza de mis nalgas por encima de la tela del vestido. El mismo ritual a como
lo hiciera en otras ocasiones e irónicamente igual a como hacía mi marido en
esos mismos momentos, como si aquel misterioso espejo reflejase algo más que la
imagen. Incluso él mismo, Don Mario, se sorprendió por mi pasividad y falta de
resistencia en sus avances.
.-“Sabes…, deberías hablar con
tu marido” me dijo el muy cínico mientras me sobaba el culo según su deseo, “él
no debería estar ahí abajo, así tú tampoco estarías aquí arriba. Si él no
hiciera lo que hace, tú tampoco tendrías que hacer lo que haces” pronunció
tratando claramente de buscarme una justificación por mí.
Me volteé para mirarlo a los
ojos llena de odio por sus palabras y sus actos. Era evidente que disfrutaba de
la situación. Verme furiosa lo excitaba aún más y por eso trataba de buscar mi
provocación. Sentí desilusionarlo, pues mi resistencia era un capricho que en
esos momentos no tenía las fuerzas de darle.
.-“¿Por qué lo invitaste.
¿Porque no le dijiste que se fuera?. ¿Por qué no me ayudaste?.” le pregunté
resignada intuyendo que él se las había ingeniado para provocar esta situación.
.-“Es por tu bien Sandra. Yo
solo quería mostrarte como es en verdad tu marido. ¿Has visto como mira a la
morena de pechos operados que lo acompaña? ” terminó preguntando envalentonado
por la coca y tratando de cabrearme.
Lo cierto es que supo dar en
el clavo, enseguida le retiré mi mirada, quise comprobar lo que hacía mi marido
abajo, me pudo más la duda y la curiosidad que el absurdo desafío de miradas en
el que estábamos enzarzados. Me dediqué a observar por la ventana con la mirada
perdida en el infinito, mirando sin ver nada, consintiendo impasible sus
caricias. Me refugiaba culpando mentalmente a mi marido de cuanto estaba
sucediendo mientras me dejaba manosear el culo.
Tal vez ese cerdo tuviese
razón. Si mi marido no estuviera ahí abajo, yo tampoco tendría que pasar por
todo esto. Dado mi estado de ánimo en esos momentos me daba todo exactamente
igual, pasaba de todo. Mi vida era una
mentira.
Don Mario se envalentonó más
de la cuenta y deslizó su mano por debajo de la tela de mi vestido, buscando el
contacto directo de su mano por toda la piel desnuda de mis cachetes.
“Cerdo, cabrón, asqueroso,
hijo de puta…” eran los adjetivos más suaves que me venían a la mente mientras
miraba sumisa e impasible a través de la ventana. Lo que no tenía tan claro era
de si los insultos se los dedicaba a mi esposo, o a Don Mario. Culpaba a los
dos por igual.
.-“Me encanta que vengas sin
bragas, no sabes el morbo que les da a todos cuando se lo digo”, pronunció Don
Mario. El muy hijo de puta se atrevió a
levantarme la falda del vestido arrugándolo a la altura de mi cadera,
desnudando mi cuerpo de cintura para abajo. Incluso dio un paso atrás para
poder verme mejor. Mi culazo relucía blanquito entre la penumbra de la
estancia, y quedaba expuesto ante su vista. Yo continuaba impertérrita con la
mirada perdida en el horizonte a través de la ventana observando a mi marido
tontear con su acompañante. No sé por qué a pesar de estar expuesta y medio
desnuda, quise mostrarme serena, inalterable, tratando de aparentar una firmeza
por fuera que no tenía por dentro.
.-“Tu marido es un idiota,
estás muy, pero que muy buena Sandra” pronunció totalmente fuera de sí
situándose a mi espalda con su aliento clavado en mi nuca, para agarrarme mejor
a dos manos por mis cachetes desde atrás. No quise darle ni siquiera el placer
de mirarlo a los ojos, tan solo pude apreciar su resuello de excitación cargado
de alcohol en mi cuello cuando me empujó contra el espejo debido al ímpetu con
el que me agarró con las dos manos por el culo.
En esos momentos pensé de
manera totalmente ridícula, que de tratarse de un simple cristal contra lo que
me apretujaba Don Mario, todo el mundo abajo podría contemplar mi intimidad
expuesta. Seguramente mi pubis rasurado se reflejaría en el mismo cristal.
“Ojala pudiera verme así de expuesta mi marido. Ojala pudiera verlo todo el
mundo para dejar en ridículo al imbécil de mi esposo. Él tocándole el culo a
otra mientras desnudan a su esposa ”. Pensaba llena de rabia. Ni aun así hice
nada por evitarlo, de forma que permanecía desnuda de cintura para abajo,
mientras Don Mario disfrutaba sobándome el culo con su cuerpo pegado a mi
espalda.
Yo me dejaba hacer paralizada
por la rabia y la ira, como vengándome de lo que hacía mi marido abajo con su
nueva amiga. Total, aquel cerdo asqueroso ya me había visto desnuda con
anterioridad cada vez que me cambiaba de ropa, y también me había tocado ya el
culo siempre que quería. ¿Para qué resistirme si tampoco era nada nuevo?. ¿Qué conseguiría con ello?. Lo último que
deseaba era montar un numerito y por si fuera poco, no encontraba las fuerzas
suficientes.
