domingo, 4 de marzo de 2018

El portal



El primer paso no te lleva donde quieres ir, pero te saca de donde estás.

Poco importaba todo lo anterior. Ni porque estaba allí, ni cómo había llegado. Es suficiente con que recuerde qué estaba de paso, una escapadita romántica de fin de semana con la que me sorprendió mi marido. Ya sabes, lo típico.

Llegamos el viernes bien entrada la noche. El sábado a la mañana matamos el tiempo haciendo algo de turismo, visitando los monumentos y lugares típicos de la ciudad, degustación de la gastronomía local al mediodía, y vuelta al hotel junto a mi esposo para prepararnos a salir a cenar.

Fue en el momento de salirse mi marido de la ducha cuando lo entendí todo. Es ahí, cuando supe y tuve claro porque estaba allí, porque había organizado mi esposo todo este lio: tras mucho tiempo sin tener relaciones íntimas propias de una pareja, al fin se había decidido a intentarlo de nuevo.

Ya me llamó la atención que mi marido no quisiese venir con nuestro hijo. Me mosqueó la insistencia por su parte en dejar al niño con sus padres dos noches, cuando él no se separa de su hijo ni para dormir. No me podía creer que quisiese que pasásemos todo el fin de semana solos, máxime si tenemos en cuenta que muchas veces acabamos los tres en la cama cuando el niño tiene miedo y reclama de atención o de mimos.

El caso es que lo veía risueño y no entendía el porqué de su estado de ánimo, pero conforme avanzaba la tarde me fue contagiando. Tras la siesta me llamó la atención el tiempo que tardó en salir de la ducha, y el rato ante el espejo acicalándose y perfumándose, cuando él apenas se dedica unos minutos a sí mismo en el día a día. Incluso tuve que interrumpirlo para poder hacer uso del baño y lograr arreglarme a tiempo para cenar a una hora decente.

Fue cuando pasé a su lado, cuando me abrazó contra su cuerpo desde detrás y me dijo:

-Ponte guapa esta noche-, entonces aprecié su dureza y deduje que esa noche quería hacerme el amor. Era la primera vez en mucho tiempo que tenía un gesto en el que manifestaba algo de ganas por hacerlo.

Sinceramente, mi cuerpo ya se había olvidado casi de cómo se hacen esas cosas, abandonada a la rutina no tenía muchas ganas de ponerme en faena. En cambio, algo en mi cabeza debió decirme que pusiera de mi parte, pues para una vez que se decidía a dar el paso, mejor no desaprovechar la ocasión.

Un polvete es un polvete. Todo era cuestión de romper la monotonía y el hastío en el que nos habíamos dejado, y tratar de retomar nuestras relaciones como una nueva rutina algo más propia de un matrimonio.

Al enjabonarme bajo la ducha le presté cierta atención a mi cuerpo. Me di cuenta que mi pubis estaba descuidado, lucía una mata de pelo rizadito impropia de mí en otros momentos de la vida. En el fondo me llamó la atención que estando mi marido también desnudo al otro lado de la cortinilla de la ducha, apenas nos fijáramos el uno en el cuerpo del otro.

Lo normal al estar dos personas de distinto sexo desnudas juntas en un espacio tan reducido como un aseo, es que surja algo de deseo. De hecho parecen la misma palabra: aseo y deseo. Pero en cambio nada de nada, ni una tímida mirada al sexo del otro, como si lo tuviéramos muy visto o lo diéramos todo por supuesto.

En otro tiempo se hubiese abalanzado sobre mi cuerpo nada más verme desnuda, hubiera sido un pulpo ante mi exhibición en la misma estancia, no se hubiese podido resistir a la tentación de meterme mano, y sin embargo ahora…ahí estábamos los dos, cada uno desnudo sin apenas prestarle atención al otro. Como digo sin deseo ni ganas.

Mi marido es de los que se afeitan bajo la ducha, así que al ver su cuchilla descuidada en la bañera yo también quise sorprenderlo: me rasuré casi por completo mi pubis dejando apenas una fina tira de pelillos en la parte central decorándolo como cuando éramos novios. Lo malo es que hacía tiempo que no me hacía las ingles con maquinilla desechable, y aquello escocía una barbaridad. Por mucho que lo enjabonase y enjabonase terminó por irritarse la piel, y acabé con toda la zona enrojecida y con algo de picor.

Al salir de la ducha mi esposo todavía estaba mirándose en el espejo, y al pedirle que me acercara una toalla de baño abrió unos ojos como platos al ver mi nueva decoración tan rasuradita.

-Cariño, estoy seguro de que esta noche lo vamos a pasar muy bien-, dijo con una sonrisa de oreja a oreja que delató sus intenciones.

Debo reconocer que me hizo gracia su cara de bobalicón al verme desnuda y afeitadita. Como digo, era la primera vez en mucho tiempo que mostraba síntomas de fijarse en mí insinuando sus ganas por intentarlo. Por eso mismo, aunque en un principio había pensado en ponerme unas braguitas cómodas de algodón para esa noche, cambié en el último momento de parecer y me decidí por un tanga de esos tipo americano de lycra, que sé que le encanta a mi marido. O al menos eso me decía de novios cuando me atrevía a llevar este tipo de prendas.

La falta de costumbre, provocó que me resultase algo incómodo, entre otras cosas porque la poca tela posterior se entremetía entre mis nalgas produciendo una sensación molesta. Quise creer que al menos todo mi esfuerzo y sacrificio merecería la pena por ver la cara que pondría mi marido al saber que llevaba puesta una de sus prendas favoritas.

Como hacía calorcito opté por un vestido tipo petit dress de color negro que hacía tiempo no me probaba, y que por corazonada metí en la maleta en el último momento. Pensé que desde luego si no me lo ponía en esa noche, ya no me lo pondría en mucho tiempo. Si no lo lucía con más asiduidad en mi ciudad, era porque mostraba un escote en “v” bastante pronunciado que me estaba muy bien antes de dar a luz, pero que tras la lactancia de mi hijo, digamos que mi pecho había aumentado, y ahora sobresalía por ambos lados de la tela. Incluso dejaba parte al descubierto de mi pecho por el lateral tipo “sideboob” tan de moda ahora. Como no podía ser de otra forma, opté por no ponerme sostén con esos tirantes y ese escotazo, pues quedaría rematadamente mal que se notase. Comprobé en el espejo de la habitación que de esta forma mis pechos rebotaban solos al andar con los tacones, algo ideal si lo que pretendía era provocar a mi marido.

Ya me imaginaba el espectáculo y las caras que pondría al bailar, por lo que aunque fuese misión imposible, me propuse arrastrarlo a alguna pista de baile tras la cena.

Acerté cuando vi la cara que ponía el tontorrón de mi esposo al verme lista para salir a la calle con semejante escote y con esa faldita con algo de vuelo tan corta. Estaba realmente sexy y espectacular. En parte era lo que quería ¿no?, provocarlo durante toda la noche para que sucediese lo que tenía que suceder.

Y es que poco a poco, detalle a detalle, yo también me iba haciendo a la idea de que esa noche mi esposo me destrozaría.

Cenamos. Mi marido me llenó la copa de vino unas cuantas veces durante la velada, y se esforzó por contarme cosas nuevas y graciosas. Lo conozco muy bien, no paraba de hablar y de hablar. Lo notaba nervioso como un primerizo y eso ayudaba a aumentar en cierta forma mi libido. Fue una vez, en la que él estaba inmerso en su mundo contándome una de sus anécdotas de trabajo, cuando una descarga eléctrica recorrió mi espina dorsal por sorpresa de abajo arriba. Mi cuerpo me anunciaba que comenzaba a estar impaciente.

Mientras él hablaba, yo lo miraba fijamente abstraída de la conversación al otro lado de la mesa, contemplando a mi marido en sus gestos, sus formas, su galantería de otro tiempo, y fue cuando comencé a imaginar lo que sucedería más tarde en nuestra habitación.  Estaba dispuesta a devorarlo cuando llegase el momento, esta vez él sería caperucita y yo la loba.

Lo miraba tan panoli, y era consciente de que tarde o temprano tendría que tomar yo la iniciativa. Estaba dispuesta a todo con tal de que él llegara a dar los pasos suficientes. Incluso me entraron unas ganas inconmensurables de chuparle bien la polla como cuando éramos novios y no teníamos sitio donde practicar sexo en la intimidad. Por aquel entonces nos conformábamos con felaciones y dedos en los portales. Nos lo hacíamos al amparo de la oscuridad de la calle y al abrigo de entre los coches.
Recordé que me gustaba mirarlo a los ojos mientras se la mamaba con esa carita de niña mala que sólo él lograba sonsacarme y que le volvía loco. Hacía tiempo que no le veía esa carita de gusto y de tontorrón que pone en esos momentos, y no sé por qué en esa noche me estaban entrando ganas por verlo así de tonto de nuevo. Recuerdo que me hacía sentir poderosa cuando lo dominaba a base placer, aunque estuviese arrodillada a sus pies era yo la que tenía la sartén por el mango, el control de sus sentidos, y esa como digo…, era una sensación que tenía olvidada y quería recuperar. 

Las miraditas intercambiadas durante la cena me hicieron presagiar lo mejor. Incluso hubo un par de veces en que al cruzar mis piernas bajo el mantel de la mesa me percaté de que comenzaba a humedecer mi tanguita de las ganas. Estaba irremediablemente excitada. Mi marido parecía tan nervioso concentrado en hablar y hablar, que apenas se enteraba de lo que me sucedía en el epicentro de mi cuerpo.

Tras la cena, la noche transcurrió superando mis expectativas. Nada más salir del restaurante ambos convenimos en que el precio del vino había merecido la pena. Los dos pudimos comprobar el brillo en los ojos del otro al salir del local en plena noche. Mi marido sugirió tomar una copa en un pub cercano al restaurante antes de regresar al hotel, y yo consentí la demora esperando que el gin tonic animase a mi esposo a dar ese paso que tenía que dar, y que yo esperaba ansiosa. Para entonces ya tenía claro en qué iba a terminar todo aquello, pero tenía impaciencia por ver el modo como lo ejecutaría mi esposo.

Nada más entrar en el bar el ambiente era propicio para bailar, lo que encajaba perfectamente con mis planes. De nuevo todo bajo mi control. Bueno todo, excepto mis secreciones. A esas alturas de la noche, la diminuta tela del tanga era todo cuanto tenía para contener un tsunami de pasión. Estaba empapado y para colmo, podía notar su fina tela clavándose entre los cachetes de mi culo. Eso contribuía de sobremanera a mi estado de excitación.

Tras beber enterita mi copa, tuve que excusarme inevitablemente por un momento a los servicios, el vino ingerido tenía también gran parte de culpa.

Una vez en el excusado me percaté que efectivamente había humedecido mi tanguita en varias ocasiones durante la velada. Mis fluidos decoraban resecos el centro de mi prenda más íntima. Yo misma me sorprendí de lo dispuesta y receptiva que me encontraba esa noche. Y es que hacía tanto tiempo que no experimentaba esa sensación de saber de antemano que me van a pegar un buen polvo, que me tenía toda la noche algo más que calentita. Incluso el roce y el leve picor que me provocaba la lycra del tanguita en mi zona recién rasurada me estimulaba de sobremanera. Estaba tan cachonda que yo misma me hubiese dejado follar por mi esposo en esos mismos baños malolientes.

Tenía tantas ganas de que llegara ese momento, que necesitaba encontrar la forma de aliviar tanta necesidad. Así que sin pensármelo, decidí ajustar mi tanga al revestirme, de tal forma que se entremetiese no solo entre mis nalgas, sino también entre mis labios en su parte delantera. Nunca había hecho nada parecido, pero soy dada a cometer todas las pequeñas locuras que la vida me deja, y sin que los de mi alrededor lleguen a enterarse, me atrevo a realizarlas en silencio siempre que puedo. Es como un aliciente que llevo en secreto. En esos momentos necesitaba de los estímulos de la prenda, no sé si para calmarme o para excitarme aún más, pero necesitaba hacer algo desesperada.

De algún modo acerté en mi delirante decisión, la sensación al andar del tanga clavado en mi cuerpo por delante y por detrás, no hacía más que acrecentar la pequeña tortura causada por el picor y la irritación de la cuchilla de afeitar en mi pubis. Era un mundo de sensaciones increíbles. Estaba desconcertada por todo cuanto experimentaba mi cuerpo, y eso que lo mejor de la noche estaba por llegar.

Cuando regresé a la barra junto a mi marido éste había pedido otro par de copas. No me hicieron tanta gracia, temí que mi marido hubiera entrado en modo pánico. Además, pese a lo que él se cree, no tolera nada bien el alcohol. Se le sube enseguida. Hubiese preferido que me dijese alguna excusa como “estoy cansado, por qué no vamos al hotel”, y cosas por el estilo, que verlo con otra copa en la mano. Una vez en el hotel los dos solos ya me encargaría yo de tomar la iniciativa que a él le faltaba.
A pesar de mis temores debo reconocer que esta segunda copa envalentonó algo más a mi marido que quiso pasar al ataque. Soltó su lengua, y derivó hábilmente la conversación para que terminásemos recordando anécdotas de cuando éramos novios. Logró conectar mi cuerpo y mi mente, al trasladarme a una época en la que sí teníamos cosas en común.

Era curioso, al recordar viejos tiempos parecía que cuantas más cosas materiales íbamos acumulando en la vida con el paso del tiempo, más cosas inmateriales y trascendentales íbamos perdiendo, separando con bienes nuestros karmas. 

Para los que no me conozcan decir que me llamo Sandra, tengo treinta y dos años, y como habéis deducido llevo casada unos pocos con mi marido.

 Pero a lo que estábamos…

Mi marido me hablaba muy pegadito a mi cuerpo debido sobre todo al volumen de la música. Podía notar sus nervios. Le temblaba la voz y evitaba mirarme a los ojos. Ambos nos apostábamos junto a la barra mientras bebíamos nuestras consumiciones. Fue en ese momento cuando comenzó a acariciarme, fueron los primeros contactos físicos en mucho tiempo, primero cogiéndome de la mano, luego rodeándome con su brazo por la cintura. Hasta me tocó el culo por encima del vestido las veces que nuestra posición junto a la barra le permitieron hacerlo con cierto disimulo.

Hacía tiempo que ni mi marido ni nadie me tocaba el culo de esa manera, y claro, cada vez que me estrujaba el moflete entre sus dedos, mi cuerpo reaccionaba aumentando las ganas por hacer el amor. Hubiese gemido de placer más de una vez de no ser porque estábamos en medio de un bar rodeados de gente.

