domingo, 4 de marzo de 2018

El inquilino





Que las cosas no nos iban bien económicamente hablando desde que con la excusa de la crisis en mi empresa de toda la vida me despidieron, lo sabíamos mi marido y yo perfectamente. Yo había quedado en paro, y aunque el pobre se mataba a trabajar día y noche apenas alcanzábamos a llegar a final de mes. Las facturas se acumulaban y empezábamos a retrasar pagos al banco. Incluso recibimos alguna que otra carta de apremio que nos emplazaba a cancelar la deuda o nos embargaban.



La verdad es que la solución que se le ocurrió a mi esposo me pareció totalmente descabellada en un principio, pero sopesándola bien, puede que tuviera su punto de razón en todo aquel sin sentido. En la casa teníamos sitio de sobra, una habitación de más que podíamos alquilar a algún huésped que nos ayudase a pagar los gastos. No encontrando mejor remedio para sufragar los pagos cotidianos, que accedí a que mi marido pusiera un anuncio en un portal de internet.



Las primeras personas en apuntarse eran mayoritariamente universitarios y universitarias muy jóvenes que venían de fuera y cuyos padres buscaban principalmente de nuestra tutela para controlar a sus hijos. Los descartábamos enseguida. Ni estábamos para tutelar a nadie, ni su perfil era el más adecuado, y eso que hubo un par de chicas jóvenes y guapas a las que mi marido no le hubiera importado meter en casa, pero me negué en rotundo. Hoy me parece ridículo pero debo reconocer que me negué por celos.



El caso es que fueron pasando los días y no encontrábamos a nadie que reuniese un perfil adecuado y que pudiera ayudarnos con los gastos, a pesar de que empezábamos a tener urgencia por aumentar los ingresos fuese como fuese.


Por eso nos planteamos admitir en casa a un tal Miguel cuando nos llegó su propuesta. Al parecer Miguel era maestro. Tenía cincuenta y cinco años, y aunque le quedaba poco para jubilarse, nunca había logrado una plaza fija en oposiciones. Por lo que andaba de destino en destino cada año según la bolsa de puntos de magisterio de nuestra comunidad. Entre tanto ir y venir de un sitio a otro, de aquí para allá, se había divorciado. La mujer se había quedado con la casa y por eso vagaba de pensión en pensión año tras año. Por suerte los hijos le eran mayores y estaban emancipados. Más tarde en la entrevista nos confesó que no solo su ex mujer, sino que él también estaba un poco cansado de pensiones y que por eso le había llamado la atención y se había decidido por nuestra opción.



La verdad es que se le veía un tipo educado, disciplinado y ordenado. Supimos que daba clases de matemáticas a chavales un par de cursos mayores que nuestro hijo en otro colegio distinto y pensamos que además nos podría venir genial a la hora de ayudar al pequeño de la casa con esa asignatura.


Durante ese primer café toma de contacto dejamos claras las condiciones y el precio. Él se sorprendió por la cantidad tan baja que pedíamos en relación a una pensión, e incluso estuvo predispuesto a pagarnos algo más de lo que solicitábamos en el anuncio a cambio de que le planchásemos, o mejor dicho, le planchase la ropa y alguna que otra cosa más. Nos indicó que comer, comía en su colegio, así que solo haría uso del desayuno y de la cena, y que incluso muchas noches no cenaba. Se quedaría en el cuarto más pequeño de la casa y dispondría de uno de los dos baños para él solo. Nosotros tres nos podíamos apañar con el cuarto de baño grande.


Al final nos decidimos por él como única opción viable y a los pocos días se instaló en el dormitorio que quedaba libre.


Miguel era un encanto de hombre, enseguida congenió con nuestro hijo y no hubo ningún problema de convivencia. Al revés, todo lo contrario, como llegaba temprano a casa por la tarde ayudaba a mi hijo con los deberes del cole, y aunque en las tareas del hogar no estaba muy ducho, trataba de ayudar en lo posible. Se le notaba que durante algún tiempo había delegado esas tareas en su ex mujer y no sabía hacerlas a pesar de poner voluntad. Se le notaba educado en otra época aunque trataba de adaptarse a los tiempos modernos.


Con el transcurso de los días, y puesto que era yo la persona que más tiempo se encontraba en casa, se fue confesando poco a poco conmigo. Así me enteré que lo había dejado ella, y no lo llevaba muy bien. Se le notaba que la echaba mucho de menos, todavía la quería. Y eso a pesar de que al parecer ella tuvo un lío con otro tío. Incluso estaba dispuesta a perdonarla, cosa que no lograba entender. Lo último que supo de ella es que se había vuelto a casar. De los hijos, uno se fue a trabajar al extranjero y con el otro apenas se trataba.



Por lo demás me ayudaba siempre que podía, tanto con la compra, la comida, las coladas, el chaval, la casa, todo. Yo lo que creo es que echaba en falta la compañía, había estado solo, muy solo en la vida y añoraba algo de cariño familiar que encontraba en nuestro hogar. Debo decir que en parte me daba algo de pena. Aunque por otra me alegraba enormemente de que fuera así y de que estuviera siempre dispuesto a ayudarme. Mi vida cambió a mejor desde que se instaló en casa. Las tareas del hogar eran más llevaderas, y su pensión nos desahogaba de andar sufriendo económicamente. Creo que incluso me cambió el carácter a mejor desde su llegada. Estaba mucho más risueña y activa.





Recuerdo una tarde en que puse una lavadora antes de salir a buscar al chaval al cole y regresé a casa algo más temprano de lo habitual, que sorprendí a Miguel tendiendo la colada. No nos debió escuchar al llegar, y eso que mi hijo entró como un elefante en una cacharrería. Me gustó observarlo mientras tendía la ropa, se notaba que no tenía práctica pero ponía interés. Todavía no se había percatado de mi presencia cuando de entre las prendas mojadas en la lavadora extrajo uno de mis tangas que había echado a lavar ese día. Se quedó mirándolo por unos segundos como embobado. Me hizo gracia su gesto. A saber que estaría pensando al contemplar tan minúscula prenda entre sus manos. Tal vez fuese ese el primer momento en todo este tiempo, en el que pensé que pudiera verme como una mujer. Hasta entonces ni me lo había planteado. Siempre tan correcto, tan amable, tan educado, con la barrera de la edad por medio, que nunca me pregunté acerca de sus necesidades como hombre.



No sé por qué, pero me gustó observarlo con mi prenda entre sus manos. De repente estaba como torpe y nervioso al tener que colgar mis tangas y mis braguitas. Máxime cuando se sorprendió al verme en la cocina. Titubeó como quien pilla a un niño pequeño cometiendo alguna travesura. Trató de disimular lo evidente, que le habían llamado la atención mis prendas más íntimas.



-¿Te gustan?- le pregunté cogiendo el resto de la ropa y ayudándole a tender lo que quedada de ropa situándome a su lado en el tendedor de tal forma que lo desplacé con la cadera de un culetazo.



-Yo…, esto…, no sé qué decir, no te vayas a pensar- titubeó por unos segundos, -tan solo quería ayudar, pero ya que me has pillado aprovecho para decirte que seguro que estás estupenda con ellas- trató de mostrarse galante a modo de cumplido mientras señalaba alguna de las braguitas que había tenido entre sus manos.



-Gracias- le agradecí el piropo. -Tú tampoco debes estar mal con estos boxers- dije cogiendo uno de sus calzoncillos del interior de la lavadora para tenderlo. (Era de esos negros como de lycra que creo venden en el Decathlon para hacer deporte).



-Buah, no creas, llegada cierta edad un hombre solo debería usar los típicos marianos blancos- dijo medio riéndose tratando de romper el hielo.



Yo también me reí por su comentario y su forma de decirlo.



-La verdad es que sí- terminé por comentar entre risas. -No hay nada más ridículo que un hombre en calzoncillos blancos y calcetines negros- apuntillé yo provocando la risa de ambos.



-Caray, en cambio, no hay nada más hermoso que una mujer en tanga que le realce bien el culito- pronunció como añorando algo pasado ya en su vida.



-Eso será si tienes un culo como el de las modelos, no como yo- realmente no sé porque dije eso, pero fue lo primero que se me ocurrió entre las risas y el momento.


-Vamos Sandra, si tú no tienes buen culo, no sé quién lo tiene- dijo él algo relajado en sus comentarios desvelando lo que había estado pensando mientras colgaba las prendas.


A mí me llamaron la atención sus palabras y su piropo. No me lo esperaba.


-Eso serás tú que me ves con buenos ojos- dije mirándolo ahora algo más seria.


-Vamos Sandra, no te menosprecies, a tu edad estas estupenda, quien tuviese unos cuantos años menos- dijo recuperando ese tono de añoranza pasada que relajó la tensión generada por su comentario anterior.

Por suerte para los dos mi hijo entró en la cocina pidiendo que alguien le ayudara con los deberes.

-Anda ve tú-, le dije al maestro – que hacer los deberes se te da mejor que tender la colada- y gracias a mi comentario nos volvimos a reír los dos.

No pasó nada más que señalar durante algunos días, y si bien esa fue la primera conversación un poco picante que tuvimos entre los dos, con la confianza y el paso del tiempo se sucedieron algunas más por el estilo.

Por lo demás la convivencia era perfecta, por suerte Miguel y mi marido eran del mismo equipo de fútbol, por lo que los días de partido era yo la que marchaba a la tele de la cocina a ver mis series antes de ir a la cama, y que era el rato en el que coincidíamos los cuatro, bueno los tres, porque mi hijo a esas horas ya estaba durmiendo. El resto de días decidía yo lo que ver, entre otras cosas porque mi marido se quedaba dormido y Miguel se retiraba a su cuarto a preparar o corregir exámenes.

Esto fue más o menos así hasta que mi marido tuvo que salir de viaje semanas enteras por motivos de trabajo. La cosa cambiaba esos días. Después de cenar, acostaba a mi hijo, le leía su cuento de todas las noches y regresaba al sillón del salón dispuesta a ver alguna película o serie de esas horas. Los primeros días Miguel se encerraba en su cuarto como venía siendo costumbre, pero con el paso del tiempo y de los días de ausencia de mi esposo, se interesó poco a poco por las mismas series y películas que me gustaban a mí. Lo que realmente creo es que le gustaba estar acompañado en relativa intimidad.

Así es como muchas veces permanecíamos los dos solitos sentados en el sillón viendo la tele. De no ser por la diferencia de edad y por lo que ponía en el libro de familia, parecíamos un verdadero matrimonio. Incluso mejor, pues Miguel nunca perdía la buena educación ni el respeto. Siempre correcto.

Se mostró en todo momento atento y educado, se levantaba a traerme cuanto le pedía si algo se me había olvidado en la cocina, es más, se desvivía por hacerme favores. Todo lo contrario que mi marido, que no se levantaba para nada del sillón y siempre me mandaba a mí por las cosas que se le olvidaban a él alegando estar cansado. Como si llevar la casa no cansase.

Su conversación era amena e inteligente, y si bien alguna vez lo había pillado en algún desliz observándome las piernas o el escote, enseguida retiraba la mirada avergonzado.


Con él llegué incluso a conversar de temas que no hablaba con mi esposo. Supongo que le pedía consejos dada su edad y su experiencia en muchas cosas, pero sobre todo en lo que a la educación de mi hijo se refiere.

Un día de esos en que mi marido estaba de viaje, y mientras estábamos viendo los dos juntos por la noche una peli en la tele, surgió una escena de sexo entre los protagonistas. Miguel sutilmente dejó caer que en los tres meses que más o menos llevaba hospedado con nosotros no le había parecido que yo tuviese relaciones con mi marido. Y aunque lo dijo en plan que no quería molestar y que si un día surgía y debía salir o marchar de la casa que lo entendía, que lo avisáramos, que no quería causar ninguna molestia y mucho menos en ese sentido porque se encontraba muy a gusto con nosotros.

Logró arrancar mi confesión. Efectivamente le desvelé que no lo había hecho con mi esposo incluso desde mucho antes a su llegada. Traté de explicarle como buenamente pude que la culpa no era suya, sino de las circunstancias. Le hice entender que mi marido llegaba cansado de tanto trabajar y lo justificaba alegando que era normal no tuviese ganas. Miguel aceptó galantemente que disculpara a mi esposo y gracias a su comportamiento comprensivo esa noche gané un buen amigo y mejor confidente. Logró ganarse mi confianza con sus palabras y respeto por la situación. Se mostró comprensivo en todo momento. Él también me confesó que llevaba mucho tiempo sin una buena sesión de sexo, un par de líos esporádicos en todo este tiempo y poco más. Argumentaba que con el paso del tiempo cada vez le daba más pereza iniciar una relación.

Cada día que pasaba yo veía en Miguel un buen amigo a pesar de la diferencia de edad y eso que de vez en cuando acontecían sucesos que me hacían dudar de sus intenciones para conmigo. Por ejemplo y para que os hagáis una idea, algunas veces al salir de la ducha olvidaba cerrar la puerta del baño, quedaba muchas veces entreabierta por la costumbre y por descuido, y aunque siempre tuviera una toalla enrollada alrededor de mi cuerpo y no se veía nada, lo sorprendí en varias ocasiones observándome desde el pasillo a través del espejo o directamente desde su cuarto. Por supuesto no quise decirle nada ninguna de las veces en que sabía que me espiaba, sobre todo porque tampoco lograba estar segura al cien por cien. Incluso era yo misma quien lo excusaba culpándome mentalmente por mi dejadez y mis descuidos, que por otra parte me parecían normales y justificables estando yo en mi casa.



Otras veces en cambio se le clavaba la vista en mi cuerpo siempre que tenía que salir del cuarto en braguitas y sujetador a coger algo de urgencia al cesto de la ropa o donde fuera. Situación que siendo algo malota, me gustó repetir con cierta frecuencia. Resultaba gracioso verlo enrojecer colorado como un tomate cada vez que me sorprendía en ropa interior por la casa. Yo excusaba sus miradas y me justificaba frente a las quejas de mi esposo argumentando que tampoco se me veía mucho más de lo que muestro en la playa en bikini.


También me empezó a gustar como me miraba cada vez que me ponía mallas ajustadas a mi cuerpo o minifaldas. Incluso alguna vez en que por la noche nos sentábamos juntos en el sillón frente a la tele lo sorprendía mirándome las piernas, o los fortuitos descuidos del escote. Pero como digo, cada vez con más frecuencia no tan fortuitos y algo más intencionados por mi parte. Y es que a todas nos gusta que nos miren de vez en cuando y coquetear. Sobre todo en esos días y esos momentos en los que se juntaban su deseo y mis ganas por jugar.


Supongo que era normal que me mirase así. Yo lo achacaba a situaciones típicas de la convivencia y en cierto modo me agradaba que le resultase atractiva. Quiero pensar que la diferencia de edad ayudó a relajarme un poco en ese aspecto. Jamás se me hubiera pasado por la cabeza tener ningún tipo de relación con un hombre tan mayor. A todas todas, yo debía resultarle una mujer joven y hermosa. Cosa que para que negarlo me agradaba. Además a mí el jueguecito me resultaba inocente y gratificante. Por momentos incluso me parecía un madurito interesante, sus arrugas, su pelo canoso, su seguridad, siempre correcto y educado, que me hacía imaginar se trataría de un hombre experimentado en la cama capaz de satisfacer a una dama como dios manda.


Así transcurrieron más o menos los días uno tras otro. Lo cierto es que desde su llegada Miguel puso cierta guinda en mi vida. No solo en el aspecto picante, sino como compañero, y amigo de mi hijo. Además de que repito, en cuanto al tema económico podíamos hacer frente sobradamente a los gastos. Mes a mes remontamos las deudas familiares e incluso nos permitimos mi marido y yo salir a cenar un par de veces en sábado a la noche con los amigos. Capricho que tiempo atrás no nos pudimos ni permitir.


Por eso recuerdo perfectamente la segunda vez que pudimos salir con los amigos tras un tiempo de sequía por varios motivos. Ya de por sí, Miguel se ofreció a cuidar de nuestro chico mientras estábamos fuera. Lo cierto es que resultaba todo genial desde que Miguel entró a vivir en nuestra casa. Por fin, la vida me volvía a sonreír.

En esa noche se sucedieron varios hechos significativos. El primero es que mientras me arreglaba para salir con mi esposo, sorprendí a Miguel espiándome. Esta vez el temita fue un poco más descarado, claro que yo también puse de mi parte. Sobre todo porque en esa ocasión estaba mi marido por la casa a diferencia de las veces anteriores, dónde todo quedaba entre él y yo. No por nada, sino por motivos de horario de mi esposo. En esa ocasión temí que mi marido lo sorprendiese observándome y se montase una buena. Gracias a Dios no fue así.

No debió extrañarme que a Miguel se le apoderasen las ganas de espiarme tras el resquicio de su puerta frente a la corrección de su comportamiento. Seguramente se asomó alertado por el ruido de mis tacones y se sorprendió de verme tan solo con las medias, tanga y sujetador. Al ser la primera noche en mucho tiempo que salía de fiesta con los amigos, quería estar espectacular para mi esposo, y eso que fue Miguel el primero en descubrir sin querer mis pequeños secretos para esa noche.



Al principio me costó admitir que el leve movimiento de su puerta se debía a su presencia detrás espiándome, pero conforme entraba y salía del baño al dormitorio y del dormitorio al baño en medias, tanga y sujetador más me convencía de que me estaba espiando desde su cuarto. Sin duda debía estar espectacular a sus ojos. Incluso yo misma me demoré en ponerme la minifalda y la blusa retardando el momento lo más que pude para que me viese, hasta que la presencia de mi marido me llevó a abortar mi pequeña exhibición y a terminar con el jueguecito. Por algún extraño motivo que no logro entender, me gustó pavonearme ante mi inquilino, y eso provocó que ya saliese calentita de casa.

Para rematar la noche, mi marido y yo bebimos algo más de la cuenta durante la cena con los amigos, lo suficiente como para desinhibirnos en nuestro regreso de madrugada a casa y terminar haciendo el amor en nuestra cama. Los dos lo necesitábamos, llevábamos mucho tiempo en que el estrés y las preocupaciones no nos dejaban culminar.

Juro que estaba disfrutando inocentemente hasta que mi marido me alertó por los gemidos y grititos que estaba pegando. Yo siempre he sido muy chillona, lo reconozco, y no me controlo cuando estoy próxima al orgasmo.

-Chhist- me chistó mi esposo tapándome la boca a una mano, -si sigues gritando así nos van a oír hasta los vecinos- me susurró mi marido al oído mientras me penetraba a lo misionero tratando de que no hiciera ruido y con la luz apagada.

-Lo siento no puedo evitarlo- articulé como pude entre jadeos y grititos.

-¿Acaso quieres que te escuche Miguel?,- me preguntó mi marido quitándome la mano de la boca para que pudiera respirar y alertándome para que no fuera tan escandalosa.

A mí realmente me daba todo igual en esos momentos, pero deduje de las palabras de mi esposo que a él no le hacía ni pizca de gracia que nos escuchase nuestro inquilino.