Además, no sé porque extraño
motivo me sentía bien dejándome sobar por otro hombre distinto a mi esposo. En
algún rincón de mi alma pensaba ridículamente que mi marido se merecía que
hiciesen descaradamente conmigo lo que él disimuladamente hacía en la pista de
baile con la otra como en una especie de venganza absurda. En esos momentos
encontraba más motivos para dejarme hacer, que para resistirme.
Pero en una cosa me equivoqué. Menosprecié el
grado de borrachera de Don Mario y el efecto de las drogas que acababa de
meterse. Nada de conformarse con una buena sobada de culo. Quiso más. Deseaba
más y creía que podía conseguirlo.
Seguramente el muy cerdo estaba
acostumbrado a aprovecharse de más de una mujer en estas situaciones y estaba
dispuesto a propasarse. Siempre le había salido bien. Nunca nadie lo había
parado cada vez que se propasaba con alguna camarera, y dado lo sucedido ayer
entre los dos, esta vez tenía la casi certeza de que no iba a ser distinta.
Escuché asustada el ruido de
una cremallera entre el sonido apagado de la música que se colaba en el
despacho. No quise creer que pudiera ser cierto lo que acababa de escuchar. Más
bien no creí en esos momentos que Don Mario fuera capaz de intentar semejante
despropósito con mi marido abajo en la sala de fiesta. Una cosa era meterme
mano y otra muy distinta tratar de follar casi en presencia de mi esposo. Así
que ni siquiera me giré para comprobar la procedencia del sonido. Nos
encontrábamos los dos de pie, yo delante y él detrás de mí. No lo veía pero
podía escuchar y sentir su respiración acelerada de la excitación. Para mi
sorpresa dejo caer en mi nuca algo de polvo blanco que el mismo esnifó de mi cuello.
A lo que quise reaccionar Don Mario me sujetó de las muñecas aplastándome con
el peso de su cuerpo contra el cristal. Pude notar la suavidad inequívoca de un
miembro masculino rozándose contra la piel desnuda de mis nalgas en busca de mi
zona más prohibida, sentí también las
cosquillas que me producían los pelillos de su barriga, y el roce de sus huevos
contra la piel más blanca de mi cuerpo. Era evidente que Don Mario se había
sacado su polla según mis temores y la restregaba contra mi cuerpo. Ni ganas
que tenía de contemplar la visión de su miembro cimbreando en busca de mi
oquedad. Sucedió todo bastante deprisa para mí.
.-“Mira como me tienes, nena,
no he podido dejar de pensar en lo de ayer. Quiero que me cojas la polla,… oyes
Sandra…, cógela y hazme una paja exactamente igual a la que me hiciste ayer”. Y
dicho esto Don Mario tiró de una de mis muñecas, tratando de que mi mano
acariciase su pene. ”Vamos Sandra, lo estás deseando. Lo veo en tus ojos.
Quieres vengarte de tu marido y yo soy tu oportunidad. Además estoy seguro que
lo de ayer te gustó y quieres repetir. Todas la zorritas en que prueban mi
polla quieren repetir.” pronunció de nuevo forzándome a rodear su miembro con
mis deditos.
Debo reconocer que respiré
parcialmente aliviada por las palabras de Don Mario al saber que se conformaría
con una simple paja. Por un momento temí que estuviera dispuesto a mayores.
Aunque me horrorizaba pensar que tendría que sacudírsela otra vez. El mero roce
de su miembro contra mi mano ya me parecía desagradable. Pero por
desgracia ya había descubierto que era
capaz de eso y mucho más.
Y eso que me resistí como pude
para hacerle entender que no era por mi gusto, sino que procedía obligada por
las circunstancias. Cerré el puño, traté de alejar mi mano, tiró de ella, de
nuevo cerré el puño, y así en un absurdo forcejeo en el que Don Mario me
retenía por las muñecas empujándome con su peso contra el espejo. Me opuse en una pugna silenciosa a que mi mano se rozase siquiera con su
miembro. Por otra parte no me atrevía ni a girarme. Lo último que deseaba ver
era la esperpéntica visión del miembro de mi jefe sobresaliendo de entre su
bragueta. “No por Dios, esto no, no puede estar sucediéndome a mí” me repetía
mentalmente en mi silenciosa resistencia contra el mundo y mi perverso destino.
.-“Vamos Sandra, como ayer. Sé
muy bien que lo estás deseando. No te hagas la tonta y acabemos con esto de una
vez, ya sabes lo que quiero. ¿Recuerdas la vez que me sorprendiste con
Marta?. Sois todas iguales, si no
saliste corriendo es porque sabías que tarde o temprano te tocaría a ti, y lo
deseas. Tú también quieres que te folle la boca. Estoy seguro de que te encanta
el sabor de mi polla” repetía totalmente fuera de sí a mi espalda. De nuevo una
bocanada de alcohol llegó hasta mi olfato. A Don Mario le apestaba el aliento a
alcohol. Era evidente que estaba borracho además de drogado.