Lo cierto es que me tenía ansiosa e impaciente. Había logrado que mi cuerpo encontrase esas ganas perdidas y olvidadas. Comencé a bailar tímidamente según había planeado junto a la barra. Lo justo para que mis pechos botasen con el movimiento y la vista de mi esposo se perdiese en mi escote. No sopesé las consecuencias que la escasa tela de mi tanga producía en mi cuerpo al entremeterse entre mis mofletes y mis labios con el movimiento. Estaba a punto de correrme solo del roce del tanga con mi clítoris por el baile. Para colmo mi marido me recordó con su conversación alguno que otro de nuestros mejores polvos de novietes, estimulando mi oído y mi imaginación.

-¿Te acuerdas del cumpleaños de tu amiga Laura?- me preguntó sabiendo que nunca olvidaríamos ninguno de los dos ese día. Para ello, se reclinó sobre mi hombro y me susurró la preguntita en el cuello, fijándose a la vez de cerca en mis pechos que saltaban bajo la fina tela del vestido.

-Uhm, uhm- asentí con la mirada dándole a entender que no lo había olvidado.

Era imposible de olvidar, sin duda esa noche terminó entre los tres mejores polvos de nuestras vidas. Me gustó centrar su mirada de deseo en mi cuerpo.

-Llevabas un vestido parecido a este- dijo tocándome el culo a conciencia sin importarle que estuviéramos a la vista de los presentes. Sin duda el vestido y mi baile provocador ayudaban a elevar el tonito de la charla.

-Sólo que era de color blanco- apuntillé yo en la conversación recordando la noche de la fiesta y felicitándome a mí misma por la elección del vestido para esa noche por el calor que estaba tomando la conversación.

-Si-, dijo él susurrándome de nuevo al oído, -a contra la luz se te transparentaba todo, además la falda era mucho más corta y se ceñía completamente a tu cuerpo marcando tus formas- dijo repasando las caderas de mi cuerpo con sus manos.

-No seas exagerado, no era para tanto- le repliqué poniendo carita de niña mala, mientras sorbía una de las pajitas de mi combinado llamando su atención con la provocación de mis labios.

Debo confesar que ahora sería imposible que me pusiera un vestido como ese, pero hubo otro tiempo en que me gustaba vestir de forma muy sexy. Me encantaba provocar a los hombres y a quien hoy es mi esposo, y por aquel entonces mi novio. Por desgracia yo era mucho más joven, y con otro cuerpo.

Aquellas pequeñas locuras, hoy eran mitigadas por la rutina y el qué dirán.

Incluso a él era el primero que por aquel entonces le encantaba que me vistiera así. Presumía de novia ante sus amigotes y seguramente ante sus pocas ex. A mí me encantaba comprobar el efecto que le producía con mi forma de vestir. Y no solo a él, sino a todos sus amigos de la pandilla.

En cambio ahora…, no lograba encontrar explicación al momento en que me había vuelto tan recatada en mi forma de vestir. Culpaba a la rutina, y una vida excesivamente monótona. Ni tan siquiera el más mínimo aliciente. Nada de vestir sexy, nada de provocar, nada de jugar a las insinuaciones, vamos, nada de nada. Me había convertido en lo que se dice una madre y esposa ejemplar.

Pero retomando nuestra conversación…

-¡Que no era para tanto!-, exclamó regresándome de mis pensamientos a la conversación, -si todo el mundo te miraba al pasar- argumentó excitado de recordar el vestido y lo que pasó posteriormente en esa noche.

-A tí que te lo parecería- traté de contradecirlo sonriendo pícaramente y provocando el insinuante movimiento de mis pechos bailando.

-Vamos Sandra, reconócelo, la falda era tan corta que al más mínimo descuido enseñabas el culo, y el vestido era tan ceñido a tu cuerpo que no dejaba nada a la imaginación. Para colmo al trasluz se transparentaban tus piernas y se podía adivinar el tanguita de hilo que llevabas puesto…¿cómo se llamaba aquel compañero vuestro de clase?. El alto con el pelo largo…- interrumpió mi marido el argumento tratando de recordar el nombre del chaval en cuestión.

-¿Te refieres a Diego?- le ayudé a recordar.

-Eso es, el Diego ese. Mira que bien que te acuerdas, no te quitó ojo de encima en toda la fiesta, si hubiese podido se te hubiese follado en los baños o allí mismo a la vista de todos sin importarle que yo estuviera presente. Si hasta se tocaba por encima del pantalón cada vez que hablaba contigo. Anda que no estuvo salido toda la noche con tu vestido ni nada- interrumpió su narración de los hechos para darle otro trago a su copa.

Me hacía gracia la interpretación de los hechos que hizo mi marido de aquella noche, pero lo cierto es que mi antiguo compañero de clase apenas pudo contenerse cada vez que me miraba. Me gustó recordar que en otro tiempo era deseada por otros muchos hombres distintos a mi marido, y me preguntaba que hubiese sido de mi vida de elegir a otro mucho más guapo y con más dinero, y no de enamorarme tontamente de mi esposo. Siempre me preguntaba si en otro momento de mi vida debía haber pensado con la cabeza y no con el corazón.

-En cambio fuiste tú quien me folló esa noche- le dije a mi marido volviendo a la realidad, y deslizando mi mano por su cintura, para terminar rozando su entrepierna disimuladamente.

Hacía tiempo que no le acariciaba a mi marido en su entrepierna, ni por encima del pantalón ni por debajo, y mucho menos en un lugar público. A decir verdad prácticamente desde que contrajimos matrimonio. Antes de casarnos le gustaba no solo que vistiera más insinuante, sino también que lo provocase, o que me comportase de forma más desinhibida y alegre, en una palabra, que fuese algo más “guarrilla”.

Esa palabra resonó en mi mente. Sí, no lo podía negar, cuando era más descarda echábamos mejores polvos. Teníamos más pasión, las locuras y pequeñas travesuras nos llevaba a disfrutar del sexo.

En cambio ahora, todo era excesivamente frío y correcto. “¿Puede que ahí esté la clave de tu matrimonio?” me dije a mí misma, “en tu comportamiento” pensé para mis adentros. Pensé que ese podía ser un buen momento para cambiar mi actitud siempre tan correcta durante todos estos años y retirarnos al hotel para que me follase de una maldita vez. Tal vez yo también tenía que poner algo de mi parte  y jugar a calentar un poco a mi marido. La conversación estaba aumentando de tono y podía ser el momento oportuno para cambiar las cosas.

-Es cierto- dijo mi esposo con una sonrisa de oreja a oreja orgulloso, -cómo olvidar lo que pasó esa noche- murmulló entre dientes.

-Y ¿qué pasó?. No lo reduerdo- le pregunté mimosa.

Quise escucharlo de su boca, quise que me lo recordara, quise que me dijera que me folló como un loco esa noche. Necesitaba escucharlo y por eso le acaricié disimuladamente su paquete por encima del pantalón.

-Recuerdo que te tiré al suelo nada más entrar por la puerta de casa de mis padres- se apresuró a decir evidentemente excitado.

-No pudiste ni esperar a llegar a la cama de tu cuarto- quise recordarle al tiempo que aproximaba mi cuerpo al suyo buscando el máximo contacto de nuestros pechos.

-Tienes razón, me pusiste como un burro toda la noche, no podía más, por eso nada más entrar te tiré al suelo del pasillo de la entrada de casa mis padres y te di tu merecido- y nada más decir esto le propinó otro trago a su copa ganando algo de tiempo en su mente para rememorarlo.

-¡¿Me lo tenía merecido?!- le pregunté sorprendida por su expresión mientras me refrotaba contra su cuerpo encelada.

-Te lo tenías merecido, llevabas toda la noche provocando al personal y alguien debía dejarte algunas cosas claras- quiso presumir como si todo fuese mérito suyo.

-¿Y esta noche?, ¿también me darás mi merecido?- le pregunté coqueteando con las caricias de mi mano en su entrepierna.

-Vas por buen camino- pronunció entre risas de ambos.

-Ah ¿siiih?, ¿y qué tengo que hacer para conseguirlo?- le pregunté maliciosamente haciendo tirabuzones con mi pelo a la altura de mi escote e insinuándome con mis movimientos a un lado y a otro de que efectivamente tenía ganas de recibir mi merecido.

Su mirada se perdió inevitablemente donde yo quería. Mi marido me miró los pechos con deseo relamiéndose al observar mi jueguecito.

-No me provoques, no me provoques- dijo dando otro trago a su gin tonic conociendo mi táctica.

-¿Yooo?- pregunté haciéndome la ofendida, -¿no veo cómo?- continué sonriendo perniciosamente disfrutando de sus furtivas miradas a mi escote mientras bailaba tímidamente provocando el movimiento de mis pechos.

-Sabes muy bien que me provocabas cada vez que te ponías ese vestido- esta vez apuró su copa de trago.

-Vamos, que tampoco fue la única vez que me ponía algo así- debo reconocer que me tenía calentita con la conversación y los recuerdos que me traía con los vestiditos.

-Tienes razón- dijo mirándome al escote descaradamente esta vez, -me estaba acordando de aquella vez que te pusiste un mono ajustado de lycra tipo short en las piernas marcando todas tus curvas. Para colmo era de color carne, y parecía que fueras desnuda por la calle- dijo recordando el “bodysuit” en cuestión.

-Ahora no me lo podría poner- dije recordando la susodicha prenda que se ajustaba a mi cuerpo como un guante apesadumbrada por el cambio de mi cuerpo tras dar a luz.

-Hay una cosa que nunca supe- me preguntó mi esposo susurrándome en la oreja, creando cierto suspense, y como si no quisiera que nos oyera la pareja de al lado.

-¿El qué?- le pregunté curiosa por salir de dudas yo también.

-¿Llevabas braguitas cuando te ponías ese mono?- me susurró suavecito al oído, poniéndome los pelos de la nuca de punta, e impaciente por mi respuesta.

En un principio me hizo gracia su duda, y a poco rompo a reír. Pero luego pensé que de seguirle la corriente podría ser la guinda para que mi marido terminase de decidirse y llevarme al hotel como esperaba. Debía ponerlo cachondo como fuera.

-¿Y si te dijera que no?- quise calentar el ambiente entre los dos.

-Lo sabía- dijo rememorando las diferentes situaciones en que me lo puse con él. -¿recuerdas la primera vez que te lo pusiste?- me preguntó.

-Uhm, uhm- asentí yo con la boca cerrada muy calentita por lo que me estaba haciendo recordar. -Fue para una fiesta de la Facultad-, lo visualizaba perfectamente. Sin duda aquella época de universitarios y de novios, fueron los mejores polvetes que echamos entre los dos.

-Estuve toda la noche tocándote el culo tratando de averiguarlo y ni te puedes hacer a la idea del pajote que me hice al llegar a casa de mis padres sabedor de que no llevabas ropa interior debajo- dijo con cara de salido.

-¿A  síiih?- me sorprendió gratamente su confesión.

-Sí- dijo terminando su copa y sus argumentos definitivamente mirándome fijamente al escote.

-¿Eso…?- lo acaricié del pecho al tiempo que pegaba mi cuerpo al suyo volviendo a la carga para hacerle la pregunta. -¿Eso te puso caliente toda la noche?- concluí expectante. 

-Si claro- dijo dejándose llevar por la conversación.

-Hay que ver como sois los tíos, ¿en serio?- pronuncié algo decepcionada por el comportamiento vulgar de mi esposo. El asintió con la cabeza dándome a entender que el hecho de que no llevase bragas lo puso muy caliente en aquella ocasión.

-¿En serio te puso tan cachondo saber que no llevaba bragas?- repetí mi pregunta sin llegar a creer lo que escuchaba de boca de mi esposo.

-Ahora no te atreverías- quiso picarme.

-¿Porque dices eso?- me sorprendió el concepto que tenía mi esposo de mí en estos momentos. Hacía tiempo que no charlábamos de estos temas y sus dudas para con mi atrevimiento me estaban dejando algo fuera de juego.

-Ya no vistes como entonces- apuntilló directamente a mi orgullo femenino.

-Los dos hemos cambiado. Tú también- me defendí contraatacando.

-Supongo, pero reconoce que ahora no te atreverías a hacer algo así- insistió en su irritante provocación.

“¡¡¿Qué coño estaba tratando de decirme?!!” pensaba mientras lo escuchaba “¿Qué la culpa después de todo era mía?”, no lograba entender lo que pretendía provocándome de esa manera, “¿Acaso quería que me vistiese como antes?,¿Qué me quitase la bragas ahí mismo?. Vamos…, no aguantaría ni un minuto que otros me mirasen con deseo si me vistiese provocativamente. Seguro que era él el que me montaba un numerito de celos. Y ahora me venía de liberal…vamos anda”, no me lo podía creer.

De que me iba importar a mi vestirme de otra forma, al revés, todo lo contrario, estaba deseando encontrar la oportunidad en que hacerlo. Lo que ocurre es que desde que estaba con mi esposo las oportunidades no llegaban. Y como siempre jodiéndola en el mejor momento de la noche. Algo muy típico de mi esposo. “¿Por qué insistía tanto?” me pregunté antes de contestarle.

-No me tientes, no me tientes- pronuncié tratando de poner paz con una frase muletilla y dejando pasar sus comentarios.

-Es verdad, ya no te arreglas para mí- pronunció en un tono como retándome a yo que me sé qué se pretendía que hiciese. Pero lo cierto es que sus palabras habían sabido picar mi orgullo.
Quise dejarle bien clarito que el que carecía de pasión era él. Yo nunca había perdido cierta parte de mi ser. Si me había vuelto recatada era por su culpa, no por la mía, así que debía darle un escarmiento.

-Con que esas tenemos ¿eh?.  Aguarda un momento- le dije dejándolo plantado con un palmo de narices en medio de la barra y marchándome hacia el baño.

Menuda soy yo como para que me digan lo que puedo o no puedo hacer.

Al llegar al aseo y encerrarme en un habitáculo privado, no me lo pensé dos veces. Debía darle una lección a mi marido. Me quité el tanguita, que por otra parte no dejaba de torturarme plácidamente, lo guardé en el bolso y regresé con mi esposo. “¿Así que se hacía pajas de novios pensando que no llevaba bragas?. Pues bien, esta vez se va a enterar”, pensé mientras me lo quitaba envalentonada y encorajinada por la rabia de sus comentarios.



Al salir y ponerme a andar ya no solo me botaban los pechos, sino que ahora podía sentir el movimiento de mis nalgas libres bajo la tela del vestido, además de un airecillo que se colaba por debajo de la falda refrescando mi intimidad.

Me indigné al regresar y comprobar a pesar de todos mis esfuerzos, que había pedido otro par de consumiciones y que ya ha bebido gran parte de la suya.

