El primer paso no te lleva
donde quieres ir, pero te saca de donde estás.
Poco importaba todo lo
anterior. Ni porque estaba allí, ni cómo había llegado. Es suficiente con que
recuerde qué estaba de paso, una escapadita romántica de fin de semana con la
que me sorprendió mi marido. Ya sabes, lo típico.
Llegamos el viernes bien
entrada la noche. El sábado a la mañana matamos el tiempo haciendo algo de
turismo, visitando los monumentos y lugares típicos de la ciudad, degustación
de la gastronomía local al mediodía, y vuelta al hotel junto a mi esposo para
prepararnos a salir a cenar.
Fue en el momento de salirse
mi marido de la ducha cuando lo entendí todo. Es ahí, cuando supe y tuve claro
porque estaba allí, porque había organizado mi esposo todo este lio: tras mucho
tiempo sin tener relaciones íntimas propias de una pareja, al fin se había
decidido a intentarlo de nuevo.
Ya me llamó la atención que mi
marido no quisiese venir con nuestro hijo. Me mosqueó la insistencia por su
parte en dejar al niño con sus padres dos noches, cuando él no se separa de su
hijo ni para dormir. No me podía creer que quisiese que pasásemos todo el fin
de semana solos, máxime si tenemos en cuenta que muchas veces acabamos los tres
en la cama cuando el niño tiene miedo y reclama de atención o de mimos.
El caso es que lo veía risueño
y no entendía el porqué de su estado de ánimo, pero conforme avanzaba la tarde
me fue contagiando. Tras la siesta me llamó la atención el tiempo que tardó en
salir de la ducha, y el rato ante el espejo acicalándose y perfumándose, cuando
él apenas se dedica unos minutos a sí mismo en el día a día. Incluso tuve que
interrumpirlo para poder hacer uso del baño y lograr arreglarme a tiempo para
cenar a una hora decente.
Fue cuando pasé a su lado,
cuando me abrazó contra su cuerpo desde detrás y me dijo:
-Ponte guapa esta noche-,
entonces aprecié su dureza y deduje que esa noche quería hacerme el amor. Era
la primera vez en mucho tiempo que tenía un gesto en el que manifestaba algo de
ganas por hacerlo.
Sinceramente, mi cuerpo ya se
había olvidado casi de cómo se hacen esas cosas, abandonada a la rutina no
tenía muchas ganas de ponerme en faena. En cambio, algo en mi cabeza debió
decirme que pusiera de mi parte, pues para una vez que se decidía a dar el
paso, mejor no desaprovechar la ocasión.
Un polvete es un polvete. Todo
era cuestión de romper la monotonía y el hastío en el que nos habíamos dejado,
y tratar de retomar nuestras relaciones como una nueva rutina algo más propia
de un matrimonio.
Al enjabonarme bajo la ducha
le presté cierta atención a mi cuerpo. Me di cuenta que mi pubis estaba
descuidado, lucía una mata de pelo rizadito impropia de mí en otros momentos de
la vida. En el fondo me llamó la atención que estando mi marido también desnudo
al otro lado de la cortinilla de la ducha, apenas nos fijáramos el uno en el
cuerpo del otro.
Lo normal al estar dos
personas de distinto sexo desnudas juntas en un espacio tan reducido como un
aseo, es que surja algo de deseo. De hecho parecen la misma palabra: aseo y
deseo. Pero en cambio nada de nada, ni una tímida mirada al sexo del otro, como
si lo tuviéramos muy visto o lo diéramos todo por supuesto.
En otro tiempo se hubiese
abalanzado sobre mi cuerpo nada más verme desnuda, hubiera sido un pulpo ante
mi exhibición en la misma estancia, no se hubiese podido resistir a la
tentación de meterme mano, y sin embargo ahora…ahí estábamos los dos, cada uno
desnudo sin apenas prestarle atención al otro. Como digo sin deseo ni ganas.
Mi marido es de los que se
afeitan bajo la ducha, así que al ver su cuchilla descuidada en la bañera yo
también quise sorprenderlo: me rasuré casi por completo mi pubis dejando apenas
una fina tira de pelillos en la parte central decorándolo como cuando éramos
novios. Lo malo es que hacía tiempo que no me hacía las ingles con maquinilla
desechable, y aquello escocía una barbaridad. Por mucho que lo enjabonase y
enjabonase terminó por irritarse la piel, y acabé con toda la zona enrojecida y
con algo de picor.
Al salir de la ducha mi esposo
todavía estaba mirándose en el espejo, y al pedirle que me acercara una toalla
de baño abrió unos ojos como platos al ver mi nueva decoración tan rasuradita.
-Cariño, estoy seguro de que
esta noche lo vamos a pasar muy bien-, dijo con una sonrisa de oreja a oreja
que delató sus intenciones.
Debo reconocer que me hizo
gracia su cara de bobalicón al verme desnuda y afeitadita. Como digo, era la
primera vez en mucho tiempo que mostraba síntomas de fijarse en mí insinuando sus
ganas por intentarlo. Por eso mismo, aunque en un principio había pensado en
ponerme unas braguitas cómodas de algodón para esa noche, cambié en el último
momento de parecer y me decidí por un tanga de esos tipo americano de lycra,
que sé que le encanta a mi marido. O al menos eso me decía de novios cuando me
atrevía a llevar este tipo de prendas.
La falta de costumbre, provocó
que me resultase algo incómodo, entre otras cosas porque la poca tela posterior
se entremetía entre mis nalgas produciendo una sensación molesta. Quise creer
que al menos todo mi esfuerzo y sacrificio merecería la pena por ver la cara
que pondría mi marido al saber que llevaba puesta una de sus prendas favoritas.
Como hacía calorcito opté por
un vestido tipo petit dress de color negro que hacía tiempo no me probaba, y
que por corazonada metí en la maleta en el último momento. Pensé que desde
luego si no me lo ponía en esa noche, ya no me lo pondría en mucho tiempo. Si
no lo lucía con más asiduidad en mi ciudad, era porque mostraba un escote en
“v” bastante pronunciado que me estaba muy bien antes de dar a luz, pero que
tras la lactancia de mi hijo, digamos que mi pecho había aumentado, y ahora
sobresalía por ambos lados de la tela. Incluso dejaba parte al descubierto de
mi pecho por el lateral tipo “sideboob” tan de moda ahora. Como no podía ser de
otra forma, opté por no ponerme sostén con esos tirantes y ese escotazo, pues
quedaría rematadamente mal que se notase. Comprobé en el espejo de la
habitación que de esta forma mis pechos rebotaban solos al andar con los
tacones, algo ideal si lo que pretendía era provocar a mi marido.
Ya me imaginaba el espectáculo
y las caras que pondría al bailar, por lo que aunque fuese misión imposible, me
propuse arrastrarlo a alguna pista de baile tras la cena.
Acerté cuando vi la cara que
ponía el tontorrón de mi esposo al verme lista para salir a la calle con
semejante escote y con esa faldita con algo de vuelo tan corta. Estaba
realmente sexy y espectacular. En parte era lo que quería ¿no?, provocarlo
durante toda la noche para que sucediese lo que tenía que suceder.
Y es que poco a poco, detalle
a detalle, yo también me iba haciendo a la idea de que esa noche mi esposo me
destrozaría.
Cenamos. Mi marido me llenó la
copa de vino unas cuantas veces durante la velada, y se esforzó por contarme
cosas nuevas y graciosas. Lo conozco muy bien, no paraba de hablar y de hablar.
Lo notaba nervioso como un primerizo y eso ayudaba a aumentar en cierta forma
mi libido. Fue una vez, en la que él estaba inmerso en su mundo contándome una
de sus anécdotas de trabajo, cuando una descarga eléctrica recorrió mi espina
dorsal por sorpresa de abajo arriba. Mi cuerpo me anunciaba que comenzaba a
estar impaciente.
Mientras él hablaba, yo lo
miraba fijamente abstraída de la conversación al otro lado de la mesa,
contemplando a mi marido en sus gestos, sus formas, su galantería de otro
tiempo, y fue cuando comencé a imaginar lo que sucedería más tarde en nuestra
habitación. Estaba dispuesta a devorarlo
cuando llegase el momento, esta vez él sería caperucita y yo la loba.
Lo miraba tan panoli, y era
consciente de que tarde o temprano tendría que tomar yo la iniciativa. Estaba
dispuesta a todo con tal de que él llegara a dar los pasos suficientes. Incluso
me entraron unas ganas inconmensurables de chuparle bien la polla como cuando
éramos novios y no teníamos sitio donde practicar sexo en la intimidad. Por
aquel entonces nos conformábamos con felaciones y dedos en los portales. Nos lo
hacíamos al amparo de la oscuridad de la calle y al abrigo de entre los coches.
Recordé que me gustaba mirarlo
a los ojos mientras se la mamaba con esa carita de niña mala que sólo él
lograba sonsacarme y que le volvía loco. Hacía tiempo que no le veía esa carita
de gusto y de tontorrón que pone en esos momentos, y no sé por qué en esa noche
me estaban entrando ganas por verlo así de tonto de nuevo. Recuerdo que me
hacía sentir poderosa cuando lo dominaba a base placer, aunque estuviese
arrodillada a sus pies era yo la que tenía la sartén por el mango, el control
de sus sentidos, y esa como digo…, era una sensación que tenía olvidada y
quería recuperar.
Las miraditas intercambiadas
durante la cena me hicieron presagiar lo mejor. Incluso hubo un par de veces en
que al cruzar mis piernas bajo el mantel de la mesa me percaté de que comenzaba
a humedecer mi tanguita de las ganas. Estaba irremediablemente excitada. Mi
marido parecía tan nervioso concentrado en hablar y hablar, que apenas se
enteraba de lo que me sucedía en el epicentro de mi cuerpo.
Tras la cena, la noche
transcurrió superando mis expectativas. Nada más salir del restaurante ambos
convenimos en que el precio del vino había merecido la pena. Los dos pudimos
comprobar el brillo en los ojos del otro al salir del local en plena noche. Mi
marido sugirió tomar una copa en un pub cercano al restaurante antes de
regresar al hotel, y yo consentí la demora esperando que el gin tonic animase a
mi esposo a dar ese paso que tenía que dar, y que yo esperaba ansiosa. Para
entonces ya tenía claro en qué iba a terminar todo aquello, pero tenía
impaciencia por ver el modo como lo ejecutaría mi esposo.
Nada más entrar en el bar el
ambiente era propicio para bailar, lo que encajaba perfectamente con mis
planes. De nuevo todo bajo mi control. Bueno todo, excepto mis secreciones. A
esas alturas de la noche, la diminuta tela del tanga era todo cuanto tenía para
contener un tsunami de pasión. Estaba empapado y para colmo, podía notar su
fina tela clavándose entre los cachetes de mi culo. Eso contribuía de
sobremanera a mi estado de excitación.
Tras beber enterita mi copa,
tuve que excusarme inevitablemente por un momento a los servicios, el vino
ingerido tenía también gran parte de culpa.
Una vez en el excusado me
percaté que efectivamente había humedecido mi tanguita en varias ocasiones
durante la velada. Mis fluidos decoraban resecos el centro de mi prenda más
íntima. Yo misma me sorprendí de lo dispuesta y receptiva que me encontraba esa
noche. Y es que hacía tanto tiempo que no experimentaba esa sensación de saber
de antemano que me van a pegar un buen polvo, que me tenía toda la noche algo
más que calentita. Incluso el roce y el leve picor que me provocaba la lycra
del tanguita en mi zona recién rasurada me estimulaba de sobremanera. Estaba tan
cachonda que yo misma me hubiese dejado follar por mi esposo en esos mismos
baños malolientes.
Tenía tantas ganas de que
llegara ese momento, que necesitaba encontrar la forma de aliviar tanta
necesidad. Así que sin pensármelo, decidí ajustar mi tanga al revestirme, de
tal forma que se entremetiese no solo entre mis nalgas, sino también entre mis
labios en su parte delantera. Nunca había hecho nada parecido, pero soy dada a
cometer todas las pequeñas locuras que la vida me deja, y sin que los de mi
alrededor lleguen a enterarse, me atrevo a realizarlas en silencio siempre que
puedo. Es como un aliciente que llevo en secreto. En esos momentos necesitaba
de los estímulos de la prenda, no sé si para calmarme o para excitarme aún más,
pero necesitaba hacer algo desesperada.
De algún modo acerté en mi
delirante decisión, la sensación al andar del tanga clavado en mi cuerpo por
delante y por detrás, no hacía más que acrecentar la pequeña tortura causada
por el picor y la irritación de la cuchilla de afeitar en mi pubis. Era un
mundo de sensaciones increíbles. Estaba desconcertada por todo cuanto
experimentaba mi cuerpo, y eso que lo mejor de la noche estaba por llegar.
Cuando regresé a la barra
junto a mi marido éste había pedido otro par de copas. No me hicieron tanta
gracia, temí que mi marido hubiera entrado en modo pánico. Además, pese a lo
que él se cree, no tolera nada bien el alcohol. Se le sube enseguida. Hubiese
preferido que me dijese alguna excusa como “estoy cansado, por qué no vamos al
hotel”, y cosas por el estilo, que verlo con otra copa en la mano. Una vez en
el hotel los dos solos ya me encargaría yo de tomar la iniciativa que a él le
faltaba.
A pesar de mis temores debo
reconocer que esta segunda copa envalentonó algo más a mi marido que quiso pasar
al ataque. Soltó su lengua, y derivó hábilmente la conversación para que
terminásemos recordando anécdotas de cuando éramos novios. Logró conectar mi
cuerpo y mi mente, al trasladarme a una época en la que sí teníamos cosas en
común.
Era curioso, al recordar
viejos tiempos parecía que cuantas más cosas materiales íbamos acumulando en la
vida con el paso del tiempo, más cosas inmateriales y trascendentales íbamos
perdiendo, separando con bienes nuestros karmas.
Para los que no me conozcan
decir que me llamo Sandra, tengo treinta y dos años, y como habéis deducido
llevo casada unos pocos con mi marido.
Pero a lo que estábamos…
Mi marido me hablaba muy
pegadito a mi cuerpo debido sobre todo al volumen de la música. Podía notar sus
nervios. Le temblaba la voz y evitaba mirarme a los ojos. Ambos nos apostábamos
junto a la barra mientras bebíamos nuestras consumiciones. Fue en ese momento
cuando comenzó a acariciarme, fueron los primeros contactos físicos en mucho
tiempo, primero cogiéndome de la mano, luego rodeándome con su brazo por la
cintura. Hasta me tocó el culo por encima del vestido las veces que nuestra
posición junto a la barra le permitieron hacerlo con cierto disimulo.
Hacía tiempo que ni mi marido
ni nadie me tocaba el culo de esa manera, y claro, cada vez que me estrujaba el
moflete entre sus dedos, mi cuerpo reaccionaba aumentando las ganas por hacer
el amor. Hubiese gemido de placer más de una vez de no ser porque estábamos en
medio de un bar rodeados de gente.