.-“ ¿Pero qué coño te crees
zorrita?. ¿Qué a tu marido no le está sobando la polla esa guarra?. Míralos
bien. Mira como esa puta le pasa el culo por toda la polla a tu esposo. No
tienes más que fijarte en la cara de zorra que tiene ella y lo bobalicón que
parece tu maridito. Seguro que esta noche follan los dos. A lo mejor es en tu
cama y todo. Menudo cabrón. Y tú en cambio aquí, sacrificándote, matándote a
trabajar, dejándote sobar por todo el mundo. Pues bien, te diré una cosa,
déjame que te folle y tendrás tu dinero, el que tanto me suplicabas ayer
vestida de puta” pronunciaba totalmente fuera de sí.
Juro que le hubiese partido la
cara en esos momentos. Jamás hubiera consentido que nadie me llamase puta de esa manera, y en cambio
tan solo un tímido “no” se escapó de mis labios.
.-“¿No?” cuestionó el muy
cínico, “Sandra que a mí no me la pegas.
Sé muy bien cómo te sientes. En estos momentos no encuentras la forma en que
vengarte de tu esposo. Estás despechada. Además, si no has salido corriendo de
aquí es porque necesitas el dinero. Tu marido te importa una mierda. Sois todas
iguales, os vendéis por el puto dinero. Y tú, tú eres igual, menuda puta estás
echa. Si te gusta vestir así es porque te gusta comer pollas, si no de qué. Ni
te imaginas lo que Don Lucio anda diciendo de ti por ahí. Todos te tienen por
puta y pienso que tienen razón. Estoy
seguro de que…“esta vez no le dejé acabar la frase, no quise escuchar más
tonterías, quería que dejase de decir estupideces, cerrarle la boca, callarlo.
No quería que siguiese escupiendo más verdades por esa lengua viperina. Quería
acabar con todo eso cuanto antes. Además era inútil resistirme. No tenía
sentido prolongar ese inocente forcejeo. Tenía claro que acabaría haciendo lo
que él quería. En la vida a los capullos como él tienen suerte, y todo les sale
bien.
.-“Cállate por favor” musité,
y así como estaba aplastada contra el cristal, con el vestido enrollado en mi
cintura, sujeta de las muñecas por las manos de Don Mario, rodeé su miembro
entre mis dedos y comencé a masturbarlo lentamente.
.-“¿No quieres escuchar lo que
te digo, eh?, pues continúa, continúa meneándomela. Me gusta como lo haces.
Joder que manos tienes nena….”, me susurró el muy cerdo a mi espalda mientras
me retenía de una mano por la muñeca y marcaba el ritmo de mi mano con la otra.
Poco a poco pude apreciar como
aquello adquiría mayor tamaño y dureza en mi palma.
.-“Eso es, así Sandra, lo
haces muy bien. Lo ves… ¿no es para
tanto verdad?” pronunció al tiempo que me liberaba la mano que marcaba el ritmo
de la paja, y se agarraba como poseído a uno de mis pechos desde la espalda.
Yo aproveché que dejó mi mano
libre para incrementar el ritmo de la masturbación. Todo con la intención de
que aquella pesadilla terminase cuanto antes.
Abrí los ojos un instante para
tener que contemplar atónita como la mano de Don Mario bajaba los tirantes de
mi vestido, desnudando mis pechos para estrujármelos y amasarlos llegando a provocarme verdadero dolor físico
por su brusquedad y falta de tacto.
.-“Joder Sandra, menudas
tetazas tienes. Me gustan desde la primera noche en que te las vi al agacharte
para limpiar la vajilla. Menudo espectáculo diste esa noche a todos los
presentes. No la olvidaré jamás. Todo el mundo me decía lo puta y buena que
estabas, y lo mucho que les gustaría a todos tocarte las peras, y ahora en
cambio son mías Sandra, mías.” Reveló
sus perversiones al tiempo que su frente se apoyaba sobre mi nuca tratando de
atrapar los resquicios de coca que habían quedado pegados por mi sudor en el
cuello, totalmente entregado al placer que le proporcionaba con mi mano en sus
bajos.
Por un instante la mirada de
Don Mario y la mía se encontraron a través del cristal en el punto en que
bailaban mi marido y su acompañante.
.-“Tu marido es un auténtico
gilipollas”, lo mencionó a la vez que con su lengua saboreaba el sudor de mi
cuello y de mi nuca, al tiempo que su mano libre descendía acariciándome desde
mi pecho hasta mi vientre.
Agradecí que dejase de
torturarme los pezones. Se deleitó en comprobar la suavidad de mi piel por la
tripita y descendió con sutileza buscando la parte más íntima de mi cuerpo,
evitando intencionadamente acariciarme en mi monte de venus, retrasando
expresamente semejante momento.
.-“No” susurré ahogadamente
intuyendo las intenciones de Don Mario cuando su mano abierta recorrió mi
pubis. No pude evitar dar un pequeño saltito estremecida con mi cuerpo.