-¿A que no sabes qué?- le pregunté sonriendo maliciosamente como solo él lograba sonsacarme esa parte tan siniestra de mí.

-Si no me lo dices no- respondió con cara de asombro por el suspense tras mi regreso de los baños.

Era evidente por el poco tiempo que me costó que no había orinado. Estoy segura que anhelaba le dijese había cometido alguna locura, por eso me atreví a susurrarle en el oído…

-No llevo bragas- pronuncié con un hilo de voz en mi garganta, al tiempo que le enseñaba mi prenda más íntima en el interior de mi bolso.

-¿No?- cuestionó asombrado por lo que acababa de ver.

-Si- le sonreí yo.

-No me lo puedo creer- dijo tratando de comprobarlo tocándome el culo.

-Pues créetelo- le respondí yo dejándome acariciar para que lo comprobase.

-Joder Sandra que pueden verte- exclamó al comprobar con sus manos que no hallaba ninguna costura de mi prenda más íntima bajo la tela del vestido, convenciéndose de que no llevaba bragas.

-Calla tontín, que solo tú lo sabes- Lo animé cogiendo su mano entre la mía, situándome frente a la barra de tal forma que él quedase detrás de mí, y guiándosela hasta posarla sobre mi pubis. En esa posición su caricia quedaba oculta entre el mueble del bar y mi cuerpo.

-Estas como una cabra- musitó explorando mi cuerpo con su mano en esa zona tan sugestiva que queda por debajo del ombligo.

-Y tú cachondo- le dije al tiempo que en esa posición aplasté mi culo contra su miembro comprobando su eminente dureza.

Me moví un par de veces a un lado y a otro refrotando mis nalgas contra su erección. Esta vez quería que sufriera las consecuencias de sus palabras. Estaba dispuesta a calentarlo como cuando éramos novios y según me había confesado él mismo. Así que una vez supe que lo tenía bien cachondo, me fui hacia la pista de baile, moviéndome de tal forma que provocaba intencionadamente que mi falda se subiese hasta el límite de lo permitido.

Mi marido me observó en la distancia durante un par de canciones. Mi forma de bailar y mis pechos rebotando con cada pequeño saltito, provocaban el efecto esperado en mi marido. Conseguía provocarlo. Me rozaba intencionadamente con otros chicos de la pista de baile, incluso alguno con pareja y todo. Lo sorprendí apurando en una de las veces de un solo trago lo que era mi gin tonic para inmediatamente pedirse otro seguido. El cuarto o el quinto en poco tiempo, no llevaba la cuenta, pero me parecieron demasiados. Temí una huida hacia delante de mi esposo.

Recuerdo que sonaban ritmos latinos y que me movía levantando mis faldas entre dos dedos de los extremos a modo de bailaora flamenca, y que en una de las ocasiones evidencié ante su atenta mirada que no llevaba ropa interior debajo. Mi marido se revolvió en su sitio de la excitación. Apuró de los nervios en un solo trago el último gin tonic pedido hace escasos momentos, y eso ya no me hizo tanta gracia. A mí todo ese jueguecito también me calentaba. Sentía los cuerpos de otros muchachos rozándose con el mío, tan desnudita debajo del vestido que estaba en la gloria.

Conozco a mi marido, consideré que había bebido demasiado y decidí que era el mejor momento para irnos al hotel. La mala suerte hizo que esta vez necesitase ir al baño de verdad. Aproveché para arreglarme dispuesta al asalto final, incluso vaporicé colonia entre mis muslos, pero para cuando regresé a la barra mi marido se había pedido otro gin tonic. Eso era el colmo. Definitivamente había entrado en modo pánico y estaba a punto de echarlo todo a perder. Yo quería ir al hotel, ya tenía suficiente. Me moría de ganas por follar de una maldita vez.

-Vamos cari, no bebas más. Estoy cansada, volvamos al hotel- le dije tirando de su brazo tratando de arrancarlo de la barra.

-Tienes razón- dijo antes de apurar de un solo trago mi gin tonic recién servido y del que hice evidentes señales de que no iba a beber. Se bebió prácticamente la copa de golpe por no dejarla entera una vez pagada.

“Imbécil” pensé al comprobar que prefería la copa a su mujercita. Temí que se le subiese la bebida y decidí ser yo misma la que tomase la iniciativa de regresar al hotel antes de que fuera demasiado tarde. Necesitaba que me pegase un buen polvo de una vez por todas.

Recuerdo que de camino, mi querido esposo, y con signos evidentes de embriaguez, quiso que nos detuviésemos por un momento en un viejo portal como cuando éramos novios. No me pareció mala idea que le diese un poco el aire antes de subir a la habitación, temía que como en otras ocasiones me fallase en el mejor momento.

Me magreó y me besó contra el cristal de la entrada del desconocido portal. Recuerdo que me metió mano por todos lados. Llegó incluso a deslizar su mano por debajo de mi falda para acariciar a placer la piel desnuda de mis nalgas. Lo recuerdo perfectamente porque de aparecer alguien del otro lado del portal me hubiese visto todo el culo al tener la faldita levantada arrullada en la cadera. A su favor debo reconocer que la posibilidad de ser descubierta de esa manera me excitaba. A mi marido le olía el aliento a alcohol, y a mí me faltaba el aire para respirar mientras nos besábamos. Incluso en su atrevimiento llegó a alanzar con sus dedos mis labios vaginales al acariciarme desde detrás.

Exactamente igual a cuando éramos novios y me hacía algún que otro dedito antes de ir cada uno a casa de sus respectivos padres, siempre al amparo de la oscuridad de los portales. A poco me corro en sus dedos, me faltó un pelo para no llevarme el primer orgasmo de la noche. Por el contrario me dejó más caliente que una gata en celo. Juro que estuve a punto de sacársela ahí mismo para que me follase en el inoportuno portal, pero preferí esperar a llegar a la comodidad de la cama del hotel.

-Vamos cari, vámonos al hotel- le supliqué jadeante conteniendo el placer que manaba del lugar en el que apenas unos segundos antes hurgaba con sus dedos.

 -Quiero hacer el amor contigo- le susurré a media voz a la vez que me cuestioné si me había escuchado o no.

Ahora viene lo peor de toda la noche. Cuando al reanudar la marcha hacia el hotel, compruebo que mi marido me suelta de la cintura, se apoya entre dos coches sin decirme nada ni avisarme, y ante mi estupefacción se pone a vomitar encima de una alcantarilla de improviso.

“No me lo puedo creer” pensé al verlo tan sorprendida como indignada, “el muy imbécil acaba de echar a perder la noche” musité a regañadientes.

-Tranqui cariño, es solo que el último gin tonic me ha sentado mal- me balbuceó tartamudeando el muy inútil por última vez antes de desplomarse inconsciente en el suelo.

Menudo papelón.

Traté de tirar de él y de ponerlo en pie con la intención de parar un taxi e ir al hotel, pero por desgracia mi esposo pesa mucho para mí y no podía moverlo. La escena debía resultar del todo ridícula a cualquiera que pasase por la calle. Por suerte no pasó nadie en mucho tiempo que me viese hacer el ridículo. Hasta que aparecieron dos muchachos con pinta de inmigrantes o hijos de inmigrantes. Lo único que estaba claro era su origen claramente latino.

Debo sincerarme y reconocer que al principio tuve algo de temor, que perdí tras unas primeras palabras amables donde se ofrecieron a arrastrar a mi esposo hasta el portal más cercano, ese en el que minutos antes nos estábamos metiendo mano. ¿Cómo iban a saber ellos ese detalle?. Simplemente lo acomodaron con cierto cuidado en el mismo escalón de entrada.

-Muchas gracias por ayudarme- les dije agradecida a la vez que avergonzada por el estado de mi esposo.

-No hay de qué- me respondieron educadamente.

De repente se pusieron a hablar entre ellos. De nuevo me asaltaron mis miedos. Yo no podía escuchar nada pero sé que sopesaban la opción de quedarse un rato conmigo.

-Oye, no hace falta que os quedéis, ya me habéis ayudado suficiente- traté de adelantarme a sus intenciones con el objetivo de quedarme a solas de nuevo con mi marido y mi vergüenza.

-¿Y si tu marido se pone peor?- me preguntó uno de ellos, el que parecía algo más moreno de piel de los dos.

-No hay de qué preocuparse, el fresco le sentara bien- le respondí comprobando que se acercaban poco a poco de nuevo hasta dónde me encontraba.

-Mejor que sea así, pero ante la duda preferimos esperar hasta que al menos recupere la consciencia o pueda tenerse en pie. Tal vez deberíamos llamar a una ambulancia. ¿Por cierto aún no has dicho cómo te llamas?- me preguntó el más oscuro de piel desviando el tema y finalizando su argumento.

-Mi nombre es Sandra-  dije algo nerviosa por la situación.

-Yo me llamo Denis, y este es mi amigo Marc- me respondió el más atrevido de los dos, y acto seguido intercambiamos los dos besos de rigor. Uno en cada mejilla. Me percaté de que olía bien, había abusado de la colonia, pero mejor eso que no otra cosa.

Se produjo un silencio tenso entre los tres en la calle, que aproveché para retirarme a un lado y sentarme en el escalón del portal junto a mi esposo. El más oscuro de piel y lanzado, el tal Denis, se sentó también a mi lado quedando yo en medio de ambos. Nuestros cuerpos se rozaron un poco apretados por la falta de espacio. El amigo en cambio, el de tez más clara, se quedó justo enfrente de nosotros apoyado en el capó de un coche contemplando la escena. Me dejó claro quién de los dos es el que está acostumbrado a tomar la iniciativa en este tipo de situaciones y quien el que se dedica a observar como espectador.

-¿Es tu pareja?- me preguntó Denis.

-Es mi marido- le respondí.

-¿Estáis casados?- la pregunta era redundante y tonta teniendo en cuenta la respuesta anterior, pero no me sorprendió en absoluto. Ahora ya sabía que no me había escuchado.

Lo que sin duda me llamó la atención es que tratase de entablar conversación conmigo con mi marido al lado.

 “¿Acaso trataba de ligar conmigo?” me pregunté, pero tras una mirada a ambos enseguida descarté esa opción. A pesar de su aspecto del otro lado del continente  me parecieron buenos chicos, incluso puedo decir que el más caradura me pareció algo guapete y resultón, y preferí pensar  que tan solo querían ayudarme.

-Si claro- contesté obviando que la pregunta era un poco estúpida pero relajando mi tono de voz.

-¿Y desde hace mucho tiempo que estáis casados?-. Esta pregunta me dejó claro que a pesar de mis escuetas respuestas buscaba entablar una conversación.

-Hoy hace diez años que nos conocimos-, enfaticé mi respuesta haciéndole ver que quiero a mi esposo, y ahuyentando cualquier expectativa que pudiera generarse.

-¿Hoy?- le sorprendió mi respuesta, -¿así que estabais celebrando vuestro aniversario?- dedujo hábilmente.

Su pregunta me dijo que no había conseguido lo que pretendía con mi respuesta anterior, y que en vez de disuadirle le había animado a continuar avanzando en sus propósitos.

-Uhm, uhm- respondí sin querer facilitar de nuevo mucha información.

-¿Me quieres decir que hoy estabais de celebración y tu marido va y se emborracha?- insistió de nuevo en preguntarme dramatizando la situación.

-Así es- respondí resignada ante las evidencias, total, la escena ya me parecía en sí ridícula, por lo que no encontré motivos por los que ocultarle la verdad.

-Oye, perdona que te lo diga pero tu marido es un poco tonto- me dijo como si nada mirándome a los ojos medio desafiante. Antes de que pudiera rebatirle nada, se apresuró a decir…

 -Si yo tuviera la oportunidad de celebrar nada con una mujer tan guapa como tú, ten por seguro que no la desaprovecharía- concluyó sonriendo forzadamente.

Eso estaba mejor, reconozco que manejó muy bien la oportunidad de piropearme a tiempo, y la verdad es que no sabía muy bien si tomármelo a mal o tomármelo a bien. En cualquier caso me gustó escucharlo.

Tras su piropo se produjo un pequeño silencio entre los tres, el más listo de ellos, el que estaba sentado a mi lado, observó mis dudas por sus palabras anteriores y trató de retomar la conversación mientras me repasaba las piernas con la vista.

-No, en serio, eres muy guapa- quiso continuar donde lo dejó.

 -Oh gracias- sonreí tontamente sin saber que decir incómoda por la situación. Entre los dos no dejaban de mirarme y era como si pudiese sentir sus ojos acariciando mi piel. Sobre todo el tal Denis, que estaba sentado a mi lado, no dejaba de mirarme las piernas y el lateral de mi vestido.

 A mí también me hizo efecto el alcohol y no pensaba con la claridad que desearía en esos momentos.

-¿Sois de aquí?- insistió el más moreno en saber de mi vida.

A pesar de sus piropos que agradecí mucho en un momento tan delicado de mi autoestima, no tenía muchas ganas de dar conversación a ningún desconocido.

-No, estamos de hotel,  tan solo estamos de paso- le respondí.

-¿Está muy lejos el hotel?- me preguntó generándome esperanzas de ayudarme a llevar a mi marido.

-Estamos en el Zenit-, nunca entenderé porque en ciertas ocasiones se me escapa torpemente más información de la que sé que debería dar, pero como digo, mi mente estaba algo lenta y confusa.

-Ese es un buen hotel. ¿Quiere decir que os van bien las cosas?- insistió el tal Denis en derribar mis temores a base de preguntas sosas e insulsas, y lo malo es que poco a poco su táctica comenzó a darle resultados, me fui sincerando consigo sin quererlo. Eso sí, siempre bajo la atenta mirada de su amigo.

-Bah, no te creas, aunque mi marido trabaja yo llevo ya un tiempo en paro- le confesé la situación tratando de que él también me contase más de sí mismo y llevar el rato con relativa dignidad. En cambio puso cara de asombro y me llevó a la obligación de explicarme algo más.

-Mi marido lo reservó tratando de sorprenderme. Estaba saliendo todo perfecto hasta que…- detuve mis palabras al percatarme de que de nuevo estaba hablando más de la cuenta mientras seguía sin saber nada de ese par de chicos.

-Hasta que se ha emborrachado- concluyó él, mostrándome la humillante y cruda realidad.

-Eso es- pronuncié cabizbaja algo arrepentida de la situación.

-Joder, de verdad que no lo entiendo. Perdona que te lo diga pero tu marido es un poco gilipollas. Eres muy guapa. ¿A quien se le ocurre emborracharse?- comentó sorprendido por la bochornosa situación en que me encontraba.

-Tal vez tengas razón- le dije confiriéndole parte de la verdad.