Lo cierto es que me tenía
ansiosa e impaciente. Había logrado que mi cuerpo encontrase esas ganas
perdidas y olvidadas. Comencé a bailar tímidamente según había planeado junto a
la barra. Lo justo para que mis pechos botasen con el movimiento y la vista de
mi esposo se perdiese en mi escote. No sopesé las consecuencias que la escasa
tela de mi tanga producía en mi cuerpo al entremeterse entre mis mofletes y mis
labios con el movimiento. Estaba a punto de correrme solo del roce del tanga
con mi clítoris por el baile. Para colmo mi marido me recordó con su
conversación alguno que otro de nuestros mejores polvos de novietes,
estimulando mi oído y mi imaginación.
-¿Te acuerdas del cumpleaños
de tu amiga Laura?- me preguntó sabiendo que nunca olvidaríamos ninguno de los
dos ese día. Para ello, se reclinó sobre mi hombro y me susurró la preguntita
en el cuello, fijándose a la vez de cerca en mis pechos que saltaban bajo la
fina tela del vestido.
-Uhm, uhm- asentí con la
mirada dándole a entender que no lo había olvidado.
Era imposible de olvidar, sin
duda esa noche terminó entre los tres mejores polvos de nuestras vidas. Me
gustó centrar su mirada de deseo en mi cuerpo.
-Llevabas un vestido parecido
a este- dijo tocándome el culo a conciencia sin importarle que estuviéramos a
la vista de los presentes. Sin duda el vestido y mi baile provocador ayudaban a
elevar el tonito de la charla.
-Sólo que era de color blanco-
apuntillé yo en la conversación recordando la noche de la fiesta y
felicitándome a mí misma por la elección del vestido para esa noche por el
calor que estaba tomando la conversación.
-Si-, dijo él susurrándome de
nuevo al oído, -a contra la luz se te transparentaba todo, además la falda era
mucho más corta y se ceñía completamente a tu cuerpo marcando tus formas- dijo
repasando las caderas de mi cuerpo con sus manos.
-No seas exagerado, no era
para tanto- le repliqué poniendo carita de niña mala, mientras sorbía una de
las pajitas de mi combinado llamando su atención con la provocación de mis
labios.
Debo confesar que ahora sería
imposible que me pusiera un vestido como ese, pero hubo otro tiempo en que me
gustaba vestir de forma muy sexy. Me encantaba provocar a los hombres y a quien
hoy es mi esposo, y por aquel entonces mi novio. Por desgracia yo era mucho más
joven, y con otro cuerpo.
Aquellas pequeñas locuras, hoy
eran mitigadas por la rutina y el qué dirán.
Incluso a él era el primero
que por aquel entonces le encantaba que me vistiera así. Presumía de novia ante
sus amigotes y seguramente ante sus pocas ex. A mí me encantaba comprobar el
efecto que le producía con mi forma de vestir. Y no solo a él, sino a todos sus
amigos de la pandilla.
En cambio ahora…, no lograba
encontrar explicación al momento en que me había vuelto tan recatada en mi
forma de vestir. Culpaba a la rutina, y una vida excesivamente monótona. Ni tan
siquiera el más mínimo aliciente. Nada de vestir sexy, nada de provocar, nada
de jugar a las insinuaciones, vamos, nada de nada. Me había convertido en lo
que se dice una madre y esposa ejemplar.
Pero retomando nuestra
conversación…
-¡Que no era para tanto!-,
exclamó regresándome de mis pensamientos a la conversación, -si todo el mundo
te miraba al pasar- argumentó excitado de recordar el vestido y lo que pasó
posteriormente en esa noche.
-A tí que te lo parecería-
traté de contradecirlo sonriendo pícaramente y provocando el insinuante
movimiento de mis pechos bailando.
-Vamos Sandra, reconócelo, la
falda era tan corta que al más mínimo descuido enseñabas el culo, y el vestido
era tan ceñido a tu cuerpo que no dejaba nada a la imaginación. Para colmo al
trasluz se transparentaban tus piernas y se podía adivinar el tanguita de hilo
que llevabas puesto…¿cómo se llamaba aquel compañero vuestro de clase?. El alto
con el pelo largo…- interrumpió mi marido el argumento tratando de recordar el
nombre del chaval en cuestión.
-¿Te refieres a Diego?- le
ayudé a recordar.
-Eso es, el Diego ese. Mira
que bien que te acuerdas, no te quitó ojo de encima en toda la fiesta, si
hubiese podido se te hubiese follado en los baños o allí mismo a la vista de
todos sin importarle que yo estuviera presente. Si hasta se tocaba por encima
del pantalón cada vez que hablaba contigo. Anda que no estuvo salido toda la
noche con tu vestido ni nada- interrumpió su narración de los hechos para darle
otro trago a su copa.
Me hacía gracia la
interpretación de los hechos que hizo mi marido de aquella noche, pero lo
cierto es que mi antiguo compañero de clase apenas pudo contenerse cada vez que
me miraba. Me gustó recordar que en otro tiempo era deseada por otros muchos
hombres distintos a mi marido, y me preguntaba que hubiese sido de mi vida de elegir
a otro mucho más guapo y con más dinero, y no de enamorarme tontamente de mi
esposo. Siempre me preguntaba si en otro momento de mi vida debía haber pensado
con la cabeza y no con el corazón.
-En cambio fuiste tú quien me
folló esa noche- le dije a mi marido volviendo a la realidad, y deslizando mi
mano por su cintura, para terminar rozando su entrepierna disimuladamente.
Hacía tiempo que no le
acariciaba a mi marido en su entrepierna, ni por encima del pantalón ni por
debajo, y mucho menos en un lugar público. A decir verdad prácticamente desde
que contrajimos matrimonio. Antes de casarnos le gustaba no solo que vistiera
más insinuante, sino también que lo provocase, o que me comportase de forma más
desinhibida y alegre, en una palabra, que fuese algo más “guarrilla”.
Esa palabra resonó en mi
mente. Sí, no lo podía negar, cuando era más descarda echábamos mejores polvos.
Teníamos más pasión, las locuras y pequeñas travesuras nos llevaba a disfrutar
del sexo.
En cambio ahora, todo era
excesivamente frío y correcto. “¿Puede que ahí esté la clave de tu matrimonio?”
me dije a mí misma, “en tu comportamiento” pensé para mis adentros. Pensé que
ese podía ser un buen momento para cambiar mi actitud siempre tan correcta
durante todos estos años y retirarnos al hotel para que me follase de una
maldita vez. Tal vez yo también tenía que poner algo de mi parte y jugar a calentar un poco a mi marido. La
conversación estaba aumentando de tono y podía ser el momento oportuno para
cambiar las cosas.
-Es cierto- dijo mi esposo con
una sonrisa de oreja a oreja orgulloso, -cómo olvidar lo que pasó esa noche-
murmulló entre dientes.
-Y ¿qué pasó?. No lo reduerdo-
le pregunté mimosa.
Quise escucharlo de su boca,
quise que me lo recordara, quise que me dijera que me folló como un loco esa
noche. Necesitaba escucharlo y por eso le acaricié disimuladamente su paquete
por encima del pantalón.
-Recuerdo que te tiré al suelo
nada más entrar por la puerta de casa de mis padres- se apresuró a decir
evidentemente excitado.
-No pudiste ni esperar a
llegar a la cama de tu cuarto- quise recordarle al tiempo que aproximaba mi
cuerpo al suyo buscando el máximo contacto de nuestros pechos.
-Tienes razón, me pusiste como
un burro toda la noche, no podía más, por eso nada más entrar te tiré al suelo
del pasillo de la entrada de casa mis padres y te di tu merecido- y nada más
decir esto le propinó otro trago a su copa ganando algo de tiempo en su mente
para rememorarlo.
-¡¿Me lo tenía merecido?!- le
pregunté sorprendida por su expresión mientras me refrotaba contra su cuerpo
encelada.
-Te lo tenías merecido,
llevabas toda la noche provocando al personal y alguien debía dejarte algunas
cosas claras- quiso presumir como si todo fuese mérito suyo.
-¿Y esta noche?, ¿también me
darás mi merecido?- le pregunté coqueteando con las caricias de mi mano en su
entrepierna.
-Vas por buen camino-
pronunció entre risas de ambos.
-Ah ¿siiih?, ¿y qué tengo que
hacer para conseguirlo?- le pregunté maliciosamente haciendo tirabuzones con mi
pelo a la altura de mi escote e insinuándome con mis movimientos a un lado y a
otro de que efectivamente tenía ganas de recibir mi merecido.
Su mirada se perdió
inevitablemente donde yo quería. Mi marido me miró los pechos con deseo
relamiéndose al observar mi jueguecito.
-No me provoques, no me
provoques- dijo dando otro trago a su gin tonic conociendo mi táctica.
-¿Yooo?- pregunté haciéndome
la ofendida, -¿no veo cómo?- continué sonriendo perniciosamente disfrutando de
sus furtivas miradas a mi escote mientras bailaba tímidamente provocando el
movimiento de mis pechos.
-Sabes muy bien que me
provocabas cada vez que te ponías ese vestido- esta vez apuró su copa de trago.
-Vamos, que tampoco fue la
única vez que me ponía algo así- debo reconocer que me tenía calentita con la
conversación y los recuerdos que me traía con los vestiditos.
-Tienes razón- dijo mirándome
al escote descaradamente esta vez, -me estaba acordando de aquella vez que te
pusiste un mono ajustado de lycra tipo short en las piernas marcando todas tus
curvas. Para colmo era de color carne, y parecía que fueras desnuda por la
calle- dijo recordando el “bodysuit” en cuestión.
-Ahora no me lo podría poner-
dije recordando la susodicha prenda que se ajustaba a mi cuerpo como un guante
apesadumbrada por el cambio de mi cuerpo tras dar a luz.
-Hay una cosa que nunca supe-
me preguntó mi esposo susurrándome en la oreja, creando cierto suspense, y como
si no quisiera que nos oyera la pareja de al lado.
-¿El qué?- le pregunté curiosa
por salir de dudas yo también.
-¿Llevabas braguitas cuando te
ponías ese mono?- me susurró suavecito al oído, poniéndome los pelos de la nuca
de punta, e impaciente por mi respuesta.
En un principio me hizo gracia
su duda, y a poco rompo a reír. Pero luego pensé que de seguirle la corriente
podría ser la guinda para que mi marido terminase de decidirse y llevarme al
hotel como esperaba. Debía ponerlo cachondo como fuera.
-¿Y si te dijera que no?-
quise calentar el ambiente entre los dos.
-Lo sabía- dijo rememorando
las diferentes situaciones en que me lo puse con él. -¿recuerdas la primera vez
que te lo pusiste?- me preguntó.
-Uhm, uhm- asentí yo con la
boca cerrada muy calentita por lo que me estaba haciendo recordar. -Fue para
una fiesta de la Facultad-, lo visualizaba perfectamente. Sin duda aquella
época de universitarios y de novios, fueron los mejores polvetes que echamos
entre los dos.
-Estuve toda la noche
tocándote el culo tratando de averiguarlo y ni te puedes hacer a la idea del
pajote que me hice al llegar a casa de mis padres sabedor de que no llevabas
ropa interior debajo- dijo con cara de salido.
-¿A síiih?- me sorprendió gratamente su
confesión.
-Sí- dijo terminando su copa y
sus argumentos definitivamente mirándome fijamente al escote.
-¿Eso…?- lo acaricié del pecho
al tiempo que pegaba mi cuerpo al suyo volviendo a la carga para hacerle la
pregunta. -¿Eso te puso caliente toda la noche?- concluí expectante.
-Si claro- dijo dejándose
llevar por la conversación.
-Hay que ver como sois los tíos,
¿en serio?- pronuncié algo decepcionada por el comportamiento vulgar de mi
esposo. El asintió con la cabeza dándome a entender que el hecho de que no
llevase bragas lo puso muy caliente en aquella ocasión.
-¿En serio te puso tan
cachondo saber que no llevaba bragas?- repetí mi pregunta sin llegar a creer lo
que escuchaba de boca de mi esposo.
-Ahora no te atreverías- quiso
picarme.
-¿Porque dices eso?- me
sorprendió el concepto que tenía mi esposo de mí en estos momentos. Hacía
tiempo que no charlábamos de estos temas y sus dudas para con mi atrevimiento
me estaban dejando algo fuera de juego.
-Ya no vistes como entonces-
apuntilló directamente a mi orgullo femenino.
-Los dos hemos cambiado. Tú
también- me defendí contraatacando.
-Supongo, pero reconoce que
ahora no te atreverías a hacer algo así- insistió en su irritante provocación.
“¡¡¿Qué coño estaba tratando
de decirme?!!” pensaba mientras lo escuchaba “¿Qué la culpa después de todo era
mía?”, no lograba entender lo que pretendía provocándome de esa manera, “¿Acaso
quería que me vistiese como antes?,¿Qué me quitase la bragas ahí mismo?.
Vamos…, no aguantaría ni un minuto que otros me mirasen con deseo si me
vistiese provocativamente. Seguro que era él el que me montaba un numerito de
celos. Y ahora me venía de liberal…vamos anda”, no me lo podía creer.
De que me iba importar a mi
vestirme de otra forma, al revés, todo lo contrario, estaba deseando encontrar
la oportunidad en que hacerlo. Lo que ocurre es que desde que estaba con mi
esposo las oportunidades no llegaban. Y como siempre jodiéndola en el mejor
momento de la noche. Algo muy típico de mi esposo. “¿Por qué insistía tanto?”
me pregunté antes de contestarle.
-No me tientes, no me tientes-
pronuncié tratando de poner paz con una frase muletilla y dejando pasar sus
comentarios.
-Es verdad, ya no te arreglas
para mí- pronunció en un tono como retándome a yo que me sé qué se pretendía
que hiciese. Pero lo cierto es que sus palabras habían sabido picar mi orgullo.
Quise dejarle bien clarito que
el que carecía de pasión era él. Yo nunca había perdido cierta parte de mi ser.
Si me había vuelto recatada era por su culpa, no por la mía, así que debía
darle un escarmiento.
-Con que esas tenemos
¿eh?. Aguarda un momento- le dije
dejándolo plantado con un palmo de narices en medio de la barra y marchándome
hacia el baño.
Menuda soy yo como para que me
digan lo que puedo o no puedo hacer.
Al llegar al aseo y encerrarme
en un habitáculo privado, no me lo pensé dos veces. Debía darle una lección a
mi marido. Me quité el tanguita, que por otra parte no dejaba de torturarme
plácidamente, lo guardé en el bolso y regresé con mi esposo. “¿Así que se hacía
pajas de novios pensando que no llevaba bragas?. Pues bien, esta vez se va a enterar”,
pensé mientras me lo quitaba envalentonada y encorajinada por la rabia de sus
comentarios.
Al salir y ponerme a andar ya
no solo me botaban los pechos, sino que ahora podía sentir el movimiento de mis
nalgas libres bajo la tela del vestido, además de un airecillo que se colaba
por debajo de la falda refrescando mi intimidad.
Me indigné al regresar y
comprobar a pesar de todos mis esfuerzos, que había pedido otro par de
consumiciones y que ya ha bebido gran parte de la suya.