.-“Tienes la piel muy suave”
se explicó a la vez que su mano buscaba algo de humedad que me delatase entre
mis piernas, “si yo fuera tu esposo no te cambiaría por la guarra esa con la
que está bailando ahí abajo. Que sepas que es un imbécil. Tú estás mucho más
buena”. Sabía que yo me dejaba hacer presa de rabia pensando en mi marido, y me
dejó claro que al muy cerdo le provocaba un morbo añadido saber que estaba
presente.
Su mano exploró a placer la
suavidad y firmeza de la piel de mi cuerpo que quedaba por debajo del ombligo,
aplazando el momento en el que atacar definitivamente mi entrepierna.
Disfrutaba haciéndome sufrir. En mis
ahogados intentos por resistirme no sabría decir que podía ser peor, si
permanecer aplastada por el peso de su cuerpo contra el cristal, o tratar de
zafarme de él dando culetazos, arqueando mi espalda y exponiendo aún más mi
culito para notar su masculinidad aplastándose contra la piel desnuda de mis
nalgas.
Abrí mis ojos un instante, lo
justo para comprobar que mi marido se estaba morreando en medio de la pista de
baile con su acompañante. ”No, no, no” repetía mi cabecita.
Esta vez Don Mario también lo
vio, aprovechó mi visión que me dejó paralizada para deslizar su mano por la
cara interna de mis muslos, y ascender hasta alcanzar mis labios vaginales.
.-“Joder Sandra…, lo llevas
como una niña. ¡Y sin bragas!. Dime …¿de
qué va esto?. Estoy seguro que sueñas con que alguien que te coma el coño como
es debido y me la jugaría a que deseabas que fuera yo”, dijo totalmente
extasiado al descubrir mi pubis rasurado.
En esos momentos yo estaba
totalmente paralizada por el miedo y las sensaciones. Estaba siendo manoseada en mis partes más
íntimas por ese cerdo mientras contemplaba a mi esposo tontear con su
acompañante. Nunca pensé que algo por el estilo pudiera sucederme. Don Mario no
se lo pensó dos veces, rebuscó con sus dedos entre mis pliegues más íntimos, y
separando mis labios vaginales,
introdujo con cierta habilidad uno de sus dedos en mi interior al tiempo
que mi vista se perdía en busca de mi esposo.
.-“Noooh” musité ahora
ahogadamente dolorida por la intrusión de su dedo en mi cuerpo. Mi vagina,
aunque húmeda por fuera, no estaba del
todo lubrificada interiormente, y su dedo se abrió paso como una lija dilatando
mis paredes. Una mueca silenciosa de dolor se apoderó de mi rostro. No sabía
cómo explicar ni justificar lo que estaba sucediendo, era todo tan distinto a
mis credos.
.-“Joder Sandra, no te haces a
la idea de las ganas que tenía de
tocarte ese coño que tienes “pronunció al tiempo que movía su dedo en mi
interior buscando estimularme.
Él apenas se movía en mi mano,
mientras yo estaba en las suyas totalmente abobada al comprobar como mi cuerpo
comenzaba a reaccionar a sus caricias. Su dedo entraba y salía hábilmente, y
pese a no resultarme agradable, mi interior comenzó a humedecerse
inevitablemente. En unos pocos movimientos mis fluidos comenzaban a esparcirse
por la zona. Mi aroma más íntimo se hacía presente en la sala.
.-“¿Te gusta eh zorra?, ya lo
sabía yo, estás completamente empapada. Compruébalo tú misma, estás lista” dijo
retirando su mano de mi entrepierna para dármela a oler y que yo misma
reconociese mi perfume más íntimo. Quedé como embriagada por mi propio aroma,
no me lo podía creer, hasta mi cuerpo me había traicionado en esa noche.
Dudé si podía ser verdad lo
que se me mostraba y comprobaba con mi propio sentido del olfato. Dudas que Don
Mario aprovechó para agarrarse a mi cadera, separar mis nalgas y tratar de
penetrarme por detrás en esa misma posición. En su estilo, sin darme tiempo a
pensar, como a traición. Conocedor de que ese podía ser un buen momento para
intentar follarme. Yo estaba aturdida y desconcertada, como en shock.
En su segundo intento me
percaté de que sino hacia nada para impedirlo mi jefe me follaría antes de que
me diese cuenta. Giré mi rostro notablemente asustada. ”¿Qué coño piensas que
vas a hacer?” pensé intrínsecamente
mientras lo miraba contrariada sin reaccionar.
Su mirada lujuriosa se cruzó
expectante con la mía por apenas unos instantes. En ese segundo supe que no se
conformaría con una simple paja. Tenía que adelantarme a los acontecimientos, o
trataría de forzarme a realizar lo que no quería. “Cerdo , cabrón, no vas a
follarme de ninguna de las maneras, ni se te ocurra” pensaba encorajinada por
sus pretensiones.
Pero Don Mario siempre se
adelantaba a mi reacción. Antes de que pudiera hacer nada al tercer intento
acomodó su miembro entre mis labios vaginales y en un golpe certero logró
introducir la punta de su polla entre mis pliegues más íntimos.