-¿En qué?-, me preguntó sin entender a qué me refería yo ahora exactamente.

-Mi marido es un gilipollas- pronuncié en voz alta para su asombro y el de su amigo en un giro radical de mi actitud.

Nada más escuchar mis palabras rompimos todos a reír relajando la tensión.

-Bueno, al menos lo tienes claro- pronunció Denis algo más serio que antes sonriendo todavía por mi comentario.

-Supongo que si- le respondí reconociendo apesadumbrada que mi esposo acababa de arruinar otra magnífica ocasión en nuestras vidas,

-¿Estás casado?- le pregunté yo mirando su mano, buscando esa complicidad en este tipo de situaciones.

-¡Nooo!- exclamó como si lo que le hubiese preguntado fuera pecado. –El matrimonio es la tumba de la pasión, y yo sin pasión no sé hacer el amor- se apresuró a decir a modo de poesía.

-Puede que tengas razón- respondí a sus palabras tratando de poner fin a la conversación no encontrando alianza entre sus dedos.

-Sabes lo que necesitas- pronunció ahora Denis risueño como un niño. -Que alguien amable como yo te invite a tomar algo. Una mujer tan guapa como tú no se merece que le hagan esto. Que te parece si mi amigo se queda cuidando de tu esposo mientras tú y yo nos tomamos una copa celebrando la ocasión- propuso de forma aparentemente espontánea, como si no lo tuviera planeado de antemano.

-No creo que sea una buena idea- le respondí imaginándome el plantel si mi marido se despertase y no me veía con él.

-Pues claro que lo es- insistió en su propuesta. -Tú tenías ganas de pasarlo bien, ¿no puedes dejar que tu marido te arruine esta noche?, te mereces divertirte en una noche como esta, además, deberías darle un escarmiento- dijo incorporándose del escalón y tirando de mi mano para que hiciese lo mismo.

-No creo que a tu amigo le parezca muy buena idea-  argumenté tratando de buscar un aliado en aquella locura.

-Por mí no hay ningún problema- respondió su amigo para mi sorpresa.

Era lo primero que le escuchaba decir en todo el rato y era para contrariarme. Ciertamente que su colega a partir de ese momento no me cayó nada bien. Eso sí, me dejó claro que estaba bien aleccionado a las órdenes de su amigo.

-Vamos mujer, déjame que te invite a una copa- argumentó el muchacho tirando de mi mano y logrando que me incorporase del escalón en el que estaba sentada junto a mi esposo.

-¿Y si mi marido despierta y no estoy aquí?- le pregunté sopesando la posibilidad de acceder a sus pretensiones.

-No te preocupes, mi amigo nos manda un whatsapp si se despierta. Además, hay un bar aquí al volver la esquina. Tampoco nos vamos a ir muy lejos. Cada poco venimos a ver qué tal está tu marido. Pero mientras esté inconsciente vamos haciendo tiempo divirtiéndonos- sugirió tratando de convencerme.

-No sé, no sé- me mostré dubitativa y reticente alternando mi mirada entre mi esposo y él. Había algo en mi interior que me gritaba que el muchacho tenía razón y que era una buena idea. Sólo pensar en el que diría mi esposo al despertarse me separaba de aceptar su invitación. Denis lo supo y trató de presionarme.

-Venga mujer, anímate. Una chica tan guapa como tú se merece algo de diversión- insistió el chico más oscuro al comprobar mi reticencia.

-No debería- le respondí al chaval una vez más, mostrándole mis dudas.

-Tu marido tampoco debería haberse emborrachado. Además…- provocó hábilmente un pequeño suspense en sus palabras para que entrase al trapo.

-Además ¿qué?- pregunté inocentemente.

-Además me harías muy feliz al conocerte algo más- me sorprendió con sus palabras suplicantes y su carita de niño bueno juntando las manos a modo de rezo.

No sé por qué pero logró convencerme. Tal vez su cara de ternura, tal vez porque reconozco que tenía parte de razón, mi marido se merecía que al despertar yo no estuviese a su lado. Se merecía un escarmiento. En esos momentos me pareció una buena idea y acepté.

-Bueno está bien, porque comienzo a tener algo de frio, una copa para entrar en calor y regresamos enseguida- me excusé poniendo mis propias condiciones.

Denis sonrió al escuchar mi respuesta y cogiéndome de la mano me dijo:

-Ya verás como no te arrepentirás-. Pronunció mientras, me guiaba hasta el mismo bar del que hacía un rato que acababa de salir agarrada por la cintura con mi esposo.

Debo reconocer que entrar de nuevo en el mismo pub con un desconocido en el que apenas una hora antes había estado con mi esposo me produjo cierto hormigueo por todo mi cuerpo. De repente me invadió una extraña sensación mezcla de morbo y vergüenza. “¿Qué estaba haciendo yo allí?” me pregunté nada más acomodarnos casi en el mismo sitio de la barra que estuviera con mi marido y una vez comprobé las miraditas inquisidoras de la camarera.

-¿Qué quieres tomar?- me preguntó Denis interrumpiendo mis pensamientos y mis dudas.

-Un gin tonic- le respondí.

-¿Alguna petición en especial?- preguntó tratando de entablar conversación mientras nos atendía la camarera.

- Martin´s Millers con Fever tree y tres bolitas de enebro a ser posible por favor- respondí forzando la mejor de mis sonrisas.

-Que sean dos- apuntilló Denis antes de pedírselo a la camarera.

-Eres de gustos refinados- me comentó reclinándose sobre mí para que pudiera escucharlo debido al volumen de la música.

-Digamos que no me conformo con cualquier cosa- le respondí como con doble intención tratando de aceptar el reto que parecía proponerme en el diálogo.

-¿Siempre tomas lo mismo?- me preguntó como si no se hubiese percatado de mi doble intención y siguiese a lo tuyo.

-Sí, me gusta el gin tonic- respondí inocentemente cayendo en su trampa.

-Deberías probar cosas nuevas- me respondió ahora él con esa doble intencionalidad que yo creí que apreciase antes y que por el contrario sí supo captar.

-¿Por qué?- respondí inocentemente sin entender lo que quiso decirme.

-Si no cambias como puedes saber que es mejor o peor- trató de explicarse.

Esa vez me di cuenta que había sabido derivar hábilmente la conversación hacia sus intereses. Me demostró que era inteligente y me hice el firme propósito de no caer en su juego la próxima vez.

-No me hace falta- le respondí tratando de no darle argumentos que le hicieran pensar lo contrario.

-¿Llevabais mucho tiempo de novios antes de casaros?- al fin quedo en evidencia cual era el verdadero tema de trasfondo en la conversación.

-Otros dos años- contesté orgullosa al hablar de mi esposo.

-¡¿No puede ser?!- exclamó sorprendido.

-¿Por qué dices eso?- pregunté ofendida pensando que creía que le estaba mintiendo.

-Pareces joven- matizó.

-Gracias, pero creo que no soy tan joven como te piensas- quise dejar claro que ya no soy una niña.

-Lo que quiero decir es que has sido mujer prácticamente de un solo hombre, y un bellezón como tú no se merece eso. Deberían declararte Patrimonio de la Humanidad para disfrute de todos-, Denis dedujo hábilmente de mi respuesta mi falta de experiencia sexual, y aportó ese toque de humor con su comentario final que me hizo cierto gracia.

 -¿Qué sabrás tú?- traté de rebatirte ofendida ante la verdad que acababa de descubrir y ante la que no me quería reconocer.

-¿Me quieres decir que le has sido infiel a tu esposo?- trató de picarme en mi orgullo de mujer, pero yo le respondí con una sonrisa bastante ambigua e insinuante al mismo tiempo, tratando de no responder a su pregunta e intentando provocar una duda más que razonable en el ambiente.

-No me lo creo- insistió en su táctica por contrariarme.

-¿Por qué no?- le rebatí algo molesta

-Tus ojos no dicen lo mismo- argumentó mirándome fijamente a los ojos.

Por un momento su mirada me desarmó. No supe qué decir ni cómo salir del embrollo en el que me acababa de meter.

-¿Sabes leer los ojos?- le pregunté sin apartar mi mirada de la suya cuestionando lo que decía.

-Digamos que sé cuándo una mujer casada le es infiel a su esposo y cuando no- respondió para mi total sorpresa.

-¿Ah sí?, ¿acaso has estado con muchas mujeres casadas?- pregunté tratando de burlarme de él por su respuesta que supuse mentirosa, tratando de dejarlo en ridículo.

-Unas cuantas, créeme-, me respondió altivo repasándome con la mirada de abajo arriba sin cortarse un pelo. Además, sus ojos se perdieron en mi escote al tiempo que se relamió observándome.

-¿Y según tú, mis ojos dicen que yo no soy infiel a mi esposo?- le pregunté tratando de rebatirlo en su creencia ahora algo más seria.

Debo reconocer que me gustó la forma en que me miró y comencé a bailar tímidamente delante suyo provocándolo con el bote de mis pechos. Sin quererlo acepté un papel de mujer fatal que me gustó interpretar. 

-Por ahora no- respondió muy seguro de sus palabras observando el movimiento insinuante de mi busto.

 -¿Y qué te hace pensar que puedo dejar de serlo?- le pregunté algo aturdida por la seguridad de su respuesta ante mi insinuación.

-Tal vez sean mis ganas y nada más- respondió dejándome clarito que no le importaría acostarte conmigo.

-Anda que…todos los hombres sois iguales. Sólo pensáis en follar-  le repliqué abiertamente antes de darle otro trago al gin tonic.

Es al beber cuando me percaté de que había pronunciado la palabra “follar” y que resonaba en mi conciencia. “¿Es posible que hubiese pronunciado “follar” con un desconocido?” pensé sorprendida conmigo misma.

Al menos mi respuesta consiguió rebajar algo la tensión en el ambiente. Se produjo un breve silencio que llevé bailado en la barra enfrente suyo. En esos momentos ambos nos sonreíamos nerviosos por el cáliz que estaba tomando la conversación. Fue él quien al observarme bailando se decidió a romper el hielo y la tensión generada.

-No sólo los hombres pensamos en follar. Que yo sepa dos no follan si uno no quiere. Lo que ocurre es que las mujeres lo pensáis pero no lo decís. Además las casadas sois las peores- insistió en el tema de conversación sin dejar de mirarme a las tetas que se movían provocadoras dentro de mi vestido.

-¿Porque dices eso?- le pregunté francamente sorprendida por su comentario final a destiempo, eso de que las mujeres casadas eran las peores.

-Una vez os desmelenáis no hay quien os pare- quiso concluir.

-¿Ah sí?- respondí medio ofendida por las alusiones sin dejar de moverme ante su atenta mirada.

Aunque mi propósito era divertirme sopesé la posibilidad de provocar a ese engreído y darle también su merecido.

-Es como si de repente quisierais cumplir todas vuestras fantasías insatisfechas- argumentó a media voz acercándose intencionadamente a mi oído para perder su mirada en mi canalillo aprovechando su altura.

-¿Y cuál puede ser la mía?- le pregunté con carita de niña buena tratando de jugar con él.

-Eso es lo que me gustaría averiguar- y dicho se sonrió lascivamente contemplándome.

A pesar de que fui yo quien provocó la situación, su mirada me puso nerviosa. Ese tipo me estaba diciendo claramente que no le importaría en absoluto acostarse conmigo. En otros momentos de mi vida hasta me hubiese hecho gracia y todo. Seguramente me hubiese ruborizado, pero en esas circunstancias temía perder el control sobre mi misma iniciando un juego al que francamente nunca había jugado. Por eso solo acerté a sonreír mientras me miraba.

Ambos nos sonreíamos nerviosos como adivinando los pensamientos del otro, y mientras nos sonreíamos aprovechó para pedir como quien no quiere la cosa, una segunda consumición.

Lo reconozco. Se acababa de salir con la suya, había logrado retenerme con esa segunda consumición por más tiempo. Y todo por no decirle que no, por quedarme paralizada como una tonta con mis propios temores.

Mientras la camarera nos sirvió las nuevas consumiciones yo continué  bailando a su lado junto a la barra. De alguna forma bailar me liberaba. Por su parte no cesaba en mirarme y mirarme, y lo peor de todo es que hasta se había dado cuenta de que me gustaba que me mirara. Fue consciente y se alegró al comprobar que poco a poco yo estaba bajando la guardia.

-¿Te gusta bailar?- me preguntó mientras hacíamos tiempo a que la camarera terminase de servirnos las copas.

Era evidente.

-Sí, ¿y a ti?- le pregunté esperando que la respuesta fuese afirmativa tratando de huir de sus preguntas doble intencionadas.

-También- me respondió justo en el mismo momento que terminaban de servir nuestras copas.

-¿Quieres que bailemos?- me preguntó retóricamente, ya que antes de contestarle siquiera, me cogió de la cintura y me arrastró en medio de la pista de baile.

No me quedó más remedio que comenzar a bailar el uno enfrente del otro. Nada de pequeños movimientos como antes junto a la barra, eso era bailar de verdad. Debo reconocer que se movía francamente bien. Permanecimos un rato los dos bailando en medio del barullo sin apenas decirnos nada. Su mirada se fijó varias veces descaradamente en mis pechos y en su movimiento con el meneito. Yo en cambio pude notar mis carnes sueltas moverse debajo del vestido, sobre todo los mofletes del culo, que al igual que los pechos se movían libres de ataduras. Era extraño, me hacía gracia y me divertía.

Me dejé llevar por un mar de sensaciones. Era como si mi cuerpo le dijese a mi mente que me liberase también de ataduras, y que disfrutase de mi libertad. Sobre todo de absurdos qué direces y otras tonterías por el estilo. Estaba en otra ciudad, nadie me conocía, y me lo estaba pasando bien. Perdí la noción del tiempo ensimismada en mi mundo, bailando. Seguramente Denis me  estuvo observando con deseo durante todo ese tiempo, pero tuvo que pasar un rato, hasta que mis ojos conectaron de nuevo con los suyos. Esa fue la primera vez que percibí seriamente sus ganas por follarme.

Sí, eso es, follarme.

Debo reconocer que la idea me agradó. Siempre es agradable sentirse deseada y más en lo que venía a ser una noche tan peculiar como esa. Enlacé mentalmente lo que estaba sucediendo con la conversación que había tenido con mi esposo en esa misma noche, acerca de otra época en la que me gustaba provocar a los hombres, y lo bien que me hacía sentir.

Mientras bailaba parecía que recuperase mi estado de excitación anterior y pensé en continuar con el juego, que no me vendría mal. Me lo podía imaginar, seguramente terminaría masturbándome en el hotel en la cama junto a mi esposo al acabar la noche. Total, no era ni la primera ni la última vez que tenía que sofocar mis calores de esa triste manera. Pero mientras tanto pensaba disfrutar a tope del momento jugando y provocando a mi acompañante.