Mi esposo comenzó a moverse de nuevo dentro de mí. Con su cuerpo encima me costó respirar. Mi libido se había desvanecido por completo por primera vez en mi vida desde que hacía el amor con mi esposo al mencionarme a Miguel. Lo miré como culeaba encima de mí al estilo conejero concentrado con los ojos cerrados. Quise encontrar en él una mirada cómplice que supliera mi sacrificio, pero no la encontré. Al contrario, lo observaba como permanecía ensimismado pensando en vete tú a saber quién, pero tuve la triste impresión de que no era en mí en quien pensaba mientras me hacía el amor. Yo tan solo añoraba que sus ojos se cruzasen con los míos mientras me hacía el amor, me hubiera conformado con eso, una simple mirada, y en cambio me esquivaba la vista imaginando que seguramente era otra a la que penetraba, lo que terminó por enfriar mis sentimientos y abrir una distancia entre los dos a pesar de que se movía en lo más profundo de mi ser.

Por eso que estuve tentada de contestarle que sí, que quería que Miguel me escuchase, que quería que Miguel supiera que mi marido era el mejor amante que podía tener aunque fuera de ciento a viento. Que pese a todas las dificultades juntos en esta vida, me hacía gozar. Que era el único hombre por el que me podría dejar penetrar. Al único al que me podía entregar. El mejor pese al tiempo, la distancia, las preocupaciones y los temores.

Pero en cambio como digo al ver la cara de concentración de mi marido tan distante de la mía dejé de disfrutar, y por tanto de hacer ruido. Lo poco que hacía era fingido, hasta que mi marido se corrió en mi interior completamente ajeno a mis necesidades, preocupado tan solo en su placer y en que no nos escuchase nuestro inquilino.

-Ha estado genial, ¿no crees?- preguntó mi marido una vez se salió de mí y se tumbó en su sitio al lado en la cama.

-Claro que si cariño, ha estado genial- repetí sus propias palabras resignada, mirando al infinito que debía estar por el techo de la habitación, con los ojos enrasados a punto de llorar.

Apenas he tenido que fingir tres o cuatro veces en mi vida con mi marido, y por desgracia esa fue una de ellas. Sin duda uno de los días más tristes de mi vida.

Si los hechos sucedieron un sábado a la noche, ese mismo lunes mi marido salió de viaje por la mañana. A la noche estaba algo cansada, por lo que en cuanto recogí la cocina quise ponerme el pijama dispuesta a ver la tele un rato y marchar a la cama cuanto antes. Me dí cuenta que llevaba alguna colada de retraso y únicamente tenía para dormir un camisón de esos de raso que me regaló mi marido por algún aniversario a juego con un batín. Hacía tiempo que no me ponía nada por el estilo, siempre pijamas de pantalón y franela. No me importó que Miguel me viese con tan sugerente prenda, puesto que estábamos los dos solos, había la confianza suficiente y no llevaba intención de quedarme mucho rato en el sillón.

Pero nada más entrar en el salón me llamó la atención la forma en que me miró Miguel. Sin duda debía estar mucho más sexy con ese camisoncito que con pantalones. Para colmo al sentarme en el sillón el camisón se arrugaba dejando vislumbrar generosamente mis piernas. Llegue a dudar de mi elección. Miguel por suerte no dijo nada, alguna tímida mirada al principio y comentarios oportunos respecto de la serie que estábamos viendo. Siempre educado y correcto. Luego poco a poco se apoderó el silencio entre los dos a medida que a mí me ganaba el sueño.

-Al parecer el sábado os lo pasasteis muy bien-, me sorprendió Miguel con sus palabras interrumpiendo el momento en el que yo comenzaba a estar adormilada.

-¿Nos escuchaste llegar?- le pregunté aturdida por su comentario aún sin salir del estado de semi somnolencia en el que había entrado.

-Era imposible no escucharos- respondió como si fuese lo más natural del mundo para él escuchar a otras parejas.

Si bien en otras ocasiones era a mí a la que me gustaba sonrojarlo, esta vez era yo la que estaba muerta de vergüenza.

-¿Sabes si también nos escuchó mi hijo?- le pregunté temerosa por lo que pudiese pensar mi chaval.

-No te preocupes, dormía a pierna suelta- dijo tratando de transmitirme confianza.

-¡Qué vergüenza!- pronuncié tapándome la cara con las dos manos en plan mojigata.

-Vamos Sandra, no tienes de qué avergonzarte, es lo normal en una pareja de vuestra de edad- dijo tratando de quitar hierro al asunto.

-Siento haberte despertado- traté de disculparme por haberle interrumpido el sueño.

-Bah, no tienes por qué disculparte, mejor despertarme escuchándote a ti que a los borrachos que pasan por la calle- dijo medio riéndose y provocando mi risa.

-En eso te doy toda la razón- argumenté como excusa para reírnos los dos juntos, pues sin duda alguna se trataba de una risa algo tensa por el tema de conversación.

Por suerte en esos momentos mi hijo llamó de su cuarto pidiendo agua alertado por las risas y yo me levanté para atenderlo. A mi regreso me excusé de Miguel argumentando que tenía sueño y marché a dormir a la cama, pero lo cierto es que sus palabras rondaron mi cabeza unas cuantas veces.

Los días fueron transcurriendo, más o menos como de costumbre, alguna miradita fuera de tiesto, algún comentario picante y poco más. Siempre dispuesto a ayudar, a enseñar a mi hijo, y a colaborar en cuantos menesteres se le requería.

Fue entre semana. Un miércoles creo recordar, cuando Miguel se duchó nada más regresar del colegio y dejó la puerta de su baño entreabierta por primera vez en todo este tiempo, y quiero pensar que por descuido. El caso es que entre unas cosas y otras, entre pasar de un lado para otro haciendo las tareas de la casa, pude contemplarlo de pasada desnudo tras la cortina semitransparente de la ducha. Incluso en una de las idas y venidas me demoré intencionadamente por unos segundos en mis tareas contemplando su figura. Por suerte mi marido no había regresado aún del trabajo y me permití una pequeña travesura.

Juro que hubiera sido mejor verlo directamente desnudo, de esa forma se habrían desvanecido todas mis dudas. Sin embargo esa situación a medias me jugó una mala pasada y comencé a tratar de adivinar sus formas. Seguramente me imaginaba mejor figura de la que era. Miguel no parecía un tipo muy fuerte, simplemente se conservaba relativamente bien para su edad, hacia deporte, comida sana,…etc. En esos momentos, su figura difuminada desnuda tras una cortina de plástico y en comparación con la barriguita de mi esposo, me parecía una especie de dios griego. Fuera como fuese la situación provocó que me conjurase a verlo desnudo. De alguna forma necesitaba saciar la curiosidad despertada. Yo soy así en que me propongo algo.

Quise disimular haciendo como que pasaba por el pasillo en el momento en el que escuché como se cerraba el grifo de la ducha. Miguel corrió las cortinas de golpe mostrándose completamente desnudo mientras salía de la bañera con la intención de cubrirse con la toalla de baño. En esos momentos comprendí que se había dejado la puerta abierta del baño por verdadero descuido.

Lo vi, me vio. Nos miramos mutuamente. Su mirada se cruzó con la mía en la distancia.

Me sorprendió, me había pillado. Se sonrió orgulloso de sí mismo mientras alcanzaba la toalla. Yo tardé en reaccionar presa del pánico. Él se demoró en taparse regocijándose de la situación y de mi asombro. Yo disimulé tratando de hacer ver que era todo fruto de la casualidad y un hecho fortuito debido a mis quehaceres como ama de casa en esos momentos. Él ni siquiera volvió la puerta, y continúo acicalándose frente al espejo como si nada hubiera pasado. Pero sí que había pasado. Posteriormente pasé de un lado a otro del pasillo una y otra vez disimulando con ropa de aquí para allá pero mirando de reojillo.

Miguel ya se había tapado con la toalla cuando salió del baño y se encerró en su cuarto. Yo marché a sentarme en el sillón del salón maquinando una excusa tras otra para cuando saliese de su cuarto y me pidiese explicaciones. Estuve acalorada todo el rato presa del pánico pensando en tener que justificarme. Pero por suerte se demoró intencionadamente hasta que regresaron mi esposo y mi hijo y la dinámica cambió por completo.

Lo había sorprendido completamente desnudo y su imagen caló en mi cabeza.

Miguel nunca mencionó nada al respecto de este incidente en los días sucesivos, cosa que agradecí muchísimo, y eso que los dos sabíamos que lo había visto desnudo, o más bien, que lo había estado espiando. Desde ese día, como para compensar y no darle importancia al suceso por mi parte, quise salir alguna vez más de lo debido en braguita y sujetador a coger ropa del tendedor. Inevitablemente me topaba en el pasillo con Miguel y nos saludábamos como si fuera de lo más natural que de vez en cuando nos sorprendiésemos de esa manera.

Con la tontería, cada vez me gustó más mostrarme algo traviesa y juguetona. Supongo que poco a poco ocurrió lo inevitable. Una también tiene sus necesidades, y un día mientras estaba sola en casa en la ducha no pude evitar acordarme del cuerpo desnudo de Miguel. Y eso que lo vi tan solo un instante, pero cuanto más me concentraba bajo el agua de la ducha en sus formas, con más nitidez y claridad rememoraba los detalles de su cuerpo. Tal es así que comencé a acariciarme poco a poco y terminé masturbándome.



Menos mal que estaba sola en casa y pude desahogarme a gusto. Quise sumirme en un mar de sensaciones placenteras e incluso dirigí el chorro de la ducha para que impactará directamente sobre mi clítoris, tal y como hacía de adolescente en casa de mis padres. A decir verdad hacía mucho tiempo que no me masturbaba. Que ni me masturbaba ni tenía un orgasmo. Yo también acumulaba estrés y necesitaba desahogarme fuera como fuera. Tuve que sentarme en la bañera, las piernas no me aguantaban, comenzaron a temblar en los primeros espasmos, pues resultó un orgasmo lento e intenso que me hizo chillar como una histérica. Lo que era en esos momentos. Una mujer desesperada que necesitaba calmar su cuerpo a toda costa. Me dejé llevar, chillé, grité, me convulsioné, pero sobretodo disfruté. Incluso yo misma me avergoncé del escándalo que había montado al recuperarme e hidratar el cuerpo con cremitas.

Al día siguiente no sé porque a la mañana mi marido se levantó algo más tarde. Yo desayuné temprano en la cocina con Miguel, el cual nada más verme se sonrió y me dijo:

-Parece que ayer os lo pasasteis muy bien tu marido y tú- comentó nada más verme los dos aún en pijama sentados en la mesita de la cocina el uno frente al otro.

-¿Por qué dices eso?- le pregunté sin saber a que hacía referencia.

-Cuando regresé del cole con el chico, nada más abrir la puerta os escuché gritar y por eso me lo llevé al parque un rato más, hasta que deduje habíais tenido tiempo suficiente para terminar vuestras cosas- dijo para mi asombro como guiñándome un ojo.

En esos momentos hice memoria de lo que ocurrió la tarde anterior. Había quedado con Miguel en que él pasaría a buscar al chico, lo que me permitió ducharme a media tarde. Recordé horrorizada que los gritos a los que hacía referencia Miguel debieron coincidir con mi inesperada masturbación en la ducha. Mi marido llegó antes que Miguel y el chico, por lo que era comprensible que Miguel pensara que lo estaba haciendo con mi marido cuando él regresó a casa y escuchó lo que escuchó.

De repente me puse colorada como un tomate, y quise disimular. Torpemente, opté por darle la razón.

-Sí, que vergüenza- esgrimí yo bajando la cabeza por situación tan embarazosa y arrepentida por mi comportamiento de la tarde anterior. Sin duda me dejé llevar más de la cuenta en la ducha.

-No tienes de que avergonzarte- me dijo mirándome fijamente a los ojos tratando de llamar mi atención - además…- soltó provocando cierto suspense y un movimiento provocado en sus manos que descansaban sobre la mesita de la cocina en que estábamos sentados.

-¿Además qué?- quise saber temerosa de que hubiera podido descubrir algo más.

-Me gustó escucharte de nuevo- dijo estirando su mano en la mesa hasta atrapar la mía entre sus dedos, -en algún momento pensé que no lo hacíais por mi culpa- trató de mostrar cierta complicidad para conmigo con su gesto.

Un escalofrío recorrió mi espina dorsal en esos momentos poniéndome los pelos de punta. ¿Que había querido decir con eso?. Ya era la segunda vez que me lo decía desde que estaba como inquilino. Era como una señal. Sabía que algo más quería decirme con eso, pero no lograba entender el qué.

-Buenos días- interrumpió mi marido apareciendo en calzoncillos por la cocina desvaneciendo la situación.

-Buenos días- me apresuré a responderle nerviosa levantándome de la silla para prepararle el desayuno a mi esposo.


Con la presencia de mi pareja el asunto quedó a un lado y la conversación transcurrió por temas mucho más superficiales, aunque a mí las palabras de Miguel continuaban suscitándome muchas dudas. ¿Qué quería decir con eso de “me gustó escucharte de nuevo”?. La verdad es que logró causar cierta inquietud y desasosiego en mi ser. Para colmo mi marido metió la pata hasta al fondo, tuvo que informarle a Miguel de que se había pasado toda la tarde en la oficina preparando presupuestos y que por eso estaba agotado a la mañana.


Yo quise interrumpir el inoportuno comentario de mi esposo fuera de tiesto y delator, pero Miguel se adelantó a preguntar hasta que hora se quedó en la oficina, y mi marido respondió que hasta poco antes de que llegara Miguel con mi hijo. Nunca olvidaré la mirada que me dirigió Miguel al saber que los gritos que escuchó al abrir la puerta no eran lo que creía, o al menos con quien él creía. Al descubrirme fui incapaz de mirarlo a la cara. La situación fue humillante y vergonzante. Quise esperar el momento en el que darle explicaciones, puesto que temía que pensase alguna barbaridad como que le había sido infiel a mi esposo. La situación se merecía una explicación por mi parte, pero que nunca llegó.

Por suerte cayó en el olvido y pasaron los días.

Una tarde antes de que regresase a casa mi marido, no sé cómo salió el tema, le pregunté a Miguel qué tal le iba con las chicas. Fue una pregunta inocente, casi por cortesía, sin ninguna intención.

– Miguel, y aquella madre del alumno que me comentaste con la que andabas el año pasado, ¿qué fue de ese romance? – pregunté desinteresadamente.

-Lo dejamos – me respondió sin mostrar muchas ganas por hablar del tema.

-¿Qué pasó? – su respuesta suscitó mi curiosidad.

-Supongo que lo de siempre- dijo algo triste al recordar el idilio.


-¿Y qué es lo de siempre?- quise saber.


-Ya sabes…, llegada cierta edad estas de vuelta de todo, todo te da pereza, no hay pasión solo intereses. Digamos que las relaciones se terminan transformando en una especie de contrato, y así no se va a ninguna parte. De momento estoy bien así, tranquila. Muchas gracias por preguntar - quiso excusarse.

-¿Tranquila? Je, je,- quise reírme poniendo cierto tono picante en la situación ¿no echas de menos una mujer en todo este tiempo? – sonreí maliciosamente en plan cómplice.

-Evidentemente que sí. No soy de piedra. – respondió también confesándose.

-¿Y desde que estás aquí? – pregunté insidiosa.

-A veces me subo por las paredes, pero ya sabes lo que toca, los hombres lo tenemos fácil, trabajo por cuenta propia- argumentó medio en broma, riéndose, logrando que a mí también me hiciese gracia por su forma de decirlo.

-Oye si algún día tienes un lio o algo, dímelo y desaparezco. Me llevo el chico al parque y hacéis vuestras cositas- quise darle la confianza merecida.

-Lo mismo os digo- dijo ahora algo más serio dando a entender lo sucedido en el otro día.

-¿Por qué dices eso?- pregunté algo mosqueada.


-No por nada. Tú has sacado el tema- respondió quisquilloso.


-Por algo lo habrás dicho- insistí yo también.


-Perdona no he dicho nada, déjalo, he dicho una tontería- estaba claro que no quería continuar hablando de ello.


-¿Cómo que lo deje?. ¿Por algo lo habrás dicho?- insistí con la intención de aclarar el asunto.


-No, es que en todo este tiempo entre tú esposo y tú…, quitando la otra noche…, que yo sepa…, vamos que se me hacen pocas veces para una pareja tan joven como vosotros- argumentó con aparente serenidad.


-Eso no es asunto tuyo- quise cortarle.


-Claro que no, disculpa que me meta donde no me llaman. Lo siento.- como siempre se mostró educado y trató de zanjar el tema.


-Será mejor que olvidemos el asunto- quise concluir yo también.


-Lo que tú digas, solo espero que el problema no sea yo. Tan solo quiero decirte que si todo es porque estoy yo, solo tenéis que decírmelo. Ya os habéis relaciones. En especial tú, eres demasiado buena conmigo, por eso te aprecio mucho y no quiero causarte más problemas- dijo bajando la cabeza mostrando cierto arrepentimiento.


-Para nada, tranquilo. El problema no eres tú, todo lo contrario. Has ayudado muchísimo. Sabes de sobra que incluso hacía tiempo que no yacía con mi esposo hasta que llegaste tú- quise tranquilizarlo.


Miguel puso cara de asombro, como de no entender en qué había podido ayudar, y tuve que explicarme.


-De verdad que el estrés por las deudas nos quitaban las ganas. Como ves, tu pensión nos ha desahogado bastante e incluso has animado a mi marido. Poco, menos de lo que me gustaría, pero al menos mucho más que antes de tu llegada. Gracias de verdad- le dije acariciándolo tímidamente en el hombro mostrándole mi más sincera gratitud.


-Caray, me alegro que sea así. No sabes el peso que me quitas de encima, por lo del otro día creí que era todo lo contrario- suspiro relajado.


-¿A qué te refieres con lo del otro día? – aproveché para aclarar el tema en un ambiente mezcla de tensión y de confianza que se había generado.


-Bueno, …cuando regresé del cole con tu chico y te escuché teniendo lo que parecía un orgasmo… y al día siguiente tu marido dijo que había estado trabajando toda la tarde…, no sé, llegué a pensar que le fuiste infiel a tu esposo…que tuviste un lio- dijo nuevamente avergonzado bajando la cabeza sin atreverse a mirarme a los ojos por sus pensamientos.


-Escúchame bien Miguel. Sabes que sería incapaz de engañar a mi marido. El otro día simplemente me pillaste como dices tú, trabajando por cuenta propia en la ducha. Caray chico, una tampoco es de piedra. Si te mentí es porque prefería que pensases que estaba con mi esposo y no sola. Cuando me preguntaste me dio vergüenza reconocerlo, en cambio ahora….- de nuevo le pasé la mano por el hombro en señal de confianza.


-No sabes cuanto me alegro de que sea así, por un momento pensé que….- pronunció Miguel, pero no le dejé terminar la frase.


-Ya ves que no. Mejor dicho, lo escuchaste- pronuncié entre risas.