Puse los ojos en blanco al
comprobar su suerte en la maniobra. Don Mario explotó mi estado de sorpresa para ir introduciendo
todo su prepucio entre mis labios vaginales. Con otro empujón logró penetrarme
de una vez hasta lo que vendría ser la mitad de su miembro.
.-“Aaaaayh” esa vez chillé al
notarme ensartada por su polla sin apenas tiempo a lubricar y dilatar. Estaba a
punto de partirme en dos.
Don Mario empujó por segunda
vez en un nuevo golpe seco hasta el fondo, su ariete se abrió paso a la fuerza
raspándome como una lija por mis paredes vaginales produciéndome cierto picor
vergonzante para mí.
.-“Aaah” chillé de nuevo esta
vez mucho más agudo, al igual que mi dolor.
.-“¿Te gusta?, ¿te gusta, eh
puta?” pronunció antes de aferrarse a dos manos a mi cintura y comenzar a
bombear frenéticamente. La sensación era irritante. Mis paredes secas me
quemaban por dentro con cada empujón que me daba.
.-“No, no, noooh, para animal,
me haces daño” le increpé tratando de salirme de él pero contribuyendo sin
querer a su propósito. Evidentemente mis gestos de dolor lo excitaban aún más.
.-“Por eso te tenía ganas Sandra, porque no
eres más que una zorra debajo de tu ropa de niña consentida”, nada más terminó
de insultarme, me embistió varias veces seguidas tremendamente fuerte. Mis
pechos se bambolearon ante su atenta mirada. Esta vez lo sentí bien dentro.
.-“Ay, ay, ay” gritaba con
cada empentón que me daba.
Arquee la espalda como una
loca tratando de aliviar el escozor interno que me producía su polla en mi
vagina. Sin quererlo me estaba follando y yo no había hecho nada por impedirlo.
Muy a mi pesar mi cabecita estaba llena con su polla. No podía dejar de pensar
en otra cosa que no fuera su polla en mi interior. “¿Cómo lo había logrado?” me
hacía cruces yo misma de la situación tan vergonzante para mí. Me preguntaba una y otra vez en que momento
había fallado, pero me era imposible pensar con claridad debido a la fuerza de
sus envites. Estaba aturdida.
Cerré los ojos tratando de
aliviar el dolor, y mi mente recreaba una y otra vez la escena en que contemplé
a mi marido besándose con la otra. Era inevitable, no podía evitar dejar de
visionar a mi esposo besándose con otra mientras me dejaba follar llena de
rabia por la situación. Me abandoné. Dejé que Don Mario hiciera conmigo lo que
quisiera. Aceleró el ritmo y me perdí en el mar de sensaciones en el que estaba
navegando.
En esos momentos Don Mario
gemía mi nombre en mi nuca, gemía lo mucho que le gustaba, gemía de placer, de
gusto, de morbo, gemía sabiendo que me estaba follando mientras yo observaba a
mi marido a través del falso espejo… y de repente se detuvo.
Me recogió el pelo
improvisando una coleta de cola de caballo, y tiró de él. Me obligó a
recostarme sobre mis codos contra el cristal, y sentí como ponía uno de sus
dedos a la entrada de mi culito para luego presionar.
-“No…” suspiré mientras mi
culito tembló de miedo al notar su dedo tratando de abrirse paso en el esfínter
de mi ano.
Intentaba incorporarme
tratando de impedir sus intenciones, pero me retenía bien sujeta por el pelo.
Por respuesta me propinó una nalgada que debió enrojecer la piel de mi
blanquito culito. Sentí que la piel de mi cuerpo me quemara más por fuera que
por dentro.
-“Quédate quieta”, respondió
impidiéndome que me levantase haciéndome desistir de cualquier intento.
.-“No por favor, por ahí no”
supliqué inocentemente en vano.
.-“Será mejor que me dejes
hacer, me encanta tu culito, me gusta mucho…, y te lo voy a reventar…, seguro
que el imbécil de tu esposo no te ha
dado nunca a base de bien por el culo” pronunció al tiempo que su dedo dilataba
el anillo de mi ano y comenzaba a abrirse camino muy a mi pesar.
.-“No eres más que un cerdo, y
un cabrón. Te gusta encular a las mujeres porque no sabes follar” quise
contrariarlo apretando los dientes tratando de contener el dolor en mi interior
para que no escapase por la boca.
.-“Con ese orgullo y esa
chulería que tienes, te aseguro que pienso disfrutarlo de lo lindo. Me
encantará verte chillar cuando te meta el rabo en este culito tan rio que
tienes” dijo mofándose por todo e introduciendo un segundo dedo por mi esfínter
que me hizo ver las estrellas de dolor.
.-“Aaaah” chillé esta vez
inundando la sala con mi dolor.” Me estás lastimando cabrón” le hice saber.
.-“Eso quiero” me replicó.
.-“Eres un cabrón” quise
despacharme a gusto, “no pienso chillar” terminé.
.-“Tranquila nena, puedes
chillar cuanto quieras. Esta insonorizado” dijo mientras comenzaba a mover sus
dedos en mi ano.