Para colmo los empujones y los roces con otros chicos en la pista de baile eran inevitables y eso ayudó a desinhibirme. Alguien me tocó el culo sin querer y me recordó que no llevaba nada debajo. Tuve calor de repente. Me ruboricé concentrada en la sensación que me producía saber que no llevaba nada de ropa interior. Todo eso, junto con el hecho de que Denis no dejaba de contemplarme sonriendo lascivamente aumentó enormemente mi morbo. Nadie me conocía y me importaba poco lo que pudiera pensar nadie al verme tontear con mi acompañante. Simplemente comenzó a gustarme las miradas de Denis a mi cuerpo y por eso me exhibí para él. La situación comenzó a disparar mi imaginación y no veía la hora en que llegar al hotel a consolarme pensando en la aventura que podía haber surgido con el tal Denis y que tendré que terminar en algún momento.

Durante todo este tiempo la suerte jugó a su favor, a mí me molestaba la copa en la mano y sin querer me la bebí deprisa para deshacerme de ella. Él en cambio apenas dió un sorbo a la suya y la dejó abandonada casi enterita en la primera repisa que pilló. Era astuto, y una vez que yo había liberado mis manos prefirió liberar también las suyas. Así pudo agarrarme de ellas para guiarme en el baile.

Como es lógico en estos casos al poco tiempo Denis ya me estaba agarrando de la cintura. Apenas habíamos intercambiado dos palabras en todo este tiempo y ya se tomaba sus confianzas. Temí que intentase propasarse y así se lo indiqué con la mirada, aunque  por el momento parecía que se conformaba con bailar. Tal vez había adivinado en mis ojos que ese no era el momento de atacar y decidió respetar mis tiempos.

Tras dos o tres canciones logró que me olvidase de todo bailando y me lo estuviese pasando realmente bien. Me sentí en la necesidad de agradecerle el rato, mi marido nunca quiere bailar conmigo,  y aproveché una pequeña tregua que otorgó el dj en la música para darle algo de conversación que indudablemente preferí frente a otro incómodo y prolongado silencio entre ambos.

-Bailas muy bien. ¿Dónde aprendiste a moverte?- le pregunté acercándome a su cuerpo evitando no tener que elevar la voz. Sin querer mis pechos entraron en contacto torpemente con su torso al aproximarme.

Él se sonrió al inoportuno contacto de mi cuerpo. Ese era el momento que tanto esperó pacientemente desde que me llevó a la pista de baile. Aprovechó mi pregunta para pasarme la mano por detrás de la espalda, posándola en ese límite de mi cuerpo que separa la cadera del culo. Apretó mi cuerpo contra el suyo y me miró fijamente a los ojos muy serio para decirme sin pestañear...

-En la cama. Es el mejor sitio para aprender a moverte ¿no crees?- me susurró a media voz como queriendo evitar que las personas de alrededor no le escuchasen decir semejante cursilería.

Reconozco que me hizo gracia su respuesta. Al menos yo le reí la ocurrencia según su propósito.

-Pero mira que eres tonto- pronuncié con risa floja muy en plan femenina, a la vez que apoyé inocentemente mi mano sobre su pecho tratando de distanciar la proximidad a la que hábilmente Denis había sometido nuestros cuerpos.

Aparte del intercambio de besos al saludarnos, y alguna caricia perdida en los brazos o las manos, ese era el primer contacto físico que teníamos los dos en todo el rato, y me sorprendió positivamente lo que de pasada acababa de comprobar. Porque si no me equivocaba debajo de su camisa blanca me había parecido adivinar un torso firme y una tripita bien dura. Sin duda que Denis estaba más delgado y mucho más fuerte de lo que me pareció en un principio. Nada que ver con la barriga fofa de mi esposo, su vientre estaba relativamente duro, lo cual me agradó enormemente.

Ni siquiera me lo había planteado, pero mis pensamientos se detuvieron tratando de imaginar su cuerpo bajo sus ropas. Francamente me sorprendí divagando como podía ser su anatomía bajo esa camisa. Y no sé porque me entraron ganas de tocarlo en esa zona atraída de nuevo por la sensación que despertó en mí comprobar que poseía un vientre duro.

“No, si además de guapete va a resultar que está bueno y todo” pensé embriagada en mis devaneos. Sin querer se escaparon de mi boca las primeras sonrisas cómplices que Denis devolvió disfrutando del momento.  Todo en su conjunto contribuía a que de alguna forma  me ayudase a sentirme a gusto con la situación. Logró que me dejase llevar.

Durante un tiempo simplemente nos miramos el uno al otro. Y es que me sentí halagada porque un tipo como él hubiera insistido en tratar de ligar con una mujer como yo. Estaba segura de que en esa misma noche podía haberlo intentado con cualquier otra mujer mucho más guapa y bella que yo, y sin embargo agradecía que estuviese perdiendo el tiempo tratando de distraerme un poco.

“Si va a resultar que es buen tipo y todo” terminé pensando.

Me devolvió a la realidad nada más comenzar la música de nuevo, al cogerme de la cintura, entrecruzar sus piernas con las mías y bailar todo lo pegadito que pudo a mi cuerpo la famosa bachata de Romeo Santos que casualidad o no, comenzó a sonar por los altavoces.

Denis sabía moverse, sabía bailar y sabía para lo que sirve el baile.

Por eso aprovechó el movimiento para tratar de rozarse con su pierna por mi intimidad. Yo temí mancharlo y evidenciar que no llevaba bragas y que todavía continuaba segregando fluidos por las ganas con que me había dejado mi esposo. Al fin logró clavar su pierna entre las mías, y su muslo alcanzó mi entrepierna, despertando en mí un cosquilleo insoportable, debido entre otras cosas al roce en esa zona recién rasurada y afeitadita de mi anatomía. Literalmente: me picaba el coño. Y el único alivio que encontraba era rozarme disimuladamente contra su pierna. Mi pequeña tortura, su suerte, se había aliado de su lado. De repente se concentraba en tan delicada parte de mi cuerpo todas mis sensaciones y pensamientos.

Esta vez aprovechó sin disimulo la música y mi consentimiento para pegar todo cuanto pudo su cuerpo al mío. Ahora sí, mi pecho entró en contacto con su torso y mi mano buscó comprobar lo que de pasada ya me había parecido. De nuevo me invadió la sensación de que debajo de su ropa se escondía un cuerpo musculado y cuidado en el gimnasio. Nada que ver con las chichas blandas de mi esposo.

Quise salir de dudas y comprobarlo una vez más. Fui yo la que buscó el contacto de nuestros cuerpos. Comprobé que sus brazos eran realmente musculados bajo las mangas de su camisa. Me costaba rodearlos con mis manitas. Pude notar en sus hombros un deltoides desarrollado. Y conforme deslizaba mi mano para posarla en su pecho, comprobé que sus pectorales estaban duros como una piedra. A cambio su mano se deslizó por debajo de mi cintura y la posó tímidamente sobre mis nalgas, comprobando la firmeza de mi trasero. Lo estaba consiguiendo. Sin quererlo o queriendo, había logrado ponerme caliente otra vez con el bailecito.

Desperté del trance al que su cuerpo me había llevado justo en el mismo momento en que concluyó la canción y empezó otra nueva. Es entonces cuando me di cuenta de que me había quedado embobada con el tacto de sus músculos, y me percaté de que él había aprovechado la canción y mi parsimonía para tocarme disimuladamente el culo.

Imitando al resto de parejas en la pista de baile y con la nueva canción, decidió rodearme con sus brazos por la espalda para bailarla perreando muy juntitos y despacito. Como suele decirse, cola con culo. Temí que de un momento a otro esas partes de nuestros cuerpos entrasen en contacto, y me entraron de repente unos calores y un sofoco trepidante de la vergüenza. Necesité beber algo para refrescarme. Para colmo el sudor del baile seguía provocando cierto picor en mi pubis afeitado y desprendía un calor inaguantable en esa zona. Era como si tuviera vida propia.

-¿Por qué no vamos a la barra a pedir otra consumición?- Le pregunté acalorada por mi pequeño tormento.

-Perfecto- se sonrió acompañándome hasta la barra.

Esta vez era yo la que tenía ganas de beber para sofocar los calores. Me situé de frente a  la barra impaciente por pedir las consumiciones. No había mucho más sitio y Denis se situó detrás de mi esperando que fuese yo quien pidiese las bebidas. Alguien al pasar le empujó sin querer y lo que no consiguió la canción lo consiguió el desconocido, su entrepierna se clavó consecuentemente en mi culo.

Pude sentir su miembro aplastado en mi trasero. Me sorprendí a misma de lo que aprecié...

”La tiene dura” me pregunté mentalmente mientras esperé impaciente a que me atendieran en la barra alegrándome del casual empujón.

No pude verle pero sabía que Denis me observaba atento a mi reacción. Él tampoco buscó el contacto pero se produjo, y de algún modo quiso aprovechar la oportunidad que las circunstancias le habían dado.

Sin querer o queriendo me rozó de nuevo con su entrepierna. Yo permanecí impasible con el nuevo roce atenta a la camarera para tratar de pedirle las copas a la mayor brevedad posible. Quise pensar que se trataba de otro fortuito empujón aunque era plenamente consciente de que me engañaba a mí misma.

Denis insistió una segunda y una tercera vez, esta vez apoyando su pecho en mi espalda, evidenciando que buscaba intencionadamente el roce de nuestras partes. Sabía que debería haber hecho algo por recriminar su maniobra, pero en cambio me salió girarme de cintura para arriba y sonreírle maliciosamente, como diciéndole con la mirada que consentía su contacto, que me gustaba sentir su dureza, y que lo había notado perfectamente. Denis me devolvió la mirada contento al tiempo que me cogió de la cintura y se apretó aún más contra mi cuerpo.

-¿Qué vais a tomar?- me preguntó la camarera devolviéndome a la realidad.

-Dos gin tonics, por favor- la respondí mientras le daba de nuevo la espalda a mi acompañante, momento que aprovechó para propinarme un par de puntadas más con su polla contra mi culo.

Imposible no notar su dureza en ese par de golpes.

“Madre mía” pensé al sentirlo entre mis cachetes. “Este tío está empalmado y no parece nada mal dotado”, me pensé tratando de sopesar el tamaño de su miembro.

La verdad que no logro entender porque no rechacé su maniobra. En otras circunstancias me hubiese parecido un auténtico baboso, y sin embargo en ese momento me agradaba sentir tan fortuitos roces.

Tal vez lo consentía porque en algún momento de la noche me esperaba algo parecido y ese momento era ahora. Denis había pasado al ataque. Al menos le había costado decidirse mucho menos que a mi esposo. Mis pensamientos me hicieron acordarme de él.

“Que se joda por imbécil” pensé, “lo que es yo pienso pasármelo bien esta noche” me repetía mentalmente. “Al menos al llegar al hotel tendré mi orgasmo, y muy a su pesar tal vez sea pensando en este tío que me está repasando el culo” pensé mientras bebía los primeros tragos del gin tonic.

Denis insistió en su jueguecito envalentonado por mi pasividad al respecto y aprovechó que bebía sosteniendo la copa de una mano, y la pajita con la otra para refrotar su cuerpo contra el mío. Él en cambio prefirió beber a una mano para acariciarme de la cintura con la otra. Todavía permanecíamos de frente a la barra, él en mi espalda. Dejé que su mano me acariciase en mi vientre, en esa zona tan sugerente justo debajo del ombligo. A pesar de ser un desconocido me estaba resultando agradable el contacto de sus manos.

“Vamos Sandra, reconócelo, este tío te está restregando la polla por todo el culo y te está gustando” pensé mientras me dejaba acariciar. “Es la primera vez que notas en tu cuerpo una polla distinta a la de tu marido y eso te está poniendo como una moto”, mis pensamientos jugaban en esos momentos a su favor. “La culpa es suya por emborracharse y dejarte con las ganas a medias, como siempre” continué pensando mientras Denis continuaba aprovechando el silencio de mi sed para rozarse conmigo. “Mi esposo es un imbécil” mi cabeza no dejó de darle vueltas al asunto, “desde luego yo pienso disfrutar la noche. Que se joda por haber bebido más de la cuenta. Tanto arreglarme para él y va el muy cretino y se emborracha…” pensaba mientras me dejaba sobar al beber.

-Son doce euros- me interrumpió de mis pensamientos la camarera sospechando de la maniobra que se traía mi acompañante y prejuzgándome con la mirada, sabedora de que momentos antes estaba acompañada de otro hombre.

Abrí el bolso para pagar nerviosa. De repente tuve la extraña sensación de que todo el mundo a mi alrededor podía escuchar mis pensamientos, y eso me puso atacada de los nervios. Por la situación y los nervios,  al ir a sacar el monedero algo cayó al suelo del interior de mi bolso. Yo no me di ni cuenta ensimismada en pagar a toda prisa las consumiciones, pero mi acompañante se fijó en el pequeño detalle, y se agachó a recoger lo que pensaba era un pañuelo o algo así. Su cara fue todo un poema cuando comprobó que era un tanga lo que había caído del interior de mi bolso. Lo miró y lo remiró sorprendido, y para colmo se percató de que estaba usado y algo humedecido.

Yo todavía no me había dado ni cuenta de la situación terminando de pagar las consumiciones pero cuando me giré con la intención de entregarle definitivamente su copa no pude creer lo que tenía entre las manos. Su cara y la mía fueron un poema, pero por diferente motivo. Él siguió sin dar crédito a lo que tenía entre las manos, y yo no pude más que maldecir mi torpeza aturullada por mis pensamientos.

-Ten, es tuyo, se te ha caído- me entregó caballerosamente mi prenda íntima embobado, mientras yo le contemplaba estupefacta con las dos copas en la mano.

No me lo pude creer. Que torpe había sido. ¿Cómo se había podido caer?. Estaba muerta de vergüenza. Ya no me acordaba del dichoso tanga. Intercambiamos rápidamente mi tanga por su copa. Fue una reacción algo violenta por mi parte. Mejor dicho, se lo quité de las manos y lo volví a guardar en mi bolso a toda prisa. Denis no dejaba de mirarme cariacontecido. Se regocijó en mis nervios que le evidenciaron y clarificaron todas sus dudas. Acababa de descubrir mi secreto y se sonrió al tiempo que se podía ver en su rostro que no dejaba preguntarse y buscar un porqué.

Yo en cambio era incapaz de mirarle a la cara muerta de vergüenza.

-No me mires así- le dije tras un tiempo que me pareció eterno.

-¿Por qué no?- preguntó embobado.