-¿O sea que eras tú sola en la ducha?- preguntó alucinado.


-Uhm ,uhm- asentí yo sonriendo pícaramente en plan malota.


-Me alegro, de verdad que no sabía como actuar frente a tu esposo. No sabía si decirle algo o no, de alguna forma también es un amigo para mí. Me alegro de aclararlo porque podía haber metido la pata hasta el fondo y nunca me lo perdonaría- dijo aliviado al quitarse un peso de su conciencia.

-¿Puedo hacerte una pregunta?- quise saber antes de dar por cerrado el tema movida por la curiosidad aprovechando el buen rollito generado.

¿Qué escuchaste?- le pregunté intrigada.

-No…, nada, simplemente te escuché- quiso restarle importancia al asunto.

- La otra vez me dijiste que te gustó escucharme de nuevo a mi marido y a mí. ¿Qué quisiste decir con eso?- necesitaba salir de dudas a sus palabras que tanto resonaron por mi mente en todos estos días, consideré que ese era un buen momento para aclarar dudas e inquietudes.

-Entiéndeme, si…, tienes razón, me gusta escucharte- esgrimió con argumento seco y escueto.

-¿Por?- insistí.

-Bueno, eres muy escandalosa- soltó de golpe y porrazo dejándome algo aturdida.

-¿Y eso te gusta?- reaccioné preguntándole maliciosamente jugando con la situación haciendo tirabuzones en mi pelo.

-Digamos que me hace pensar cosas- dijo sonriente.

-¿Y qué es lo que te hace pensar?- insistí una vez más coqueta e intrigada.


-Bueno, ya sabes, pensaba en ti- se confesó como si nada, como siempre, como si fuera lo más natural del mundo.


-¿En mi?- me hice la sorprendida cuando en realidad me esperaba esa respuesta.


-Si claro, ¿en quién sino?, era a tí a la que escuchaba- trató de justificarse ante lo evidente


-¿Te tocaste?- la idea me resultaba excitante en esos momentos, además de que no sé por qué, estaba disfrutando al hacerle confesar. Me hacía sentir como poderosa al saberme deseada por otro hombre que no era mi marido, y con el que podía hablar claramente de estos temas.


-¿En serio lo quieres saber?- me miró esta vez más serio de lo normal restando algo de naturalidad a la situación.


-Uhm, uhm. Si te tocaste pensando en mí, creo que tengo derecho a saberlo- le devolví la mirada provocando su respuesta.


-Sí, me toqué- pronunció mirándome fijamente a los ojos orgulloso.


-¿Te tocaste pensando en mí?- se me escapó con una sonrisa de satisfacción al conocer su respuesta chupándome el dedo en plan niña mala forzando su confesión.


-Tú lo has preguntado y yo te he respondido. ¿Qué quieres que hiciera?- se justificó de nuevo.


-Dormir- rebatí seca y tajantemente cambiando de actitud para hacerme la ofendida aún a sabiendas de que fingía un enfado que no era.


-Menudos grititos te pegabas, como para dormir- pronunció entre risas tratando de desenmascararme en mi teatral arrebato.


-Eres un cerdo. Todos los tíos sois iguales. Yo creí que eras distinto, que podía confiar en ti, y en cambio eres como todos- jugué a comportarme como una chiquilla golpeándolo en el brazo simulando continuar enfadada.


-Vamos Sandra, que soy un hombre. A pesar de mi edad sigo teniendo mis necesidades, tú eres una chica guapa, que digo guapa, guapísima, además eres atenta y cariñosa. Entiéndelo no quiero que te enfades, considéralo algo inevitable- intentaba mostrar con sus palabras que se trataba de una conversación normal entre dos adultos evitando entrar en mi juego.


-A saber en qué estarías pensando- apuntillé en plan mujer fatal.


-Mejor no quieras saberlo- dijo antes de romper a reír los dos con risa floja tratando de aliviar el momento.


El ruido de las llaves en la puerta interrumpió la risa. Mi marido regresaba con mi hijo.


-¿De qué os reíais?- quiso saber mi marido nada más vernos.


-De nada, de nada- dijimos los dos al mismo tiempo para asombro de mi esposo que no sabía de qué iba el tema y solo nos veía reír y reír tratando de aguantarnos la risa.


Una cosa me quedó clara. Con Miguel era muy fácil hablar de ciertos temas, y siempre encontraba la manera de relajar la tensión en esos casos.


A partir de ese día las conversaciones entre nosotros eran todavía más fluidas, pero no se volvió a tocar el tema del sexo, por un tiempo. Hasta que en una de las semanas en que mi marido estaba de viaje, ya de noche, después de cenar, nos quedamos los dos solos viendo una peli en la tele. Casualidad o no, me tocó llevar para estar por casa el camisoncito de raso de la otra vez según los turnos de la lavadora.

Esa noche me dolía bastante la espalda, había estado todo el día levantando peso, y si normalmente nos sentábamos los dos a la noche en el tresillo que quedaba justo enfrente de la tele, el uno al lado del otro, esa vez le pedí a Antonio que me dejase tumbar estirada en el sillón. Él hizo ademán de levantarse para sentarse en el orejero que normalmente utilizaba mi esposo, algo más ladeado, pero movida por la educación le dije que no me importaba permaneciese en el sillón conmigo, si a él no le importaba que le pusiera las piernas encima.

-Claro que no me importa que me pongas las piernas encima- respondió a mi pregunta sin dejar de mirarme con el camisón puesto.

Así que os imagináis la situación, él sentado en el extremo del sillón de frente a la tele, con un pantalón de pijama largo de esos a cuadros y en camiseta de algodón de manga corta, y yo tumbada a lo largo del sofá, con la cabeza en el otro extremo y con mis pies sobre sus piernas.

El caso es que al llevar camisón mis piernas descansaban desnudas sobre su regazo, y para colmo al más mínimo descuido le enseñaba las braguitas. Di que se trataba de unas braguitas blancas de algodón de lo más normalitas, y por eso no le daba mucha importancia a que pudiera verlas en algún desliz. Como digo siempre, no veía más de lo que una enseña en bikini en la playa, y al haber confianza entre nosotros no encontré motivos para lo contrario.

Permanecimos un tiempo en esa posición, en la que Miguel no sabía dónde descansar sus manos sin tocarme. Se le notaba inquieto y torpe por el contacto de mis piernas sobre su regazo, circunstancia con la que a mí me gustó jugar.

La tele resultaba de lo más aburrida, así que llevados por el momento y la situación comenzamos a hablar de nuestras cosas. Al principio Miguel evitaba cualquier roce con mis piernas, no sabía dónde colocar las manos, estaba claramente incómodo, hasta que en un momento dado algo envalentonado :mientras contemplábamos al unísono como sus manos contactaban con la piel desnuda de mis muslos. Inconscientemente los dos esperábamos desde hace un rato que llegase ese momento. Al menos para mí fue una sensación electrizante. Era la primera vez que teníamos contacto físico en todo este tiempo, y además vino a producirse en una zona tan delicada como las piernas y los muslos.


Ninguno de los dos quiso interrumpir la conversación y proseguimos como si fuera lo más normal del mundo. Con la naturalidad que Miguel le otorgaba siempre a este tipo de situaciones. Aunque los dos disfrutábamos en silencio y para dentro de las sensaciones que a ambos nos producía el contacto sus manos en la piel desnuda de mis muslos.

Recuerdo que comenzamos hablando de la educación de mi hijo, y terminamos hablando de lo diferente que eran los tiempos ahora. Según él, hoy en día se le hacía más difícil educar a los hijos que en sus tiempos.

.- ¿Por qué dices eso?- quise saber yo. Y pregunta a pregunta, respuesta a respuesta fue derivando el tema a como habían sido sus relaciones con otras mujeres anteriores a su ex.

Así me contó que en sus tiempos mozos tuvo una novia del pueblo de su madre que nunca se depilaba las piernas. ¡¡Ni las axilas!!. Y que la primera vez que la vio en bikini tenía más pelo ella, que él.


A mi entró la risa por la forma tan graciosa en que lo contaba. Gesticulaba bastante con las manos al explicar sus anécdotas, y entre gracia y gracia me acariciaba de vez en cuando mis piernas desnudas sobre su regazo. A cada contacto de sus manos en mis muslos me entraban escalofríos por todo el cuerpo que trataba de disimular con la risa. El momento y la situación eran de por sí muy agradables. De hecho no recordaba sentirme tan bien en mucho tiempo.

-¿La llegaste a ver desnuda?- tuve curiosidad por saber el desenlace de su historia.

-¡¡¡¡Nooo!!!- dijo poniendo cara de repulsa provocándome una risa continua.

-Imagínate si tendría pelo en todo el cuerpo que la braguita del bañador, antes no había bikinis, le levantaba casi un par de dedos- quiso explicarse -necesitaría una podadora antes de ponerme al asunto- concluyó entre carcajadas de los dos por la exageración.

.-Tampoco había medios- quise disculpar a su antigua novia una vez me recuperé de las primeras risas.

-Tienes razón- dijo él también entre risas – en cambio ahora se ha declarado la guerra a los pelos- finalizó su argumento.

.-Mucho mejor ahora ¿no crees?- le rebatí yo.

-La verdad es que no sabría decirte.- dijo poniendo cara de asombro.

-¿Cómo que no sabes?- pregunté inocentemente.

.-Pues eso, mi mujer era también de las de antes y si bien se hacía las ingles brasileñas para ir a la playa, nada que ver con lo que se ve por ahí ahora- se explicó.

-Pues que quieres que te diga, a mí me resulta mucho más cómodo arregladito- le hice saber poniendo carita de niña mala.

-¿En serio?- preguntó poniendo cara de asombro con evidentes ganas de que continuase en mi argumentación.

-Pues claro, aparte de ser mucho más higiénico tiene más ventajas- me sentí poderosa instruyendo al maestro en el tema.

.-¿Si?, no entiendo- preguntó haciéndose el despistado pero a la espera de que le revelase algún detalle íntimo.

-No me dirás queeee, ¿nunca has vistoooo? …. ¿nunca?- me mofé de él a mi manera por la falta de experiencias que suponía.

-Nada de nada- respondió resignado.

-Pues chico cortito notas más la penetración, y que quieres que te diga, de cara a practicar sexo oral pues facilita mucho las cosas ¿no crees?- aunque mis argumentos eran evidentes, Miguel continuaba mostrando caras de asombro por mis explicaciones cargadas de experiencia.

-¿Tú…?. ¿Tú lo llevas rasurado?- preguntó titubeando tragando saliva por su atrevimiento, pero como siempre con cierta naturalidad que transmitía la confianza suficiente como para confesarte.

-A veces, ahora del todo no, pero casi- en la posición en la que estábamos abrí y cerré mis piernas un par de veces para que se fijase en mis braguitas blancas de algodón en plan juguetona.

-Caray que suerte tiene tu marido- exclamó suspirando atento a mi abrir y cerrar de piernas.

-Pues nadie salvo tú lo diría- le rebatí fingiendo entristecerme.

-Sandra no te preocupes, ya verás como volvéis a recuperar la pasión, son ciclos que vienen y van- de nuevo apareció el Miguel sensato restando importancia a los problemas.

-Ya, pero el tiempo pasa y luego a lo que queramos ya no podremos- pronuncie triste al tiempo que abría y cerraba de nuevo un par de veces mis piernas juguetona provocando su atenta mirada.

-No digas eso, para eso siempre hay tiempo- trató de rebatirme comenzando a acariciar mis piernas tímidamente llevado por el momento con sus dos manos.

-Ya, ¿y tú qué?. ¿Hace cuanto que no estas con una mujer?- desvié el tema tratando de averiguar el efecto que podía tener en él sus caricias en mis piernas.

-¡Uff!, hace ya tanto que ni me acuerdo- suspiró añorando tiempos pasados reclinando melancólico la cabeza hacia atrás.

-¿Te puedo hacer una pregunta?- interrumpí sus resoplidos.

-Por supuesto- respondió como siempre tan dispuesto aún a sabiendas de que había esquivado notoriamente mi pregunta anterior.

-¿Eso es por mi culpa?- pregunté señalando con mi pierna y mi mirada el bulto que se adivinaba bajo sus pantalones del pijama medio burlándome de él.

-¿Tú que crees?- no quiso responder a lo evidente relativamente avergonzado mientras me miraba fijamente a los ojos.

-No sé. Dímelo tú- quise escucharlo de su boca al tiempo que retiraba mis piernas de su regazo para que se evidenciase la erección que el pobre escondía bajo el pantalón. Aquel madurito interesante estaba avergonzado. Una sonrisa burlona se dibujó en mi rostro al mostrarse ante los ojos de ambos lo evidente.

-Si Sandra, me has puesto como una moto- respondió con su naturalidad característica contrario a la vergüenza que su enrojecida cara figuraba.

-¿Qué vas a hacer?- esta vez quise llevar la situación al límite, me gustó provocarlo, tensé el juego y deslicé mi pierna hasta acariciarle su miembro con el dedo gordo de mi pie por encima de la tela de su pantalón. Fue una caricia sutil, un par de golpecitos juguetones con mi extremidad, lo suficiente como para sentir el contacto de su miembro duro bajo la tela contra la piel desnuda de mi pie.

-Pues no sé, pero algo tendré que hacer, ¿no crees?- argumentó mientras se dejaba hacer por el movimiento de mi pie y las caricias de mis piernas rozándose contra las suyas, contemplando ansioso mi provocación y preguntándose mentalmente hasta donde estaría dispuesta a dejar llegar la situación.

-¿Pensarás en mí?- le pregunté al tiempo que me chupaba maliciosamente un dedo y continuaba acariciando su miembro con mi perna por encima del pantalón. En ese instante Miguel apartó su mirada de mis muslos y que me miró a los ojos cuestionando mis intenciones.

Entonces lo vi claro en sus ojos. Ese hombre estaba tan desesperado como yo, deseaba culminar la situación como fuera, me suplicaba con la mirada que continuase hasta algún final. Cualquier tipo de final, a esas alturas le daba igual. El que yo quisiera. Era como un caballo percherón viejo dócil a su amo. A pesar de su madurez y de su seguridad, aquel maestro no sabía cómo manejar la situación. Tan solo anhelaba que sucediese algo. Como fuera. Pero sobretodo conmigo.

-¿Puedo?- me preguntó como a quien se le viene el mundo encima.

-¿El qué?- pregunté esta vez inocentemente.

-Pensar en ti, ¿puedo?- reiteró su pregunta mirándome a los ojos.

-Quiero que lo hagas. Es más, quiero que me cuentes luego lo que has pensado. Quiero saberlo- medio le susurré al tiempo que evidenciaba mis caricias y lo comenzaba a masturbar torpemente con el suave movimiento de uno de mis pies sobre su paquete. Para provocarlo aún más quise abrir y cerrar a la vez la otra pierna para que pudiese ver a intervalos mis braguitas por debajo del camisón. La tensión sexual se mascaba en el ambiente.

-Uff, para Sandra, estoy a punto. No deberíamos…- pronunció cerrando los ojos y reclinando la cabeza hacia atrás entregado a mi pequeña tortura.

Yo seguí moviendo mi pie de arriba abajo sobre su miembro, comprobando la dureza que apreciaba bajo su pantalón en lo que venía a ser ya una masturbación en toda regla.

Miguel abrió los ojos y giró la cabeza para mirarme directamente mientras yo no perdía detalle de las caricias que entre mi pie y la pierna le daba sobre la tela de su pantalón.

-¿Qué miras?- le pregunté sintiéndome acosada por su mirada.

-¿Tú qué crees?- respondió evitando desnudar sus pensamientos a la vez que me desnudaba con los ojos.

-No sé, dímelo tú- me gustaba escucharlo de su propia boca.

-Sandra eres una mujer maravillosa, yo…, no sé cómo agradecerte todo lo que estás haciendo por mi- se deshacía en halagos al tiempo que comenzó a acariciarme las piernas a dos manos sin miramiento alguno. Necesitaba acariciarme, necesitaba comprobar la suavidad de mi piel con sus propias manos, como quien comprueba que lo que estaba sucediendo era real y no un sueño.

-Chhist, calla, no lo estropees ahora- yo preferí disfrutar de aquel momento lleno de excitante misterio en silencio. Era un camino hacia lo desconocido. Confusa, en esos momentos tan solo tenía claro que quería concentrarme en las sensaciones que me producía notar la dureza de aquel miembro desconocido hasta entonces para mí.

Alternaba mis caricias con un tímido abrir y cerrar de piernas para que desde su posición pudiera verme las braguitas. Los ojos se le salían de sus orbitas con mi pequeña travesura. No sé, era algo extraño y estimulante a la vez. Un cúmulo de sensaciones que en general resultaba complaciente y me impulsaba a seguir.

-Para Sandra- interrumpió Miguel el momentáneo silencio y la tensión mientras se agarraba con fuerza a dos manos a mi otra pierna.

-Me corro- pronunció a media voz.

-¿En serio te vas a correr tan solo con el roce de mi pierna?- insistí en mi maquiavélica caricia con la que estaba disfrutando tanto como él aunque por diferentes motivos.

-Si sigues así, sí – argumentó con cara de concentrado por retrasar o evitar el ineludible momento.

-Bah, no me lo creo- intensifiqué mis caricias y mi movimiento esta vez con la rodilla, regocijándome en el poder que disponía sobre esa otra persona.

- Para que me corro- pronunció entrecortadamente evidenciando que el momento estaba cerca.

-Pues quiero verlo, quiero ver cómo te corres- pronuncié aumentando la zona de contacto entre nuestros cuerpos.


Me miró. Lo miré. Cerró los ojos.


Estaba claro que en esos momentos Miguel estaba totalmente entregado a la labor de correrse y satisfacer mis deseos. O los suyos, o los de ambos.


De repente abrió los ojos. Me miró de nuevo y comenzó a deslizar envalentonado una de sus manos por mis muslos bajo la atenta mirada de ambos. Ese breve intervalo de tiempo en el que su mano recorrió mi pierna se me hizo eterno. Avanzó decidido a acariciarme más allá de mis braguitas blancas de algodón, pero atrapé su mano entre mis piernas a pocos milímetros de mi prenda más íntima. En esa parte más suave de la cara interna de mis piernas. Ambos pudimos contrastar la gélida temperatura de su mano temblorosa con el calor de mi piel en esa zona.


Le dejé claro con la mirada que no quería que me acariciase. Una cosa es una cosa, y otra llegar a más. Dejé bien claro que no iba a ser infiel a mi esposo bajo ningún concepto y todo a pesar del surrealismo de la situación. Miguel por suerte lo entendió perfectamente y cerró los ojos abandonándose al placer que le proporcionaba tener su mano atrapada ente mis muslos tan cerca de su objetivo.

-Ooh, siii…, oooh si, ufff- noté como el miembro de ese hombre palpitaba al ritmo de las caricias de mi rodilla. De repente el pantalón de su pijama estaba mojado.

-¿Ya?- pregunté incrédula por lo que había pasado.

-Ya- respondió él con cara de satisfacción mirándome a los ojos aturdido.

-Joder como te has puesto- exclamé al comprobar lo empapado que había quedado su pijama bajo mi pierna. -Voy por papel. No manches el sillón- argumenté preocupada por que pudiera quedar mancha en la tapicería del sofá.

-Gracias- resopló Miguel tratando de recuperarse.

Recuerdo que me levanté del tresillo con un sentimiento mezcla de vergüenza y horror por lo que acababa de pasar. Le acababa de hacer una paja a un hombre que no era mi marido, y no sabía si sentirme infiel o no. Traté de encajar lo ocurrido mientras iba camino del aseo en busca del papel higiénico con el que limpiar a ese pobre hombre con el que me había excedido en mi inconsciente provocación.

¿Cómo había podido pasar?, me preguntaba mentalmente una y otra vez sin encontrar una explicación razonable con la que justificarme.

Solo tenía clara una cosa, quería acabar con todo aquello lo antes posible. Así que regresé rápido con el papel higiénico para limpiarlo, pero Miguel se negó en rotundo. Estaba tan avergonzado o más que yo por lo que había sucedido.

-Sandra yo…esto…no sé qué decir- titubeó a mi llegada mientras se limpiaba como buenamente podía mostrándose pudoroso ante mi presencia.

-No sé que me ha pasado- trataba de excusarse una vez tras otra contra mi silencio.

-Ssschist. No digas nada- le mande callar prefiriendo el silencio. -Ya está, ya ha pasado. Los dos somos adultos y sabemos cómo son estas cosas. Nos hemos dejado llevar. Ambos sabemos que esto no debería haber pasado nunca y que no puede volver a ocurrir. Hagamos de ello un buen recuerdo y olvidémoslo cuanto antes- dije poniendo algo de serenidad al momento mientras trataba de ayudarlo en su faena pasándole todo el papel que necesitaba.

-Gracias Sandra. Eres una mujer maravillosa. A veces los hombres tenemos nuestras necesidades. Ambos sabemos que esto no debería haber pasado, me alegro que lo entiendas- y a lo que terminó de limpiarse por encima marchó a su cuarto huyendo despavorido a cambiarse de ropa. Ya no salió en toda la noche de su cuarto, cosa que agradecí yo también.

Al igual que Miguel me encerré en mi dormitorio tratando de conciliar el sueño y de que pasase todo cuanto antes. Estaba muerta de vergüenza, entre otras cosas me preguntaba si sería capaz de volver a mirar a la cara a ese hombre. ¿Qué es lo que había pasado?. O lo que es peor, cómo había dejado que sucediese. ¿En qué clase de esposa me había convertido?. Era todo un sin sentido, una locura.

Reconozco que al día siguiente nos costó incluso entablar conversación. Ninguno de los dos se atrevía a decir nada. En especial en el momento durante el desayuno que se tornó tenso, menos mal que la presencia de mi hijo ayudo a romper el hielo. Enseguida le preguntó a Miguel acerca de problemas de matemáticas y distrajo la atención.

A la noche siguiente Miguel no salió de su cuarto alegando que tenía trabajo pendiente. Así que no comentamos nada de lo sucedido en todo el día.

Hasta que inevitablemente algunas noches atrás, mientras estábamos los dos de nuevo solos sentados en el sofá, se me ocurrió comentarle que ya tenía lavado y planchado el pijama de la noche en cuestión por si lo necesitaba. Lo vi tenso al mencionar el tema y decidí tomar la iniciativa.

-He tenido que frotar, las manchas no se iban- dije tratando de poner cierto punto cómico a la situación.

-Gracias. No sabes cuánto agradezco lo que haces por mi- dijo sincerándose por todo lo ocurrido.

-¡Bah! no es nada. No tienes porqué agradecérmelo- quise restarle importancia al asunto y tratar de recobrar el buen rollito que habíamos tenido siempre.

-No, en serio, de verdad. Hacía tiempo que no me sentía tan bien- insistió en agradecerme lo ocurrido, como siempre respetuoso de corazón y muy educadamente.

-Claro hombre es normal. Siempre de un lado para otro. No es bueno vivir de hotel en hotel. Hiciste bien en quedarte alojado con nosotros- traté de hacerle ver que yo tampoco le daba importancia a lo ocurrido y que era agua pasada por mi parte.

-También. Aunque no me refería a eso- apuntilló.

-¿A qué te refieres entonces?- me dejo intrigada por querer sacar el tema a colación.

-A lo del otro día- dijo insistiendo en sus intenciones por hablar del asunto.

De repente se hizo un silencio incómodo entre los dos. Ahora era yo la que no quería hablar del tema, por mi parte estaba zanjado el asunto.

-No he podido dejar de pensar en lo que pasó- pronunció con cara de pena.

-Bueno Miguel para serte sincera yo tampoco he podido dejar de pensar en ello. Pero no puede volver a suceder. No quiero serle infiel a mi esposo y lo sabes. Con todo lo quiero. Es el padre de mi hijo, y aunque agradezco todo lo que haces por nosotros hay ciertas cosas que no pueden volver a ocurrir. Olvídalo y punto- quise concluir el asunto.

-Ya…el caso es que yo tampoco quiero que le seas infiel a tu esposo. Es como un amigo para mi – dijo sincerándose.

-Pues eso, zanjemos el asunto- concluí.

-Solo quiero saber una cosa. Me respondes y me olvido- argumentó esta vez con cara de niño bueno.

-Está bien, que quieres saber- cedí a sus intenciones.

-¿Porque lo hiciste?- preguntó.

-No sé, supongo que me dejé llevar por el momento- respondí sin más.

-¿Te gustó?- insistió en saber más acerca de mis sentimientos.

-No quiero responder a esa pregunta- comenzaba a sentirme molesta por sus preguntas.

-Te gustó- afirmó poniendo en mi boca lo que no había dicho.

-Bueno, sí, vale, me gustó. Estuvo bien. Pero ya te lo he dicho antes, no quiero serle infiel a mi esposo. Tampoco pasó nada del otro mundo. Amo a mi esposo, y todo debe seguir como hasta ahora. ¿Entendido?- argumenté tratando de poner sensatez.

-Si claro. Yo tampoco quiero ser un problema. Al contrario, quiero ser parte de la solución- pronunció poniendo cierto deje de suspense en sus palabras.

-¿A qué te refieres exactamente con eso?- sus palabras lograron mosquearme.

-Vamos Sandra, tu misma me dijiste que desde que estoy aquí os van mejor las cosas a tu marido y a ti- buscó mis propias palabras en su exposición.

-Sí, eso dije- me corroboré en mis palabras.

-Lo ves…- dijo en un tono quisquilloso.

-Pues no, no te sigo. ¿A dónde quieres ir a parar?- quise saber.

-Vamos Sandra reconócelo. Tú también has buscado provocarme durante todo este tiempo. No me negarás a estas alturas que ciertos paseítos en ropa interior estaban de más- sus palabras me dejaron de piedra, pero lo cierto es que evidenció con su descripción lo sucedido durante su estancia como inquilino. Pese a describir la realidad no podía darle la razón.

-Oye, ¿qué quieres decir con eso?. ¿Qué estás insinuando?- me hice la ofendida por sus palabras.

-Solo quiero decir que me encanta que me provoques. Por mí hazlo siempre que quieras- concluyó sin más.

Yo lo miré cariacontecida sin entender lo que quería decirme.

-Caray Sandra, pues que lo del otro día fue magnífico. No sé cómo decirlo, pero hacía tiempo que no tenía ningún tipo de caricia con una mujer. Vamos que me lavo yo solo la ropa y que estaba cansado de tener que lavármela yo solito- utilizó una metáfora que en esos momentos no era capaz de captar.

-Sabes que no me importa, incluso plancharte- respondí inocentemente.

-No sé, si me has entendido bien. Lo que quería decirte es que nadie me había hecho una paja desde hace lo menos veinte años. Y que me gustaría….no sé…, si tú quieres,….yo…esto…- no se atrevía a continuar. Le fallaba la voz. Era un manojo de nervios sin control.

-¿Qué estás insinuando?- le pregunté indignada por lo que entendía me estaba proponiendo.

-No, no, de verdad. No. Siento haberte ofendido. Te pido disculpas. Lo siento. Veo que no lo entiendes. Tienes razón. Olvidémonos. ¿Ok?- rectificó avergonzado.

-Pues eso- concluí seria a sus palabras.

Después de esta conversación la cosa estuvo tensa un par de días. Apenas nos dirigíamos la palabra, nos esquivábamos. Miguel se encerró en su cuarto el mayor tiempo posible y apenas nos mirábamos, si intercambiamos alguna palabra fueron monosílabos y poco más. Digamos que pasamos unos días a cara de perro. Por suerte mi marido no se enteraba de nada. Era una época de gran trabajo y andaba con sus propias preocupaciones. Yo, por supuesto no le dije nada de lo que había sucedido entre Miguel y yo, y por suerte Miguel también permaneció discreto.

A los pocos día mi marido tuvo que salir de viaje de nuevo, esa noche Miguel apareció por el salón y se sentó a ver la tele un rato conmigo.

-Yo…, esto…, Sandra, he pensado que lo mejor sería que me buscase una pensión. Para no causaros perjuicio económico me esperaré hasta que encontréis a otro inquilino para irme. Así no perderéis el dinero que tanto bien os hace- argumentó con un hilo de voz en su garganta notoriamente apenado rompiendo el silencio reinante en el salón hasta el momento.

-No oye Miguel, no quiero que te vayas. Lo siento mucho yo también que hayamos llegado a esta situación. Lo siento de verdad. Quiero que todo vuelva a ser como antes. Al menos contigo se puede hablar de estos temas con confianza y serenidad. Creo que soy yo la que debe pedirte disculpas por lo que pasó y por hacerte sentir mal. Yo soy tan responsable como tú de lo que sucedió- quise poner algo de calma pues en el fondo no quería que Miguel se fuese.

-No insisto. Es mejor que me marche- me dio la impresión de que lo tenía todo decidido y meditado.

-Vamos Miguel no encontraría mejor inquilino que tú. Lo sabes. Además, tendría que dar un montón de explicaciones a mi marido, al que no le iba hacer ninguna gracia que te fueras, y paso de mentirle. Él también está encantado de tenerte aquí, lo sabes- quise restarle hierro al asunto y tratar de hacerle cambiar de opinión.

-Además…- insistí en mi argumentación- tienes mucha razón en eso que desde que estás aquí todo ha cambiado a mejor-. Su cara cambió de expresión al escuchar mis palabras.

-¿En serio quieres que me quede?- su rostro se iluminó de repente como el de un niño a pesar de sus arrugas.

-Si por favor- afirmé cogiéndolo de las manos mostrándole complicidad.

-No sabes cuánto me alegra oír eso- dijo observando detenidamente mis manos entre la suyas.

-Anda tonto dame un abrazo- quise sellar la paz entre ambos con gesto tan significativo.

-¡¡Joder tío pero si estas empalmado!!- exclamé al acercar mi cuerpo al suyo y notar su miembro duro como una piedra bajo el pantalón del pijama, al rozarse con mi vientre en el abrazo.

-Joder Sandra es lo que trataba de explicarte el otro día. Lo que me pasa no es racional. No puedo evitar pensar en ti todo el día a todas horas. Te has colado en mi mente. Simplemente con olerte o rozarte y la reminiscencia hace el resto. Te juro que no sé qué me pasa, incluso llega a dolerme por momentos. Desde ese día vivo excitado cada vez que te veo, y eso que ya no te paseas en modelitos, pero no sé lo que me pasa, no puedo evitarlo, me estoy volviendo loco, consigues con tu presencia lo que el viagra no lograba, es un tormento, parezco un adolescente con las hormonas desatadas, no tiene explicación- trató de justificarse absurdamente.

-Pues sí que estás necesitado- me compadecí de él observando atónita su bulto formado bajo el pantalón.

-Mucho. Lo reconozco. Por eso te digo que es mejor que me marche. Soy capaz de cometer una locura y no quiero- dijo medio avergonzado observando mi reacción.

-¿Es verdad lo que me dijiste el otro día?- me pregunté en voz alta al observar su eminente erección bajo los pantalones.

-¿El qué?- quiso saber él.

-Eso de que hacia al menos veinte años que nadie te hacia una paja- pregunté tratando de averiguar lo que durante estos días atrás me rondaba por la cabeza.

-Sabes de sobra que la cosa no iba bien con mi ex esposa- respondió.

-Yo creí que a tu edad la cosa no funcionaba. Que sin pastillita nada de nada- pregunté curiosa por conocer su respuesta señalando su notable erección bajo el pijama.

-Y así suele ser. Incluso cuando me lavo la ropa yo solito necesito muchas veces de pastilla. En cambio es pensar en ti y chica….- no supo cómo acabar la frase.

-Como que es pensar en mí y nada. Me debes una explicación- de nuevo interpreté un papel de ofendida que para nada me iba.

-Bueno Sandra no te ofendas, pero desde que te vi en medias y ropa interior no puedo pensar en otra cosa que no sea retener esa imagen en mi memoria. No sé qué es lo que tienes. Te juro que hacía tiempo que no recobraba esta vitalidad- dijo desanudando el lazo del pantalón de su pijama para recolocarse bien su miembro ante mi atenta mirada.

-O sea ¿que esa erección es por mi culpa?- me hice la tonta. Miguel puso cara de perro abandonado sin decir ni una palabra.

No sé por qué lo hice, pero lo hice. Me senté más cerca de su lado en el mismo sillón, hasta quedar ambos hombro con hombro. Nos miramos por un instante. Lo justo para que Miguel comprobase como me mordía los labios en señal de lujuria. Acaricié su pierna por encima de la fina tela del pantalón del pijama un par de veces, hasta que alcancé la zona donde se juntaban su camiseta y el elástico de su pantalón, luego deslicé lentamente mi mano por debajo de la fina tela del pijama y apartándole su mano con la mía rodeé entre mis dedos su miembro viril.

Resultó agradable comprobar el respingo que dio su polla a mi contacto y el calor que desprendía su cuerpo en esa zona.

-Tienes las manos frías- trató de excusarse nada más notar mi caricia.

-Si quieres no te toco- pronuncié haciendo ademán de soltarlo.

-No por favor. Continúa- pronunció en un susurro. De nuevo cerró los ojos recostándose sobre el sillón suplicante porque llegásemos como la otra vez hasta algún final.

Mi mano subió y bajo un par de veces temblorosa recorriendo toda la longitud de su miembro. Era impactante para mí acariciar otra polla que no fuera la de mi marido. Fue asirla y entrar en estado de shock. Mis endorfinas se dispararon en cuestión de segundos, y era incapaz de soltar ese miembro que se erguía erecto y duro a mi maniobra.

-¿Así va bien?- Quise preguntarle a Miguel con voz traviesa al comprobar las caras de gusto que ponía.

-Sí, muy bien. Continúa por favor. No pares- musitó totalmente entregado al ritmo que le imponía mi mano.

Un par de subes y bajas más y de nuevo mi inquilino cerró los ojos abandonándose a las sensaciones.

Yo movía mi mano arriba y abajo apretujando su miembro entre mis dedos. Me gustaba comprobar los pliegues de su prepucio cuando llegaba a la parte más alta. A decir verdad yo tampoco había tenido jamás entre mis manos un miembro que no fuera el de mi marido. La comparación se hizo por un momento inevitable en mi mente. Me pareció más gruesa y de mayor longitud. De diámetro no sabría precisar, tan solo que me costaba más rodearla entre los dedos. De largo seria fácilmente unos cinco centímetros más larga. Coincidió mi deseo por verla y no menearla tan solo por debajo del pantalón cuando el brazo con que Miguel me rodeaba por la espalda se estiró hasta alcanzar a acariciarme el culo. Nuestra proximidad de los cuerpos era tal, que así se lo permitía.

-¿Qué haces?- Le pregunté deteniéndome indignada por su caricia y apartándole con mi mano libre su mano traidora.

-Lo siento no he podido resistirme- esgrimió arrepentido y temiendo que todo se fuera al traste.

-No me gusta que me acaricies. No lo vuelvas a hacer- le espeté al tiempo que recobraba mis caricias en su miembro.

-Lo siento de verdad- pronunció a media voz de nuevo recostado en el sillón y dejándose hacer.

-Aquí solo toco yo, está claro- pronuncié en un tono de voz entre perversa, sádica y enfadada.

-Sí, sí, lo que tú digas- susurró concentrado en no correrse todavía.

En esos momentos pude observarlo algo más fríamente. Miguel tenía los ojos cerrados suplicante y no dando crédito a su suerte. El pobre me dio pena, se le veía desesperado sin saber qué hacer con sus manos. No se atrevía ni a rozarme. Así que le hice reposar sus manos boca abajo junto a sus piernas en el tresillo, para luego sentarme a horcajadas sobre su regazo, atrapándole las manos entre sus piernas, el sillón y mis muslos.






Se encontraba inmovilizado a mi merced e incrédulo ante mis intenciones.






Por mi parte, esa sensación de poder me hizo sentir extrañamente bien. Resultaba agradable disponer de un hombre madurito de esa manera. Tan experto en algunos temas, y tan inexperto en otros.






Intercambiamos una mirada cargada de lujuria y deseo cuando introduje de nuevo tras la interrupción mis manos por debajo de la tela de su pantalón y aprisioné de nuevo su miembro entre mis dedos.






Miguel cerró los ojos y echo la cabeza hacia atrás incapaz de aguantarme la mirada. Aproveché la ventaja de la contienda visual para bajarle el elástico del pijama y desnudar ante mi vista su magnífica polla.






Me gustó. Me gustó tanto lo que veía, que hasta Miguel me sorprendió observando absorta su polla con detenimiento. No quería perderme ni un detalle de su iniesta anatomía. Incluso me mordí los labios y suspiré conteniendo mi propio deseo.






Mi mirada se cruzó entonces con la de Miguel. Me relamí mi propia mano con la intención de ensalivar y lubricar bien su miembro para facilitar la fricción. Nunca me había comportado de manera tan lasciva y provocadora con mi marido, pero lejos de resultarme desagradable me encantó el sabor que su polla había dejado en mi lengua tras relamerme la palma de mi mano.






Quise ver como asomaba su prepucio cada vez que bajaba con mis dedos los pliegues de su carne. Era hermosa contemplar su capullo asomar entre mis manos.






Miguel me miraba como no dando crédito a su suerte, y trataba de memorizar cada pequeño detalle. Entonces deslicé mi mano libre por debajo de la camiseta de Miguel. Me dediqué a jugar con los pezoncillos de su tetilla. A torturarlo literalmente. Con cada pellizquito que le daba en la parte más sensible de su torso, podía apreciar nuevas convulsiones en mi mano.






-Quiero ver cómo te corres- le susurré, -quiero ver cómo te corres en mi mano- pronuncié a media voz reclinándome sobre su cuello para besarlo tímidamente en esa zona tan erógena del cuerpo totalmente fuera de mí, deseosa por ver como ese hombre me salpicaba con su esperma.






Debo confesar que siempre me ha gustado mucho contemplar el momento en el que un hombre se corre. Es como algo hipnótico para mí.






Miguel bufó como un caballo viejo ante mis palabras mientras relamía su cuello.






-Uuuhm, me corro- murmuró antes de que un primer chorro de esperma salpicase contra su camiseta.






-Me corro-. Musitó entre la segunda y la tercera sacudida de su leche.






Los borbotones siguientes salpicaron resbalando por mi mano. Yo nunca había visto eyacular tanta esperma. Me parecía increíble que pudiera retener tanta cantidad.






Me deleité contemplando como exprimía entre mis dedos las últimas gotas que brotaban de su prepucio. Miguel pudo contemplar mi cara de asombro y satisfacción al mismo tiempo.






-Caray Sandra, Gracias. Eres maravillosa- pronunció entrecortadamente recuperando el aliento.






-No hay de que tontorrón. Además, ¿sabes una cosa?.- dije en voz alta con tono de niña mala, -Me ha gustado mucho. No quiero darte falsas esperanzas pero puede que lo repitamos- concluí sonriéndole maliciosamente.






-¿En serio?- preguntó no dando crédito a mis palabras.






-Uhm uhm- asentí llevándome un dedo a la boca sin dejar de sonreírle con carita de niña traviesa.






Así permanecimos por un instante en silencio mirándonos el uno al otro tratando de asimilar cada uno a su manera lo ocurrido.






-Voy por papel higiénico no vayas a manchar el sillón- no se me ocurrió mejor manera de interrumpir el silencio y la situación que repetir el ritual de la vez anterior, de esta manera me incorporé y me puse en pie para ir al baño dejándolo exhausto con su miembro por fuera del pantalón perdiendo el vigor y la fuerza que mostraba hace unos instantes.






Cuando regresé al sillón estaba en la misma posición que lo dejé, me acerqué hasta él sin decir palabra decidida a participar en las labores de limpieza, cosa que esta vez me dejó hacer. Incluso nos reímos mientras le secaba por el vientre y el resto de las zonas de su cuerpo salpicadas, hasta que una vez relativamente limpio se incorporó para ir a cambiarse a su cuarto.






Salió al rato con la ropa manchada. Yo estaba acalorada y roja como un tomate.






-¿Dónde te dejo esto?- Preguntó haciendo referencia al pijama sucio que llevaba puesto anteriormente cuando sucedió lo ocurrido.






-Déjalo dentro de la lavadora tendré que frotarlo- le respondí al verlo también todo compungido.






Tras regresar de la cocina se sentó de nuevo en el sillón conmigo a ver la tele. Los dos tratamos de aparentar cierta normalidad aunque era imposible.






-¿Estás bien?- me preguntó interesado por mis posibles remordimientos y preocupaciones.






-Yo muy bien, ¿y tú?- quise saber yo también, aunque se trataba de una pregunta más bien retórica.






Contrario a lo que pensaba siempre que me pasaría llegado estos casos, me encontraba francamente mucho mejor de lo que creía. Siento decir que no tenía, ni tengo, remordimientos. En esos momentos no me sentía que le hubiera sido infiel a mi esposo. Más bien reconfortada como quien concluye una obra de caridad.






Miguel me cogió de la mano mientras permanecimos ese rato sentados juntos en el sillón, gesto que me ayudó a confesarle mis sentimientos en esos momentos.






-No creo que sea para tanto. No hemos hecho nada malo. Además…-dije mordiéndome el labio inferior.






-¿Además?- quiso saber Miguel intrigado por el suspense generado con mis palabras.






-Tengo ganas de que llegue mi marido. Me has puesto calentita, estoy deseando que llegue el viernes para follármelo y tú tienes la culpa– le hice saber.






-Que bruta eres- pronunció Miguel entre risas por mi comentario.






-Oye- dijo risueño-. ¿Por que no me llevo el viernes el chico al cine?. Así podréis estar solos. Sin nadie que os oiga u os moleste- apuntilló de forma graciosa en referencia a la otra vez.






-¿En serio?, ¿Lo harías?- agradecí el gesto muerta de ganas por estar a solas con mi marido a su regreso.






-Pues claro mujer, así le puedes dar a tu marido el recibimiento que se merece- respondió el inquilino.






-Joder Miguel, pues claro. Muchísimas gracias- y dicho esto le dí un beso de amiga en la mejilla.






-Gracias a ti- me devolvió el cumplido.






Si esto ocurrió un martes a la noche con mi marido de viaje, el miércoles a la mañana nos levantamos los dos como si nada hubiera ocurrido, es más, recuperamos la confianza pasada. Tal era así que ese jueves a la tarde cuando Miguel entró por la puerta me entregó un regalo. Menos mal que lo abrí en mi dormitorio lejos de las miradas de mi hijo que en esos momentos estaba en su cuarto haciendo los deberes, porque se trataba de un conjunto de lencería negro de la marca cacharel bastante caro.






-¿Y esto?- le pregunté a Miguel nada más desenvolver el regalo.






-Quiero que el viernes estés espectacular para tu marido, es mi manera de agradeceros a los dos cuanto hacéis por mi. Espero que lo disfrutéis- dijo con una pícara sonrisa en su rostro.






-No tenías porque- pronuncié el tiempo que le daba dos besos en la mejilla y un abrazo en señal de agradecimiento.






Por supuesto llegó el viernes. Esperé a mi marido toda la tarde con el conjunto que me regaló Miguel. Mi esposo nada más entrar por la puerta, al verme tan solo en lencería, y tras saber que el chico estaba en el cine con Miguel, se abalanzó sobre mi devorándome a besos y sobándome como un pulpo enfurecido.






Acabamos en la cama y esta vez sí pudimos follar como locos. Pude gritar y gemir sin temor a que nadie nos escuchase, además mi marido venía con ganas de mí y eso me hizo disfrutar. Se le notaba que me había echado en falta sinceramente durante la ausencia y eso era el mejor estímulo que podía tener para gozar. Al fin un buen polvo, casi tan bueno como cuando éramos novios. Disfruté. Disfrute muchísimo.






Miguel no tuvo que preguntar nada cuando entró por la puerta con nuestro hijo y me vió la cara. Estaba claro entre los dos lo que había pasado.






Así transcurrió la semana siguiente con la mayor normalidad hasta que llegó el fin de semana y por desgracia el lunes posterior, en el que mi marido estaría de viaje de nuevo toda la semana.






El miércoles de esa semana de ausencia había partido de fútbol. Nunca me ha gustado el fútbol, ni entendía cómo podía gustarle a Miguel, al que se le veía un tipo culto. Antes de conocerlo, y por su apariencia, era de los que a priori parecía preferir una buena lectura a un ridículo partido. Y sin embargo ese miércoles me pidió como un chiquillo que le permitiese ver el fútbol en el salón. Fui incapaz de negarme, máxime cuando abrió dos cervezas y un paquete de patatas. Al menos lo preparó él, y al contrario que con mi marido, no tuve que ser yo la que petición tras petición se levantase una vez tras otra a la cocina sin descanso.






Me convenció argumentando que era un partido importante entre su equipo preferido y otro equipo europeo. A mí la verdad me pareció aburrido como todos los partidos de fútbol, pero debo reconocer que estaba asombrada por el entusiasmo que Miguel ponía con cada ocasión fallida en el encuentro. Nunca me lo hubiera esperado de un tipo tan correcto y educado como él en todo momento, lamentándose como cualquier otro hombre vulgar con los errores de su equipo.






Tras la tercera cerveza Miguel tuvo que ir al baño a pocos minutos de que acabara la primera parte. Yo estaba algo mareadilla, pues casi nunca bebo cerveza y en esa ocasión por aburrimiento acompañé a Miguel en la bebida. Cambié de canal haciendo zapping, y se escuchó el griterío de varios vecinos gritando gol a través de las paredes. Miguel regresó del baño como una exhalación.






-¿Y el partido?- preguntó buscando con la mirada el mando de la tele aturdido por no ver la repetición del gol marcado por su equipo.






-Lo he quitado, era un rollazo- dije escondiendo con ganas de incordiarlo el mando a mi espalda.






-Anda, déjame ver la repetición del gol- pronunció haciendo ademán de cogerme el mando de la tele.






-¡Que no!- dije reteniendo el mando a mi espalda ante su intento por quitármelo.






-Dámelo- pronunció al tiempo que se abalanzó sobre mi.






-Tendrás que quitármelo- lo desafíe en un juego tonto de adolescentes, a lo que Miguel comenzó a hacerme cosquillas bajo los sobacos.






-Eso no vale- dije pataleando como una niña.






-Suéltalo- increpó Miguel siguiendo el juego riendo los dos como tortolitos.






Forcejeamos entre risas por unos segundos hasta que al final logró quitármelo a la fuerza y cambiar de canal para ver la repetición, pero el partido llegó al descanso.






-Me lo he perdido- dijo medio apenado pero siguiéndome la broma –pagarás por ello- pronunció como un chiquillo de vuelta a hacerme cosquillas.






El caso es que estuvimos haciéndonos cosquillas los dos durante el descanso jugando como dos chiquillos. De vez en cuando se le escapaba la mano y tocaba donde no debía, pero ninguno de los dos parecía detener el lance aparentando normalidad. Hasta que el partido comenzó de nuevo y Miguel dejó de hacerme cosquillas para centrarse de nuevo en la tele.






De verdad que no entendía que podía tener de entretenido un partido de fútbol, así que aburrida me dediqué a fastidiarlo como divertimento.






En un despiste le quité el mando y cambié de canal. Miguel me sometió a tortura china hasta que se cansó de hacerme reír y de nuevo recuperó el mando para centrarse de nuevo en el partido.






Traté de quitarle el mando pero esta segunda vez fue más rápido que yo y lo retiró de mi alcance. Yo me enzarcé con él en una pelea por conseguir el mando hasta que él se sentó encima del mando reteniéndolo bajo su cuerpo. Sacando ventaja del peso de su cuerpo contra el que yo no tenía fuerzas suficientes para moverlo. Así era imposible arrebatárselo. Incluso se mofó de mí en un par de intentos ridículos por hacerme con el mando. Parecíamos dos chiquillos.






No vi otra forma de quitárselo que metiendo mi mano entre sus piernas. Él se reía de mis intentos inútiles por hacerme con el mando hasta que en un momento dado nuestras miradas y nuestras risas se detuvieron para mirarnos a los ojos el uno al otro. En ese preciso instante el mundo se detuvo para ambos. Dedujo por mi sonrisa perversa que a partir de ese momento yo jugaría sucio.






Efectivamente hice alarde de mis armas como mujer y comencé a acariciarle la pierna seductoramente, jugando mis bazas.






-¿Me vas a dar el mando?- le pregunté sonriéndole pícaramente subiendo a otro nivel el juego iniciado.






-Para Sandra, no sigas por ahí- dijo algo más serio en su semblante.






-¿Por qué no?- pregunté yo maliciosamente acariciando sus muslos cada vez más cerca de su entrepierna provocándolo.






-No respondo de mis actos- dijo advirtiéndome del peligro de mi juego.






-¿A sí?- cuestioné que dada su edad su virilidad pudiera responderle al tiempo que deslizaba mi mano por su pierna muy cerquita ya de acariciar su miembro.






-Sandra que te vas a llevar una sorpresa- está vez fue él quien me incitó a continuar y que descubriese por mí misma lo que había provocado.






-¡¡¡Joder Miguel!!!, ¡¡si estás empalmado!!- grité nada más comprobar su estado de erección.






-Ya te lo dije- se justificó mirándome con carita de niño bueno.






-Joder que pasada, si apenas te he tocado- lo miré sorprendida contemplando el bulto bajo su pantalón del pijama.






-¿Y ahora qué?- me miró suplicando con la mirada, - ya te lo advertí- concluyó.






-No creí que a tu edad….- deje la frase a medias sorprendida por la facilidad con la que ese hombre se empalmaba a mi contacto.






-Pues ya ves que lo que dije acerca de ti y de tus efectos en mi persona es todo cierto- pronunció como alardeando de su potencia.






-No me lo puedo creer- pronuncié atónita contemplando su evidente erección oculta bajo el pantalón.






-Pues créetelo- confirmó él.






De verdad que no me podía imaginar lo que estaba sucediendo, pero el caso es que no me molestaba en absoluto. Todo lo contrario me gustaba que estuviese sucediendo cuanto ocurría, aun sabiendo que no debía pasar.






-Por favor Sandra, no me dejes, así te lo ruego- suplicó al tiempo que cogía mi mano con la suya y la guiaba hasta su polla. Él mismo se deshizo del nudo del pantalón del pijama para que pudiese llegar a su polla como la vez anterior.






Yo estaba sentada a su lado, apoyados el uno en el otro hombro con hombro, e instintivamente en que mi mano aprisionó entre los dedos su polla comencé con un suave movimiento arriba y abajo. Era increíble volver a tener ese miembro entre mis manos.






Esta vez no hubo muchos preámbulos ni miramientos. Nada más tener su miembro aprisionado entre mis manos comencé a masturbarlo, estaba claro lo que iba a suceder, y además los dos lo deseábamos.






El silencio se veía alterado por el ruido inconfundible de las ropas, y las respiraciones agitadas de ambos. Miguel cerró los ojos y se abandonó a mis caricias. Yo aceleré el ritmo de mi mano urgente por comprobar una vez más con mis propios ojos la eyaculación de aquel macho salpicándolo todo.






Esta vez pude fijarme en algunos detalles que se grabaron en mi retina. El pelo canoso que decoraba su pubis, la piel cuarteada por los años, y el intenso color morado de su prepucio cada vez que los descapullaba.






Miguel abrió los ojos para sorprenderme absorta contemplando su virilidad. Me acarició en el hombro con la mano con que me rodeaba el cuerpo, y sin dejar de mirarme fue deslizando su mano poco a poco por mi espalda hasta alcanzar a sobarme el culo. Fue al notar la presión de sus dedos en mis nalgas cuando me percaté de que llevaba un tiempo acariciándome el trasero. Yo había permanecido absorta y concentrada en mi faena.






Nuestra mirada se cruzó en el preciso instante en el que su mano se deslizó por debajo de la tela del pantalón que llevaba puesto para sobarme a placer el culo entre el pijama y las braguitas. Esta vez lo deje hacer. Le dejé claro con la mirada que gozaba de mi consentimiento para proceder. Seguro de sí mismo introdujo su mano incluso por debajo de la tela de mi braguita para comprobar la suavidad de mi piel directamente con la palma de su mano. Casi en ese mismo momento se corrió salpicándolo todo. El primero y más potente de sus chorretones me salpicó la camiseta a la altura de mis pechos. El segundo salpicó su camiseta, y los posteriores se dispersaron sobre su pantalón hasta terminar escurriendo sobre mi mano.






No nos dijimos nada. Tan solo nos miramos el uno al otro cómplices del momento compartido. Yo esbozaba una sonrisa satisfactoria al comprobar el resultado y él trataba de recuperar la respiración. Hasta que alertados por el ruido proveniente del cuarto de mi hijo Miguel se incorporó y se excusó con el fácil argumento de tener que ir a limpiarse. Lo esperé a que saliera del aseo pero se encerró en su cuarto. Supongo que muerto de vergüenza, lo cual agradecí yo también.






El caso es que yo estaba cachonda perdida por lo que acababa de suceder y necesitaba aliviarme como fuera. Me encerré también en el dormitorio y no tuve más remedio que masturbarme. Sé que soy algo escandalosa cuando me desato, y no pude evitar gemir en voz alta llegado el momento de mi clímax. Inevitablemente debí evidenciarle a mi inquilino y a algún que otro vecino lo que ocurría tras la puerta de mi dormitorio. Y eso que fui consciente de mi escándalo una vez me recuperaba la respiración tras la agitación, porque lo que es durante el acto permanecí concentrada en mi placer, totalmente ajena a cuanto podía estar sucediendo más allá de mis pensamientos.






Al día siguiente comentamos lo sucedido nada más vernos los dos al coincidir en la cocina en el desayuno. Por suerte mi hijo tardó en levantarse y pudimos hablar con calma del asunto. Ambos mostramos sentimientos contradictorios muy parejos, y es que por una parte coincidíamos en la parte positiva que todo ello había despertado en nuestras vidas. Era agradable, satisfactorio, relajante, estimulante,… en fin, un buen montón no sólo de argumentos, sino también de experiencias agradables e incluso diría que necesarias para nuestros cuerpos.






Por otra parte sentíamos cierto peligro con todo ello. Temíamos que se nos fuese de las manos, y que si bien hasta ahora pensábamos que nada malo había sucedido que dos personas adultas no supieran llevar, ninguno de los dos queríamos traicionar a mi esposo. Yo como mujer y él como amigo. Pero el caso es que los dos nos confesamos en esa conversación de que dejábamos la puerta abierta a que volviese a suceder. Que si surgía el caso y el uno sentía la necesidad de aliviarse con el otro, pues que no pasaba nada, que los dos éramos adultos, buenos amigos y que podíamos contar el uno con el otro. Siempre y cuando no pasase el asunto de toqueteos y caricias.






No sé cómo en esa misma conversación consiguió arrancarme la confesión de que los ruidos de sábanas y gemidos que escuchó desde mi cuarto anoche tras lo acaecido se correspondieron a mi necesidad de masturbarme. Me preguntó si había pensado en él y fui incapaz de mentirle, le dije que sí. No quiso entrar en detalles y eso que yo estaba entregada a dárselos. Pero como siempre en estos casos se comportó como un caballero. Como el maestro serio y razonable que era.






La presencia de mi hijo en la cocina pidiendo el desayuno concluyó la conversación.






-¿Estabais hablando de papá?- preguntó el chaval, y claro podéis imaginaros el resto.






No ocurrió nada significativo en unos cuantos días. La presencia de mi marido merodeando por la casa desvanecía toda clase de situaciones complicadas, hasta que en una de las tardes en que mi esposo iba a recoger al chaval de las extraescolares coincidimos Miguel y yo en la cocina tomando un café de media tarde.






Se aproximaba la fecha de cumpleaños de mi esposo y conversábamos amigablemente sobre posibles regalos que le podía hacer. Le pedía ideas a Miguel quien sugería una cosa tras otra.






-A propósito de regalos, le gustó a tu esposo el regalo que te hice- preguntó en alusión al conjuntito de Cacharel que me regaló.






-¿Tú que crees?- le pregunté a Miguel como respuesta con una sonrisa de satisfacción de oreja a oreja.






-No me extraña, debías estar espectacular con ello puesto- dejó caer como si nada pero sopesando mi reacción a sus palabras.






Yo miré a Miguel por unos instantes preguntándome que es lo que quería decirme entre líneas. Su mirada me lo dijo todo. El grado de complicidad entre ambos era tal que sobraban las palabras.






-¿No me has visto aún con tu conjunto puesto?- pregunté haciéndome la tonta.






-Créeme que lo recordaría- respondió repasándome con la mirada de abajo arriba y de arriba abajo.






-Tengo una idea- dije posando mi dedo índice en sus labios mandándole callar, -¿Por qué no me esperas en tu cuarto?- le sugerí insinuando que estaba dispuesta a ponérmelo para él.






No hizo falta decir nada más, Miguel se incorporó de la silla como un resorte y marchó a esperarme en su cuarto.








Yo en cambio corrí nerviosa e impaciente a mi dormitorio dispuesta a cambiarme y ponerme el conjunto de lencería que Miguel me había regalado excitadísima ante el pensamiento de exhibirme para él como un juguete. Un juguete sexual en este caso. Una fantasía por cumplir con el compañero ideal.






Me temblaron las manos nada más desnudarme al pie de la cama matrimonial, y a poco hago una carrera mientras me enfundaba las medias. Me miré por un segundo en el espejo del dormitorio para comprobar que estaba encendidísima ante lo que estaba a punto de suceder. De hecho humedecí la braguita casi al instante tan solo de pensar en que inevitablemente acabaría masturbando una vez más a Miguel. Contemplar el momento en el que ese hombre eyaculaba entre mis dedos se había convertido en una especie de droga para mí. Una imperiosa necesidad que saciar.






Me cubrí con el albornoz dispuesta a disfrutar de una nueva oportunidad y experiencia.






Miguel estaba tumbado sobre la cama cuando aparecí por la puerta.






-¿Te gusta?- le pregunté al tiempo que dejaba caer el albornoz en el suelo y exhibía el conjunto para él.






-Caray Sandra, estas preciosas- afirmó nada más verme.






Yo me giré un par de veces y caminé pavoneándome delante suyo por toda la habitación.






-¿En serio crees que me favorece?- le pregunté como una tontita regocijándome de las miradas que me lanzaba.






-No tienes más que ver el efecto que has provocado- dijo mirándose el bulto que crecía bajo su pantalón evidenciando una erección del quince.






- Mira como me tienes. ¿No vas a hacer nada?- me preguntó retóricamente porque los dos sabíamos perfectamente lo que iba a hacer.






- ¿Qué quieres que te haga?- pregunté sumisa ante cualquiera que fuera la locura que me pidiese dando a entender que estaba dispuesta a complacerlo si se mostraba sensato.






Miguel me observó sopesando mis palabras dos veces. Por la forma en que me miró llegué a creer que me pediría me arrodillase a sus pies y se la mamase. La fantasía de cualquier tío. Por unos momentos dudé de si estaría dispuesta a dar ese paso si me lo pidiera y en un breve instante concluí que quien lo estaba deseando era yo misma. Algo en mi interior me pedía disfrutar del sabor más íntimo de ese hombre que tanta satisfacción lograba provocarme apenas jugando. Eso sí debía pedírmelo, o mejor dicho suplicármelo.






Me acerqué hasta él mirándolo a los ojos adivinando sus intenciones y mostrándole las mías. Todo quedó claro cuando sin decir palabra me arrodillé a sus pies y sin perder contacto visual comencé a desabrocharle el cinturón del pantalón. El pobre permanecía incrédulo dejándose hacer y regocijándose por mis ganas.






-Yo…, esto…, Sandra no sé que pretendes pero yo…- musitó al comprobar mis intenciones.






-Chissst, calla- lo mandé callar pues no quería que interrumpiese el magnífico silencio.






Por mi parte procedí despacito, saboreando la situación y nunca mejor dicho.






Tras desabrocharle el cinturón tiré del bajo de los pantalones apareciendo ante mis ojos unos calzoncillos blancos que tantas veces había lavado y me resultaban hasta familiares. Lo cierto es que estaba ridículo con esas pintas de no ser porque mostraba una erección incipiente por mi culpa y eso me enorgullecía. Luego tiré de la goma del elástico para descubrir como un resorte ante mis ojos una polla que cimbreó agradecida ante mi liberación.






Me detuve para mirarlo a los ojos deleitándome con su impaciencia.






-Por favor, Sandra, a mi nunca….- confesó el maestro.






-¿A ti nunca qué?- quise saber intrigada por sus palabras.






-Nunca me la han chupado- terminó por confesar cabizbajo.






Me sonreí al escuchar sus palabras y comprobar una vez más lo fácil que había resultado lograr mi objetivo. Un estallido de morbo brotó en mi interior al saber que iba a ser la primera mujer que se la mamase a ese madurito interesante y tan falto de experiencias. Así que sin más agarré su miembro entre mis manos y procedí a meneársela tímidamente disfrutando del momento. Tras una docena de veces me preguntó.






-¿Sucede algo?, ¿no vas a chupármela?. Lo entiendo yo…- preguntó ansioso por que procediese de una vez.






En respuesta acerqué mi lengua y simulé cierto pudor. ¡Que mala soy!, simulé ser una mojigata cuando en realidad estaba destapando lo mejor de mi misma como mujer que sabe hacer gozar a un hombre cuando se lo propone. Hice lo justo para rozar su glande con la punta de mi lengua y comprobar su sabor. Un inconfundible olor a macho me penetró por las fosas nasales al mismo tiempo que saboreaba la punta de su pene. En ese momento me asaltaron las dudas. Era un paso del que no estaba segura si quería dar. Una cosa eran inocentes pajas entre juegos y otra muy distinta practicarle una felación a alguien que no era mi marido.






-Yo… esto…. Sandra…. No lo olvidaré en la vida. No sabes lo feliz que me harías- pronunció Miguel entre suspiros como adivinando mis pensamientos.






Lo miré por última vez intentando salir de dudas y entonces lo tuve claro, su mirada me lo dijo todo. Lo estaba deseando con toda su alma, como podía negarme a infundir tanta felicidad a aquel pobre hombre que tanto me había ayudado en mi vida.






Sin pensármelo dos veces recorrí con mi lengua de abajo arriba toda la longitud de su miembro. Procedí con una segunda y tercera pasada antes de engullir su polla en mi boca. Quise tragar cuanto pude y aprisionar su polla entre mis labios para ascender poco a poco deleitándome en cuantas sensaciones me producía estar arrodillada a los pies de un hombre comportándome de esa manera.






Era una sensación indescriptible, una mezcla de sentimientos encontrados. Por un momento tuve remordimientos de conciencia que las palabras de Miguel supieron desvanecer.






-Dios mío Sandra, creo que voy a correrme enseguida- musitó Miguel entre gemidos y suspiros.






No podía ser cierto lo que escuchaba, apenas había comenzado, un hombre de su edad debería tardar mucho más en correrse.






Las palpitaciones de su miembro me hicieron temer que fuese cierta su advertencia. ¿Cómo dejarlo así?. No podía, era incapaz, además tenía curiosidad por saber si era cierto lo que me decía y me esmeré en hacerlo lo mejor que sabía.






Acompasé el ritmo de mi cabeza al de mis manos, y de vez en cuando relamía su cabezota con mi lengua dentro de mi boca como si de un cucurucho se tratase.






Miguel tenía razón en su advertencia. Apenas unos movimientos más tarde se corría en mi boca. No pude evitar tragar el primer chorro de su leche que me pilló a traición, para el segundo aparté la boca y la cara salpicándome por el escote, el tercero y posteriores se derramaron decorando mi mano.






De nuevo me llamó la atención la abundancia de su semen. Me deleité en comprobar como brotaban de su uretra las últimas gotas al exprimirle la polla. Como digo era algo hipnótico para mi.






-¿Ya?- pregunté incrédula ante lo que acababa de comprobar.






-Ya- respondió él confirmando lo sucedido.






-¿Tan pronto?- insistí.






-Lo siento- respondió avergonzado por su precocidad.






-No tienes porque avergonzarte. Me ha gustado saber que lo he hecho tan bien- traté de levantarle el ánimo.






-¿Porque dices eso?- me preguntó al tiempo que me extendía una de sus manos para acariciarme la nuca y recorrer con su pulgar mis labios de la boca comprobando que me había tragado parte de su esperma.






-A mi marido no le gusta que se la chupe- confesé abrazándome a sus piernas retirándole la mirada postrada en sus pies.






-¿En serio?- cuestionó dubitativo.






-En serio- le confirmé.






-Pues que quieres que te diga, para ser la primera vez, a mí me ha encantado. A los hechos me remito- dijo alzándome la mirada con su mano para que me sintiera orgullosa.






-Gracias- musité contrariada.






El ruido de unas llaves en el rellano nos alertó de que mi marido estaba a punto de entrar por la puerta con nuestro hijo. La magia del momento se vio interrumpida de repente. Yo recogí el albornoz que yacía en el suelo de la habitación de Miguel y me lo puse por encima. A lo que mi marido entró por la puerta yo simulé recorrer el pasillo dispuesta a darme una ducha. Por suerte mi marido no sospechó nada regresando todos a la normalidad.






El caso es que entre unas cosas y otras yo estuve cachonda el resto de la tarde, y al caer la noche e irnos todos a la cama provoqué a mi marido en lo necesario y como bien sé para ponerlo en canción. A los pocos minutos de meternos en la cama ya estaba follando con mi esposo. Fue fácil. Además se la chupé a mi esposo. Me encantó. Todavía guardaba en la memoria y en mi cuerpo el recuerdo del miembro de Miguel llenando mi boca. En una misma tarde había podido saborear dos pollas bien distintas. El morbo era inexplicable. Creo que alcancé uno de los mejores orgasmos de mi vida. Por supuesto Miguel me escuchó esta vez. ¡Vaya si me escucho!. Días más tarde me confesó que se tuvo que tocar escuchándome gritar. También hablamos de ello en nuestra intimidad y los dos concluimos que desde su llegada a la casa todos habíamos mejorado nuestra vida sexual. Eso sí, le dejé bien claro una vez más que lo nuestro se limitaba a tocamientos y caricias y que se olvidara de follar. Él pareció aceptar su papel, es más, alegó ser incapaz de traicionar a mi esposo a quien consideraba un buen amigo.






Al poco llegaron los primeros días de calor y yo me paseaba con menos ropa por la casa. Miguel aprovechaba cada vez que nos quedábamos solos para recordarme que de seguir paseándome en shorts y camisetas de tirantes por la casa tendría que aliviar las erecciones que le provocaba.






Supongo que una de las muchas tardes en que yo estaba aseándome en el baño tras una ducha no pudo contenerse. Habitualmente permanecía un tiempo tan solo con una toalla enrollada a mi cuerpo esperando a secarme y acicalándome frente el espejo. Miguel me sorprendió abrazándome por detrás y pegando su cuerpo al mio.






-Hay que ver cómo me tienes- me susurró en la nuca mirándome a través del espejo y refrotando intencionadamente su miembro contra mi culo.






-Ya veo ya- dije echando el culo para atrás tratando de notar mejor su erección. -¿Y qué quieres que haga?- pregunté retóricamente pues ambos deseábamos lo mismo, entre otras cosas porque había pasado ya un tiempo desde la última vez.






-Ven, vamos a mi cama- dijo cogiéndome de la mano y tirando de mí en dirección a su cuarto.






Yo me sentí como una chiquilla. Recuperé la sensación de cuando novios con mi marido en que lo masturbaba en su cuarto en casa de mis suegros con el peligro de ser descubiertos.






Esta vez nada más entrar en su cuarto Miguel se tumbó boca arriba en la cama cruzando sus brazos detrás de la nuca contemplando orgulloso a que procediese.






Ambos nos dirigimos una mirada cómplice cuando me acomodé encima suyo a horcajadas en la cama y sin demora bajé la cremallera de su pantalón. Algo más lenta desabroché los botones y el cinturón de su pantalón hasta que al fin rebusqué con mi mano entre sus calzoncillos para asir su miembro que se mostraba duro y erecto esperando mi contacto.






Comencé a masturbarlo lentamente sin dejar de mirarnos el uno al otro a los ojos. Tras una veintena de acompañamientos Miguel comenzó a acariciarme la parte más externa de mis piernas. Al principio se conformaba con comprobar la suavidad de mi piel en la parte de las piernas que la toalla y la posición quedaba al descubierto, lo que ayudaba a aumentar su excitación al compás de mi sube y baja. Con el incremento de mi ritmo y sus suspiros, sus caricias fueron un poco más atrevidas, sus manos se perdieron un par de veces por debajo de la toalla recorriendo toda la longitud de mis muslos, hasta que en una de las veces alcanzó a acariciarme el culo a dos manos, acompasando el tempo con el que me clavaba los dedos en mis nalgas con el ritmo de mis manos.






Noté por las palpitaciones de su polla en mi mano que estaba a punto de correrse, momento en el que por sorpresa trató de deshacerse del nudo de la toalla que cubría mi cuerpo con la intención de desnudarme.






-¿Qué haces?- le pregunté molesta por su atrevimiento al tratar de desnudarme.






-Quiero acariciarte los pechos- musitó como si nada.






--¡No!- le espeté haciéndole saber que no era de mi agrado que me viese desnuda rehaciendo el nudo que sujetaba la toalla alrededor de mi cuerpo.






-Aquí solo toco yo- le recordé nuestras reglas algo molesta por su osadía.






-Está bien, está bien, lo que tu mandes- respondió resignado y entendiendo que no estaba prepara para dar ese paso.






Quiero recordar que durante todo este tiempo y aún con todo lo que habíamos pasado entre ambos, tan solo me había logrado ver en ropa interior pero nunca desnuda ante sus ojos.






Miguel se conformó caballerosamente con acariciarme en las piernas, hasta que al poco tiempo cerró sus ojos, se recostó largo sobre la cama, y se concentró en sus sensaciones hasta terminar eyaculando como un toro en mis manos.






-¿Ya?- le pregunté mientras exprimía las últimas gotas de ese pene que perdía vigor entre mis manos por momentos.






-Ya- pronunció una vez recuperó el aliento.






Yo me incorporé como en otras veces al baño por papel para que no manchase nada.






-Gracias Sandra- interrumpió el silencio reinante mientras lo limpiaba con el papel higiénico del baño.






-No hay de que tontorrón. Sabes que me encanta- le respondí poniendo aún más mimo si cabe en la limpieza de su polla.






-¿Y tú?- me preguntó insidioso.






-Yo ya tendré mi recompensa- le repliqué zanjando el asunto.






¡Y vaya si tuve mi recompensa!.






Esa misma noche tuve unas ganas locas por hacer el amor con mi marido. Era de madrugada, no podía dormir, y desperté a mi esposo. Comencé a acariciarle su pollita por encima del pantalón del pijama como sé que le gusta.






-¿Qué quieres a estas horas de la noche?- preguntó mi marido todavía entre sueños mientras se dejaba acariciar a pesar a sus reticencias por la hora y preocupado por su descanso.






Yo no le dije nada pero continué acariciándolo. Él, por supuesto como siempre se dejaba hacer. No tardé nada en lograr una buena erección de mi esposo. Se la puse lo suficientemente dura como para acomodarme encima suyo a horcajadas similar a como estuviera con Miguel en esa misma tarde para ignorancia de mi esposo. Solo que esta vez guié yo misma la polla de mi esposo hasta mi coñito y comencé a cabalgarlo.






Por la posición en que nos sobrevino el momento yo quedaba de frente a la puerta del cuarto y mi esposo de espaldas. No sabría describir la sensación que me inundaba en esos momentos, pero era como un extraño orgullo al ser penetrada por mi esposo. En esos momentos tenía claro que era el único hombre por el que me podía dejar penetrar en mi vida. Me prometí cabalgando a mi esposo que lo sucedido con Miguel en todo este tiempo había sido maravilloso, que incluso lo masturbaría unas cuantas veces más porque era sano y no lo consideraba infidelidad, pero que por encima de todo yo amaba a mi esposo.






Traté de contenerme en mis jadeos, y aún con todo me alertaron unos ruidos tras la puerta del dormitorio. No lo pude ver claro dada la semioscuridad de la casa a esas horas, pero se me hizo evidente la presencia de Miguel observándonos a mi marido y a mi hacer el amor del otro lado de la puerta. El característico movimiento de una mano masturbándose en la sombra lo delató. En un principio estuve por decirle algo a mi marido, pero este permanecía con los ojos cerrados concentrado en el placer que le proporcionaba. Así que cabalgué a mi esposo unas cuantas veces sin dejar de mirar hacia la puerta tratando de adivinar más cosas.






No lo podía ver pero intuía que Miguel estaba allí espiándonos. Me sorprendió que permaneciese tanto tiempo tras la puerta observándonos. No era propio de una persona educada y respetuosa, por eso me pregunté que podía retenerlo tan embobado. Entonces caí en la cuenta, por primera vez en todo este tiempo me estaba viendo los pechos desnudos. Me gustó saber que le agradaba tanto lo que veía. Quise ser algo malota, y por eso comencé a acariciarme y a exagerar el vaivén de estos al botar sobre el cuerpo de mi esposo.






Juro que estaba a punto de correrme cuando noté los primeros espasmos de la polla de mi esposo en mi interior. Me salí comprobando como una segunda sacudida salpicaba mi vientre y de cómo una tercera resbalaba por entre mis piernas.






-¿Ya?- le pregunté indignada a mi esposo por no haberme esperado.






-Sí, cari, me ha dado mucho gusto. Lo siento- y con el “lo siento” me quedé, porque nada más decir esto se dio media vuelta y se quedó dormido.






Inevitablemente comencé a acariciarme, necesitaba acabar con urgencia lo que había comenzado. La mente quiso que comenzase imaginando momentos y situaciones maravillosas entre mi esposo y yo, pero conforme con más intensidad machacaba mi clítoris con más frecuencia me venían a la cabeza ciertas imágenes vividas con Miguel.






Miguel, ¿qué estará haciendo en su cama ahora?. Llegué a pensar en él y en lo que podía estar haciendo en esos momentos. Una duda que debía aclarar comenzó a torturar mis pensamientos: “¿Se habría corrido mientras nos veía?”.






No pude más, tenía que averiguarlo. Cachonda y a medias del placer, me levanté de la cama dejando a mi marido roncando para dirigirme sigilosa hasta el cuarto de Miguel.






Apenas estaba tras el marco de la puerta intenté asomarme. Me detuve dubitativa. Estaba nerviosa, sudaba, y me cuestionaba un montón de preguntas. Hice un segundo intento por asomar la cabeza hasta alcanzar a ver la posición de Miguel en su cama, pero de nuevo me detuve antes de poder comprobar nada. “Esto no está bien”, me dije mentalmente mientras necesité apoyarme contra la pared para mantenerme en pie, y cruzar mis piernas para tratar de alejar la posibilidad de acariciarme. Y es que me hubiese masturbado allí mismo de pie, tras el resquicio de la puerta del cuarto de Miguel de no ser porque escuché a Miguel susurrar desde su posición.






.-¿Tu marido duerme?- escuché que preguntaba a media voz desde su cama. Sin duda se había dado cuenta de mi presencia.






.-Si- respondí tras la puerta sin atreverme a dejarme ver.






-¿Por qué no vienes hasta aquí?- sugirió como su nada.






Por un instante estuve a punto de salir corriendo despavorida, pero la tentación y el morbo me llevaron a entrar en su cuarto temerosa.






-¿Estás despierto?. Creí que dormías- argumenté como quien acude a acostar a un niño antes de ir a dormir.






-¿Quién puede dormirse ahora?- pronunció Miguel dando a entender que efectivamente nos había estado espiando.






-¿Acaso nos has visto?- pregunté al tiempo que me sentaba a la altura de su cintura en el lateral de la cama.






-Lo siento, ¿te ha molestado?- preguntó Miguel casi a la vez que posaba inocentemente su mano en la parte de mis piernas que el camisón dejaba desnudas.






-La verdad, no sé qué decirte. Es algo muy íntimo. Preferiría que no lo volvieses a hacer. Además…- dije tratando de aparentar cierta compostura con un tono de suspense final.






-Además… ¿qué?- quiso saber Miguel al dejarlo con la duda por mis palabras. En esos momentos su mano acariciaba tímidamente mi muslo desnudo por la posición.






-¿Te has tocado?- quise saber mirándolo a los ojos.






-¿Quieres saber si me he masturbado mientras os veía?- me devolvió por respuesta otra pregunta.






-Si- respondí esperando una respuesta convincente de su parte.






-Te responderé si me dejas que te haga yo luego otra pregunta- dijo seguro de sí mismo y de que accedería.






-Está bien- respondí cayendo en su trampa.






-Sí, no he podido evitarlo. No solo me he tocado sino que además debería levantarme a limpiar el cerco que he dejado en el suelo del pasillo a la entrada de la puerta de vuestro dormitorio- respondió como si fuese lo más natural del mundo.






-¿Ahora puedo hacerte una pregunta yo?- preguntó retóricamente pues ya sabía la respuesta de sobra.






-Si- susurré en medio de la noche tragando saliva en esa semipenumbra que lo envolvía todo.






-¿Por qué estás aquí, en mi cuarto?. ¿por qué has venido?” me preguntó al tiempo que su mano se perdía acariciando mi muslo por debajo de la tela del camisón.






Yo lo miré tratando de encontrar una respuesta convincente que no delatase la verdad.






-Yooo.., estooo, no sé- me mostré dubitativa en darle una respuesta.






-¿Quieres que yo te diga por qué?- pronunció al tiempo que su mano trató de apartar a un lado el elástico de mis braguitas por debajo de la tela del camisón.






-¿Por qué?- quise saber su teoría al tiempo que le apartaba su mano con la mía por su osada maniobra.






-Vamos Sandra… ¿En serio te lo tengo que decir?- volvió a preguntar evidenciando que lo único que trataba era de ganar algo de tiempo a la vez que volvía a la carga en el intento por acariciar mis piernas hasta por debajo de la tela del camisón.






-Uhm, uhm- asentí con la boca cerrada a la espera de una respuesta suya al tiempo que cruzaba mis piernas aprisionando su mano entre mis muslos para detener su decidido avance hasta mis braguitas.






-Tendrás que superar una prueba si quieres que te lo diga- dijo ahora Miguel cogiendo mi mano y guiándola hasta su miembro que podía notar duro y erecto bajo la tela del pantalón de su pijama.






-Ah, ¿si?- pregunté con voz mimosa al tiempo que comenzaba a acariciar su polla por encima del pantalón.






-¿Y qué prueba es esa?- pregunté cuan colegiala inocente mientras comenzaba a realizar una sutil masturbación a ese miembro que acariciaba ansiosa a través de las telas que lo ocultaban.






-Vamos Sandra, no te hagas la tonta, sabes de sobra la respuesta- dijo al tiempo que volvía a la carga con su mano en su objetivo por alcanzar el elástico de mis braguitas.






-Quiero que me lo pidas- dije al tiempo que abría mis piernas para facilitarle su objetivo y procedía a desabrochar el nudo de su pantalón del pijama evidenciando la respuesta que ambos sabíamos de porque estaba allí a esas horas de la noche y con mi marido roncando en nuestro dormitorio.






-Lo que tú quieras, por favor Sandra, haz conmigo lo que quieras- se rindió a la espera de que me deshiciese de su pantalón y del calzoncillo y liberase de una vez su polla desesperado porque lo masturbase una vez más.






-Así me gusta, que te portes como un niño bueno y obediente, pero recuerda una cosa, aquí solo toco yo- dije aparatando su mano del interior de mis muslos haciéndole entender que ya había tenido suficiente.






-Está bien, lo que tú quieras- dijo retirando sumiso sus manos de mi cuerpo y tumbándose en la cama a la espera de que procediese como quisiese.






Tiré bruscamente de su pijama hacía abajo demostrando a Miguel que yo también estaba impaciente por empezar con nuestro juego. Su polla cimbreó al quedar libre de toda opresión para deleite de mis ojos que se abrieron de par en par en medio de la penumbra reinante. Hice un himpas para acomodarme a horcajadas sobre Miguel mientras él se quitaba la parte superior desnudando su torso.






El ritual se repetía una vez más para satisfacción de ambos. Yo quedaba de nuevo sentada a horcajadas con una pierna a cada lado del cuerpo de Miguel que yacía tumbado completamente en la cama dejándose hacer. Una vez más su polla asomaba entre mis manos mientras quedaba sentada sobre sus huevos, acompañando el vaivén de mis manos con el de mi cuerpo. Su miembro era estimulado a la vez con mis manos y con mi cuerpo. Únicamente la tela de mis braguitas nos separaban de un contacto pleno.






Como en otras ocasiones me quedé embobada contemplando la escena. Por un instante me pareció increíble que aquella polla canosa a su alrededor, símbolo inequívoco de la edad de su dueño pudiera estar dura como un palo de nuevo en tan poco tiempo. Máxime cuando a mi esposo le cuesta tanto recuperarse. Miguel aprovechó mi ensimismamiento para sobarme a placer las piernas, y en uno de mis descuidos me acarició en uno de los pechos.






Lo miré a los ojos por primera vez en mucho rato.






-Por favor Sandra, déjame acariciarte esas tetazas tan ricas que tienes- suplicó cuan perrillo a una chuchería.






Me llamó la atención que se dirigiese de esa forma a mis pechos. No me lo esperaba de una persona tan educada como él. Tetazas era una palabra que no esperaba escuchar de su boca nunca.






-Tengo algo mucho mejor para ti- susurré insinuante reclinándome sobre su torso para que mi pelo acariciase su pecho.






Miguel me miró expectante.






-¿Te gustaría verme los pechos?- le pregunté al tiempo que me incorporaba agarrándome con mis dos manos a las suyas impidiendo así que me acariciase pero continuando su masturbación con el movimiento de mi pelvis.






-¿En serio?, ¿lo harías?- preguntó nervioso.






Yo solté momentáneamente sus manos para deshacerme del camisón por la parte de arriba, desnudando mis pechos a su vista.






Miguel abrió unos ojos como platos en la semioscuridad para no perderse detalle de las formas de mis senos. Trató de acariciarlos pero antes de que pudiera hacerlo lo sujeté de nuevo con las dos manos.






- ¿Te gustan?- le pregunté orgullosa al tiempo que respiraba hondo para mostrárselos llenos de esplendor.






- Me encantan. Son preciosos- balbuceó tragando saliva.






-¿Te gustaría acariciarlos?- le pregunté juguetona moviendo de lado a lado mi torso para su desesperación.






- Por favor Sandra- suplicó a punto de babear.






Fui yo la que guié una de sus manos hasta mi pecho.






La expresión de su rostro me hizo sentir deseada. Me acarició de forma suave, muy tiernamente. En la suavidad de mi piel pude comprobar un tacto distinto, manos más grandes y algo más ásperas que las de mi marido, lo cual me recordó que no era mi esposo quien acariciaba parte tan sensible de mi cuerpo. Comencé a humedecerme al instante, y creo que él lo notó allá abajo donde nuestros sexos se frotaban el uno con el otro.






Quise más, así que me recosté sobre su torso para que pudiera chuparme los pechos.






¡Dios!, su aliento es demoledor, su lengua juega con mi pezón mientras su saliva me impregna la piel de mi escote. Se introduce todo cuanto puede en la boca, por unos momentos pienso que va a ahogarse y sin embargo deseo que continúe babeándome los pechos.






Inevitable reprimir un gemido cuando su lengua recorre todo mi escote. Me siento pegajosa. Miguel sabe que me estoy conteniendo de muchas cosas, que lucho contra mí misma por no desatarme y aprovecha mis dudas para enredar la tela lateral de mis braguitas entre sus puños y rasgar así la costuras de mi prenda más íntima. Primero un lado, y luego lentamente mientras lo miro sorprendida, procede a romperme las braguitas por el otro costado. Se escapa un nuevo gemido de mi boca cuando siento que la tela central se me clava por la maniobra entre mis labios vaginales. Miguel se deshace con mi ayuda de ellas tirando por detrás. Mi parte más íntima queda expuesta ante su vista, que se pierde maravillado en la delgada línea de pelillos que decoran mi pubis.






.- “No me mires así. Me da vergüenza” trató de cubrirme esa zona de mi cuerpo con las dos manos.






.- “Eres preciosa” pronuncia a media voz en medio del silencio de la noche.






.- “Mientes muy bien” lo delato.






.-“Eres una mujer increíble. Soy un hombre afortunado por haberte conocido” susurra mientras me sujeta de las caderas y me incita a que continúe moviéndome sobe su polla esta vez sin braguitas que separen nuestros sexos.






A lo que me doy cuenta he dejado de pajearlo para masturbarlo directamente con mis labios vaginales. Lo cabalgo con mis manos en su pecho, moviendo solo la cadera sin perder ese contacto visual que lo motiva todo.














.-Sandra, si sigues así vas a provocar que me corra- me informa mientras compruebo por la expresión de su cara que está realizando verdaderos esfuerzos por retrasar el momento.






.-Quiero que te corras- pronunció con voz de gata mimosa para provocarlo.






.-¿Y tú?. No quisiera dejarte a medias- pregunta lastimoso.






.-Mejor que sea así, así no me sentiré mal- le hice saber que no me importaba.






Es más, acelero mi movimiento de cadera para provocar el momento.






De repente se instala un silencio entre ambos interrumpido únicamente por la respiración agitada de Miguel y el delator ruido de las sábanas. Durante esos segundos nos dedicamos a mirarnos el uno al otro. Ninguno quería perderse detalle de ese momento, como si los dos hiciésemos el esfuerzo mental por recodarlo todo. No sólo todo, sino todos los detalles.






Los ojos de Miguel recorrían mi cuerpo con lujuria al tiempo que la expresión de su cara era un poema mudo dedicado a mí.






.-Joder Sandra, me corro- me informa a modo de súplica.






.-Eso quiero- le digo sin dejar de mirarlo a los ojos.




Pronto siento que su miembro palpita aprisionado entre mis labios vaginales. Un primera sacudida de esperma se derrama sobre su vientre, apenas brota una segunda e casi inapreciable una tercera, lo que me demuestra que efectivamente se había vaciado con anterioridad mientras nos espiaba a mi esposo y a mí. Siento lástima al saber que posiblemente ese sería el último tiro de ese vaquero. Continuaba a medias y con muchas ganas de correrme, así que fui consciente de que por esa noche me tendría que conformar con masturbarme posiblemente sola en el baño.






.-Los siento, Sandra, yo… no he podido aguantarme- se disculpa.






.-Mejor así- le hago saber que eso debía ser todo cuanto podía pasar entre nosotros.






.- ¿Y tú?, ¿necesitas masturbarte?- Me pregunta como adivinando mis pensamientos mientas su miembro descansa flácido bajo mi cuerpo sobre su vientre.






.- ¿Tú qué crees?- le hago muestra de mi insatisfacción para con los hombres que amo.






.-Déjame corresponderte- susurra ante mi complacencia.






.-No-pronuncio sin mucha convicción.






Antes de que haga o le diga nada su mano está acariciando mi cuerpo. Yo permanezco impasible, lo dejo hacer. Tan solo quiero mirarlo a los ojos. Continúa acariciándome las piernas por la parte externa. Luego el vientre. Los pechos. El cuello. De nuevo los pechos. El vientre. Las piernas hasta la rodilla y asciende por la parte interior. Pasa deprisa con la mano abierta sobre mi pubis arrancando mi primer suspiro de placer.






.-Uuufff- no es mi intención delatarme con grititos pero me resulta incontrolable, -para por favor- le suplico.






.-¿Por qué?- responde sin hacerme caso mientras continúa tocando. Yo la verdad que no encuentro respuesta.






Mi respiración se agita, el movimiento de mis pechos le llama la atención y se demora en acariciármelos. Ahora soy yo la que desesperada, y con mirada suplicante le cojo su mano y la guio hasta mi entrepierna. Puede notar el pequeño volcán que tengo.






Mientras su mano comprueba el calor de mi sexo y tiene lugar un duelo de miradas, se desliza sobre la colcha de tal forma que su cabeza queda entre mis piernas. Lo miro dubitativa. Sé lo que quiere pero no sé si estoy preparada. Temo que al igual que mi marido no sepa satisfacerme. Los tíos siempre idealizan el sexo oral, y luego a la hora de la verdad nada de nada. Aun así dejo que me bese entre las piernas. Un primer beso en el interior de mis muslos un poco más arriba de la rodilla. Me produce más cosquillas que placer y contengo la risa. Un segundo beso en la otra pierna algo más arriba me devuelve a la realidad y me tumbo sobre la cama con la mirada perdida en el techo y suplicando por no tener que fingir.






Él se demora alternando besitos cortos de un lado a otro de mis muslos cada vez más y más cerca de mi libídine. Hasta que me sorprende con una lamida estilo perro de abajo arriba abriendo con su lengua mis labios vaginales. Mis músculos se tensan y prieto el culo instintivamente. De momento parece que promete.






.- Que rica sabes- exclama con su cara entre mis piernas.






.-¿Te gusta?- le pregunto sorprendida por su actitud.






.-Me encanta- se relame para mí con cara de salido.






.- Pues sigue por favor. No pares- le hago saber a modo de súplica.






Su lengua vuelve a recorrer mi rajita de abajo arriba y de arriba abajo separando mis labios vaginales y saboreando mis flujos más íntimos.






En una cuarta o quinta pasada introduce la punta de su lengua. Mis flujos manan sin obstáculo impregnando toda su boca. Lejos de limpiarse se recrea y busca ávidamente el final de mis pliegues donde sabe que se esconde mi clítoris. El cual descubre con la punta de su lengua para acto seguido aprisionarlo entre sus labios. Me provoca tímidos pellizcos con su boca que logran arrancarme gemidos de placer.






.-Uhmmmm- gimo mientras no puedo evitar alzar mi cadera instintivamente.






Algo molesto por mis irracionales movimientos de cintura Miguel introduce sus brazos por debajo de mi cuerpo para retenerme por la cadera y concentrarse en su tarea.






Yo quise recostarme sobre los codos para ver mejor a Miguel entre mis piernas antes de abandonarme a lo inevitable. Debo reconocer que la visión de la cara de Miguel impregnada de mis fluidos terminó por desencadenar mi deseo por correrme en su boca. Lo estaba haciendo sorprendentemente bien.






.-Uhmmm- quise gemir fuerte con la única intención de hacerle saber que iba por el buen camino. Que de seguir así lograría su propósito. Lograría que me corriese.






Miguel hundió su cara entre mis piernas de tal forma que ahora veía su calva colorada por el esfuerzo. Llega un momento en el que de repente me falta el aire. Mi respiración se agita hasta que los pechos llegan a dolerme del vaivén. Necesito acariciármelos. Incluso siento la necesidad de pellizcarlos. En esos instantes siento como un dedo de Miguel se abre camino en mi interior a la vez que su lengua juega con mi clítoris. Primero se dedica a torturarme moviendo su lengua de un lado a otro, para luego describir pequeños circulitos a su alrededor. Mi cadera se agita. No puedo evitar alzar mi culo una y otra vez al compás de su tortura.






.-Aaaaahh- no es ningún suspiro ni gemido. Es un grito de placer que sale de lo más profundo de mi ser sorprendiéndome incluso a mí misma. Yo nunca había chillado de esa manera.






.-Aaahh-. Otro chillido corto, al que acto seguido le sucede otro, y otro, y otros tantos.






Un ruido alertador proveniente del cuarto de mi hijo provoca que ambos nos detengamos al instante mirándonos el uno al otro con cierta preocpación.






.-Scccchhiist, calla- me indica Miguel postrado entre mis muslos.






.-Lo siento, no puedo evitarlo- le hago saber.






.-¿Quieres que nos descubran?- pregunta Miguel al tiempo que vuelve a su tarea.






.-Nooooh- pronunció mordiéndome los dientes al tiempo que siento como su lengua trabaja ávidamente mi placer.






.- Para por favor, me corro- articulo a duras penas entre gritito y gritito.






Miguel hace caso omiso a mis suplicas decidido a que me venga en su boca. Forcejeo para que no sea así. Nunca me he corrido en la boca de un hombre y me siento como culpable porque sea otro hombre quien me descubra ese placer. Además escucho a mi hijo algo inquieto en su cuarto y temo que nos sorprenda. Así que aprisiono la cabeza de Miguel entre mis piernas y le tiro del pelo tratando de hacerlo detener en su empeño. Lo único que consigo es notar toda la boca de Miguel abierta de par en par saboreando mi placer.






.-Joder si, si, siiiiih, siiiiiiiiiih.- ahogo mis gritos como buenamente puedo mientras me corro en la boca de Miguel que continúa con su tarea hasta que cesan las convulsiones de mi cuerpo.






Poco a poco recupero el aliento y la respiración mientras sé que Miguel me observa entre mis piernas tan satisfecho como yo o más.






Espera a que me recueste sobre mis codos para mirarlo y arrodillarse entre mis piernas para colocar una almohada bajo mi cuerpo alzando mi culo en pompa. Es entonces cuando me percato de su erección. Increíble. Miguel se sitúa encima de mí durante mi asombro y desliza su miembro sobre mi pubis un par de veces antes de preguntarme:






.-¿Puedo?- pregunta concentrando su atención en un solo punto.






Yo lo mire desconcertada. Puede. ¿El qué?. Me pregunté aturdida aún por la endorfina segregada en mi cuerpo por mi orgasmo anterior. Por un momento pensé que pretendía correrse sobre mi vientre, pero me parecía imposible que un hombre de su edad se corriese tras veces en tan breve espacio de tiempo. Así que puede, ¿el qué?. Me preguntaba embobada.






Obtuve la respuesta cuando contemple con mis propios ojos como guiaba la puntita de su polla a dos manos entre mis labios más íntimos y comenzaba a empujar.






¡Pretendía metérmela!.






“No, no, no” pensaba mientras contemplaba atónita e impasible la escena.






De no impedirlo Miguel me iba a follar. Allí, en su cuarto, con mi marido durmiendo en nuestro dormitorio y mi hijo soñando en el cuarto de al lado. Debía evitarlo, aquello estaba yendo demasiado lejos, sin embargo…, sin embargo como negarle nada a ese hombre que me lo había dado todo. Si incluso me estaba pidiendo permiso para follarme.






.-Siiih- gemí contrariamente a mis pensamientos cuando noté como su polla se habría camino en mi interior. Le fue fácil, apenas le costó penetrarme pues estaba completamente empapada por dentro.






Siento como me abre, como me dilata y cuando estaba más a menos a mitad la retiró para juguetear a recorrer con su prepucio alrededor de los pliegues de mis labios vaginales.






.-¿Qué haces?- le pregunté recostándome sobre los codos para observar su maniobra indignada.






Pero Miguel continuaba concentrado en su juego ignorando mi pregunta.






Lo miré, me miró, y esta vez fui yo quien decidida le cogí la polla a una mano y la guie hasta la entrada de mis labios vaginales. Una vez bien situada lo rodeé con mis piernas alrededor de su cintura e hice fuerza para que me penetrase para deseo de ambos, pero para mi consternación Miguel lo impidió.






.-¿Qué pasa?, ¿no quieres?-. le pregunté algo molesta por su comportamiento.






Miguel permanecía impertérrito a mis palabras y a mis movimientos restregando su miembro por todo mi sexo.






No lograba entenderlo. ¡Pero que coño le pasaba ahora!. ¡Con que carajo me salía el tío este ahora!.






De verdad que no lograba entender aquella absurda manía suya de última hora por retrasar el momento. No teníamos todo el tiempo del mundo para recrearnos, al menos yo tenía urgencia.






.-Fóllame- dije mirándolo a los ojos dispuesta a acabar con semejante tontería.






Miguel continuó a lo suyo ignorándome una vez más, sacándome de quicio por completo.






.-Fóllame Miguel lo necesito. Quiero que me folles. Lo oyes. Quiero que me folles-. Alcé relativamente la voz desesperada, tratando de hacerle reaccionar a la vez que le apartaba las manos de su miembro para asirlo yo misma y guiarlo otra vez hasta la suave entrada de mi cuerpo.






.-Vamos Miguel. Fóllame-. Susurre a media voz para no despertar al resto de personas de la casa suplicante.






Entonces me miró a los ojos. Se recostó sobre mi cuerpo y esta vez sí empujó con fuerza, de tal modo que introdujo más de la mitad de su miembro de un solo golpe de riñón.






.-Joder siiiih - chillé reprimiendo mi gemido mordiéndome los labios pensando que me partía en dos.






Nuestros ojos se cruzaron deteniendo el momento antes de que en una segunda embestida alcanzase a penetrarme casi hasta el final.






.-Aaaayy- grité con los ojos en blanco al comprobar como por su contorno de cintura debía abrir mis piernas al máximo para recibirlo. Me dolió un poquito debido a que me costó dilatar hasta adaptarme a su tamaño.






Con su tercer golpe de cadera respiré aliviada al comprobar como sus genitales chocaban contra mi perineo, señal inequívoca de que me había penetrado hasta el fondo. Respiré algo más aliviada.






Miguel movió el culo un par de veces más haciendo hincapié en restregarme los huevos al final de la penetración. Se le notaba que disfrutaba de la suavidad con que mi cuerpo lo acogía. Yo me mordía los labios y me retorcía mezcla de placer y de dolor con el consecuente gesto en mi cara.






.-¿Te duele?- me preguntó al contemplar las muecas de mi rostro.






.-Me gusta- le respondí rodeando su cintura con mis piernas.






.-¿Así?- me preguntó al tiempo que comenzó a culear algo más deprisa.






.-Más deprisa- le hago saber guiando el ritmo que debe imponer golpeando con mis talones en sus nalgas.






Y Miguel comienza a moverse más deprisa al ritmo que le marco.






.- Eso es, así, mucho mejor, me gusta, me gusta cómo te mueves, eso es Miguel fóllame, joder que gusto, eso es muévete,…- pronuncié entrecortadamente conforme mi respiración lo permitía.






Miguel me comía la boca a besos tratando de ahogar mis pequeños gemidos en su garganta tratando de evitar que haga más ruido del conveniente.






.-No creo que aguante mucho- me susurra en una de esas en el oído.






.-Córrete- le correspondo. Y a pesar de que no me hace ni pizca de gracia lo que acabo de escuchar, acepto resignada ese posible final.






.-¿Y tú?- me pregunta visiblemente preocupado al no poder culminar plenamente mi satisfacción.






.-Ya me he corrido en tu boca. Y ha sido maravilloso- trato de realzar su ego que parece abatido.






.-Quiero esperarte- me responde. Me parece muy tierno eso que dice pero imposible. Agradecí enormemente sus palabras. Miguel era realmente maravilloso. Ya me había hecho feliz, su pasión, su dedicación, su atención y sus palabras de consuelo hicieron que sintiera que todo eso mereciese la pena.


Por eso lo besé. Lo besé en la boca con toda mi alma.






.- Quiero ver cómo te corres, quiero que disfrutes de mi cuerpo- susurré boca con boca tratando de no hacer mucho ruido y alertar al resto.






.-¿En serio?- me preguntó.






.-Uhmm, uhmm- afirmé con la boca.






.-Hay un problema- comenta deteniéndose súbitamente provocando mi expectación a sus palabras.






Lo miré a los ojos dubitativa.






.-No tengo condones, ¿Y tú?- me preguntó para mi sorpresa rompiendo la magia del momento.






.-No- respondí evidenciando que de eso se encargaba siempre mi marido.






.-¿No querrás que te deje embarazada?- me preguntó.






.-No claro- contesté ahuyentando toda excitación.






.-Yo…solo se me ocurre una idea- pronunció con la voz entrecortada por los nervios.






.-Y… ¿cuál es?- pregunté curiosa e inocente al mismo tiempo.






.-Bueno… si tú quieres…podríamos intentarlo por tu culito. Es precioso y así no habría peligro de dejarte embarazada- argumentó presuponiendo que me negaría en un mal final.






Yo lo miré a los ojos. Pobre Miguel, realmente se lo merecía, pero… ¿sería capaz de sacrificarme tanto?. Yo nunca había practicado seriamente eso del sexo anal. Las pocas veces que lo intenté con mi marido había resultado un desastre. Sin embargo si en alguien podía confiar ese era Miguel. Así que sí. ¿Por qué no intentarlo?.






.-¿Ya lo has hecho alguna vez con otras mujeres?- quise saber curiosa.






.-Me temo que no- respondió apesadumbrado sabiendo que yo me esperaba otro tipo de respuesta.






.-¿Me dolerá?- pregunté aceptando el sacrificio.






.-Espero que no, pero si te duele me lo haces saber y paro - dijo sincerándose conmigo.






.-Esta bien- dije aceptando su propuesta- Si me duele lo dejamos- puse como condición.






.-¿En serio?. ¿En serio harías eso por mi?- preguntó emocionado Miguel.






.-Uhmm, uhmmm- asentí con los labios al tiempo que me daba la vuelta y me colocaba boca abajo en la cama.






.-Gracias- dijo – sé cómo te sientes- pronunció al tiempo que se acomodaba detrás mío.






.-No estoy segura. Pero intentarlo no duele, eso sí, si me lastimas nos detendremos- advierto al tiempo que yo misma me separo las nalgas a dos manos.






Miguel inmovilizó mis piernas con las suyas, podía sentir sus pelotas peludas rozándose por mis nalgas, lo que me provocó cosquillas y una risa nerviosa al mismo tiempo que me retuerzo debajo de él impaciente.






.-Chhhiissst, quieta, no te muevas, confía en mí- me reprocha.






Pues claro que confiaba en él, ¿de que si no?. Aparté mis manos y le permití tomar la iniciativa.






De repente siento como un chorro de crema cae fría sobre mi piel alrededor de mi ano y Miguel comienza a embadurnarme reconcentrándola sobre mi esfínter. Se entretuvo en abrir y cerrar mis cachetes a dos manos hasta que en medio del juego siento la yema de uno de sus dedos presionando con sutileza contra el anillo más sensible de mi cuerpo.






Inevitablemente contraigo los músculos de mis glúteos impidiendo su incursión y me giro para mirar a Miguel, el cual se deleita con una sonrisa boba en su cara con mis temores. Lo siento complaciente satisfecho de sí mismo, y eso que todavía no ha hecho nada, pero se le vé disfrutando de la situación. Igualito a un niño antes de abrir un regalo.






.-Calma, relájate- me sugiere al tiempo que presiona de nuevo con su dedo en esa parte de mi cuerpo que nunca había sido tocada de esa manera hasta entonces.






Inevitablemente mi cuerpo palpita, mis cachetes rebotan como flanes al contraer de nuevo los músculos de mis nalgas y hundo mi cara en la almohada mordiendo la funda temerosa de gritar.






Miguel conoce los efectos de mi cuerpo y deja que las vibraciones me sacudan mientras permanece con la puntita de su dedo inmóvil permitiendo que mi cuerpo dilatase.






Siento un pequeño escozor en la zona que va remitiendo a medida que pasa el tiempo. La mano libre del maestro abre mi nalga todo cuanto puede. Sé lo que va a pasar y tenso de nuevo mis músculos. Contengo la respiración a la espera de que ocurra lo inevitable. Cuando siento como su dedo se abre camino en mis entrañas el dolor inesperado que siento me hace chillar.






.-hhhHHHHH- Casi me ahogo contra la almohada para que mi grito no se escuchase más allá de la habitación. Me quedo sin aliento por unos segundos que Miguel aprovecha para sodomizarme definitivamente con su dedo. Puedo sentir la palma de su mano abierta de par en par contra mis nalgas señal inequívoca de que me ha introducido el dedo hasta el final.






No puedo creer lo que siento. Acabo de ser penetrada por el culo por primera vez en mi vida aunque sea con un dedo. Me resulta chocante, embriagador, confuso. Ni tan siquiera sé si doloroso. Puede que el dolor sea tan sólo un estímulo más.






Quiero rogarle que sigua, que continúe, pero tampoco quiero apresurarme. Confío en él. Sé que solo es el principio. Muevo mis caderas ligeramente, provocando un suave movimiento de su dedo en mi interior. Miguel lo capta, lo entiende, se atreve y se mueve de dentro afuera.






.-MMmmmm- Gimo arqueando mi espalda al tiempo que me provoca cierto escozor. Totalmente soportable.






Acto seguido puedo sentir como empuja un poco más adentro en mi interior. Se siente diferente, me quema por fuera al tiempo que estimula un montón de terminaciones nerviosas en mis entrañas.






Comienza a moverse con cierto ritmo. Siento mi cuerpo temblar y dejo escapar un grito seco que temo me delate y me lleve a la ruina.






Miguel aprovecha mi descuido para abrirse camino con un segundo dedo en mi interior. Eso duele. De nuevo esa extraña sensación de picor que ya me resulta familiar. Esta vez espero sonriente conocedora de que ese escozor desaparecerá. Es más, deslizo mi mano por debajo de mi cuerpo hasta alcanzar a acariciarme el clítoris yo misma. Casi al mismo tiempo Miguel comienza a mover sus dedos rítmicamente. El leve dolor de mi esfínter es superado con creces por el placer y el morbo.






En esas saca sus dedos de mis entrañas. Siento palpitar mi esfínter a la vez que un inmenso vacío se apodera de mi cuerpo. Me volteo para mirarlo a los ojos. Veo como se recuesta en mi espalda. Siento su peso encima de mí aplastándome contra el colchón. Me cuesta respirar con él encima. Tiene la delicadeza de apartarme el pelo por detrás de la oreja antes de susurrarme en el oído…






.-Estás lista- pronuncia al tiempo que siento como guía a una mano su miembro contra la entrada de mi ano.






Se toma su tiempo, no se apresura para nada, todo lo que quiere es agradarme en esos momentos y yo me dejo llevar. Siento toda su lujuria respirando en esa zona entre detrás de la oreja y mi nuca. Su aliento de deseo inunda mis sentidos.






Alzo mi culo en pompa todo cuanto puedo para facilitarle la labor. Empuja y lo intenta pero no entra. Separa mis piernas con los tobillos, una vez dispuesta lo vuelve a intentar. Siento como entra el glande, ese cuyas formas me parecen tortuosas. Duele. Esta vez duele mucho, así que vuelvo a morder la almohada para no chillar.






Aguanto mientras puedo. Tan solo ha introducido la puntita y siento que me arde el esfínter. Miguel se acomoda sobe mi espalda y me pregunta con su boca en mi nuca:






.-¿Paro?- pregunta temeroso de que me arrepienta.






.-Ni se te ocurra- le hago saber aguantando mi dolor y dicho esto siento como simplemente deja caer su cuerpo en mi espalda introduciendo algún centímetro más de su polla en mis entrañas.






Joder me están sodomizando, me están rompiendo el culo por primera vez en mi vida y es ese pensamiento quien me anima no solo a morder la almohada sino a estrujar las sábanas en mis puños y aguantarme.






Miguel me besa en el hombro cuando siento que sus pelotas rebotan en mi culo lo que evidencia que me la ha metido hasta el fondo. Es justo lo que necesito. Yo sonrío maliciosamente al comprobar que no era para tanto. Ya está, está toda dentro y puedo soportarlo. Ves Sandra, tú puedes con todo.






Miguel se detiene una vez me sodomiza hasta el final al ver la expresión de mi rostro. Esta vez giro mi cara para sonreírle.






.-Más- le digo con la cara desencajada por el morbo- quiero más- le hago saber.






Él comienza a moverse dentro y fuera de mí. Sé que no usa toda su longitud, al menos no todavía. Está claro que no quiere lastimarme. Se toma su tiempo. Me volteo para mirarlo una vez más. Puedo ver las ganas reflejadas en su rostro por venirse dentro de mí. Su respiración es irregular y jadea, sé que su cuerpo lucha contra el impulso de su orgasmo a mi espera. No puedo evitar alegrarme por haberme entregado a un hombre como él.






Deslizo de nuevo mi mano por debajo de mi cuerpo buscando acariciarme yo misma de nuevo. Miguel también desliza sus manos por debajo de mi cuerpo para aferrarse a dos manos a mis pechos. De nuevo todo su peso en mi espalda. A mí me cuesta jugar con mi dedito y mi clítoris, y en cambio a él le resulta fácil jugar con mis pezones. Como me cuesta encontrar mi clítoris, decido introducirme uno de mis deditos cuando….






¡¡No me lo puedo creer!!. Puedo acariciar su polla entrando y saliendo de mi culo a través de mis entrañas. Apenas unas membranas nos separan. ¡Es increíble!.






.-Uuuuuuhhhmmmm- un gemido intenso se escapa de mi boca reprimiéndolo de nuevo contra la almohada.






Miguel se suma al placer intenso que ya siento moviéndose más rápido encontrando un buen ritmo que nos satisface a los dos. Siento como su miembro entra y sale de mi estrecho culo. Se siente bien y ambos sabemos que no tardaré en correrme para satisfacción de los dos.






Mis dedos también se mueven más rápido en mi interior, ambos podemos notarlos. Sé que no se correrá hasta que no lo haga yo. Necesita mi orgasmo tanto como yo. De repente me falta el aliento, debo arquear la cabeza para poder respirar. Abro mi boca todo cuanto puedo para tratar de atrapar algo de aire. Miguel me muerde en el hombro al tiempo que pellizca mis pezones. Increíblemente el dolor me lleva a un placer inusitado. Mi cuerpo se estremece y una primera sacudida evidencia que estoy a punto de correrme.






.-Miguel, me corro- le hago saber con la voz entrecortada a falta de aire.






Mis palabras provocan que mi sodomizador se mueva con golpes más secos y contundentes, golpeando con rabia contenida. Enfurecido.






Hundo mi cara en la almohada mientras mi cuerpo comienza a convulsionar y estallo en un orgasmo estremecedor.






.-Miguel siiih, me corro, Miguel, Miguel, Miguel, Migueeeeeel- lloro su nombre contra el edredón cuando exploto.






Yo he culminado pero Miguel todavía golpea con fuerza contra mi culo. Ahora sí comienza a dolerme por momentos.






.-Córrete Miguel, quiero que te corras dentro- le susurro. Sé que todo cuanto necesita es que se lo diga.






.-Por favor Miguel, quiero sentir como te corres en mi culo- pronuncio con la mejor voz de la guarra en que me he convertido.






En esas siento como su polla palpita aprisionada por mi anillo negro y como un líquido caliente y viscoso es derramado en mis entrañas. Miguel se desploma definitivamente sobre mi espalda manteniendo su polla dentro de mi ano, la cual puedo sentir como pierde dureza por momentos hasta que se produce el desacople natural de nuestros cuerpos.






Cuando él se retira suspiro de aliviada. Se siente increíble antes de que un vacío se apodere de mi cuerpo. No puedo decir si me alegro de que todo haya concluido. Miguel se deja caer a un lado de la cama mientras me besa en la boca. No se me ocurren palabras así que mejor seguir besándonos. Es su forma y la mía de agradecernos algo que ambos deseábamos desde hacía tiempo. No puedo negar que me gustó y lo disfruté a pesar de que empezaba a brotar en mi interior un sentimiento de culpa mientras nos hacíamos los arrumacos posteriores.






.-Estuvo bien- fui yo quien rompió el silencio y los besos para agradecerle el momento incorporándome de la cama en busca de mi camisón y mi ropa interior que yacían por el suelo de su habitación.






.-¿De verás?- preguntó él observándome desilusionado por mi marcha.






- Tal vez debamos repetirlo- dejé la puerta abierta a la posibilidad al tiempo que salía bajo el marco de su cuarto y me dirigía a dormir junto a mi esposo el resto de la noche en mi cama matrimonial.






Por supuesto esa noche dormí de espaldas a mi esposo en el otro extremo de la cama. Para cuando desperté ya había marchado, así que pude ducharme y hacer desaparecer de mi cuerpo cualquier rastro de Miguel.






Con Miguel me encontré al día siguiente en la cocina. Me costó mirarlo a la cara. Él se apresuró a darme explicaciones antes de que yo dijera nada.






Me pidió disculpas por lo sucedido la noche anterior y balbuceó en las explicaciones al intentar justificarse. Me gusto verlo nervioso. Le dije que por mi parte me alegraba de haber intentado eso con él, y los dos coincidimos en que no debería volver a suceder, aunque más bien creo que simplemente se trataban de palabras sueltas que ambos debíamos pronunciar, porque en el fondo pienso que él tenía tantas ganas de repetirlo como yo, pues ya se sabe cómo son estas cosas.






El caso es que durante los días siguientes….






Bueno, eso ya es otra historia.






Besos,






Sandra










































































4 comentarios:

  1. Hola! Me ha gustado mucho esta historia. Concretamente, los personajes de Sandra y Miguel. Ojalá escribas una continuación, me encantaría leerla!

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  2. Hola Sandra. Acabo de descubrir tus relatos a través de 'El Inquilino'. Me ha gustado particularmente la capacidad que has tenido de mantener la tensión durante toda la lectura, la verosimilitud del relato y los personajes. Directamente lo he devorado. Enhorabuena.

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  3. Excelente relato, me tuvo en suspenso si se puede decir asi hasta el final. Lo he leido ya tres veces

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  4. Quiero conocerte dimitrescu@hotmail.com

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