Yo cerraba los ojos y apretaba
los dientes tratando de mitigar el dolor.
.-“Me encantaría escucharte
gritar como una cerda en celo, pero en un momento lo vas a olvidar” y dicho
esto sacó sus dedos de mi interior. Sacó también el sobre con polvo blanco que
guardó anteriormente en su bolsillo y esparciendo algo de coca por mi espalda y
su polla dijo: “Hoy estoy generoso. Voy a darle a ese culo lo que necesita” y
acto seguido me tomó por la cintura, recogió con su dedo parte de la coca que
había quedado en mi espalda, lo depositó meticulosamente a lo largo de su
verga, y presionó para abrirse paso en mi esfínter.
Por suerte se resbaló. Por un
momento me sonreí aliviada por su torpeza.
Me besó en el cuello y por los
hombros recogiendo con su lengua los restos de polvo blanco mientras me
dilataba nuevamente antes de intentarlo por segunda vez. Lo intentó una vez
más, y después otra, hasta que sentí como me abría, entró poco a poco hasta
meterme tan solo la punta y se detuvo a contemplar su triunfo. Estaba a punto
de sodomizarme y quiso disfrutar del momento. Un ardor concentrado en un solo
punto manaba recorriendo todo mi cuerpo. Cerré los ojos para recibir más de él.
Me sodomizó hasta llenarme, el dolor era intenso, tanto que derramé un par de
lágrimas cuando estuve totalmente
enculada. Pude notar sus testículos chocando contra la piel de mis nalgas.
Luego empezó a moverse lentamente.
.-“Ya está, ya lo has
conseguido, ¿no era esto lo que querías?” pregunté encogida del dolor.
Don Mario recorrió mi cuerpo
con sus manos disfrutando del momento, y después empezó a bombear muy
despacito. Estaba en pie contra el cristal con la espalda arqueada, con una
verga dentro del culo y mucho dolor. Mis gestos y muecas de sufrimiento eran
evidentes. Don Mario se regocijaba con mis gestos.
.-“Tranquila” pronunció
deleitándose en con mis muecas de castigo, “dentro de poco la coca adormecerá
esa zona de tu cuerpo y comenzarás a disfrutarlo. Relájate, para ser la primera
vez que te rompen el culo no lo estás haciendo nada mal” quiso recrearse en la
escena.
.-“Que sepas que no eres ni el
primero ni el último” le mentí articulando como buenamente pude las palabras,
tratando de no darle el placer de que pensase que me estaba desvirgando el
culo.
.-“Tus ojos no dicen lo mismo”
arremetió con más ímpetu contrariado. Aunque en algo tenía razón, por el motivo
que fuese el dolor inicial estaba remitiendo, mi zona se tornaba prácticamente
insensible, y lo que antes era un sufrimiento y martirio continuo, empezaba a
transformarse en gozo al estimular zonas antes inalcanzadas en mi cuerpo.
.-“Joder siih” murmuré en bajo
cada vez que el miembro de Don Mario estimulaba mi punto “g” como nunca antes
había sido acicateado.
Poco a poco mi cuerpo
transformaba el dolor en placer. Sobre todo placer al abrir los ojos algo más
relajada y contemplar a mi esposo besándose con su acompañante mientras a mí me
sodomizaban. No sabría explicarlo pero de repente sentí un morbo
inconmensurable. El placer que me producía entregarle el culo por primera vez
en vida a otro hombre mientras observaba a mi marido tontear con otra era
indescriptible a pesar de todo.
“Cornudín, siempre te llevaré ventaja en esta vida y en la otra. Eso te pasa por imbécil. Tu
pensando en tirarte a esa calientapollas mientras el jefe de tu esposa me folla
por el culo”. Hasta mis pensamientos me producían placer. Así que dirigí una
mano frotando mi clítoris y comencé a masturbarme.
Sí, comenzaba a gustarme eso
de ser infiel. ¿A quién quería engañar?. Mi mente dejó de resistirse ante los
estímulos evidentes de mi cuerpo. Una vez acepté que en el fondo de mi ser lo
estaba deseando, comencé a disfrutarlo.
Y es que, aunque me costase
admitirlo el muy cerdo tenía razón, si no salí corriendo de aquella habitación
al verlo entrar, era porque deseaba de alguna manera que sucediera esto. Si
incluso me masturbé en casa en varias ocasiones pensando que era yo la Marta o
la Patricia de turno a la que se follaba salvajemente ese cerdo. Porque eso
es lo que era para mí él en ese momento.
Una polla que me follaba salvaje y duro como había soñado tantas veces en mis
fantasías. Nada de los mimos o arrumacos sosos y tibios a los que me tenía
acostumbrada de mi esposo. Me estaban follando como hacía tiempo no lo hacían,
con pasión y firmeza.
.-“¿Te gusta eh putilla?” fue
el piropo que me dedicó Don Mario despertándome de mi ensoñación al comprobar
que me acariciaba.
.-“Si” le dije, “me gusta”, e
introduje un primer dedito en mi vagina. Me sorprendió que pude notar la polla
de Don Mario perforando mis entrañas a través de las membranas de mi cuerpo.