-Me da vergüenza- le respondí.

Se sonrió una vez más seguro del éxito.

-Eso me gusta, estás mucho más guapa. Brindemos- se apresuró a alzar la copa para chocarla con la mía a modo de invitación. Yo actué por imitación.

-Por nosotros- pronunció con un velo de esperanza en su brindis.

-Por nosotros- repetí yo algo más tímida en mi tono de voz por cuanto acababa de suceder.

En esos momentos deseaba que el suelo se abriese a mis pies y me tragase entera, me entraron unas ganas locas de salir corriendo y dejarlo allí plantado sin tener que dar ninguna explicación, pero debo reconocer que Denis actuó hábilmente  y se adelantó a mi reacción.

-¿Te apetece bailar de nuevo?- me preguntó dando por zanjado el asunto.

-Me parece bien- respondí agradeciendo que no hiciese ninguna pregunta ni mencionase nada más del tema. Temí tener que dar explicaciones y agradecí que no fuera así.

De nuevo en la pista de baile aprovechó que tenía las manos ocupadas en la copa para agarrarse a mi cintura. Ya conocía de su táctica. Perreamos y bailamos un tiempo sin dirigirnos la palabra. Tan solo me sonreía cada vez que lo miraba. Agradecí que fuera de esa manera. Mejor así que no tener que darle explicaciones por algo que aún rondaba en mi cabeza.

Eso sí, aprovechó siempre que pudo para refrotar su polla por mi culo. Su sonrisa le delataba. Deduje que le daba  morbo saber que me estaba restregando la cebolleta y que posiblemente yo no llevaría ninguna prenda íntima debajo del vestido.

“Seguro que al llegar a su casa se mata a pajas pensando en mi” sopesé al ver su cara de felicidad mientras bailaba.

Lo logró.

Logró ser más esquivo con el tema que mi marido, el cual se había comportado como un niño nada más saber que me deshice del tanga. En cambio él, había sido más caballeroso y no había dicho nada al respecto.

“Seguro que coincidimos en el tiempo cuando nos masturbemos el uno pensando en el otro. Yo en el hotel junto a mi esposo, y él en su casa” pensé incitada por la situación.

 Incluso especulé con la posibilidad de que siendo tan buen tipo como parecía, justificaría en su mente el hecho. Seguramente se pensaba que debía haber una explicación razonable por la que me había deshecho de mi tanga que no lograba encontrar y al menos optó por permanecer en silencio. Movido tal vez por miedo a no meter la pata.

No podía hacerse a la idea de cómo agradecí su silencio.

Lo miré y me sonrió sin saber a qué estaba jugando. Lo que ha pasado le ha dejado claramente desorientado. Me hizo gracia, parecía un lobo cuando se acercó a mí y ahora en cambio parecía un corderito. Se me antojo decirle que la única explicación existente para que mi tanga estuviese en mi bolso y no entre mis piernas, es porque me moría de ganas por hacer el amor con mi marido y tenía que ponérselo fácil al muy estúpido.

Pero fueron mis propios pensamientos los que me corrigieron.

No, no tenía ganas de hacer el amor con mi esposo. Tenía ganas de follar  porque llevaba meses sin que me echasen un buen polvo. Y es ahí donde reconocí que lo había conseguido. Porque por primera vez en toda la noche pensé en cómo sería hacer el amor con él. Desde luego no tendría nada que ver con mi marido. Era más fuerte y más ágil. Seguro que incluso podía levantarme en volandas entre sus fuertes brazos. Lo veía capaz de follarme en pie como tantas y tantas veces había imaginado.


Lo consiguió, consiguió que al ritmo de sus caricias comenzase a darle vueltas a la cabeza a tan disparatada posibilidad. Por unos instantes la duda se tornó obsesiva en mi cabeza. De  momento estaba dispuesta a consolarme con acariciar de nuevo ese vientre duro que tenía y que tanto suscitaba mi imaginación.

Hice evidente que quería tocar de nuevo esa zona de su cuerpo. Denis adivinó el deseo que me provocaba acariciar sus abdominales. Al fin las horas y horas  de gimnasio lo estaban reconfortando. Por eso se sonrió orgulloso  al comprobar mi curiosidad por sus abdominales, y aprovechó para deslizar su mano desde mi cintura hasta mi culo.

Me sería imposible negar lo evidente, mi nuevo acompañante me estaba tocando el culo y yo me estaba dejando a cambio de comprobar la extraña sensación que me provocaba su duro vientre.

Sus manos comenzaron a moverse acariciando esa parte de mi fisionomía, siempre respetando mis tiempos. Me gustó. Por eso le dejé hacer, me estaba transportado a la gloria. Incluso se me escapó algún pequeño gemidito de mi boca por el placer que me provocaban sus manos explorando mi cuerpo.

Estaba en una nube de la que no quería bajar y él lo sabía.

En una de esas me miró a los ojos adivinando mi deseo porque se atreviese a dar el paso que mi marido no había dado, alzó mi barbilla con sus manos, le devolví la mirada, y nos besamos. Así, sin más.

Su lengua exploró ávidamente mi boca pasiva que se dejaba invadir. Me devoró con la boca. Besaba bien, al menos así me lo pareció. A decir verdad solo recordaba los besos en la boca de mi esposo y era todo muy distinto para mí. Tal vez fuera eso era precisamente lo que más me gustaba, que con él era todo muy distinto. Tenía los ojos cerrados y estaba totalmente entregada a las sensaciones placenteras que me producía su lengua dominando mi boca y mi mente.

Recordé la primera vez que me besó mi esposo. Fui yo la que tuvo que lanzarse.

En cambio a él no le había dicho nada y supo adivinar lo que quería. Sin duda Denis era mucho más decidido, quiso probar mis labios y no preguntó ni pidió permiso, había cogido y los había tomado. “Pues tómalos son tuyos, te los mereces. Disfruta y hazme disfrutar” admití.

Enseguida me pregunté si lo que estaba haciendo estaba bien. Abrí los ojos e interrumpí el beso, pero Denis me miró adivinando mis miedos y me besó de nuevo calmando todas mis dudas. Volví a cerrar los ojos. Me gustó que fuera así, sin preguntar, cogiendo lo que era suyo y le pertenecía al menos por esos momentos. Mi boca lo recibió de nuevo de buen grado.

Esa vez quise participar yo también del beso y comencé a mover los labios y la lengua. Me supo bien. Sus manos alcanzaron a tocarme el culo descaradamente. No me importaba, es más, lo deseaba. Me sentía en la gloria dejándome acariciar. Pensé que me lo merecía, que tenía derecho a disfrutar. “Que se joda mi marido, que le den, se lo merece, me lo merezco”, trataba de justificar mi comportamiento al dejarme manosear y corresponder en el beso.

Abrí los ojos, comprobé que poco a poco me había llevado contra un rincón del bar. Mejor que fuera así, sus manos tanteando cada curva de mi cuerpo en el centro de la pista hubieran dado el espectáculo. Nos besábamos como dos quinceañeros. Me gustó la mirada de envidia que adiviné en los ojos de otros hombres codiciando la suerte de mi acompañante. Por eso lo alenté y le insinué que progresase en sus caricias, y él al fin se decidió a averiguar lo que tanto tiempo le llevaba mortificando.

Sus manos se perdieron decididamente al amparo del oscuro rincón por debajo de mi falda. Incluso se detuvo en sus caricias cuando comprobó que efectivamente no llevaba ropa interior. Se sonrió perniciosamente. Yo le miré y le mordí en el labio inferior.

“Sí, ya lo sabes” le dije con los ojos mientras gemía en su boca al contacto de sus manos en mi piel.

Le gustó tragarse mis gemidos y continuó besándome. Le gustó comprobar que aunque mi cuerpo estaba ardiendo, la piel de mi culo estaba algo más fresquita y suave. Descubrió que el tacto de mi piel en esa zona también es más fino.

-Uuhmm- se me escapó otro gemido que se ahogó nuevamente en su boca.

Supo que ese era el momento de decidirse. Se la jugó a todo o nada y le salió bien. Uno de sus dedos avanzó en su exploración y alcanzó a rozarme entre mis labios vaginales desde detrás. Mis piernas temblaron, mi cuerpo se estremeció y tuve que agarrarme a sus fuertes brazos para no caerme allí en medio de todo el mundo. La sensación era indescriptible para mí en esos momentos. Su mano alcanzaba plenamente mi intimidad y su dedo se empeñó en jugar con mis labios vaginales separándolos a un lado y a otro. Nos miramos por un instante en el preciso momento en el que comprobó que estaba empapada.

Una sola palabra y lo hubiera echado todo a perder.

Supo guardar silencio, respetar mis sentimientos, mis dudas, besarme, y continuar explorando con su dedo la parte más jugosa de mi cuerpo.

-Uuhhmm- otro gemido que se ahogó en su boca cuando su dedo se adentró sutilmente entre mis labios desesperándome de placer.

Tan solo había introducido la falange y ya estaba a punto de correrme. ¡¡Dios!!, que dedos, que manos, que polla, que ganas, que de todo. Desde novios que no me hacían un dedo y esa noche ya eran dos. Mi marido y él. Los dos tan distintos. Y lo peor, o lo mejor, es que su tacto y sus formas me arrancaban más placer del que nunca me había sabido extraer mi esposo de mi cuerpo.

No podía más. Tenía unas ganas locas por acariciarle la polla. Lo hice sin cortarme un pelo descaradamente por encima del pantalón. ¡¡Dios mío!!. La noté enorme, me pareció tremenda. Denis aprovechó mi descubrimiento para introducirme su dedito entero.

“Joder siiih!!”. Lo noté dilatar mis paredes vaginales que llevaban tiempo cerradas a ese tipo de placeres.

Tuve que dejar de acariciarlo y agarrarme a sus brazos para no caer. Me tenía fuera de control y lo sabía. Denis, o como quiera que se llamase ese tipo comenzó a mover su dedito lentamente. No me lo podía creer, estaba próxima a alcanzar un orgasmo de las manos de su dedo índice, que me está señalando el camino a la gloria.

“Por favor no te pares ahora, no te pares ahora” pensaba mientras le rodeaba el cuello con mis brazos y comenzaba a gemir en el interior de su boca.

Mi cuerpo convulsionó de repente en espasmos de placer por culpa del orgasmo que me sobrevino encima. Traté de reprimirlo como buenamente pude para no montar un numerito en medio de tanta gente, aunque lo que me salía de dentro era gritar y gritar.

Denis  observó como me corría en su dedo sin perderse ni un solo detalle de mi rostro. Le gustó contemplar mi cara de gusto y de angustia al mismo tiempo durante el tiempo que duraron mis espasmos. Se sonrió.

Me di cuenta de que él estuvo observando mi éxtasis al abrir los ojos.

Seguramente alguno que otro más en esa sala también me habría estado observando. Tras las cuatro o cinco sacudidas que pegó mi cuerpo y que traté de disimular abrazada a su cuello, gimiendo en su boca, y conteniendo mis gritos, recuperé el equilibrio y parte de mi juicio.

Percibí la mirada de satisfacción de Denis, y también la consciencia de lo que acababa de suceder. Mi placer había sido culminado en los brazos de un desconocido.

“¿En qué clase de mujer me acababa de convertir?”. De repente sentí una vergüenza tremenda.

Me di cuenta súbitamente de lo que estábamos haciendo. Me di cuenta de que habíamos llamado la atención en el bar. Me di cuenta de todo. De pronto, era consciente de todo.

En cambio era Denis quien parecía no darse cuenta de cómo me sentía, pues sus dedos no dejaban de penetrarme a pesar de que mi cuerpo ya había culminado su placer. Le tuve que pedir que parase varias veces, irracionalmente temí que algún conocido nos pudiera haber visto a pesar de encontrarme lejos de mi ciudad. Sabía perfectamente que la posibilidad era remota, pero me encontraba presa del pánico.

-¿Porque no salimos fuera?- le sugerí casi por imperativo.

-Está bien- acertó a decir. Mi digital amante sabía de la importancia trascendental de ese momento para mí, y sabía por experiencia que mejor no contrariar a una mujer en esos instantes.

Por eso nada más salir de la disco me cogió del brazo y me llevó cómplice lejos del ruido y del bullicio de la entrada. Sabía que quería ir a ver a mi marido y por eso me detuvo antes, para besarme temiendo que fuese la última vez. Estaba claro que Denis temía por mi reacción cuando viese a mi marido, y con razón.

Hábilmente me arrastró contra la pared y me besó. Condescendiente le devolví el beso, pero me molesté cuando pretendió tocarme los pechos.

Me resultó algo desagradable en esos momentos. Tal vez un instante antes e lo hubiera permitido. Le aparté las manos. Casi se produjo un forcejeo. Francamente no me lo esperaba de él. Y eso que llevaba toda la  noche observando mi “sideboob”.

Yo tan solo pretendía recuperarme de mi orgasmo y ordenar mis pensamientos antes de regresar donde mi esposo, otorgándole generosamente a Denis algo de tiempo para que lo fuera asumiendo, pero lo acababa de estropear todo con su insistencia. Pude entender que le pudieran las ganas temiendo que todo terminase, pero debía aceptar que nuestra historia estaba llegando a su fin.

-Vamos a ver qué tal está mi esposo- le sugerí amablemente dando por concluida aquella locura. De él dependía ahora que terminásemos bien o mal.

No le hizo gracia pero aceptó resignado mi decisión, cosa que agradecí.

Nada más ver a mi esposo me senté a su lado avergonzada. Un silencio de ultratumba se adueñó de la calle. El amigo de Denis no dejaba de mirarme preguntándose si su amigo había sido capaz de enrollarse conmigo.

Le pregunté un par de veces a mi esposo que tal estaba pero ni siquiera me respondió. Seguía inconsciente, y empecé a preocuparme.

Fue el amigo el que al observarme desesperada me explicó que mi esposo acababa de vomitar hace poco, cuando trató de ponerlo en pie para que caminase un poco a ver si se le bajaba. Pero que por eso volvió a dejarlo sentado en el portal en la misma posición.

No sé por qué me costó creerlo, pero hice ver que aceptaba sus explicaciones.

Denis se sentó a mi lado exactamente igual que la primera vez, de nuevo quedé en medio de los dos hombres. Esta vez posó su mano en mi muslo sin pedirme permiso acariciando suavemente mi piel,  siempre bajo la atenta mirada de sorpresa de su amigo por la caricia.

-Ves, no tienes por qué preocuparte, mi amigo es médico, está en buenas manos- pronunció insinuando que continuásemos con lo nuestro como si nada. Desde luego que supo de la importancia del momento y no quiso perder el tiempo.