-¿A que no sabes qué?- le
pregunté sonriendo maliciosamente como solo él lograba sonsacarme esa parte tan
siniestra de mí.
-Si no me lo dices no-
respondió con cara de asombro por el suspense tras mi regreso de los baños.
Era evidente por el poco
tiempo que me costó que no había orinado. Estoy segura que anhelaba le dijese
había cometido alguna locura, por eso me atreví a susurrarle en el oído…
-No llevo bragas- pronuncié
con un hilo de voz en mi garganta, al tiempo que le enseñaba mi prenda más
íntima en el interior de mi bolso.
-¿No?- cuestionó asombrado por
lo que acababa de ver.
-Si- le sonreí yo.
-No me lo puedo creer- dijo
tratando de comprobarlo tocándome el culo.
-Pues créetelo- le respondí yo
dejándome acariciar para que lo comprobase.
-Joder Sandra que pueden verte-
exclamó al comprobar con sus manos que no hallaba ninguna costura de mi prenda
más íntima bajo la tela del vestido, convenciéndose de que no llevaba bragas.
-Calla tontín, que solo tú lo
sabes- Lo animé cogiendo su mano entre la mía, situándome frente a la barra de
tal forma que él quedase detrás de mí, y guiándosela hasta posarla sobre mi
pubis. En esa posición su caricia quedaba oculta entre el mueble del bar y mi
cuerpo.
-Estas como una cabra- musitó
explorando mi cuerpo con su mano en esa zona tan sugestiva que queda por debajo
del ombligo.
-Y tú cachondo- le dije al
tiempo que en esa posición aplasté mi culo contra su miembro comprobando su
eminente dureza.
Me moví un par de veces a un
lado y a otro refrotando mis nalgas contra su erección. Esta vez quería que
sufriera las consecuencias de sus palabras. Estaba dispuesta a calentarlo como
cuando éramos novios y según me había confesado él mismo. Así que una vez supe
que lo tenía bien cachondo, me fui hacia la pista de baile, moviéndome de tal forma
que provocaba intencionadamente que mi falda se subiese hasta el límite de lo
permitido.
Mi marido me observó en la
distancia durante un par de canciones. Mi forma de bailar y mis pechos
rebotando con cada pequeño saltito, provocaban el efecto esperado en mi marido.
Conseguía provocarlo. Me rozaba intencionadamente con otros chicos de la pista
de baile, incluso alguno con pareja y todo. Lo sorprendí apurando en una de las
veces de un solo trago lo que era mi gin tonic para inmediatamente pedirse otro
seguido. El cuarto o el quinto en poco tiempo, no llevaba la cuenta, pero me
parecieron demasiados. Temí una huida hacia delante de mi esposo.
Recuerdo que sonaban ritmos
latinos y que me movía levantando mis faldas entre dos dedos de los extremos a
modo de bailaora flamenca, y que en una de las ocasiones evidencié ante su
atenta mirada que no llevaba ropa interior debajo. Mi marido se revolvió en su
sitio de la excitación. Apuró de los nervios en un solo trago el último gin
tonic pedido hace escasos momentos, y eso ya no me hizo tanta gracia. A mí todo
ese jueguecito también me calentaba. Sentía los cuerpos de otros muchachos
rozándose con el mío, tan desnudita debajo del vestido que estaba en la gloria.
Conozco a mi marido, consideré
que había bebido demasiado y decidí que era el mejor momento para irnos al
hotel. La mala suerte hizo que esta vez necesitase ir al baño de verdad.
Aproveché para arreglarme dispuesta al asalto final, incluso vaporicé colonia
entre mis muslos, pero para cuando regresé a la barra mi marido se había pedido
otro gin tonic. Eso era el colmo. Definitivamente había entrado en modo pánico
y estaba a punto de echarlo todo a perder. Yo quería ir al hotel, ya tenía
suficiente. Me moría de ganas por follar de una maldita vez.
-Vamos cari, no bebas más.
Estoy cansada, volvamos al hotel- le dije tirando de su brazo tratando de
arrancarlo de la barra.
-Tienes razón- dijo antes de
apurar de un solo trago mi gin tonic recién servido y del que hice evidentes
señales de que no iba a beber. Se bebió prácticamente la copa de golpe por no
dejarla entera una vez pagada.
“Imbécil” pensé al comprobar
que prefería la copa a su mujercita. Temí que se le subiese la bebida y decidí
ser yo misma la que tomase la iniciativa de regresar al hotel antes de que
fuera demasiado tarde. Necesitaba que me pegase un buen polvo de una vez por
todas.
Recuerdo que de camino, mi
querido esposo, y con signos evidentes de embriaguez, quiso que nos
detuviésemos por un momento en un viejo portal como cuando éramos novios. No me
pareció mala idea que le diese un poco el aire antes de subir a la habitación,
temía que como en otras ocasiones me fallase en el mejor momento.
Me magreó y me besó contra el
cristal de la entrada del desconocido portal. Recuerdo que me metió mano por
todos lados. Llegó incluso a deslizar su mano por debajo de mi falda para
acariciar a placer la piel desnuda de mis nalgas. Lo recuerdo perfectamente
porque de aparecer alguien del otro lado del portal me hubiese visto todo el
culo al tener la faldita levantada arrullada en la cadera. A su favor debo
reconocer que la posibilidad de ser descubierta de esa manera me excitaba. A mi
marido le olía el aliento a alcohol, y a mí me faltaba el aire para respirar
mientras nos besábamos. Incluso en su atrevimiento llegó a alanzar con sus
dedos mis labios vaginales al acariciarme desde detrás.
Exactamente igual a cuando
éramos novios y me hacía algún que otro dedito antes de ir cada uno a casa de
sus respectivos padres, siempre al amparo de la oscuridad de los portales. A
poco me corro en sus dedos, me faltó un pelo para no llevarme el primer orgasmo
de la noche. Por el contrario me dejó más caliente que una gata en celo. Juro
que estuve a punto de sacársela ahí mismo para que me follase en el inoportuno
portal, pero preferí esperar a llegar a la comodidad de la cama del hotel.
-Vamos cari, vámonos al hotel-
le supliqué jadeante conteniendo el placer que manaba del lugar en el que
apenas unos segundos antes hurgaba con sus dedos.
-Quiero hacer el amor contigo- le susurré a
media voz a la vez que me cuestioné si me había escuchado o no.
Ahora viene lo peor de toda la
noche. Cuando al reanudar la marcha hacia el hotel, compruebo que mi marido me
suelta de la cintura, se apoya entre dos coches sin decirme nada ni avisarme, y
ante mi estupefacción se pone a vomitar encima de una alcantarilla de
improviso.
“No me lo puedo creer” pensé
al verlo tan sorprendida como indignada, “el muy imbécil acaba de echar a
perder la noche” musité a regañadientes.
-Tranqui cariño, es solo que
el último gin tonic me ha sentado mal- me balbuceó tartamudeando el muy inútil
por última vez antes de desplomarse inconsciente en el suelo.
Menudo papelón.
Traté de tirar de él y de
ponerlo en pie con la intención de parar un taxi e ir al hotel, pero por
desgracia mi esposo pesa mucho para mí y no podía moverlo. La escena debía
resultar del todo ridícula a cualquiera que pasase por la calle. Por suerte no
pasó nadie en mucho tiempo que me viese hacer el ridículo. Hasta que
aparecieron dos muchachos con pinta de inmigrantes o hijos de inmigrantes. Lo
único que estaba claro era su origen claramente latino.
Debo sincerarme y reconocer
que al principio tuve algo de temor, que perdí tras unas primeras palabras
amables donde se ofrecieron a arrastrar a mi esposo hasta el portal más
cercano, ese en el que minutos antes nos estábamos metiendo mano. ¿Cómo iban a
saber ellos ese detalle?. Simplemente lo acomodaron con cierto cuidado en el
mismo escalón de entrada.
-Muchas gracias por ayudarme- les
dije agradecida a la vez que avergonzada por el estado de mi esposo.
-No hay de qué- me
respondieron educadamente.
De repente se pusieron a
hablar entre ellos. De nuevo me asaltaron mis miedos. Yo no podía escuchar nada
pero sé que sopesaban la opción de quedarse un rato conmigo.
-Oye, no hace falta que os
quedéis, ya me habéis ayudado suficiente- traté de adelantarme a sus
intenciones con el objetivo de quedarme a solas de nuevo con mi marido y mi
vergüenza.
-¿Y si tu marido se pone
peor?- me preguntó uno de ellos, el que parecía algo más moreno de piel de los
dos.
-No hay de qué preocuparse, el
fresco le sentara bien- le respondí comprobando que se acercaban poco a poco de
nuevo hasta dónde me encontraba.
-Mejor que sea así, pero ante
la duda preferimos esperar hasta que al menos recupere la consciencia o pueda
tenerse en pie. Tal vez deberíamos llamar a una ambulancia. ¿Por cierto aún no
has dicho cómo te llamas?- me preguntó el más oscuro de piel desviando el tema
y finalizando su argumento.
-Mi nombre es Sandra- dije algo nerviosa por la situación.
-Yo me llamo Denis, y este es
mi amigo Marc- me respondió el más atrevido de los dos, y acto seguido
intercambiamos los dos besos de rigor. Uno en cada mejilla. Me percaté de que
olía bien, había abusado de la colonia, pero mejor eso que no otra cosa.
Se produjo un silencio tenso
entre los tres en la calle, que aproveché para retirarme a un lado y sentarme
en el escalón del portal junto a mi esposo. El más oscuro de piel y lanzado, el
tal Denis, se sentó también a mi lado quedando yo en medio de ambos. Nuestros
cuerpos se rozaron un poco apretados por la falta de espacio. El amigo en
cambio, el de tez más clara, se quedó justo enfrente de nosotros apoyado en el
capó de un coche contemplando la escena. Me dejó claro quién de los dos es el
que está acostumbrado a tomar la iniciativa en este tipo de situaciones y quien
el que se dedica a observar como espectador.
-¿Es tu pareja?- me preguntó
Denis.
-Es mi marido- le respondí.
-¿Estáis casados?- la pregunta
era redundante y tonta teniendo en cuenta la respuesta anterior, pero no me
sorprendió en absoluto. Ahora ya sabía que no me había escuchado.
Lo que sin duda me llamó la
atención es que tratase de entablar conversación conmigo con mi marido al lado.
“¿Acaso trataba de ligar conmigo?” me
pregunté, pero tras una mirada a ambos enseguida descarté esa opción. A pesar
de su aspecto del otro lado del continente
me parecieron buenos chicos, incluso puedo decir que el más caradura me
pareció algo guapete y resultón, y preferí pensar que tan solo querían ayudarme.
-Si claro- contesté obviando
que la pregunta era un poco estúpida pero relajando mi tono de voz.
-¿Y desde hace mucho tiempo
que estáis casados?-. Esta pregunta me dejó claro que a pesar de mis escuetas
respuestas buscaba entablar una conversación.
-Hoy hace diez años que nos
conocimos-, enfaticé mi respuesta haciéndole ver que quiero a mi esposo, y
ahuyentando cualquier expectativa que pudiera generarse.
-¿Hoy?- le sorprendió mi
respuesta, -¿así que estabais celebrando vuestro aniversario?- dedujo
hábilmente.
Su pregunta me dijo que no
había conseguido lo que pretendía con mi respuesta anterior, y que en vez de
disuadirle le había animado a continuar avanzando en sus propósitos.
-Uhm, uhm- respondí sin querer
facilitar de nuevo mucha información.
-¿Me quieres decir que hoy
estabais de celebración y tu marido va y se emborracha?- insistió de nuevo en
preguntarme dramatizando la situación.
-Así es- respondí resignada
ante las evidencias, total, la escena ya me parecía en sí ridícula, por lo que
no encontré motivos por los que ocultarle la verdad.
-Oye, perdona que te lo diga
pero tu marido es un poco tonto- me dijo como si nada mirándome a los ojos
medio desafiante. Antes de que pudiera rebatirle nada, se apresuró a decir…
-Si yo tuviera la oportunidad de celebrar nada
con una mujer tan guapa como tú, ten por seguro que no la desaprovecharía-
concluyó sonriendo forzadamente.
Eso estaba mejor, reconozco
que manejó muy bien la oportunidad de piropearme a tiempo, y la verdad es que
no sabía muy bien si tomármelo a mal o tomármelo a bien. En cualquier caso me
gustó escucharlo.
Tras su piropo se produjo un
pequeño silencio entre los tres, el más listo de ellos, el que estaba sentado a
mi lado, observó mis dudas por sus palabras anteriores y trató de retomar la
conversación mientras me repasaba las piernas con la vista.
-No, en serio, eres muy guapa-
quiso continuar donde lo dejó.
-Oh gracias- sonreí tontamente sin saber que
decir incómoda por la situación. Entre los dos no dejaban de mirarme y era como
si pudiese sentir sus ojos acariciando mi piel. Sobre todo el tal Denis, que
estaba sentado a mi lado, no dejaba de mirarme las piernas y el lateral de mi
vestido.
A mí también me hizo efecto el alcohol y no
pensaba con la claridad que desearía en esos momentos.
-¿Sois de aquí?- insistió el
más moreno en saber de mi vida.
A pesar de sus piropos que
agradecí mucho en un momento tan delicado de mi autoestima, no tenía muchas
ganas de dar conversación a ningún desconocido.
-No, estamos de hotel, tan solo estamos de paso- le respondí.
-¿Está muy lejos el hotel?- me
preguntó generándome esperanzas de ayudarme a llevar a mi marido.
-Estamos en el Zenit-, nunca
entenderé porque en ciertas ocasiones se me escapa torpemente más información
de la que sé que debería dar, pero como digo, mi mente estaba algo lenta y
confusa.
-Ese es un buen hotel. ¿Quiere
decir que os van bien las cosas?- insistió el tal Denis en derribar mis temores
a base de preguntas sosas e insulsas, y lo malo es que poco a poco su táctica
comenzó a darle resultados, me fui sincerando consigo sin quererlo. Eso sí,
siempre bajo la atenta mirada de su amigo.
-Bah, no te creas, aunque mi
marido trabaja yo llevo ya un tiempo en paro- le confesé la situación tratando
de que él también me contase más de sí mismo y llevar el rato con relativa
dignidad. En cambio puso cara de asombro y me llevó a la obligación de
explicarme algo más.
-Mi marido lo reservó tratando
de sorprenderme. Estaba saliendo todo perfecto hasta que…- detuve mis palabras
al percatarme de que de nuevo estaba hablando más de la cuenta mientras seguía
sin saber nada de ese par de chicos.
-Hasta que se ha emborrachado-
concluyó él, mostrándome la humillante y cruda realidad.
-Eso es- pronuncié cabizbaja
algo arrepentida de la situación.
-Joder, de verdad que no lo
entiendo. Perdona que te lo diga pero tu marido es un poco gilipollas. Eres muy
guapa. ¿A quien se le ocurre emborracharse?- comentó sorprendido por la
bochornosa situación en que me encontraba.
-Tal vez tengas razón- le dije
confiriéndole parte de la verdad.
-¿En qué?-, me preguntó sin
entender a qué me refería yo ahora exactamente.