Era como si pudiera acariciar su polla a través de mis paredes vaginales. La
sensación era indescriptible. Morbo, deseo, sensaciones nunca antes
experimentadas,… estaba como en una nube.
El dolor inicial iba remitiendo,
comenzaba a moverme yo misma, el placer venía a mí sin darme cuenta ni siquiera
de cuando me introduje un segundo dedo.
Don Mario se sorprendió al
comprobar la inclusión de mis dedos masturbándome por la vagina, comenzó a
empujar con fuerza al mismo tiempo que sentía como su pene se iba introduciendo
cada vez más y más en mi culo.
Se detuvo un instante para
comprobar como su polla quedaba completamente abrazada por las paredes de mi
recto. Su mano izquierda abrazaba mi abdomen desde atrás mientras su mano
derecha me propinaba algún que otro azote en mis nalgas animándome a moverme yo
solita y hacerle todo el trabajo.
.-“Eso es, muévete, tu solita,
lo haces muy bien, muévete, joder nena como te mueves. Así joder muévete…”,
gritaba disfrutando con mi nueva actitud.
Y es que el dolor menguante
que me ocasionaba su polla dentro de mi agujerito anal era superado por el
placer que mis dedos me propinaban en mi interior. Por un lado me sentía como
si me estuviese forzando violentamente, de alguna manera el dolor de mi ano era
indiscutible. Pero por otro lado el muy cabrón me excitaba con sus palabras y
el morbo de ser entregada a sus deseos en forma de sexo violento y no
consentido. Para colmo podía ver a mi marido sonreír cada vez que le tocaba el
culo a su acompañante. “Eso es idiota,
sonríe. Seguro que no sonríes tanto cuando te enteres que a tu querida
mujercita le están reventando el culo” debía reconocerlo, a mí también me provocaba morbo la situación.
A pesar de todo, todo eso me excitaba, era un encuentro de extrañas
sensaciones. Don Mario permaneció callado por unos momentos y solo se limitaba
a jadear mientras empujaba sus huevos con fuerza contra mi trasero. Odié su
silencio.
-“Me gusta el dolor que me
provocas” le dije tratando de realizar un esfuerzo por articular las palabras.
.-“Lo sé, hay que ver cómo te
mueves. Estás hecha toda una zorra” dijo propinándome un manotazo tratando de
hacerme callar.
.-“Eso es, siiiíh, azótame.
Quiero que me destroces, ¿lo oyes?, quiero que me duela cuando llegue a casa y
vea a mi marido. Quiero que todavía me duela el culo cuando lo vea sonriendo
como si nada hubiera pasado ¿me harás el favor?” me giré para mirarlo a los
ojos con cara de puta en celo.
.-“Con una condición” dijo
sonriente, ”que me dejes invitar de nuevo a tu marido para que venga otra vez
por aquí. Quiero mirarlo a la cara después de esto. ¿Lo harás?” me preguntó
cínico y sarcástico.
.-“¿Eso te excita verdad?, te
pone saber que te has tirado a su mujercita” esta vez tuve que cerrar los ojos
para concentrarme en mi propio placer. De seguir así terminaría corriéndome,
hacía tiempo que no me corría con una polla dentro de mí, y menos por ese otro
agujerito de mi cuerpo inexplorado antes por nadie.
.-“¿Y a ti?, ¿no te dá
vergüenza?. Tu marido ahí abajo y tú con otra polla en el culo. ¿Qué eres tú
sino? Una puta cualquiera a la que le excita ponerle los cuernos a su marido.
Somos tal para cual no lo olvides” musitó entre dientes por el esfuerzo.
.-“Calla y folla, joder, o
sii, siiii siiiiiih” comenzaba a jadear presa de un inminente orgasmo.
.-“Joder Sandra, me corroo, me
corroooh” me hizo saber Don Mario al tiempo que comprobaba como su polla
procedía espasmo tras espasmo a inundarme mis entrañas con su leche. Pude
sentir un chorro de líquido viscoso y caliente en el interior de mis tripas.
Con su polla aún insertada en
mi culo me sobrevinieron unas sacudidas de placer por todo mi cuerpo provocando
convulsiones que recorrían toda mi espina dorsal. Nos corrimos casi a la vez.
Eso era algo que nunca sucedía con mi esposo. Normalmente era yo la que tenía
que esperarlo abierta de piernas dejándolo bombear como un conejo encima mío.
En cambio esta vez….
.-“Joder siii, siiih,
ssiiiiiiiiiih” chillé como una posesa sin importarme donde pudiera oírse o escucharse.
Las sacudidas de mi cuerpo eran gloriosas a los ojos de Don Mario que
contemplaba triunfal como me corría con su polla perdiendo fuerza en el
interior de mi ano.
Yo todavía trataba de
recuperar mi aliento apoyada con las manos contra el cristal y el culo en
pompa, cuando escuché que Don Mario se abrocha la cremallera, se recomponía las
ropas, y salía a toda prisa de la estancia sin decir palabra. Ni tan siquiera
un “ha estado genial” y cosas por el estilo. No, a cambio de eso lo veo
dirigirse a toda prisa hacia donde estaba mi esposo y su acompañante para darle
la mano. Por los gestos hizo evidente que sabía que lo observaba mientras me
recomponía las ropas, el pelo y el culo. Dejó entrever que la mano que estrechó
con mi esposo era la misma mano que me penetrara la vagina minutos antes.