Yo miré su mano en mi pierna. Ya está, ya lo había hecho, ya le había dejado claro a su amigo que nos habíamos liado. Tuvo que hacerlo. Tuvo que demostrarle a su amigo lo machito que era.

Para colmo no se cortó un pelo y subió su mano por mi muslo al tiempo que me giraba la cara para tratar de besarme delante de su amigo. Le retiré la cara. Impensablemente se produjo un cruce de miradas recriminatorias entre los tres que se vio interrumpido por el triste comentario del amigo.

-Que cabrón-, musitó entre labios pensando en su amigote Denis, al tiempo que me miró a mí con cara de puta.

Sus palabras no me hicieron ni pizca de gracia. Denis aprovechó mi desconcierto para girarme la cara de nuevo y tratar de besarme otra vez, al tiempo que su mano se perdió decidida por debajo de mi falda.

No sabría cómo explicar lo que sentí en esos momentos y porqué me dejé hacer. No tenía nada que ver con Denis, era más bien el estallido de sensaciones que me produjo el hecho de estar besándome y dejándome manosear por un desconocido justo al lado de mi esposo que no se enteraba de nada. Así que para sorpresa de su amigo dejé que Denis me besase y le correspondí en el beso.

Nos fundimos en un beso largo, en el que abría los ojos de vez en cuando para observar la cara que ponía su amigo. Imaginé lo que estaría pensando y me gustó: “Menuda zorra”.

Pues sí, es así como me sentía y me gustó. Me gustó, me gustó y me gustó. Me gustó tanto que estaba dispuesta a cometer una locura, así que abrí mis piernas para que las manos de Denis alcanzasen de nuevo ese volcán que tenía entre mis muslos.

Lo sé, hacía tiempo que había perdido el control de mi cuerpo,¿ y qué?. Tal vez fuese el orgasmo apagado en los dedos de Denis el desencadenante, o tal vez la tontería de mi esposo de dejarme a medias.

El amigo nos observaba apoyado en el coche al otro lado de la acera.

Seguramente ya había podido comprobar y ver que no llevaba bragas. Cada vez que abría los ojos podía comprobar con mi propia vista como se acariciaba el paquete mientras nos observaba, fijando su mirada en un solo punto de mi anatomía. Me gustó interrumpir el beso para mirar al amigo desafiante mientras la mano de Denis comenzó a jugar de nuevo con mis labios vaginales. No sé qué me pasaba pero estaba fuera de todo control. Todo cuanto sucedía era inimaginable para mí, y sin embargo deseaba que estuviese sucediendo. No quería pararlo. Necesitaba más.

Justo en el momento en que la mano de Denis alcanzó de nuevo mi coñito, mi marido hizo ademán de vomitar. Fue el amigo, quien atentísimo de reflejos, lo levantó rápido en volandas, y lo llevó entre dos coches para aguantarle la frente.

La pota fue considerable.

Yo me acerqué para interesarme por el estado de salud de mi esposo, pero Denis me rodeó con sus brazos por mi cintura y casi a rastras me  acorraló contra el coche contiguo en el que su amigo aguantaba la frente a mi esposo.

Me giró la cara para que no viese la desagradable escena de mi marido vomitando, mis labios permanecieron entre abiertos por la sorpresa del momento, y me besó una vez más en la noche.

Sus manos enseguida se perdieron como loco por el lateral de mi vestido en busca de mis pechos. Parecía que ya no le interesasen otras partes de mi cuerpo. Llevaba toda la noche deseando acariciármelos. Por eso aunque le retiré la boca interesada en ver lo que sucedía con mi esposo Denis continuó acariciando mis pechos.

Respiré aliviada al comprobar como su amigo se llevaba a mi esposo de nuevo de vuelta al portal y lo dejaba con el mimo y cuidado suficiente como para que mi marido no se manchase. Odio el olor a vomitina y limpiar las manchas de la ropa que deja. Ya me imaginaba el olor que dejaría en toda la habitación del hotel. Desde luego que preferiría tirar su camisa y su pantalón antes que tener frotarlo en la bañera de la habitación en la que luego me tendría que duchar.

A partir de ese momento que no tuve ninguna gana por regresar al hotel sabiendo lo que me espera. Por eso no retiré la cara cuando Denis intentó besarme de nuevo, una vez comprobé que su amigo había dejado a mi marido cuidadosamente de nuevo en reposo.

No sé si fueron sus besos, sus caricias en mis pechos a dos manos descaradamente, el hecho de estar metiéndome mano en medio de la calle, el fresco de la noche, las copas, el morbo de saber que mi marido estaba presente y no hacía nada por evitar que un desconocido me besase, por la presencia de su amigo, o por todo en su conjunto, que no tenía mejor forma de describir mis sentimientos, sino admitirme a mí misma que me sentía emputecida.

El calor de sus manos sobre la piel de mis pechos me resultó agradable al contraste con el fresco de la noche. Mis pezones se encontraban inevitablemente de punta y él aprovechó hábilmente para jugar con ellos. Me gustó comprobar el contraste del color de sus manos en comparación con la piel blanca y falta de moreno de mi cuerpo. Primero presionó con sus pulgares sobre mis pezones, luego movió lo que fue el objeto de lactancia de mi hijo de un lado a otro, para luego estrujármelos entre sus manos arrancándome un gemido mezcla de placer y dolor que ahogué de nuevo en su boca, como si a él le gustase tragarse todo el placer que desprendía mi cuerpo.

Tal vez por el dolor que me provocó el último pellizco en mi pecho que abrí los ojos para comprobar que su amigo se había apoyado en el coche junto a nosotros durante el magreo. Comenzó a liarse a pocos centímetros de nosotros lo que parecía un porro.

Yo giré la cara para mirar al amigo, mientras Denis dejó de besarme en la boca para besuquearme concentrado en saborear mi cuerpo por todo el cuello. Me dio besos en la mejilla, en la frente, en el cuello, pero sobretodo se entretuvo en darme besos por el escote. Recorrió con su lengua mi piel degustando el sabor que había dejado mi sudor por toda esa zona.

Sabía lo que estaba deseando, y por eso fui yo misma la que le acarició el pelo por la nuca y aplasté su cara contra mis tetas. En esos momentos me provocó tanto morbo que su amigo nos observase impasible, como que su lengua recorriese la parte más tierna y blanquita de mi escote.

Mi marido quedaba de espaldas a mí, por eso me olvidé de él cuando permití que Denis deslizase el tirante de mi vestido más cercano a la posición de su amigo para desnudar mi pecho, que lucí orgullosa ante la atenta mirada de ambos. Observé el deseo de su amigo, pero en cambio era sólo Denis el que tenía el placer de saborearlo. No sé porque me gustaba torturar a su amigo, absurdamente sentía cierta satisfacción en ello.

Debo decir que Denis era bueno con su lengua, sabía cómo estimular una de las partes más sensibles de mi cuerpo. Primero chupó a conciencia tratando de meterse toda mi teta en su boca, luego movió su lengua a un lado y a otro de mi pezón, para continuar realizando circulitos, y vuelta a empezar. Siempre bajo la atenta mirada de su amigo que no dejaba de envidiar la suerte de su colega.

A esas alturas entre los dos me tenían en la gloria. El uno por las caricias de su lengua en mi desnudo pecho, y el otro por sus miradas. Hacía rato que había cerrado los ojos concentrada en el placer que me producía todo aquello y que de vez en cuando exteriorizaba gimiendo profundamente. En cierto modo me agradaba que su amigo me escuchase gemir, sacó la parte más exhibicionista de mi ser.

Las manos de Denis hacía tiempo que me rodeaban de la cintura atrayendo mi cuerpo al suyo, y se dedicaban a amasarme los cachetes del culo. Inevitablemente mi falda había quedado arrugada en mi cintura y mi culo quedó desnudo al aire ante la mirada perdida de mi esposo y la atenta mirada de su amigo que continuaba fumándose el porro a nuestro lado. Era gracioso verle apostado contra el coche, dando caladas al cigarrillo, alternando su mirada de mi pecho a mi culo mientras su amigo continuaba devorando mis pechos al tiempo que su mano se empeñaba en alcanzar lo que hacía un rato ya había poseído. Los dedos de Denis alcanzaron mi intimidad ante la mirada del resto de hombres presentes conscientes e inconscientes.

No me pude aguantar ni un solo segundo más. Necesité imperiosamente acariciar su polla, necesitaba bajo mandato divino tenerla entre mis manos. Máxime cuando su dedo comenzó a separar a un lado y a otro mis labios vaginales. Esa forma suya de tocarme ya me la conocía, intuía con  lo que vendría ahora.

En efecto su dedo se abrió camino entre mis labios vaginales y comenzó a moverlo tímidamente.

-Ssiiih- esta vez no pude evitar gemir en voz alta al notar la intrusión de su dedo en mi interior.

No me lo pensé dos veces, bajé la cremallera de su pantalón y rebusqué entre sus calzoncillos para sacarle ese pedazo de polla que tenía y que me tenía loquita. Fue al sacarla del pantalón cuando la pude contemplar en todo su esplendor. Era gorda como un tubo de cerveza. La tenía cogida con mi mano y no la podía rodear. Me pareció increíblemente bella. Su aroma de macho enseguida llegó a mi nariz. Esnifé en pleno celo el aroma que me llegaba en medio de la calle.

El amigo en cambió observó mi maniobra y esta vez pude sentir que eran tres manos las que me acarician el culo. Me giré para recriminarle al amigo con la mirada cualquier derecho con el que se creyese a tocarme, pero Denis se apresuró a sellar mis labios con un beso.

-Déjalo. Ha estado cuidando de tu esposo. Es lo menos que se merece ¿no crees?- y nada más terminar de decir eso introdujo un segundo dedo en mi interior, el cual comenzó a mover mucho más deprisa que hasta el momento.

-Joder siii- se me escapó entre dientes al tiempo que todo mi cuerpo se paraliza presa del placer que me proporcionaba con sus dedos en mi interior.

En cuanto pude recobrar el equilibrio que había abandonado mis piernas reaccioné comenzando a mover la mano que acariciaba la polla de Denis. Estaba entregada y dispuesta a que se corriera él también.

Imaginaos la situación: estaba siendo acariciada a tres manos con el culo al aire en medio de la calle y un pecho a la vista de todos en presencia del estúpido y cobardica de mi marido. Yo estaba cachonda y fuera de control. Hasta tal punto que en ese momento solo quería sentir la polla de Denis en mi boca.

- Te voy hacer la mejor mamada de tu vida – le susurré mientras continuaba masturbándolo.

Quería su polla. La necesitaba saborear como fuese. Por  eso me arrodillé delante de él y procedí a chupársela.

Sentí como sus dedos salían de mi interior al agacharme. ¡¡Dios mío que dedos!!. Estaba chorreando. La mano del amigo consecuentemente dejó de acariciarme también. Ahora estaba en cuclillas a los pies de Denis y prácticamente también de su amigo.

Lo miré a los ojos dispuesta a saborear un momento que me había sido negado hasta la fecha por mi esposo al que no le gusta practicar sexo oral. Le chupé primero los huevos, dejando caer todo ese miembro sobre mi cara de puta salida. Después le pasé la lengua desde los huevos hasta el glande. Jugué con ése pedazo de polla, mi lengua relamió una y otra vez esa punta que ya le sabía a semen. Quise contemplarla en todo su esplendor. Grande, gorda, brillante.

Me la metí en la boca mientras lo cogía del jersey y tiraba de su prenda para que mirase hacia abajo. Su cara de placer me hizo estremecerme. Lo miré fijamente. Me devolvió la mirada, y le pregunté si le gustaba.

- No pares – me respondió jadeante y algo cortado por la presencia de su amigo. Tal vez fuese eso de lo que más me gustó, las caras de envidia de su amigo.

-Quiero ver cómo te corres - pronuncié para sorpresa de todos los presentes conscientes.

.-Joder Denis, menuda zorra te has hecho hoy- dijo el amigo.

Preferí no hacer caso de sus comentarios despectivos, y cerré los ojos concentrándome en mi tarea.
Me estaba comiendo la polla más grande que había visto en mi vida. Se la chupaba ansiosa y deseosa mientras mi mano no paraba de subir y bajar. Sé que lo tenía apunto, su polla sabía a semen.

Pasé toda mi lengua a lo largo de su polla y comencé a acariciarme yo misma. Quise correrme a la vez que él. Relamí unas cuantas veces esa polla que lucía maravillosa ante mis ojos. Parecía que no acababa nunca. Después de repetir el recorrido un par de veces pude notar las manos de Denis ejerciendo presión sobre mi cabeza para que no me detuviese.

-Trágatela entera- pronunció en su deseo porque me la metiera en la boca.

Le miré a los ojos antes de meterme su polla en mi boca, jugué con su glande. Brillaba, sabía a mi saliva y me encantaba. También la quería dentro pero me costaba. No cabía entera, lo intenté de nuevo. Lo pajeé y se la chupé al mismo tiempo. Quise mirarlo para ver la cara de placer que ponía. Ahora era yo la que se deleitaba en observar su rostro ante lo inminente. 

Cerré los ojos y comencé a cabecear tratando de introducirme todo su miembro en mi boca. Imposible. Me concentré en intentarlo mientras me masturbaba.  Cuando lo abrí los ojos fue para ver que el amigo también se había sacado la polla y me miraba suplicante por qué se la mamase.

Me tuve que ver su miembro a escasos centímetros de mi cara. No me gustó. Además su polla era de color oscuro, no estaba bien descapullada, y en mi rápida opinión debería circuncidarse tanto pellejo, para colmo estaba torcida, muy ladeada a un lado.

Me apoyé a dos manos en las piernas de Denis para no caer mientras cabeceaba aprisionando su polla entre mis labios. El amigo aprovechó mi falta de equilibrio para tomar mi mano más cercana a su posición y guiarla hasta su polla.

Era increíble lo que sentía en esos momentos. Le chupaba la polla a un tío ansiosa, mientras estaba agarrada a la de otro, y todo ante la impertérrita presencia de mi esposo totalmente borracho. Me puso súper cachonda ver la cara de los dos de gusto por mi culpa.

Fue Denis quien interrumpió la escena, cuando estuvo a punto de correrse en mi boca, me levantó y me giró con la intención de apoyarme de espaldas al coche. Su amigo lo ayudó y se interpuso entre el vehículo y mi cuerpo. La escena era que estaba atrapada medio desnuda entre dos hombres mirando hacia mi esposo.

Denis levantó mi pierna y yo me agarré a su cuello para no caer. Antes de que me diese cuenta de nada, pretendió penetrarme en esa postura. En pie en medio de la calle, como tantas veces había soñado. Su amigo nos ayudó al tiempo que ahora era él el que introdujo sus manos por los laterales de mi vestido y me acariciaba los pechos. Denis mientras tanto no dejaba de besarme.

Por un instante temí por lo que estaba haciendo, aquello no estaba nada bien. Denis apagó mis dudas  restregando su polla contra mi coñito. Falló en su intento por penetrarme en un par de veces.

-No- musité tímidamente llena de dudas al tiempo que el amigo deshizo el nudo a mi espalda que sujetaban los tirantes de mi vestido y ambos pechos quedaron definitivamente expuestos.  Sus manos se apresuraron a amasar mis pechos mientras Denis lograba acomodar la punta de su polla entre mis pliegues más íntimos.

Recuerdo ese momento perfectamente. Me miró fijamente a los ojos. Se deleitó con mi desesperación. Empujó con rabia, y de un solo golpe me la metió hasta lo que adiviné vendría a ser la mitad de su miembro.  

-Quiero follarte- me dijo a esas alturas. Me hizo gracia su comentario. Ya era suya, pero me alegró saber qué pedía permiso.

-Y yo que me folles- le respondí para regocijo de todos.

Sus manos se aferraron a mi culo para que no cayésemos mientras las manos de su amigo no dejaban de sobarme los pechos desde mi espalda. No podía hacer nada, me dejaba manejar encantada de estar entre dos tíos. Inimaginable para mí, dos hombres a la vez que me comían enterita.

Tenía a Denis en la boca mientras empujaba de nuevo, lo saboreé cuando llegó hasta el fondo, lo mordisqueé mientras me llenaba, le lamí con mi lengua húmeda y caliente mientras me encantaba estar llena de él...sintió la humedad y el calor de mi coñito y empujó dentro con ímpetu.

Puse mis ojos en blanco cuando sentí que me la había metido hasta el fondo. Lo recuerdo porque en ese preciso instante miré a mi marido por encima de su hombro para comprobar que seguía inconsciente en el portal justo enfrente a mi posición.

Denis me besó con pasión saboreándome, mientras recorrió mi anatomía como buenamente pudo con sus manos que de vez en cuando topaban en mi cuerpo con las de su amigo.

-Ah. Ah. Ah. Ah. – cada embite de su cuerpo provocaba un alarido corto y seco de placer que se escapaba de mi boca. De seguir así iba a correrme enseguida.

Pero de repente mi amante se detuvo.

-No pares ahora, joder, muévete, muévete por favor, no pares- le supliqué humillándome al tiempo que me aferré con las dos manos a su culo para tratar de imponerle de nuevo en movimiento.

En cambio Denis se dedicó a contemplarme en mi desesperación, me miró a los ojos, mientras comprobaba estupefacta que su polla convulsionaba en mi interior. Se estaba corriendo. Se estaba corriendo y me estaba dejando a medias. No me lo podía creer. Era una mezcla de vergüenza, rabia, humillación e indignación que en serio no me lo podía creer.

-¿Ya?- le pregunté consternada comprobando los espasmos finales de su polla en mi interior.

-Ya- respondió satisfecho antes de salirse de mí.

¡Splashh!, tuve que darle un bofetón. Me salió de dentro. Se lo merecía por gilipollas. Sabía que me había dejado a medias y encima se reía en mi cara. Era un imbécil de cuidado.

Para colmo me tuve que observar estupefacta como se apoyaba en el coche junto a su amigo riendo los dos como auténticos gilipollas. Fue entonces cuando pude ver que su amigo todavía tenía la polla fuera y dura. No lo dudé. Se la cojí, y mientras miré a Denis a los ojos pronuncié en voz alta y clara.

-Ven, fóllame, tu amigo no sabe follar- y dicho esto me apoyé contra el capó del coche ofreciendo mi culito a su amigo.

Nunca me pude imaginar la reacción del amigote en esos momentos. Me agarró entre sus brazos de la cintura por detrás. Le resultó fácil dada mi posición, y me arrastró en volandas hasta el portal donde yacía mi esposo.

Hizo que pusiese una pierna a cada lado del cuerpo de mi esposo, cuya cara quedó a escasos centímetros de mi rajita. Gracias a dios seguía inconsciente.

El amigo resultó ser un pervertido de tomo y lomo. Nunca me lo podía haber esperado, pero me encantó. Supo darme lo que quería: vengarme de mi esposo de la forma más degradante que jamás hubiera soñado. Me tiró del pelo y me obligó a reclinarme hacia delante exponiendo mi culito. Una vez en posición no selo pensó dos veces, se agarró a mi cintura y trató de penetrarme.

Era realmente maquiavélico. El muy cínico, pretendía penetrarme con la cara de mi esposo a apenas cinco centímetros y su cuerpo entre mis piernas.

Debo reconocer que pese a todo lo malvado que pudiera resultar la escena, y muy a mi pesar, la situación me excitó de sobremanera. En esa posición podía ver la cara inconsciente de mi esposo entre mis piernas debajo de mi cuerpo a punto de ser penetrada por detrás por un desconocido.  

 Me giré para mirarlo por última vez otorgándole mi beneplácito antes de ser ensartada por su polla, mientras era ahora su amigo Denis, quien nos miraba cariacontecido apoyado en el coche de enfrente tocándose.

Yo bajé la cabeza para ver la cara de mi esposo inconsciente por última vez antes de que la polla  del amigo se abriese camino en mi interior. De nuevo los ojos en blanco cuando sentí que otra polla muy distinta a la anterior me penetraba. La sensación era indescriptible, dos pollas distintas en tan solo un momento y años desperdiciados en probar una sola.

Su polla tal vez no fuese mayor que la de Denis, pero debido a la posición la podía sentir más. Rozaba por todas mis paredes, dilatándome y llenándome por completo.

Agaché la cabeza una vez más para ver a mi marido dormir la mona mientras era penetrada a escasos centímetros de su cara por un desconocido, que además no me caía del todo bien. Tenía las manos apoyadas contra el cristal del portal y la boca de mi esposo entre mis piernas, incluso su cara llegó a rozarse varias veces con la piel de mis muslos desnudos.

Tras los tres o cuatro primeros embistes, el afortunado Maquiavelo dejó de agarrarme de la cintura,  yo recogí sus manos para guiarlas hasta mis tetas, que acarició mientras me besaba en la nuca, en mis hombros y en mi espalda. De esta manera pude deslizar una de mis manos hasta mi clítoris, y comenzar a masturbarme al tiempo que era follada.

Me giré una vez para ver a Denis masturbándose apoyado en el coche observando la escena. Quise dejárselo claro por estúpido engreído. Su amigo se movía mucho más despacio, y se deleitaba en las sensaciones. Su amigo si sabía follar.

-Quiero que te corras con tu marido entre tus piernas- me susurró en el oído mientras uno de sus dedos comenzó a jugar con el anillo de mi esfínter.

-¿Qué estás haciendo?- le pregunté extrañada por su maniobra con la respiración entrecortada debido a la excitación.

-Quiero darte por el culo- me respondió.

-No- musité agitando mi clítoris frenéticamente a punto de alcanzar mi esperado orgasmo.

- Eso es, putón, córrete en tus dedos que yo lo haré en tu culo- me dijo insistiendo en sus pretensiones.

Me gustaba el ímpetu de sus movimientos, sus palabras soeces y la situación. Estaba a punto de correrme.

-No pares, no pares, por favor, no pares ahora- le supliqué mientras era yo la que prácticamente movía el culo adelante y atrás follándome yo misma con esa magnífica polla.

-Joder siih, siiiih, siiiiih-  grité mientras me corría apoyando una mano en la cabeza de mi esposo para no caerme.

Mi cuerpo se convulsionaba en espasmos de placer. Sin duda el mejor orgasmo de mi vida, por todo. Por intensidad, por placer, por morbo, por venganza, por ganas, pero sobre todo porque lo necesitaba
El amigo continúo moviéndose en mi interior aunque muy despacito. Permitiéndome recuperar mi respiración. No hizo falta que me dijera nada. Sabía lo que quería y esperaba de mí.

-Siii…mmm..., - gemí haciéndole entender que tendría su recompensa y que esperaba aún más de  él, -me ha gustado tenerte dentro- ronroneé provocándolo al tiempo que me llevaba las manos a mis nalgas y las abría ofreciéndole mi ano para que me sodomizara.

Por supuesto que estaba dispuesta a intentarlo. Estaba desatada, era como un caballo desbocado y necesitaba ser domada.

-Eso es putica, quiero que te habrás tu misma el culo para mí – pronunció antes de escupirme.

Nunca me habían tratado así de esa manera tan vulgar y soez. Como si fuera un pedazo de carne que solo sirve para disfrutar, pero lo cierto es que me llevaba hasta límites indescriptibles de sensaciones y placer.

Mordí mis labios cuando empecé a sentir el vacío de su polla en mi vagina y comenzó a empujar tratando de penetrarme por el culo.

-Uumm...- no pude evitar gemir cuando sacó su polla, ya estaba fuera. Me había gustado retenerla por más tiempo dentro de mí.

Nuestro amigó se agachó detrás de mi besando mi espalda, sabía que a pesar de mis ganas, aún no estaba preparada. Se agachó detrás de mi cuerpo, me mordisqueó los cachetes del culo mientras deslizó su mano hasta mi coño para empapar sus dedos de mis fluidos.  Se limitó a lamerme, a chuparme e introducir su lengua en mi culo.

-Aahh...-  noté su lengua dentro enseguida. Se esmeró en lamer y lamer como un perro, mientras sus dedos en mi culo dilataban pacientemente el anillo de mi ano y provocaban que lo desease allí dentro sodomizándome.

Mi espalda se encogió cuando sentí la punta de su polla intentando abrirse camino a través de mi esfínter. Yo misma me separé cuanto pude los mofletes del culo facilitándole la labor. Me tenía impaciente, anhelaba ser sodomizada. No era la primera vez en mi vida, hubo un tiempo en que mi marido estuvo obsesionado con mi culo y acabé cediendo a sus caprichos. Desde luego era una práctica que había caído en el olvido para mí, y que ahora estaba rescatando del fondo de mis sensaciones.

A pesar de que el amigo se esmeró en lubricar la zona le costó un tiempo dilatar. Impaciente y con algo de urgencia empujó con fuerza. Tan solo logró introducirme la punta de su polla y aquello ya me dolía una barbaridad. Ambos nos quedamos quietos esperando a que mi ano se acostumbrase a su polla.

-Mmm...siii, fòllame por el culo, no sabes cuánto me gusta, mmm..-no podía controlar mi cuerpo que se contraía y se relajaba sin que pudiera hacer nada, sólo dejarme llevar y gemir, gritar y pedir que no parase por nada del mundo. Estaba dispuesta a dejarme sodomizar con mi esposo yaciendo inconsciente entre mis piernas

Poco a poco fue introduciendo su polla cada vez más. Despacito, saboreando el  momento. Yo que había tenido mil y un pensamiento a lo largo de la noche, en la hora de la verdad estaba un poco acojonada al sentir como esa polla desconocida me partía en dos

Tenía los ojos concentrada en un solo punto de mi cuerpo. No podía ver a mi esposo pero notaba su cercanía, su perfume, su cara entre mis piernas, su aliento en mis muslos. Me empezaba a derretir por dentro cuando noté que los huevos del amigo chocaban contra la piel de mi nalgas. Ya está, la había metido hasta el fondo.

Se me seco la boca al instante. Sus manos se sujetaron con fuerza a mi cadera y comenzó a moverse. Abrí unos ojos como platos al notarme totalmente ensartada en su polla por el culo.

Comprobé que me estaba mirando directamente a los ojos, a través del cristal del portal. Sin duda mi cara de puta lo excitaba tanto como disfrutar de mi cuerpo. No esquive la mirada, no podía....

-¿Te gusta. ¿te gusta follar a las tías por el culo?- le pregunté.

Plash, plash. Recibí por contestación un par de manotazos cabalgando mi culo.

-Eso es cabrón, más, dame más, quiero más- le alenté a que continuara azotándome en el culo. Pero simplemente por llevarme la contraria me sujetó de las caderas y aumentó su ritmo hasta imponer una cadencia frenética.

No me lo podía creer pero estaba a punto de alcanzar otro orgasmo con esa polla clavada en mi culo. Era algo indescriptible.

-Si, si, sigue así…- gemía de placer a voz en grito sin importarme lo más mínimo que me fuera a correr con la polla de otro hombre sodomizándome el culo con mi esposo entre mis piernas.

-Eso es así, si, si, si, más, más fuerte, dame más fuerte- pronunciaba sin medir mis palabras, centrada tan solo en disfrutar.

Mi cuerpo se sacudió en espasmos de placer notando como la polla de mi sodomizador bombeaba en mi interior un líquido caliente y espeso. Él también se corrió casi al mismo tiempo.

Estaba exhausta, me deje caer en el piso del portal. Era incapaz de mantenerme en pie. Incluso agradecí el frío del mármol al contacto directo con el suelo aliviando el calor que desprendía mi esfínter.

Se me quedó grabada en mi mente la imagen del amigo guardándose la polla dentro de los pantalones prácticamente en mi cara, y el sonido de la cremallera dando por concluida la sesión.

-Menuda zorra estás hecha- me dijo antes de darse la media vuelta para indicarle a su amigo que había terminado conmigo.

Vi alejarse a ambos riendo mientras yo yacía tirada en el portal junto a mi esposo. En esos momentos comencé a llorar, empezaba a arrepentirme de cuanto había hecho. Me abracé a mi esposo y lo besé tiernamente y con dulzura en la mejilla. Tal vez yo me tuviese bien merecido cuanto había sucedido, pero mi esposo no se merecía que le hiciera eso.

Ambos nos quedamos dormidos en el portal. Desperté cuando estaba amaneciendo. Uno de los vecinos salió del portal con una bicicleta devolviéndome a la realidad.

Traté de levantar a mi esposo y esté comenzó a reaccionar. Al menos pude llevarlo hasta un taxi y de allí al hotel. Nada más entrar por la puerta de la habitación lo desnudé con todo el cariño del mundo y metí toda su ropa en una bolsa de basura. Acto seguido me duché. Me froté con tanta fuerza por toda la piel que me enrojecí el cuerpo entero. Una vez limpia de pecado me quedé dormida.

Me desperté con dos besos de mi marido que me había traía el desayuno o lo que fuera a esa horas en la cama. Comprobé que se había preocupado en ordenarlo todo y nada más que abrí los ojos me dio otros dos besos y me preguntó…

-¿Debimos pasarlo bien anoche, no?, porque no me acuerdo de nada- buscó una respuesta cómplice en mis ojos.

No supe que decir.

Espero te haya gustado.


Besos,

Sandra.

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