-Mi marido es un gilipollas-
pronuncié en voz alta para su asombro y el de su amigo en un giro radical de mi
actitud.
Nada más escuchar mis palabras
rompimos todos a reír relajando la tensión.
-Bueno, al menos lo tienes
claro- pronunció Denis algo más serio que antes sonriendo todavía por mi
comentario.
-Supongo que si- le respondí
reconociendo apesadumbrada que mi esposo acababa de arruinar otra magnífica
ocasión en nuestras vidas,
-¿Estás casado?- le pregunté
yo mirando su mano, buscando esa complicidad en este tipo de situaciones.
-¡Nooo!- exclamó como si lo
que le hubiese preguntado fuera pecado. –El matrimonio es la tumba de la
pasión, y yo sin pasión no sé hacer el amor- se apresuró a decir a modo de
poesía.
-Puede que tengas razón-
respondí a sus palabras tratando de poner fin a la conversación no encontrando
alianza entre sus dedos.
-Sabes lo que necesitas-
pronunció ahora Denis risueño como un niño. -Que alguien amable como yo te
invite a tomar algo. Una mujer tan guapa como tú no se merece que le hagan
esto. Que te parece si mi amigo se queda cuidando de tu esposo mientras tú y yo
nos tomamos una copa celebrando la ocasión- propuso de forma aparentemente
espontánea, como si no lo tuviera planeado de antemano.
-No creo que sea una buena
idea- le respondí imaginándome el plantel si mi marido se despertase y no me
veía con él.
-Pues claro que lo es-
insistió en su propuesta. -Tú tenías ganas de pasarlo bien, ¿no puedes dejar
que tu marido te arruine esta noche?, te mereces divertirte en una noche como
esta, además, deberías darle un escarmiento- dijo incorporándose del escalón y
tirando de mi mano para que hiciese lo mismo.
-No creo que a tu amigo le
parezca muy buena idea- argumenté
tratando de buscar un aliado en aquella locura.
-Por mí no hay ningún
problema- respondió su amigo para mi sorpresa.
Era lo primero que le
escuchaba decir en todo el rato y era para contrariarme. Ciertamente que su
colega a partir de ese momento no me cayó nada bien. Eso sí, me dejó claro que
estaba bien aleccionado a las órdenes de su amigo.
-Vamos mujer, déjame que te
invite a una copa- argumentó el muchacho tirando de mi mano y logrando que me
incorporase del escalón en el que estaba sentada junto a mi esposo.
-¿Y si mi marido despierta y
no estoy aquí?- le pregunté sopesando la posibilidad de acceder a sus
pretensiones.
-No te preocupes, mi amigo nos
manda un whatsapp si se despierta. Además, hay un bar aquí al volver la
esquina. Tampoco nos vamos a ir muy lejos. Cada poco venimos a ver qué tal está
tu marido. Pero mientras esté inconsciente vamos haciendo tiempo
divirtiéndonos- sugirió tratando de convencerme.
-No sé, no sé- me mostré
dubitativa y reticente alternando mi mirada entre mi esposo y él. Había algo en
mi interior que me gritaba que el muchacho tenía razón y que era una buena
idea. Sólo pensar en el que diría mi esposo al despertarse me separaba de
aceptar su invitación. Denis lo supo y trató de presionarme.
-Venga mujer, anímate. Una
chica tan guapa como tú se merece algo de diversión- insistió el chico más
oscuro al comprobar mi reticencia.
-No debería- le respondí al
chaval una vez más, mostrándole mis dudas.
-Tu marido tampoco debería
haberse emborrachado. Además…- provocó hábilmente un pequeño suspense en sus
palabras para que entrase al trapo.
-Además ¿qué?- pregunté
inocentemente.
-Además me harías muy feliz al
conocerte algo más- me sorprendió con sus palabras suplicantes y su carita de
niño bueno juntando las manos a modo de rezo.
No sé por qué pero logró
convencerme. Tal vez su cara de ternura, tal vez porque reconozco que tenía
parte de razón, mi marido se merecía que al despertar yo no estuviese a su
lado. Se merecía un escarmiento. En esos momentos me pareció una buena idea y
acepté.
-Bueno está bien, porque
comienzo a tener algo de frio, una copa para entrar en calor y regresamos
enseguida- me excusé poniendo mis propias condiciones.
Denis sonrió al escuchar mi
respuesta y cogiéndome de la mano me dijo:
-Ya verás como no te
arrepentirás-. Pronunció mientras, me guiaba hasta el mismo bar del que hacía
un rato que acababa de salir agarrada por la cintura con mi esposo.
Debo reconocer que entrar de
nuevo en el mismo pub con un desconocido en el que apenas una hora antes había
estado con mi esposo me produjo cierto hormigueo por todo mi cuerpo. De repente
me invadió una extraña sensación mezcla de morbo y vergüenza. “¿Qué estaba
haciendo yo allí?” me pregunté nada más acomodarnos casi en el mismo sitio de
la barra que estuviera con mi marido y una vez comprobé las miraditas inquisidoras
de la camarera.
-¿Qué quieres tomar?- me
preguntó Denis interrumpiendo mis pensamientos y mis dudas.
-Un gin tonic- le respondí.
-¿Alguna petición en
especial?- preguntó tratando de entablar conversación mientras nos atendía la
camarera.
- Martin´s Millers con Fever
tree y tres bolitas de enebro a ser posible por favor- respondí forzando la
mejor de mis sonrisas.
-Que sean dos- apuntilló Denis
antes de pedírselo a la camarera.
-Eres de gustos refinados- me
comentó reclinándose sobre mí para que pudiera escucharlo debido al volumen de
la música.
-Digamos que no me conformo
con cualquier cosa- le respondí como con doble intención tratando de aceptar el
reto que parecía proponerme en el diálogo.
-¿Siempre tomas lo mismo?- me
preguntó como si no se hubiese percatado de mi doble intención y siguiese a lo
tuyo.
-Sí, me gusta el gin tonic-
respondí inocentemente cayendo en su trampa.
-Deberías probar cosas nuevas-
me respondió ahora él con esa doble intencionalidad que yo creí que apreciase
antes y que por el contrario sí supo captar.
-¿Por qué?- respondí
inocentemente sin entender lo que quiso decirme.
-Si no cambias como puedes
saber que es mejor o peor- trató de explicarse.
Esa vez me di cuenta que había
sabido derivar hábilmente la conversación hacia sus intereses. Me demostró que
era inteligente y me hice el firme propósito de no caer en su juego la próxima
vez.
-No me hace falta- le respondí
tratando de no darle argumentos que le hicieran pensar lo contrario.
-¿Llevabais mucho tiempo de
novios antes de casaros?- al fin quedo en evidencia cual era el verdadero tema
de trasfondo en la conversación.
-Otros dos años- contesté
orgullosa al hablar de mi esposo.
-¡¿No puede ser?!- exclamó
sorprendido.
-¿Por qué dices eso?- pregunté
ofendida pensando que creía que le estaba mintiendo.
-Pareces joven- matizó.
-Gracias, pero creo que no soy
tan joven como te piensas- quise dejar claro que ya no soy una niña.
-Lo que quiero decir es que
has sido mujer prácticamente de un solo hombre, y un bellezón como tú no se
merece eso. Deberían declararte Patrimonio de la Humanidad para disfrute de
todos-, Denis dedujo hábilmente de mi respuesta mi falta de experiencia sexual,
y aportó ese toque de humor con su comentario final que me hizo cierto gracia.
-¿Qué sabrás tú?- traté de rebatirte ofendida
ante la verdad que acababa de descubrir y ante la que no me quería reconocer.
-¿Me quieres decir que le has
sido infiel a tu esposo?- trató de picarme en mi orgullo de mujer, pero yo le
respondí con una sonrisa bastante ambigua e insinuante al mismo tiempo,
tratando de no responder a su pregunta e intentando provocar una duda más que
razonable en el ambiente.
-No me lo creo- insistió en su
táctica por contrariarme.
-¿Por qué no?- le rebatí algo
molesta
-Tus ojos no dicen lo mismo-
argumentó mirándome fijamente a los ojos.
Por un momento su mirada me
desarmó. No supe qué decir ni cómo salir del embrollo en el que me acababa de
meter.
-¿Sabes leer los ojos?- le
pregunté sin apartar mi mirada de la suya cuestionando lo que decía.
-Digamos que sé cuándo una
mujer casada le es infiel a su esposo y cuando no- respondió para mi total
sorpresa.
-¿Ah sí?, ¿acaso has estado
con muchas mujeres casadas?- pregunté tratando de burlarme de él por su
respuesta que supuse mentirosa, tratando de dejarlo en ridículo.
-Unas cuantas, créeme-, me
respondió altivo repasándome con la mirada de abajo arriba sin cortarse un
pelo. Además, sus ojos se perdieron en mi escote al tiempo que se relamió
observándome.
-¿Y según tú, mis ojos dicen
que yo no soy infiel a mi esposo?- le pregunté tratando de rebatirlo en su
creencia ahora algo más seria.
Debo reconocer que me gustó la
forma en que me miró y comencé a bailar tímidamente delante suyo provocándolo
con el bote de mis pechos. Sin quererlo acepté un papel de mujer fatal que me
gustó interpretar.
-Por ahora no- respondió muy
seguro de sus palabras observando el movimiento insinuante de mi busto.
-¿Y qué te hace pensar que puedo dejar de
serlo?- le pregunté algo aturdida por la seguridad de su respuesta ante mi
insinuación.
-Tal vez sean mis ganas y nada
más- respondió dejándome clarito que no le importaría acostarte conmigo.
-Anda que…todos los hombres
sois iguales. Sólo pensáis en follar- le
repliqué abiertamente antes de darle otro trago al gin tonic.
Es al beber cuando me percaté
de que había pronunciado la palabra “follar” y que resonaba en mi conciencia.
“¿Es posible que hubiese pronunciado “follar” con un desconocido?” pensé
sorprendida conmigo misma.
Al menos mi respuesta
consiguió rebajar algo la tensión en el ambiente. Se produjo un breve silencio
que llevé bailado en la barra enfrente suyo. En esos momentos ambos nos
sonreíamos nerviosos por el cáliz que estaba tomando la conversación. Fue él
quien al observarme bailando se decidió a romper el hielo y la tensión
generada.
-No sólo los hombres pensamos
en follar. Que yo sepa dos no follan si uno no quiere. Lo que ocurre es que las
mujeres lo pensáis pero no lo decís. Además las casadas sois las peores-
insistió en el tema de conversación sin dejar de mirarme a las tetas que se
movían provocadoras dentro de mi vestido.
-¿Porque dices eso?- le
pregunté francamente sorprendida por su comentario final a destiempo, eso de
que las mujeres casadas eran las peores.
-Una vez os desmelenáis no hay
quien os pare- quiso concluir.
-¿Ah sí?- respondí medio
ofendida por las alusiones sin dejar de moverme ante su atenta mirada.
Aunque mi propósito era
divertirme sopesé la posibilidad de provocar a ese engreído y darle también su
merecido.
-Es como si de repente
quisierais cumplir todas vuestras fantasías insatisfechas- argumentó a media
voz acercándose intencionadamente a mi oído para perder su mirada en mi
canalillo aprovechando su altura.
-¿Y cuál puede ser la mía?- le
pregunté con carita de niña buena tratando de jugar con él.
-Eso es lo que me gustaría
averiguar- y dicho se sonrió lascivamente contemplándome.
A pesar de que fui yo quien
provocó la situación, su mirada me puso nerviosa. Ese tipo me estaba diciendo
claramente que no le importaría en absoluto acostarse conmigo. En otros
momentos de mi vida hasta me hubiese hecho gracia y todo. Seguramente me
hubiese ruborizado, pero en esas circunstancias temía perder el control sobre
mi misma iniciando un juego al que francamente nunca había jugado. Por eso solo
acerté a sonreír mientras me miraba.
Ambos nos sonreíamos nerviosos
como adivinando los pensamientos del otro, y mientras nos sonreíamos aprovechó
para pedir como quien no quiere la cosa, una segunda consumición.
Lo reconozco. Se acababa de
salir con la suya, había logrado retenerme con esa segunda consumición por más
tiempo. Y todo por no decirle que no, por quedarme paralizada como una tonta
con mis propios temores.
Mientras la camarera nos
sirvió las nuevas consumiciones yo continué
bailando a su lado junto a la barra. De alguna forma bailar me liberaba.
Por su parte no cesaba en mirarme y mirarme, y lo peor de todo es que hasta se
había dado cuenta de que me gustaba que me mirara. Fue consciente y se alegró
al comprobar que poco a poco yo estaba bajando la guardia.
-¿Te gusta bailar?- me
preguntó mientras hacíamos tiempo a que la camarera terminase de servirnos las
copas.
Era evidente.
-Sí, ¿y a ti?- le pregunté
esperando que la respuesta fuese afirmativa tratando de huir de sus preguntas
doble intencionadas.
-También- me respondió justo
en el mismo momento que terminaban de servir nuestras copas.
-¿Quieres que bailemos?- me
preguntó retóricamente, ya que antes de contestarle siquiera, me cogió de la
cintura y me arrastró en medio de la pista de baile.
No me quedó más remedio que
comenzar a bailar el uno enfrente del otro. Nada de pequeños movimientos como
antes junto a la barra, eso era bailar de verdad. Debo reconocer que se movía
francamente bien. Permanecimos un rato los dos bailando en medio del barullo
sin apenas decirnos nada. Su mirada se fijó varias veces descaradamente en mis
pechos y en su movimiento con el meneito. Yo en cambio pude notar mis carnes
sueltas moverse debajo del vestido, sobre todo los mofletes del culo, que al
igual que los pechos se movían libres de ataduras. Era extraño, me hacía gracia
y me divertía.
Me dejé llevar por un mar de
sensaciones. Era como si mi cuerpo le dijese a mi mente que me liberase también
de ataduras, y que disfrutase de mi libertad. Sobre todo de absurdos qué
direces y otras tonterías por el estilo. Estaba en otra ciudad, nadie me
conocía, y me lo estaba pasando bien. Perdí la noción del tiempo ensimismada en
mi mundo, bailando. Seguramente Denis me
estuvo observando con deseo durante todo ese tiempo, pero tuvo que pasar
un rato, hasta que mis ojos conectaron de nuevo con los suyos. Esa fue la
primera vez que percibí seriamente sus ganas por follarme.
Sí, eso es, follarme.
Debo reconocer que la idea me
agradó. Siempre es agradable sentirse deseada y más en lo que venía a ser una
noche tan peculiar como esa. Enlacé mentalmente lo que estaba sucediendo con la
conversación que había tenido con mi esposo en esa misma noche, acerca de otra
época en la que me gustaba provocar a los hombres, y lo bien que me hacía
sentir.
Mientras bailaba parecía que
recuperase mi estado de excitación anterior y pensé en continuar con el juego,
que no me vendría mal. Me lo podía imaginar, seguramente terminaría
masturbándome en el hotel en la cama junto a mi esposo al acabar la noche.
Total, no era ni la primera ni la última vez que tenía que sofocar mis calores
de esa triste manera. Pero mientras tanto pensaba disfrutar a tope del momento
jugando y provocando a mi acompañante.
Para colmo los empujones y los
roces con otros chicos en la pista de baile eran inevitables y eso ayudó a
desinhibirme. Alguien me tocó el culo sin querer y me recordó que no llevaba
nada debajo. Tuve calor de repente. Me ruboricé concentrada en la sensación que
me producía saber que no llevaba nada de ropa interior. Todo eso, junto con el
hecho de que Denis no dejaba de contemplarme sonriendo lascivamente aumentó
enormemente mi morbo. Nadie me conocía y me importaba poco lo que pudiera
pensar nadie al verme tontear con mi acompañante. Simplemente comenzó a
gustarme las miradas de Denis a mi cuerpo y por eso me exhibí para él. La
situación comenzó a disparar mi imaginación y no veía la hora en que llegar al
hotel a consolarme pensando en la aventura que podía haber surgido con el tal
Denis y que tendré que terminar en algún momento.
Durante todo este tiempo la
suerte jugó a su favor, a mí me molestaba la copa en la mano y sin querer me la
bebí deprisa para deshacerme de ella. Él en cambio apenas dió un sorbo a la
suya y la dejó abandonada casi enterita en la primera repisa que pilló. Era
astuto, y una vez que yo había liberado mis manos prefirió liberar también las
suyas. Así pudo agarrarme de ellas para guiarme en el baile.
Como es lógico en estos casos al
poco tiempo Denis ya me estaba agarrando de la cintura. Apenas habíamos
intercambiado dos palabras en todo este tiempo y ya se tomaba sus confianzas.
Temí que intentase propasarse y así se lo indiqué con la mirada, aunque por el momento parecía que se conformaba con
bailar. Tal vez había adivinado en mis ojos que ese no era el momento de atacar
y decidió respetar mis tiempos.
Tras dos o tres canciones
logró que me olvidase de todo bailando y me lo estuviese pasando realmente
bien. Me sentí en la necesidad de agradecerle el rato, mi marido nunca quiere
bailar conmigo, y aproveché una pequeña
tregua que otorgó el dj en la música para darle algo de conversación que
indudablemente preferí frente a otro incómodo y prolongado silencio entre
ambos.
-Bailas muy bien. ¿Dónde
aprendiste a moverte?- le pregunté acercándome a su cuerpo evitando no tener
que elevar la voz. Sin querer mis pechos entraron en contacto torpemente con su
torso al aproximarme.
Él se sonrió al inoportuno
contacto de mi cuerpo. Ese era el momento que tanto esperó pacientemente desde
que me llevó a la pista de baile. Aprovechó mi pregunta para pasarme la mano
por detrás de la espalda, posándola en ese límite de mi cuerpo que separa la
cadera del culo. Apretó mi cuerpo contra el suyo y me miró fijamente a los ojos
muy serio para decirme sin pestañear...
-En la cama. Es el mejor sitio
para aprender a moverte ¿no crees?- me susurró a media voz como queriendo
evitar que las personas de alrededor no le escuchasen decir semejante
cursilería.
Reconozco que me hizo gracia
su respuesta. Al menos yo le reí la ocurrencia según su propósito.
-Pero mira que eres tonto-
pronuncié con risa floja muy en plan femenina, a la vez que apoyé inocentemente
mi mano sobre su pecho tratando de distanciar la proximidad a la que hábilmente
Denis había sometido nuestros cuerpos.
Aparte del intercambio de
besos al saludarnos, y alguna caricia perdida en los brazos o las manos, ese
era el primer contacto físico que teníamos los dos en todo el rato, y me
sorprendió positivamente lo que de pasada acababa de comprobar. Porque si no me
equivocaba debajo de su camisa blanca me había parecido adivinar un torso firme
y una tripita bien dura. Sin duda que Denis estaba más delgado y mucho más
fuerte de lo que me pareció en un principio. Nada que ver con la barriga fofa
de mi esposo, su vientre estaba relativamente duro, lo cual me agradó
enormemente.
Ni siquiera me lo había
planteado, pero mis pensamientos se detuvieron tratando de imaginar su cuerpo
bajo sus ropas. Francamente me sorprendí divagando como podía ser su anatomía
bajo esa camisa. Y no sé porque me entraron ganas de tocarlo en esa zona
atraída de nuevo por la sensación que despertó en mí comprobar que poseía un
vientre duro.
“No, si además de guapete va a
resultar que está bueno y todo” pensé embriagada en mis devaneos. Sin querer se
escaparon de mi boca las primeras sonrisas cómplices que Denis devolvió
disfrutando del momento. Todo en su
conjunto contribuía a que de alguna forma
me ayudase a sentirme a gusto con la situación. Logró que me dejase
llevar.
Durante un tiempo simplemente
nos miramos el uno al otro. Y es que me sentí halagada porque un tipo como él
hubiera insistido en tratar de ligar con una mujer como yo. Estaba segura de
que en esa misma noche podía haberlo intentado con cualquier otra mujer mucho
más guapa y bella que yo, y sin embargo agradecía que estuviese perdiendo el
tiempo tratando de distraerme un poco.
“Si va a resultar que es buen
tipo y todo” terminé pensando.
Me devolvió a la realidad nada
más comenzar la música de nuevo, al cogerme de la cintura, entrecruzar sus
piernas con las mías y bailar todo lo pegadito que pudo a mi cuerpo la famosa
bachata de Romeo Santos que casualidad o no, comenzó a sonar por los altavoces.
Denis sabía moverse, sabía
bailar y sabía para lo que sirve el baile.
Por eso aprovechó el
movimiento para tratar de rozarse con su pierna por mi intimidad. Yo temí
mancharlo y evidenciar que no llevaba bragas y que todavía continuaba
segregando fluidos por las ganas con que me había dejado mi esposo. Al fin
logró clavar su pierna entre las mías, y su muslo alcanzó mi entrepierna,
despertando en mí un cosquilleo insoportable, debido entre otras cosas al roce
en esa zona recién rasurada y afeitadita de mi anatomía. Literalmente: me
picaba el coño. Y el único alivio que encontraba era rozarme disimuladamente
contra su pierna. Mi pequeña tortura, su suerte, se había aliado de su lado. De
repente se concentraba en tan delicada parte de mi cuerpo todas mis sensaciones
y pensamientos.
Esta vez aprovechó sin
disimulo la música y mi consentimiento para pegar todo cuanto pudo su cuerpo al
mío. Ahora sí, mi pecho entró en contacto con su torso y mi mano buscó
comprobar lo que de pasada ya me había parecido. De nuevo me invadió la sensación
de que debajo de su ropa se escondía un cuerpo musculado y cuidado en el
gimnasio. Nada que ver con las chichas blandas de mi esposo.
Quise salir de dudas y
comprobarlo una vez más. Fui yo la que buscó el contacto de nuestros cuerpos.
Comprobé que sus brazos eran realmente musculados bajo las mangas de su camisa.
Me costaba rodearlos con mis manitas. Pude notar en sus hombros un deltoides
desarrollado. Y conforme deslizaba mi mano para posarla en su pecho, comprobé
que sus pectorales estaban duros como una piedra. A cambio su mano se deslizó
por debajo de mi cintura y la posó tímidamente sobre mis nalgas, comprobando la
firmeza de mi trasero. Lo estaba consiguiendo. Sin quererlo o queriendo, había
logrado ponerme caliente otra vez con el bailecito.
Desperté del trance al que su
cuerpo me había llevado justo en el mismo momento en que concluyó la canción y
empezó otra nueva. Es entonces cuando me di cuenta de que me había quedado
embobada con el tacto de sus músculos, y me percaté de que él había aprovechado
la canción y mi parsimonía para tocarme disimuladamente el culo.
Imitando al resto de parejas
en la pista de baile y con la nueva canción, decidió rodearme con sus brazos
por la espalda para bailarla perreando muy juntitos y despacito. Como suele
decirse, cola con culo. Temí que de un momento a otro esas partes de nuestros
cuerpos entrasen en contacto, y me entraron de repente unos calores y un sofoco
trepidante de la vergüenza. Necesité beber algo para refrescarme. Para colmo el
sudor del baile seguía provocando cierto picor en mi pubis afeitado y
desprendía un calor inaguantable en esa zona. Era como si tuviera vida propia.
-¿Por qué no vamos a la barra
a pedir otra consumición?- Le pregunté acalorada por mi pequeño tormento.
-Perfecto- se sonrió
acompañándome hasta la barra.
Esta vez era yo la que tenía
ganas de beber para sofocar los calores. Me situé de frente a la barra impaciente por pedir las
consumiciones. No había mucho más sitio y Denis se situó detrás de mi esperando
que fuese yo quien pidiese las bebidas. Alguien al pasar le empujó sin querer y
lo que no consiguió la canción lo consiguió el desconocido, su entrepierna se
clavó consecuentemente en mi culo.
Pude sentir su miembro
aplastado en mi trasero. Me sorprendí a misma de lo que aprecié...
”La tiene dura” me pregunté
mentalmente mientras esperé impaciente a que me atendieran en la barra
alegrándome del casual empujón.
No pude verle pero sabía que
Denis me observaba atento a mi reacción. Él tampoco buscó el contacto pero se produjo,
y de algún modo quiso aprovechar la oportunidad que las circunstancias le
habían dado.
Sin querer o queriendo me rozó
de nuevo con su entrepierna. Yo permanecí impasible con el nuevo roce atenta a
la camarera para tratar de pedirle las copas a la mayor brevedad posible. Quise
pensar que se trataba de otro fortuito empujón aunque era plenamente consciente
de que me engañaba a mí misma.
Denis insistió una segunda y
una tercera vez, esta vez apoyando su pecho en mi espalda, evidenciando que
buscaba intencionadamente el roce de nuestras partes. Sabía que debería haber
hecho algo por recriminar su maniobra, pero en cambio me salió girarme de
cintura para arriba y sonreírle maliciosamente, como diciéndole con la mirada
que consentía su contacto, que me gustaba sentir su dureza, y que lo había
notado perfectamente. Denis me devolvió la mirada contento al tiempo que me
cogió de la cintura y se apretó aún más contra mi cuerpo.
-¿Qué vais a tomar?- me
preguntó la camarera devolviéndome a la realidad.
-Dos gin tonics, por favor- la
respondí mientras le daba de nuevo la espalda a mi acompañante, momento que
aprovechó para propinarme un par de puntadas más con su polla contra mi culo.
Imposible no notar su dureza
en ese par de golpes.
“Madre mía” pensé al sentirlo
entre mis cachetes. “Este tío está empalmado y no parece nada mal dotado”, me
pensé tratando de sopesar el tamaño de su miembro.
La verdad que no logro
entender porque no rechacé su maniobra. En otras circunstancias me hubiese
parecido un auténtico baboso, y sin embargo en ese momento me agradaba sentir
tan fortuitos roces.
Tal vez lo consentía porque en
algún momento de la noche me esperaba algo parecido y ese momento era ahora.
Denis había pasado al ataque. Al menos le había costado decidirse mucho menos
que a mi esposo. Mis pensamientos me hicieron acordarme de él.
“Que se joda por imbécil”
pensé, “lo que es yo pienso pasármelo bien esta noche” me repetía mentalmente.
“Al menos al llegar al hotel tendré mi orgasmo, y muy a su pesar tal vez sea pensando
en este tío que me está repasando el culo” pensé mientras bebía los primeros
tragos del gin tonic.
Denis insistió en su
jueguecito envalentonado por mi pasividad al respecto y aprovechó que bebía
sosteniendo la copa de una mano, y la pajita con la otra para refrotar su
cuerpo contra el mío. Él en cambio prefirió beber a una mano para acariciarme
de la cintura con la otra. Todavía permanecíamos de frente a la barra, él en mi
espalda. Dejé que su mano me acariciase en mi vientre, en esa zona tan sugerente
justo debajo del ombligo. A pesar de ser un desconocido me estaba resultando
agradable el contacto de sus manos.
“Vamos Sandra, reconócelo,
este tío te está restregando la polla por todo el culo y te está gustando”
pensé mientras me dejaba acariciar. “Es la primera vez que notas en tu cuerpo
una polla distinta a la de tu marido y eso te está poniendo como una moto”, mis
pensamientos jugaban en esos momentos a su favor. “La culpa es suya por
emborracharse y dejarte con las ganas a medias, como siempre” continué pensando
mientras Denis continuaba aprovechando el silencio de mi sed para rozarse
conmigo. “Mi esposo es un imbécil” mi cabeza no dejó de darle vueltas al
asunto, “desde luego yo pienso disfrutar la noche. Que se joda por haber bebido
más de la cuenta. Tanto arreglarme para él y va el muy cretino y se
emborracha…” pensaba mientras me dejaba sobar al beber.
-Son doce euros- me
interrumpió de mis pensamientos la camarera sospechando de la maniobra que se
traía mi acompañante y prejuzgándome con la mirada, sabedora de que momentos
antes estaba acompañada de otro hombre.
Abrí el bolso para pagar
nerviosa. De repente tuve la extraña sensación de que todo el mundo a mi
alrededor podía escuchar mis pensamientos, y eso me puso atacada de los
nervios. Por la situación y los nervios,
al ir a sacar el monedero algo cayó al suelo del interior de mi bolso.
Yo no me di ni cuenta ensimismada en pagar a toda prisa las consumiciones, pero
mi acompañante se fijó en el pequeño detalle, y se agachó a recoger lo que
pensaba era un pañuelo o algo así. Su cara fue todo un poema cuando comprobó
que era un tanga lo que había caído del interior de mi bolso. Lo miró y lo
remiró sorprendido, y para colmo se percató de que estaba usado y algo
humedecido.
Yo todavía no me había dado ni
cuenta de la situación terminando de pagar las consumiciones pero cuando me
giré con la intención de entregarle definitivamente su copa no pude creer lo
que tenía entre las manos. Su cara y la mía fueron un poema, pero por diferente
motivo. Él siguió sin dar crédito a lo que tenía entre las manos, y yo no pude
más que maldecir mi torpeza aturullada por mis pensamientos.
-Ten, es tuyo, se te ha caído-
me entregó caballerosamente mi prenda íntima embobado, mientras yo le
contemplaba estupefacta con las dos copas en la mano.
No me lo pude creer. Que torpe
había sido. ¿Cómo se había podido caer?. Estaba muerta de vergüenza. Ya no me
acordaba del dichoso tanga. Intercambiamos rápidamente mi tanga por su copa.
Fue una reacción algo violenta por mi parte. Mejor dicho, se lo quité de las
manos y lo volví a guardar en mi bolso a toda prisa. Denis no dejaba de mirarme
cariacontecido. Se regocijó en mis nervios que le evidenciaron y clarificaron
todas sus dudas. Acababa de descubrir mi secreto y se sonrió al tiempo que se
podía ver en su rostro que no dejaba preguntarse y buscar un porqué.
Yo en cambio era incapaz de
mirarle a la cara muerta de vergüenza.
-No me mires así- le dije tras
un tiempo que me pareció eterno.
-¿Por qué no?- preguntó
embobado.
-Me da vergüenza- le respondí.
Se sonrió una vez más seguro
del éxito.
-Eso me gusta, estás mucho más
guapa. Brindemos- se apresuró a alzar la copa para chocarla con la mía a modo
de invitación. Yo actué por imitación.
-Por nosotros- pronunció con
un velo de esperanza en su brindis.
-Por nosotros- repetí yo algo
más tímida en mi tono de voz por cuanto acababa de suceder.
En esos momentos deseaba que
el suelo se abriese a mis pies y me tragase entera, me entraron unas ganas
locas de salir corriendo y dejarlo allí plantado sin tener que dar ninguna
explicación, pero debo reconocer que Denis actuó hábilmente y se adelantó a mi reacción.
-¿Te apetece bailar de nuevo?-
me preguntó dando por zanjado el asunto.
-Me parece bien- respondí
agradeciendo que no hiciese ninguna pregunta ni mencionase nada más del tema.
Temí tener que dar explicaciones y agradecí que no fuera así.
De nuevo en la pista de baile
aprovechó que tenía las manos ocupadas en la copa para agarrarse a mi cintura.
Ya conocía de su táctica. Perreamos y bailamos un tiempo sin dirigirnos la
palabra. Tan solo me sonreía cada vez que lo miraba. Agradecí que fuera de esa
manera. Mejor así que no tener que darle explicaciones por algo que aún rondaba
en mi cabeza.
Eso sí, aprovechó siempre que
pudo para refrotar su polla por mi culo. Su sonrisa le delataba. Deduje que le
daba morbo saber que me estaba
restregando la cebolleta y que posiblemente yo no llevaría ninguna prenda
íntima debajo del vestido.
“Seguro que al llegar a su
casa se mata a pajas pensando en mi” sopesé al ver su cara de felicidad
mientras bailaba.
Lo logró.
Logró ser más esquivo con el
tema que mi marido, el cual se había comportado como un niño nada más saber que
me deshice del tanga. En cambio él, había sido más caballeroso y no había dicho
nada al respecto.
“Seguro que coincidimos en el
tiempo cuando nos masturbemos el uno pensando en el otro. Yo en el hotel junto
a mi esposo, y él en su casa” pensé incitada por la situación.
Incluso especulé con la posibilidad de que siendo
tan buen tipo como parecía, justificaría en su mente el hecho. Seguramente se
pensaba que debía haber una explicación razonable por la que me había deshecho
de mi tanga que no lograba encontrar y al menos optó por permanecer en
silencio. Movido tal vez por miedo a no meter la pata.
No podía hacerse a la idea de
cómo agradecí su silencio.
Lo miré y me sonrió sin saber
a qué estaba jugando. Lo que ha pasado le ha dejado claramente desorientado. Me
hizo gracia, parecía un lobo cuando se acercó a mí y ahora en cambio parecía un
corderito. Se me antojo decirle que la única explicación existente para que mi
tanga estuviese en mi bolso y no entre mis piernas, es porque me moría de ganas
por hacer el amor con mi marido y tenía que ponérselo fácil al muy estúpido.
Pero fueron mis propios
pensamientos los que me corrigieron.
No, no tenía ganas de hacer el
amor con mi esposo. Tenía ganas de follar
porque llevaba meses sin que me echasen un buen polvo. Y es ahí donde
reconocí que lo había conseguido. Porque por primera vez en toda la noche pensé
en cómo sería hacer el amor con él. Desde luego no tendría nada que ver con mi
marido. Era más fuerte y más ágil. Seguro que incluso podía levantarme en
volandas entre sus fuertes brazos. Lo veía capaz de follarme en pie como tantas
y tantas veces había imaginado.
Lo consiguió, consiguió que al
ritmo de sus caricias comenzase a darle vueltas a la cabeza a tan disparatada
posibilidad. Por unos instantes la duda se tornó obsesiva en mi cabeza. De momento estaba dispuesta a consolarme con
acariciar de nuevo ese vientre duro que tenía y que tanto suscitaba mi
imaginación.
Hice evidente que quería tocar
de nuevo esa zona de su cuerpo. Denis adivinó el deseo que me provocaba
acariciar sus abdominales. Al fin las horas y horas de gimnasio lo estaban reconfortando. Por eso
se sonrió orgulloso al comprobar mi
curiosidad por sus abdominales, y aprovechó para deslizar su mano desde mi
cintura hasta mi culo.
Me sería imposible negar lo
evidente, mi nuevo acompañante me estaba tocando el culo y yo me estaba dejando
a cambio de comprobar la extraña sensación que me provocaba su duro vientre.
Sus manos comenzaron a moverse
acariciando esa parte de mi fisionomía, siempre respetando mis tiempos. Me
gustó. Por eso le dejé hacer, me estaba transportado a la gloria. Incluso se me
escapó algún pequeño gemidito de mi boca por el placer que me provocaban sus
manos explorando mi cuerpo.
Estaba en una nube de la que
no quería bajar y él lo sabía.
En una de esas me miró a los
ojos adivinando mi deseo porque se atreviese a dar el paso que mi marido no
había dado, alzó mi barbilla con sus manos, le devolví la mirada, y nos
besamos. Así, sin más.
Su lengua exploró ávidamente
mi boca pasiva que se dejaba invadir. Me devoró con la boca. Besaba bien, al
menos así me lo pareció. A decir verdad solo recordaba los besos en la boca de
mi esposo y era todo muy distinto para mí. Tal vez fuera eso era precisamente
lo que más me gustaba, que con él era todo muy distinto. Tenía los ojos
cerrados y estaba totalmente entregada a las sensaciones placenteras que me
producía su lengua dominando mi boca y mi mente.
Recordé la primera vez que me
besó mi esposo. Fui yo la que tuvo que lanzarse.
En cambio a él no le había
dicho nada y supo adivinar lo que quería. Sin duda Denis era mucho más
decidido, quiso probar mis labios y no preguntó ni pidió permiso, había cogido
y los había tomado. “Pues tómalos son tuyos, te los mereces. Disfruta y hazme
disfrutar” admití.
Enseguida me pregunté si lo
que estaba haciendo estaba bien. Abrí los ojos e interrumpí el beso, pero Denis
me miró adivinando mis miedos y me besó de nuevo calmando todas mis dudas.
Volví a cerrar los ojos. Me gustó que fuera así, sin preguntar, cogiendo lo que
era suyo y le pertenecía al menos por esos momentos. Mi boca lo recibió de
nuevo de buen grado.
Esa vez quise participar yo
también del beso y comencé a mover los labios y la lengua. Me supo bien. Sus
manos alcanzaron a tocarme el culo descaradamente. No me importaba, es más, lo
deseaba. Me sentía en la gloria dejándome acariciar. Pensé que me lo merecía,
que tenía derecho a disfrutar. “Que se joda mi marido, que le den, se lo
merece, me lo merezco”, trataba de justificar mi comportamiento al dejarme
manosear y corresponder en el beso.
Abrí los ojos, comprobé que
poco a poco me había llevado contra un rincón del bar. Mejor que fuera así, sus
manos tanteando cada curva de mi cuerpo en el centro de la pista hubieran dado
el espectáculo. Nos besábamos como dos quinceañeros. Me gustó la mirada de envidia
que adiviné en los ojos de otros hombres codiciando la suerte de mi
acompañante. Por eso lo alenté y le insinué que progresase en sus caricias, y
él al fin se decidió a averiguar lo que tanto tiempo le llevaba mortificando.
Sus manos se perdieron decididamente
al amparo del oscuro rincón por debajo de mi falda. Incluso se detuvo en sus
caricias cuando comprobó que efectivamente no llevaba ropa interior. Se sonrió
perniciosamente. Yo le miré y le mordí en el labio inferior.
“Sí, ya lo sabes” le dije con los
ojos mientras gemía en su boca al contacto de sus manos en mi piel.
Le gustó tragarse mis gemidos
y continuó besándome. Le gustó comprobar que aunque mi cuerpo estaba ardiendo,
la piel de mi culo estaba algo más fresquita y suave. Descubrió que el tacto de
mi piel en esa zona también es más fino.
-Uuhmm- se me escapó otro
gemido que se ahogó nuevamente en su boca.
Supo que ese era el momento de
decidirse. Se la jugó a todo o nada y le salió bien. Uno de sus dedos avanzó en
su exploración y alcanzó a rozarme entre mis labios vaginales desde detrás. Mis
piernas temblaron, mi cuerpo se estremeció y tuve que agarrarme a sus fuertes
brazos para no caerme allí en medio de todo el mundo. La sensación era
indescriptible para mí en esos momentos. Su mano alcanzaba plenamente mi
intimidad y su dedo se empeñó en jugar con mis labios vaginales separándolos a
un lado y a otro. Nos miramos por un instante en el preciso momento en el que
comprobó que estaba empapada.
Una sola palabra y lo hubiera
echado todo a perder.
Supo guardar silencio,
respetar mis sentimientos, mis dudas, besarme, y continuar explorando con su
dedo la parte más jugosa de mi cuerpo.
-Uuhhmm- otro gemido que se
ahogó en su boca cuando su dedo se adentró sutilmente entre mis labios
desesperándome de placer.
Tan solo había introducido la
falange y ya estaba a punto de correrme. ¡¡Dios!!, que dedos, que manos, que
polla, que ganas, que de todo. Desde novios que no me hacían un dedo y esa
noche ya eran dos. Mi marido y él. Los dos tan distintos. Y lo peor, o lo
mejor, es que su tacto y sus formas me arrancaban más placer del que nunca me
había sabido extraer mi esposo de mi cuerpo.
No podía más. Tenía unas ganas
locas por acariciarle la polla. Lo hice sin cortarme un pelo descaradamente por
encima del pantalón. ¡¡Dios mío!!. La noté enorme, me pareció tremenda. Denis
aprovechó mi descubrimiento para introducirme su dedito entero.
“Joder siiih!!”. Lo noté
dilatar mis paredes vaginales que llevaban tiempo cerradas a ese tipo de
placeres.
Tuve que dejar de acariciarlo
y agarrarme a sus brazos para no caer. Me tenía fuera de control y lo sabía.
Denis, o como quiera que se llamase ese tipo comenzó a mover su dedito
lentamente. No me lo podía creer, estaba próxima a alcanzar un orgasmo de las
manos de su dedo índice, que me está señalando el camino a la gloria.
“Por favor no te pares ahora,
no te pares ahora” pensaba mientras le rodeaba el cuello con mis brazos y
comenzaba a gemir en el interior de su boca.
Mi cuerpo convulsionó de
repente en espasmos de placer por culpa del orgasmo que me sobrevino encima.
Traté de reprimirlo como buenamente pude para no montar un numerito en medio de
tanta gente, aunque lo que me salía de dentro era gritar y gritar.
Denis observó como me corría en su dedo sin perderse
ni un solo detalle de mi rostro. Le gustó contemplar mi cara de gusto y de
angustia al mismo tiempo durante el tiempo que duraron mis espasmos. Se sonrió.
Me di cuenta de que él estuvo
observando mi éxtasis al abrir los ojos.
Seguramente alguno que otro
más en esa sala también me habría estado observando. Tras las cuatro o cinco
sacudidas que pegó mi cuerpo y que traté de disimular abrazada a su cuello,
gimiendo en su boca, y conteniendo mis gritos, recuperé el equilibrio y parte
de mi juicio.
Percibí la mirada de
satisfacción de Denis, y también la consciencia de lo que acababa de suceder.
Mi placer había sido culminado en los brazos de un desconocido.
“¿En qué clase de mujer me
acababa de convertir?”. De repente sentí una vergüenza tremenda.
Me di cuenta súbitamente de lo
que estábamos haciendo. Me di cuenta de que habíamos llamado la atención en el
bar. Me di cuenta de todo. De pronto, era consciente de todo.
En cambio era Denis quien
parecía no darse cuenta de cómo me sentía, pues sus dedos no dejaban de
penetrarme a pesar de que mi cuerpo ya había culminado su placer. Le tuve que
pedir que parase varias veces, irracionalmente temí que algún conocido nos
pudiera haber visto a pesar de encontrarme lejos de mi ciudad. Sabía
perfectamente que la posibilidad era remota, pero me encontraba presa del
pánico.
-¿Porque no salimos fuera?- le
sugerí casi por imperativo.
-Está bien- acertó a decir. Mi
digital amante sabía de la importancia trascendental de ese momento para mí, y
sabía por experiencia que mejor no contrariar a una mujer en esos instantes.
Por eso nada más salir de la
disco me cogió del brazo y me llevó cómplice lejos del ruido y del bullicio de
la entrada. Sabía que quería ir a ver a mi marido y por eso me detuvo antes,
para besarme temiendo que fuese la última vez. Estaba claro que Denis temía por
mi reacción cuando viese a mi marido, y con razón.
Hábilmente me arrastró contra
la pared y me besó. Condescendiente le devolví el beso, pero me molesté cuando
pretendió tocarme los pechos.
Me resultó algo desagradable
en esos momentos. Tal vez un instante antes e lo hubiera permitido. Le aparté
las manos. Casi se produjo un forcejeo. Francamente no me lo esperaba de él. Y
eso que llevaba toda la noche observando
mi “sideboob”.
Yo tan solo pretendía
recuperarme de mi orgasmo y ordenar mis pensamientos antes de regresar donde mi
esposo, otorgándole generosamente a Denis algo de tiempo para que lo fuera
asumiendo, pero lo acababa de estropear todo con su insistencia. Pude entender
que le pudieran las ganas temiendo que todo terminase, pero debía aceptar que
nuestra historia estaba llegando a su fin.
-Vamos a ver qué tal está mi
esposo- le sugerí amablemente dando por concluida aquella locura. De él
dependía ahora que terminásemos bien o mal.
No le hizo gracia pero aceptó
resignado mi decisión, cosa que agradecí.
Nada más ver a mi esposo me
senté a su lado avergonzada. Un silencio de ultratumba se adueñó de la calle.
El amigo de Denis no dejaba de mirarme preguntándose si su amigo había sido capaz
de enrollarse conmigo.
Le pregunté un par de veces a
mi esposo que tal estaba pero ni siquiera me respondió. Seguía inconsciente, y
empecé a preocuparme.
Fue el amigo el que al
observarme desesperada me explicó que mi esposo acababa de vomitar hace poco,
cuando trató de ponerlo en pie para que caminase un poco a ver si se le bajaba.
Pero que por eso volvió a dejarlo sentado en el portal en la misma posición.
No sé por qué me costó
creerlo, pero hice ver que aceptaba sus explicaciones.
Denis se sentó a mi lado
exactamente igual que la primera vez, de nuevo quedé en medio de los dos
hombres. Esta vez posó su mano en mi muslo sin pedirme permiso acariciando
suavemente mi piel, siempre bajo la
atenta mirada de sorpresa de su amigo por la caricia.
-Ves, no tienes por qué
preocuparte, mi amigo es médico, está en buenas manos- pronunció insinuando que
continuásemos con lo nuestro como si nada. Desde luego que supo de la
importancia del momento y no quiso perder el tiempo.
Yo miré su mano en mi pierna.
Ya está, ya lo había hecho, ya le había dejado claro a su amigo que nos
habíamos liado. Tuvo que hacerlo. Tuvo que demostrarle a su amigo lo machito
que era.
Para colmo no se cortó un pelo
y subió su mano por mi muslo al tiempo que me giraba la cara para tratar de
besarme delante de su amigo. Le retiré la cara. Impensablemente se produjo un
cruce de miradas recriminatorias entre los tres que se vio interrumpido por el
triste comentario del amigo.
-Que cabrón-, musitó entre
labios pensando en su amigote Denis, al tiempo que me miró a mí con cara de
puta.
Sus palabras no me hicieron ni
pizca de gracia. Denis aprovechó mi desconcierto para girarme la cara de nuevo
y tratar de besarme otra vez, al tiempo que su mano se perdió decidida por
debajo de mi falda.
No sabría cómo explicar lo que
sentí en esos momentos y porqué me dejé hacer. No tenía nada que ver con Denis,
era más bien el estallido de sensaciones que me produjo el hecho de estar
besándome y dejándome manosear por un desconocido justo al lado de mi esposo
que no se enteraba de nada. Así que para sorpresa de su amigo dejé que Denis me
besase y le correspondí en el beso.
Nos fundimos en un beso largo,
en el que abría los ojos de vez en cuando para observar la cara que ponía su
amigo. Imaginé lo que estaría pensando y me gustó: “Menuda zorra”.
Pues sí, es así como me sentía
y me gustó. Me gustó, me gustó y me gustó. Me gustó tanto que estaba dispuesta
a cometer una locura, así que abrí mis piernas para que las manos de Denis
alcanzasen de nuevo ese volcán que tenía entre mis muslos.
Lo sé, hacía tiempo que había
perdido el control de mi cuerpo,¿ y qué?. Tal vez fuese el orgasmo apagado en
los dedos de Denis el desencadenante, o tal vez la tontería de mi esposo de
dejarme a medias.
El amigo nos observaba apoyado
en el coche al otro lado de la acera.
Seguramente ya había podido
comprobar y ver que no llevaba bragas. Cada vez que abría los ojos podía
comprobar con mi propia vista como se acariciaba el paquete mientras nos
observaba, fijando su mirada en un solo punto de mi anatomía. Me gustó
interrumpir el beso para mirar al amigo desafiante mientras la mano de Denis
comenzó a jugar de nuevo con mis labios vaginales. No sé qué me pasaba pero
estaba fuera de todo control. Todo cuanto sucedía era inimaginable para mí, y
sin embargo deseaba que estuviese sucediendo. No quería pararlo. Necesitaba
más.
Justo en el momento en que la
mano de Denis alcanzó de nuevo mi coñito, mi marido hizo ademán de vomitar. Fue
el amigo, quien atentísimo de reflejos, lo levantó rápido en volandas, y lo
llevó entre dos coches para aguantarle la frente.
La pota fue considerable.
Yo me acerqué para interesarme
por el estado de salud de mi esposo, pero Denis me rodeó con sus brazos por mi
cintura y casi a rastras me acorraló
contra el coche contiguo en el que su amigo aguantaba la frente a mi esposo.
Me giró la cara para que no
viese la desagradable escena de mi marido vomitando, mis labios permanecieron
entre abiertos por la sorpresa del momento, y me besó una vez más en la noche.
Sus manos enseguida se
perdieron como loco por el lateral de mi vestido en busca de mis pechos.
Parecía que ya no le interesasen otras partes de mi cuerpo. Llevaba toda la
noche deseando acariciármelos. Por eso aunque le retiré la boca interesada en
ver lo que sucedía con mi esposo Denis continuó acariciando mis pechos.
Respiré aliviada al comprobar
como su amigo se llevaba a mi esposo de nuevo de vuelta al portal y lo dejaba
con el mimo y cuidado suficiente como para que mi marido no se manchase. Odio el
olor a vomitina y limpiar las manchas de la ropa que deja. Ya me imaginaba el
olor que dejaría en toda la habitación del hotel. Desde luego que preferiría
tirar su camisa y su pantalón antes que tener frotarlo en la bañera de la
habitación en la que luego me tendría que duchar.
A partir de ese momento que no
tuve ninguna gana por regresar al hotel sabiendo lo que me espera. Por eso no
retiré la cara cuando Denis intentó besarme de nuevo, una vez comprobé que su
amigo había dejado a mi marido cuidadosamente de nuevo en reposo.
No sé si fueron sus besos, sus
caricias en mis pechos a dos manos descaradamente, el hecho de estar metiéndome
mano en medio de la calle, el fresco de la noche, las copas, el morbo de saber
que mi marido estaba presente y no hacía nada por evitar que un desconocido me
besase, por la presencia de su amigo, o por todo en su conjunto, que no tenía
mejor forma de describir mis sentimientos, sino admitirme a mí misma que me
sentía emputecida.
El calor de sus manos sobre la
piel de mis pechos me resultó agradable al contraste con el fresco de la noche.
Mis pezones se encontraban inevitablemente de punta y él aprovechó hábilmente
para jugar con ellos. Me gustó comprobar el contraste del color de sus manos en
comparación con la piel blanca y falta de moreno de mi cuerpo. Primero presionó
con sus pulgares sobre mis pezones, luego movió lo que fue el objeto de
lactancia de mi hijo de un lado a otro, para luego estrujármelos entre sus
manos arrancándome un gemido mezcla de placer y dolor que ahogué de nuevo en su
boca, como si a él le gustase tragarse todo el placer que desprendía mi cuerpo.
Tal vez por el dolor que me
provocó el último pellizco en mi pecho que abrí los ojos para comprobar que su
amigo se había apoyado en el coche junto a nosotros durante el magreo. Comenzó
a liarse a pocos centímetros de nosotros lo que parecía un porro.
Yo giré la cara para mirar al
amigo, mientras Denis dejó de besarme en la boca para besuquearme concentrado
en saborear mi cuerpo por todo el cuello. Me dio besos en la mejilla, en la
frente, en el cuello, pero sobretodo se entretuvo en darme besos por el escote.
Recorrió con su lengua mi piel degustando el sabor que había dejado mi sudor
por toda esa zona.
Sabía lo que estaba deseando,
y por eso fui yo misma la que le acarició el pelo por la nuca y aplasté su cara
contra mis tetas. En esos momentos me provocó tanto morbo que su amigo nos
observase impasible, como que su lengua recorriese la parte más tierna y
blanquita de mi escote.
Mi marido quedaba de espaldas
a mí, por eso me olvidé de él cuando permití que Denis deslizase el tirante de
mi vestido más cercano a la posición de su amigo para desnudar mi pecho, que
lucí orgullosa ante la atenta mirada de ambos. Observé el deseo de su amigo,
pero en cambio era sólo Denis el que tenía el placer de saborearlo. No sé
porque me gustaba torturar a su amigo, absurdamente sentía cierta satisfacción
en ello.
Debo decir que Denis era bueno
con su lengua, sabía cómo estimular una de las partes más sensibles de mi
cuerpo. Primero chupó a conciencia tratando de meterse toda mi teta en su boca,
luego movió su lengua a un lado y a otro de mi pezón, para continuar realizando
circulitos, y vuelta a empezar. Siempre bajo la atenta mirada de su amigo que
no dejaba de envidiar la suerte de su colega.
A esas alturas entre los dos
me tenían en la gloria. El uno por las caricias de su lengua en mi desnudo
pecho, y el otro por sus miradas. Hacía rato que había cerrado los ojos
concentrada en el placer que me producía todo aquello y que de vez en cuando
exteriorizaba gimiendo profundamente. En cierto modo me agradaba que su amigo
me escuchase gemir, sacó la parte más exhibicionista de mi ser.
Las manos de Denis hacía
tiempo que me rodeaban de la cintura atrayendo mi cuerpo al suyo, y se
dedicaban a amasarme los cachetes del culo. Inevitablemente mi falda había
quedado arrugada en mi cintura y mi culo quedó desnudo al aire ante la mirada
perdida de mi esposo y la atenta mirada de su amigo que continuaba fumándose el
porro a nuestro lado. Era gracioso verle apostado contra el coche, dando
caladas al cigarrillo, alternando su mirada de mi pecho a mi culo mientras su
amigo continuaba devorando mis pechos al tiempo que su mano se empeñaba en
alcanzar lo que hacía un rato ya había poseído. Los dedos de Denis alcanzaron
mi intimidad ante la mirada del resto de hombres presentes conscientes e
inconscientes.
No me pude aguantar ni un solo
segundo más. Necesité imperiosamente acariciar su polla, necesitaba bajo
mandato divino tenerla entre mis manos. Máxime cuando su dedo comenzó a separar
a un lado y a otro mis labios vaginales. Esa forma suya de tocarme ya me la
conocía, intuía con lo que vendría
ahora.
En efecto su dedo se abrió
camino entre mis labios vaginales y comenzó a moverlo tímidamente.
-Ssiiih- esta vez no pude
evitar gemir en voz alta al notar la intrusión de su dedo en mi interior.
No me lo pensé dos veces, bajé
la cremallera de su pantalón y rebusqué entre sus calzoncillos para sacarle ese
pedazo de polla que tenía y que me tenía loquita. Fue al sacarla del pantalón
cuando la pude contemplar en todo su esplendor. Era gorda como un tubo de
cerveza. La tenía cogida con mi mano y no la podía rodear. Me pareció
increíblemente bella. Su aroma de macho enseguida llegó a mi nariz. Esnifé en
pleno celo el aroma que me llegaba en medio de la calle.
El amigo en cambió observó mi
maniobra y esta vez pude sentir que eran tres manos las que me acarician el
culo. Me giré para recriminarle al amigo con la mirada cualquier derecho con el
que se creyese a tocarme, pero Denis se apresuró a sellar mis labios con un
beso.
-Déjalo. Ha estado cuidando de
tu esposo. Es lo menos que se merece ¿no crees?- y nada más terminar de decir
eso introdujo un segundo dedo en mi interior, el cual comenzó a mover mucho más
deprisa que hasta el momento.
-Joder siii- se me escapó
entre dientes al tiempo que todo mi cuerpo se paraliza presa del placer que me
proporcionaba con sus dedos en mi interior.
En cuanto pude recobrar el
equilibrio que había abandonado mis piernas reaccioné comenzando a mover la
mano que acariciaba la polla de Denis. Estaba entregada y dispuesta a que se
corriera él también.
Imaginaos la situación: estaba
siendo acariciada a tres manos con el culo al aire en medio de la calle y un
pecho a la vista de todos en presencia del estúpido y cobardica de mi marido.
Yo estaba cachonda y fuera de control. Hasta tal punto que en ese momento solo
quería sentir la polla de Denis en mi boca.
- Te voy hacer la mejor mamada
de tu vida – le susurré mientras continuaba masturbándolo.
Quería su polla. La necesitaba
saborear como fuese. Por eso me
arrodillé delante de él y procedí a chupársela.
Sentí como sus dedos salían de
mi interior al agacharme. ¡¡Dios mío que dedos!!. Estaba chorreando. La mano
del amigo consecuentemente dejó de acariciarme también. Ahora estaba en
cuclillas a los pies de Denis y prácticamente también de su amigo.
Lo miré a los ojos dispuesta a
saborear un momento que me había sido negado hasta la fecha por mi esposo al
que no le gusta practicar sexo oral. Le chupé primero los huevos, dejando caer
todo ese miembro sobre mi cara de puta salida. Después le pasé la lengua desde
los huevos hasta el glande. Jugué con ése pedazo de polla, mi lengua relamió
una y otra vez esa punta que ya le sabía a semen. Quise contemplarla en todo su
esplendor. Grande, gorda, brillante.
Me la metí en la boca mientras
lo cogía del jersey y tiraba de su prenda para que mirase hacia abajo. Su cara
de placer me hizo estremecerme. Lo miré fijamente. Me devolvió la mirada, y le
pregunté si le gustaba.
- No pares – me respondió
jadeante y algo cortado por la presencia de su amigo. Tal vez fuese eso de lo
que más me gustó, las caras de envidia de su amigo.
-Quiero ver cómo te corres -
pronuncié para sorpresa de todos los presentes conscientes.
.-Joder Denis, menuda zorra te
has hecho hoy- dijo el amigo.
Preferí no hacer caso de sus
comentarios despectivos, y cerré los ojos concentrándome en mi tarea.
Me estaba comiendo la polla
más grande que había visto en mi vida. Se la chupaba ansiosa y deseosa mientras
mi mano no paraba de subir y bajar. Sé que lo tenía apunto, su polla sabía a
semen.
Pasé toda mi lengua a lo largo
de su polla y comencé a acariciarme yo misma. Quise correrme a la vez que él.
Relamí unas cuantas veces esa polla que lucía maravillosa ante mis ojos.
Parecía que no acababa nunca. Después de repetir el recorrido un par de veces
pude notar las manos de Denis ejerciendo presión sobre mi cabeza para que no me
detuviese.
-Trágatela entera- pronunció
en su deseo porque me la metiera en la boca.
Le miré a los ojos antes de
meterme su polla en mi boca, jugué con su glande. Brillaba, sabía a mi saliva y
me encantaba. También la quería dentro pero me costaba. No cabía entera, lo
intenté de nuevo. Lo pajeé y se la chupé al mismo tiempo. Quise mirarlo para
ver la cara de placer que ponía. Ahora era yo la que se deleitaba en observar
su rostro ante lo inminente.
Cerré los ojos y comencé a
cabecear tratando de introducirme todo su miembro en mi boca. Imposible. Me
concentré en intentarlo mientras me masturbaba.
Cuando lo abrí los ojos fue para ver que el amigo también se había
sacado la polla y me miraba suplicante por qué se la mamase.
Me tuve que ver su miembro a
escasos centímetros de mi cara. No me gustó. Además su polla era de color
oscuro, no estaba bien descapullada, y en mi rápida opinión debería
circuncidarse tanto pellejo, para colmo estaba torcida, muy ladeada a un lado.
Me apoyé a dos manos en las
piernas de Denis para no caer mientras cabeceaba aprisionando su polla entre
mis labios. El amigo aprovechó mi falta de equilibrio para tomar mi mano más
cercana a su posición y guiarla hasta su polla.
Era increíble lo que sentía en
esos momentos. Le chupaba la polla a un tío ansiosa, mientras estaba agarrada a
la de otro, y todo ante la impertérrita presencia de mi esposo totalmente
borracho. Me puso súper cachonda ver la cara de los dos de gusto por mi culpa.
Fue Denis quien interrumpió la
escena, cuando estuvo a punto de correrse en mi boca, me levantó y me giró con
la intención de apoyarme de espaldas al coche. Su amigo lo ayudó y se interpuso
entre el vehículo y mi cuerpo. La escena era que estaba atrapada medio desnuda
entre dos hombres mirando hacia mi esposo.
Denis levantó mi pierna y yo
me agarré a su cuello para no caer. Antes de que me diese cuenta de nada,
pretendió penetrarme en esa postura. En pie en medio de la calle, como tantas
veces había soñado. Su amigo nos ayudó al tiempo que ahora era él el que
introdujo sus manos por los laterales de mi vestido y me acariciaba los pechos.
Denis mientras tanto no dejaba de besarme.
Por un instante temí por lo
que estaba haciendo, aquello no estaba nada bien. Denis apagó mis dudas restregando su polla contra mi coñito. Falló
en su intento por penetrarme en un par de veces.
-No- musité tímidamente llena
de dudas al tiempo que el amigo deshizo el nudo a mi espalda que sujetaban los
tirantes de mi vestido y ambos pechos quedaron definitivamente expuestos. Sus manos se apresuraron a amasar mis pechos
mientras Denis lograba acomodar la punta de su polla entre mis pliegues más
íntimos.
Recuerdo ese momento
perfectamente. Me miró fijamente a los ojos. Se deleitó con mi desesperación.
Empujó con rabia, y de un solo golpe me la metió hasta lo que adiviné vendría a
ser la mitad de su miembro.
-Quiero follarte- me dijo a
esas alturas. Me hizo gracia su comentario. Ya era suya, pero me alegró saber
qué pedía permiso.
-Y yo que me folles- le
respondí para regocijo de todos.
Sus manos se aferraron a mi culo
para que no cayésemos mientras las manos de su amigo no dejaban de sobarme los
pechos desde mi espalda. No podía hacer nada, me dejaba manejar encantada de
estar entre dos tíos. Inimaginable para mí, dos hombres a la vez que me comían
enterita.
Tenía a Denis en la boca
mientras empujaba de nuevo, lo saboreé cuando llegó hasta el fondo, lo
mordisqueé mientras me llenaba, le lamí con mi lengua húmeda y caliente
mientras me encantaba estar llena de él...sintió la humedad y el calor de mi
coñito y empujó dentro con ímpetu.
Puse mis ojos en blanco cuando
sentí que me la había metido hasta el fondo. Lo recuerdo porque en ese preciso
instante miré a mi marido por encima de su hombro para comprobar que seguía
inconsciente en el portal justo enfrente a mi posición.
Denis me besó con pasión
saboreándome, mientras recorrió mi anatomía como buenamente pudo con sus manos
que de vez en cuando topaban en mi cuerpo con las de su amigo.
-Ah. Ah. Ah. Ah. – cada embite
de su cuerpo provocaba un alarido corto y seco de placer que se escapaba de mi
boca. De seguir así iba a correrme enseguida.
Pero de repente mi amante se
detuvo.
-No pares ahora, joder,
muévete, muévete por favor, no pares- le supliqué humillándome al tiempo que me
aferré con las dos manos a su culo para tratar de imponerle de nuevo en
movimiento.
En cambio Denis se dedicó a
contemplarme en mi desesperación, me miró a los ojos, mientras comprobaba
estupefacta que su polla convulsionaba en mi interior. Se estaba corriendo. Se
estaba corriendo y me estaba dejando a medias. No me lo podía creer. Era una
mezcla de vergüenza, rabia, humillación e indignación que en serio no me lo
podía creer.
-¿Ya?- le pregunté consternada
comprobando los espasmos finales de su polla en mi interior.
-Ya- respondió satisfecho
antes de salirse de mí.
¡Splashh!, tuve que darle un
bofetón. Me salió de dentro. Se lo merecía por gilipollas. Sabía que me había
dejado a medias y encima se reía en mi cara. Era un imbécil de cuidado.
Para colmo me tuve que
observar estupefacta como se apoyaba en el coche junto a su amigo riendo los
dos como auténticos gilipollas. Fue entonces cuando pude ver que su amigo
todavía tenía la polla fuera y dura. No lo dudé. Se la cojí, y mientras miré a
Denis a los ojos pronuncié en voz alta y clara.
-Ven, fóllame, tu amigo no
sabe follar- y dicho esto me apoyé contra el capó del coche ofreciendo mi
culito a su amigo.
Nunca me pude imaginar la
reacción del amigote en esos momentos. Me agarró entre sus brazos de la cintura
por detrás. Le resultó fácil dada mi posición, y me arrastró en volandas hasta
el portal donde yacía mi esposo.
Hizo que pusiese una pierna a
cada lado del cuerpo de mi esposo, cuya cara quedó a escasos centímetros de mi
rajita. Gracias a dios seguía inconsciente.
El amigo resultó ser un
pervertido de tomo y lomo. Nunca me lo podía haber esperado, pero me encantó.
Supo darme lo que quería: vengarme de mi esposo de la forma más degradante que
jamás hubiera soñado. Me tiró del pelo y me obligó a reclinarme hacia delante
exponiendo mi culito. Una vez en posición no selo pensó dos veces, se agarró a
mi cintura y trató de penetrarme.
Era realmente maquiavélico. El
muy cínico, pretendía penetrarme con la cara de mi esposo a apenas cinco
centímetros y su cuerpo entre mis piernas.
Debo reconocer que pese a todo
lo malvado que pudiera resultar la escena, y muy a mi pesar, la situación me
excitó de sobremanera. En esa posición podía ver la cara inconsciente de mi
esposo entre mis piernas debajo de mi cuerpo a punto de ser penetrada por
detrás por un desconocido.
Me giré para mirarlo por última vez
otorgándole mi beneplácito antes de ser ensartada por su polla, mientras era
ahora su amigo Denis, quien nos miraba cariacontecido apoyado en el coche de
enfrente tocándose.
Yo bajé la cabeza para ver la
cara de mi esposo inconsciente por última vez antes de que la polla del amigo se abriese camino en mi interior.
De nuevo los ojos en blanco cuando sentí que otra polla muy distinta a la
anterior me penetraba. La sensación era indescriptible, dos pollas distintas en
tan solo un momento y años desperdiciados en probar una sola.
Su polla tal vez no fuese
mayor que la de Denis, pero debido a la posición la podía sentir más. Rozaba
por todas mis paredes, dilatándome y llenándome por completo.
Agaché la cabeza una vez más
para ver a mi marido dormir la mona mientras era penetrada a escasos
centímetros de su cara por un desconocido, que además no me caía del todo bien.
Tenía las manos apoyadas contra el cristal del portal y la boca de mi esposo
entre mis piernas, incluso su cara llegó a rozarse varias veces con la piel de
mis muslos desnudos.
Tras los tres o cuatro
primeros embistes, el afortunado Maquiavelo dejó de agarrarme de la
cintura, yo recogí sus manos para
guiarlas hasta mis tetas, que acarició mientras me besaba en la nuca, en mis
hombros y en mi espalda. De esta manera pude deslizar una de mis manos hasta mi
clítoris, y comenzar a masturbarme al tiempo que era follada.
Me giré una vez para ver a
Denis masturbándose apoyado en el coche observando la escena. Quise dejárselo
claro por estúpido engreído. Su amigo se movía mucho más despacio, y se
deleitaba en las sensaciones. Su amigo si sabía follar.
-Quiero que te corras con tu
marido entre tus piernas- me susurró en el oído mientras uno de sus dedos
comenzó a jugar con el anillo de mi esfínter.
-¿Qué estás haciendo?- le
pregunté extrañada por su maniobra con la respiración entrecortada debido a la
excitación.
-Quiero darte por el culo- me
respondió.
-No- musité agitando mi
clítoris frenéticamente a punto de alcanzar mi esperado orgasmo.
- Eso es, putón, córrete en
tus dedos que yo lo haré en tu culo- me dijo insistiendo en sus pretensiones.
Me gustaba el ímpetu de sus
movimientos, sus palabras soeces y la situación. Estaba a punto de correrme.
-No pares, no pares, por
favor, no pares ahora- le supliqué mientras era yo la que prácticamente movía
el culo adelante y atrás follándome yo misma con esa magnífica polla.
-Joder siih, siiiih,
siiiiih- grité mientras me corría
apoyando una mano en la cabeza de mi esposo para no caerme.
Mi cuerpo se convulsionaba en
espasmos de placer. Sin duda el mejor orgasmo de mi vida, por todo. Por
intensidad, por placer, por morbo, por venganza, por ganas, pero sobre todo
porque lo necesitaba
El amigo continúo moviéndose
en mi interior aunque muy despacito. Permitiéndome recuperar mi respiración. No
hizo falta que me dijera nada. Sabía lo que quería y esperaba de mí.
-Siii…mmm..., - gemí
haciéndole entender que tendría su recompensa y que esperaba aún más de él, -me ha gustado tenerte dentro- ronroneé
provocándolo al tiempo que me llevaba las manos a mis nalgas y las abría
ofreciéndole mi ano para que me sodomizara.
Por supuesto que estaba
dispuesta a intentarlo. Estaba desatada, era como un caballo desbocado y
necesitaba ser domada.
-Eso es putica, quiero que te
habrás tu misma el culo para mí – pronunció antes de escupirme.
Nunca me habían tratado así de
esa manera tan vulgar y soez. Como si fuera un pedazo de carne que solo sirve
para disfrutar, pero lo cierto es que me llevaba hasta límites indescriptibles
de sensaciones y placer.
Mordí mis labios cuando empecé
a sentir el vacío de su polla en mi vagina y comenzó a empujar tratando de
penetrarme por el culo.
-Uumm...- no pude evitar gemir
cuando sacó su polla, ya estaba fuera. Me había gustado retenerla por más
tiempo dentro de mí.
Nuestro amigó se agachó detrás
de mi besando mi espalda, sabía que a pesar de mis ganas, aún no estaba
preparada. Se agachó detrás de mi cuerpo, me mordisqueó los cachetes del culo
mientras deslizó su mano hasta mi coño para empapar sus dedos de mis
fluidos. Se limitó a lamerme, a chuparme
e introducir su lengua en mi culo.
-Aahh...- noté su lengua dentro enseguida. Se esmeró en
lamer y lamer como un perro, mientras sus dedos en mi culo dilataban
pacientemente el anillo de mi ano y provocaban que lo desease allí dentro
sodomizándome.
Mi espalda se encogió cuando
sentí la punta de su polla intentando abrirse camino a través de mi esfínter.
Yo misma me separé cuanto pude los mofletes del culo facilitándole la labor. Me
tenía impaciente, anhelaba ser sodomizada. No era la primera vez en mi vida,
hubo un tiempo en que mi marido estuvo obsesionado con mi culo y acabé cediendo
a sus caprichos. Desde luego era una práctica que había caído en el olvido para
mí, y que ahora estaba rescatando del fondo de mis sensaciones.
A pesar de que el amigo se
esmeró en lubricar la zona le costó un tiempo dilatar. Impaciente y con algo de
urgencia empujó con fuerza. Tan solo logró introducirme la punta de su polla y
aquello ya me dolía una barbaridad. Ambos nos quedamos quietos esperando a que
mi ano se acostumbrase a su polla.
-Mmm...siii, fòllame por el
culo, no sabes cuánto me gusta, mmm..-no podía controlar mi cuerpo que se
contraía y se relajaba sin que pudiera hacer nada, sólo dejarme llevar y gemir,
gritar y pedir que no parase por nada del mundo. Estaba dispuesta a dejarme
sodomizar con mi esposo yaciendo inconsciente entre mis piernas
Poco a poco fue introduciendo
su polla cada vez más. Despacito, saboreando el
momento. Yo que había tenido mil y un pensamiento a lo largo de la
noche, en la hora de la verdad estaba un poco acojonada al sentir como esa
polla desconocida me partía en dos
Tenía los ojos concentrada en
un solo punto de mi cuerpo. No podía ver a mi esposo pero notaba su cercanía,
su perfume, su cara entre mis piernas, su aliento en mis muslos. Me empezaba a
derretir por dentro cuando noté que los huevos del amigo chocaban contra la
piel de mi nalgas. Ya está, la había metido hasta el fondo.
Se me seco la boca al
instante. Sus manos se sujetaron con fuerza a mi cadera y comenzó a moverse.
Abrí unos ojos como platos al notarme totalmente ensartada en su polla por el
culo.
Comprobé que me estaba mirando
directamente a los ojos, a través del cristal del portal. Sin duda mi cara de
puta lo excitaba tanto como disfrutar de mi cuerpo. No esquive la mirada, no
podía....
-¿Te gusta. ¿te gusta follar a
las tías por el culo?- le pregunté.
Plash, plash. Recibí por
contestación un par de manotazos cabalgando mi culo.
-Eso es cabrón, más, dame más,
quiero más- le alenté a que continuara azotándome en el culo. Pero simplemente
por llevarme la contraria me sujetó de las caderas y aumentó su ritmo hasta
imponer una cadencia frenética.
No me lo podía creer pero
estaba a punto de alcanzar otro orgasmo con esa polla clavada en mi culo. Era
algo indescriptible.
-Si, si, sigue así…- gemía de
placer a voz en grito sin importarme lo más mínimo que me fuera a correr con la
polla de otro hombre sodomizándome el culo con mi esposo entre mis piernas.
-Eso es así, si, si, si, más,
más fuerte, dame más fuerte- pronunciaba sin medir mis palabras, centrada tan
solo en disfrutar.
Mi cuerpo se sacudió en
espasmos de placer notando como la polla de mi sodomizador bombeaba en mi
interior un líquido caliente y espeso. Él también se corrió casi al mismo
tiempo.
Estaba exhausta, me deje caer
en el piso del portal. Era incapaz de mantenerme en pie. Incluso agradecí el
frío del mármol al contacto directo con el suelo aliviando el calor que
desprendía mi esfínter.
Se me quedó grabada en mi
mente la imagen del amigo guardándose la polla dentro de los pantalones
prácticamente en mi cara, y el sonido de la cremallera dando por concluida la
sesión.
-Menuda zorra estás hecha- me
dijo antes de darse la media vuelta para indicarle a su amigo que había
terminado conmigo.
Vi alejarse a ambos riendo
mientras yo yacía tirada en el portal junto a mi esposo. En esos momentos
comencé a llorar, empezaba a arrepentirme de cuanto había hecho. Me abracé a mi
esposo y lo besé tiernamente y con dulzura en la mejilla. Tal vez yo me tuviese
bien merecido cuanto había sucedido, pero mi esposo no se merecía que le
hiciera eso.
Ambos nos quedamos dormidos en
el portal. Desperté cuando estaba amaneciendo. Uno de los vecinos salió del
portal con una bicicleta devolviéndome a la realidad.
Traté de levantar a mi esposo
y esté comenzó a reaccionar. Al menos pude llevarlo hasta un taxi y de allí al
hotel. Nada más entrar por la puerta de la habitación lo desnudé con todo el
cariño del mundo y metí toda su ropa en una bolsa de basura. Acto seguido me
duché. Me froté con tanta fuerza por toda la piel que me enrojecí el cuerpo
entero. Una vez limpia de pecado me quedé dormida.
Me desperté con dos besos de
mi marido que me había traía el desayuno o lo que fuera a esa horas en la cama.
Comprobé que se había preocupado en ordenarlo todo y nada más que abrí los ojos
me dio otros dos besos y me preguntó…
-¿Debimos pasarlo bien anoche,
no?, porque no me acuerdo de nada- buscó una respuesta cómplice en mis ojos.
No supe que decir.
Espero te haya gustado.
Besos,
Sandra.
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