Seguramente todavía tendría restos de mis secreciones impregnados cuando le
tendió la mano a mi esposo para felicitarlo por vete a saber qué.
Estuvieron un rato charlando.
De vez en cuando Don Mario miraba hacia mi posición. Aunque no podía verme
sabía perfectamente que estaba observándolos. Se le notaba que disfrutaba de
platicar con mi esposo, el cual no podía ni imaginar que ese amable tabernero
se acababa de cepillar a su mujer. Y el muy imbécil le reía las gracias
incauto. ¡Será imbécil!.
Lo único que agradecí de su
larga y tendida conversación fue que me dio tiempo a recomponerme. Incluso tuve
que acudir en varias ocasiones al wáter del despacho a secarme con papel
higiénico el esperma que resbalaba por entre mis piernas sin control. Incluso
me alegré de no tener porqué bajar a servir copas, pues en una de las ocasiones
me percaté que mi vestido había quedado manchado de sangre por la parte trasera
a la altura del culo. Mi ano sangró levemente, lo justo para manchar por atrás.
Así que decidí limpiarme bien y cambiarme de ropa. Así me puse mi ropa de calle
mientras la conversación se demoraba y alargaba.
Terminaron la conversación
prácticamente a la hora de cerrar. Don Mario subió para indicarme seca y escuetamente
que bajase a ayudar a mis compañeras y cuidase de subir la última a cerrar. Sin
duda le llamó la atención verme vestida de calle, pero por suerte era tarde y
hora de terminar la fiesta.
Por supuesto subí la última.
Me dio el dinero acordado: dos mil quinientos euros. La situación era tensa.
Prácticamente monosílabos por ambas partes. Hasta que se me ocurrió preguntar
de qué había estado hablando tanto tiempo con mi esposo. Entonces comenzó mi
pesadilla.
Me dijo que la acompañante con
la que vino mi esposo era una prostituta. Que era conocida suya, que le debía
un gran favor, y a la que había pagado para hacerle los servicios a mi marido.
Me dijo que al llegar a casa no esperase encontrar a mi esposo, pues estaría
follando con su amiga en el hotel que él mismo había pagado. Incluso me dijo el
nombre del hotel, conocedor de que quedaba cerca de mi casa.
.-“Por si quieres ir a
comprobarlo” me dijo textualmente.
Yo le dije que no me creía
nada, que estaba tratando de engañarme y que estaba echando todo a perder. Que
si seguía por ese camino tiraba cualquier posibilidad de repetir, y que no
follaríamos nunca más.
Me respondió que yo estaba tan
necesitada de su dinero como de su silencio, y que por eso estaría a su
disposición siempre que quisiera. Le dí un tortazo que terminó con aquella
extraña discusión y marché enojada a casa en busca de la verdad.
El caso es que a pesar de la
hora al llegar a casa no estaban ni mi hijo ni mi marido. Tan solo una nota que
ponía “Estaremos en casa de mis padres. Te quiero”. Me dormí inquieta sin poder
averiguar la verdad. A lo que desperté a la mañana siguiente y llamé a casa de
mis suegros estos me dijeron que mi hijo estaba allí con ellos, pero
inocentemente me desvelaron que pensaban que su hijo, mi marido, estaba
conmigo. Confirmándome que no había acudido a su casa a dormir y que me había
engañado.
Traté de sonsacarle la verdad
a mi esposo, pero tan solo me dijo que quedó con unos compañeros de trabajo a
los que yo no conocía de nada, evidenciándome que me había mentido y me había
sido también infiel. Quedé bastante echa polvo. No lloré. Hacía tiempo que mi
matrimonio era una mentira y ahora la verdad quedaba al descubierto. Quise
mirar para otro lado pensando en el bienestar de mi hijo. Podría soportarlo. Si
algo había aprendido es que era capaz de seguir adelante con todo cuanto me
echasen a la espalda.
Por suerte no apareció Don
Mario por el bar ni el lunes ni el martes. A lo que hizo acto de presencia el
miércoles me llamó a su despacho. Me preguntó por el coche y si necesitaba algo
más de dinero. Yo le dije que sí, a pesar de tener saldadas todas las cuentas,
pero si iba a follar al menos que fuera sacándole a ese cerdo la mayor cantidad
de dinero posible.
Así follamos media docena de
veces más a mil euros por polvete. Seguramente no se resistió a la tentación de
contarlo a todo el mundo, y al poco tiempo Don Lucio me indicó que había un
cliente suyo que andaba buscando una contable, se ofreció a entregarle mi
curriculum, y por suerte a día de hoy trabajo llevando las cuentas de un
importante grupo hostelero cuyo dueño me mira deseando que se haga realidad
todo cuanto le contaba su amigo Don Lucio de mí.
Besos,
Sandra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario