Por culpa de la maldita crisis tuvimos que vender nuestro piso en el centro y mudarnos a otro de alquiler mucho más modesto en un barrio de clase claramente trabajadora. Últimamente me parecía sarcástica esa definición, porque precisamente el trabajo era un lujo del que carecía mucha gente en nuestra nueva realidad. Al igual que en mi caso, muchos de los vecinos de nuestra misma comunidad llevaban tiempo en paro. La tristeza, y la falta de ilusión se respiraban por todo el barrio.
Yo
lo sentía especialmente por mi hijo. Por eso programamos el cambio de casa
durante las vacaciones de verano del cole. A finales de junio. Logré convencer
a mi marido de que lo mejor sería que se fuese de vacaciones al pueblo unos
días con los abuelos, al menos hasta que me diese tiempo de montar los
diferentes muebles y deshacer los cientos de cajas que la empresa de mudanzas
había dejado amontonadas en el salón. Seguramente después de acabar mi faena
por esos días podríamos tomar unos días de vacaciones en el pueblo todos juntos
y regresar más o menos para el inicio del nuevo curso. De esta forma el cambio
sería menos drástico para él.
Aunque
a decir verdad creo que era yo, y no mi hijo, la que necesitaba adaptarse y
amoldarse a la nueva situación. Tuve que acostumbrarme a la desolación reinante
a mi alrededor. Calles más sucias y oscuras, mobiliario urbano dejado y
persianas de comercios cerradas. Todo lo contrario al centro de la ciudad donde
vivíamos anteriormente y eso, a pesar de que me repetía una y otra vez que allí
tan sólo estaríamos de paso, hasta que las cosas nos volviesen a ir mejor.
Para
colmo mi marido marchaba últimamente temprano de casa y cada día llegaba más
tarde cansado de trabajar, eso cuando no le tocaba salir de viaje de un lado
para otro. Así que a pesar del calor
sofocante y de estar sudando todo el día por falta de aire acondicionado,
cuando nos mudamos a nuestra nueva casa me sentía más sola y desconsolada que
nunca. Decidí ocuparme y distraerme abriendo cajas y cajas, tratando de ordenar
el desorden de maletas y trastos que poco contribuían a mejorar mi estado de
ánimo. De esos días entre finales de junio y principios de julio recuerdo que
sudaba y sudaba sin parar sintiéndome pegajosa y con las manos llenas de polvo
a todas horas. Menudo verano me esperaba.
Para
los que no me conozcan decir que me llamo Sandra, tengo treinta y dos años,
casada, y con un hijo maravilloso. Debo confesar que mi vida matrimonial es
pura rutina, ya sabéis a lo que me refiero, últimamente incluso nula diría yo.
Descargo mi pasión con mi blog, con el que tienes una cita y al que te invito
que visites. Junto con la fotografía y la familia son mis pasiones. Contrario a
lo que puedas pensar siempre me he mantenido fiel a mi esposo, y todo a pesar
de mis pequeñas travesuras. Bueno, que si quieres saber más sobre mí puedes
consultar mi blog y así te haces a la idea.
A
lo que estábamos…
El
primer día tras la mudanza se me pasó volando.
Era verano, hacía calor y apenas paré ni un rato a comer, me distraje totalmente ensimismada en la tarea de acabar con la mudanza cuanto antes. Lo primero que traté de hacer fue montar la cama de matrimonio. Por mucho que busqué y rebusqué me faltaban tornillos. A lo que quise darme cuenta sería ya media tarde. Si quería terminar de montar la cama debía salir a comprar los tornillos que me faltaban. Había sudado, me duché rapidito y marché a buscar una ferretería. Tuve que andar varias manzanas hasta encontrar un chino con el que poder apañarme. Cuando regresé de nuevo a casa mi marido ya había regresado del trabajo. Estaba malhumorado por mi tardanza. Le fastidiaba que me demorase en el primer día en nuestra nueva residencia y no lo esperara con la cena puesta. Se pone de mal genio cuando tiene hambre. La cama estaba sin montar así que tuvimos que dormir con el colchón en el suelo.
Era verano, hacía calor y apenas paré ni un rato a comer, me distraje totalmente ensimismada en la tarea de acabar con la mudanza cuanto antes. Lo primero que traté de hacer fue montar la cama de matrimonio. Por mucho que busqué y rebusqué me faltaban tornillos. A lo que quise darme cuenta sería ya media tarde. Si quería terminar de montar la cama debía salir a comprar los tornillos que me faltaban. Había sudado, me duché rapidito y marché a buscar una ferretería. Tuve que andar varias manzanas hasta encontrar un chino con el que poder apañarme. Cuando regresé de nuevo a casa mi marido ya había regresado del trabajo. Estaba malhumorado por mi tardanza. Le fastidiaba que me demorase en el primer día en nuestra nueva residencia y no lo esperara con la cena puesta. Se pone de mal genio cuando tiene hambre. La cama estaba sin montar así que tuvimos que dormir con el colchón en el suelo.
Al
día siguiente mi marido me llamó a media mañana diciendo que no vendría a comer,
cosa que me pareció normal dadas sus explicaciones. Yo le comenté que por mi
parte estaría todo el día en casa tratando de terminar cuanto antes con la
mudanza, para así poder estar de nuevo todos juntos a la mayor brevedad posible
y recuperar cierta normalidad como familia. Mi objetivo era acabar en el menor
tiempo posible con nuestro nuevo ritmo de vida. Creo que se alegró de saber que
esa noche me encontraría en casa a su regreso con la cena puesta y me pidió
disculpas por su comportamiento de la noche anterior.
Nada más colgarle el teléfono a mi esposo me percaté que
apenas tenía nada en la nevera. Decidí adecentarme lo justo y bajar a comprar
algo con lo que tirar durante estos días. Salí de casa en shorts, con la
primera camiseta que saqué de la maleta, y prácticamente en sandalias marché al
supermercado. El bochorno y el calor eran ya sofocantes a esas alturas del año
en la ciudad.
“Con
lo bien que estaríamos en la playita” añoré mentalmente tiempos pasados en los
que podíamos disfrutar de unos días de vacaciones.
Quiero
describir nuestra nueva comunidad de vecinos. Constaba tan solo de cinco pisos
y dos puertas por rellano enfrentadas por el hueco de las escaleras. Se
trataban de pisos simétricos donde la cocina, el baño y el dormitorio principal
daban a un pequeño patio de luces, mientras que el salón y otro dormitorio eran
completamente exteriores, cada vivienda a su respectiva calle.
Nada más salir
al descansillo dispuesta a bajar las escaleras me sorprendieron los tímidos
gemidos que se escuchaban provenientes del otro lado de la puerta del vecino.
Me llamó gratamente la atención porque era media mañana como para estar
haciendo el amor a esas horas. Recuerdo que pensé algo así como “chica que
ganas a estas horas” pero no le presté mayor importancia.
Realicé
el primer viaje de la compra lo antes que pude, y aún con todo me entretuve
como una media hora. No estaba acostumbrada a la exposición de productos en el
Lidl que caía más cercano a casa, me costaba olvidarme de la implantación y las
compras que realizaba en el Hipercor en mi antigua vivienda.
Nada
más regresar y subir al rellano de la escalera de mi nuevo piso pude escuchar
los claros gemidos de una mujer a punto de estallar en un maravilloso orgasmo.
Estaba claro que mis nuevos vecinos estaban echando un polvete en toda regla, y
a juzgar por los gemidos de ella lo estaban gozando de buena manera. “Caray
chica, que envidia” pensé esta vez mientras abría la puerta de mi domicilio.
Deshice
la compra en tiempo record con la clara intención de realizar un segundo viaje
de provisiones. Tal vez me costase unos diez minutos más poner cada cosa en su
sitio. Las cosas que necesitaban frio a la nevera, las que no en la despensa, y
las de droguería y limpieza en su correspondiente aparador.
No
me acordaba de mis vecinitos hasta que de nuevo salí al rellano de la escalera.
Los gritos de ella eran ahora más que evidentes. Si antes podía quedar alguna
pequeña duda, ahora se hacía notable que mis vecinos estaban follando como
descosidos. De hecho me pareció escuchar algo así como…
-Oh
my god, oh my god- de entre los gemidos de la chica en un inglés perfecto.
Me
avergoncé de mí misma al percatarme que incluso había permanecido por unos
segundos petrificada escuchando en el descansillo cuan cotilla tratando de
descifrar los palabros de la chica en inglés, que sin duda alguna estaba
disfrutando de lo suyo. Y debo reconocer que me costó lo mío hacer borrón y
cuenta nueva del asunto, aunque por suerte las ofertas del “non food” y
promociones del supermercado lograron que me olvidase enseguida de lo que
estaba sucediendo en la otra puerta de mi rellano.
Lo
más sorprendente es que al regreso los gritos de la afortunada se estaban
escuchando desde el portal de la casa. Su voz se colaba por el hueco de las
escaleras por el que resonaba y amplificaba el sonido en una especie de efecto
chimenea. Toda la comunidad debía haberse enterado de lo que sucedía en ese
piso. Me sorprendió la presencia de un anciano en el rellano del segundo piso
que claramente había salido a escuchar los gritos de la muchacha. Cuando pasé a
su lado me miró raro, no sabría precisar lo que su mirada denostaba, lo que sí
estaba claro, era que ambos escuchábamos los suspiros de placer de la vecina.
.-Buenos
días- le dije al paso tratando de caer simpática en la comunidad, aunque el
anciano ni se dignó a contestarme atento a los gritos que se escuchaban desde
mi planta.
“Madre
mía que exagerada” pensé durante todo el tiempo que me costó subir el resto de
las escaleras cargada de bolsas mientras escuchaba los escandalosos gritos de
la chica. Al llegar al rellano de casa parecía que a la pobre chiquilla la
estuviesen matando a gusto. A pesar de mi nivel de inglés pude escuchar
claramente sus palabras:
“Oh
my god, oh my god, yes, yes, oh my god, come on, fuck me harder, come on, yes,
yes, yeeees” gimoteaba de forma entrecortada la dichosa moza a punto de
alcanzar un orgasmo que envidiosamente me supuse brutal. Deduje que seguramente
sus sollozos se escapaban de su boca al ritmo que le permitían las embestidas
de su amante, quien por otra parte parecía someterla a un ritmo incansable.
Para
más inri de la situación me costó encontrar las llaves de casa dentro del
bolso. No sé por qué pero estaba algo nerviosa y ruborizada por escuchar a mis
vecinos en pleno acto sexual. Más tarde o más temprano los conocería algún día
y sería incapaz de mirarles a la cara. Eso de escuchar a otra pareja era algo
que me sucedía por primera vez en mi vida. Incluso se me cayeron las llaves al
suelo de los nervios. Dada mi tardanza en abrir la puerta de casa disfruté del
tiempo suficiente para escuchar como la chica explotaba en un exagerado orgasmo
que retumbaba por todo el rellano.
-Oh
yeeeeeeeah, yeeeeees, yeessss,- tronó por todo el hueco de la escalera para estupor
del anciano del segundo piso al que escuché quejarse también a voz en grito.
Tras
cerrar la puerta de casa traté de alejar de mi mente los quejidos de la chica
que sin duda se habían instalado en mi cabeza por unos instantes. Metí el resto
de la compra en la nevera a toda prisa tratando de distraer mis pensamientos.
Miré
el reloj, mis vecinos habían estado follando durante cerca de dos horas. Por el
contrario se me había hecho muy tarde, apenas había avanzado en el tema de la
mudanza. Decidí apresurarme en mi tarea y no perder el tiempo.
El
caso es que al poco tiempo de permanecer en el dormitorio ordenando y montando
los muebles, pude escuchar como el traqueteo de la cama de mis vecinos
comenzaba a golpear nuevamente y de forma rítmica contra la pared en la que
también descansaba el cabecero de nuestra cama de matrimonio y que trataba de
terminar de montar.
“No
puede ser verdad lo que estoy oyendo” me dije tras escuchar los primeros golpes
acompasados en la pared. “Llevan casi dos horas follando, es imposible que
estén otra vez en faena” me repetía mentalmente a mí misma tratando de
convencerme de lo contrario. El ritmo fue incrementándose poco a poco, golpe a
golpe.
-Oh yeeeeees, oh yeeees- pude traducir de
nuevo sus vocablos, esta vez de manera algo más corta, pero más intensa.
Con
tanto jaleo el tiempo me cundió poco, se había hecho tarde, e hice un
paréntesis para comer. Desde la cocina al menos no se escuchaba nada. Pero
cuando regresé de nuevo al dormitorio para continuar con la faena, pude
escuchar de nuevo los gritos de mis vecinos del otro lado de la pared. Llevaban
todo el día dale que te pego. Dada la hora, tenía prisa y presté poca atención,
pero seguro seguro, que estuvieron más de cuatro horas con el dichoso traca
traca.
Por
suerte transcurrieron unos días sin que se escuchase a mis vecinos. Incluso
parecía que no hubiera nadie en su vivienda, o al menos eso deduje cada vez que
abría las ventanas y veía sus persianas medio bajadas. Reinaba un estado de
penumbra constante, tampoco se veían luces, ni movimiento dentro de su casa. Por
lo que supuse no habría nadie en su casa durante esos días.
Al ser
los últimos pisos el calor se reconcentraba de las terrazas y se hacía
insoportable. Me alegré de no ver a nadie en el piso de enfrente durante estos
primeros días. Así aprovechaba para abrir las ventanas de par en par tratando de
crear corriente y de que se ventilase con algo de aire que apaciguase la calor
sofocante de esas fechas. Lo malo es que cada dos por tres se colaba música
tipo regeatón y bachatas y demás ritmos latinos provenientes del resto de pisos
de la comunidad, cuando no pasodobles y fandangos provenientes del segundo
rellano como en una absurda pelea por el gusto musical de cada uno.
Dada
la ausencia de movimiento y luces en casa de mi vecino, me permitía el pequeño
lujo de andar por casa como me gustaba y tenía costumbre. Y es que me siento
cómoda por casa en conjuntos de braguitas tipo coulotte y camisetas de tirantes
finas a juego. Siempre me ha gustado pasear así por casa en verano, fresquita,
con poca ropa, además al estar en el último piso nadie me veía. Cuando
comenzaba a traspirar me duchaba cada poco tiempo tratando de refrescarme y
vuelta a la carga a deshacer cajas.
Así
pasaron unos días absorta en mi nueva rutina. Era ya la primera semana de
julio, en mi antiguo barrio se notaría la falta de algunos vecinos que estarían
ya disfrutando de sus vacaciones, pero a decir verdad en el nuevo barrio me
encontraba las mismas caras siempre en los mismos sitios. Cada vez que salía de
casa a comprar o al chino me topaba siempre con los mismos rostros de hombres
que me miraban al pasar. Sin duda una española y además rubita como yo llamaba
la atención en ese barrio preferentemente poblado de inmigrantes. Las mismas
caras siempre en los mismos bares, las mismas miradas y los mismos gestos.
Esa
mañana me encontraba deshaciendo cajas de la mudanza cuando a media jornada
comencé a escuchar los gemidos y gritos del otro lado de la pared. Me pareció
reconocer que se trataba de otra chica distinta a la del otro día, al menos
gritaba de distinta forma aunque decía las mismas frases inentendibles en
inglés del día anterior.
Esta
vez pude concentrarme algo más en mis tareas, sus grititos finales llamarón
irremediablemente mi atención, incluso interrumpí mi faena por unos segundos
sin poder evitar detenerme a escuchar. Menudo orgasmo que se pegó la tipa. Miré
el reloj….¡¡¡madre mía ¡!! ¡¡Qué hora era!!.
De
nuevo se me había pasado la mañana y parte de la tarde ocupada con la mudanza,
debía salir a comprar algunas cosas que me faltaban al chino. Silicona, clavos,
tornillos, pegamento, trapos de limpieza y ese tipo de cosas. Me adecenté a
toda prisa pensando en que me cerrarían, pero me tuve que esperar unos minutos
preciosos a que acabase la lavadora. La suerte quiso que al salir en busca de
la compra, y al abrir la puerta de casa que daba al rellano de las escaleras,
me topase de bruces con una chica de color que acababa de cerrar la puerta de
enfrente, y con una notoria cara de satisfacción en su rostro. Evidentemente
era la chica a la que había escuchado correrse varias veces como una loca a lo
largo del día, y ahora aparecía frente a mí tan normal en el descansillo como
si nada.
No
pude ni mirarla a la cara, curiosamente estaba yo mucho más avergonzada y
abochornada por la situación que ella misma. ¿Cómo mirar a la cara a una
persona de la que sabes cosas tan íntimas como las que sabía yo de esa pobre
muchacha?. Sabía como gritaba, como gemía, el aguante que tenía, lo que le
gustaba y no le gustaba, y tantos otros pequeños detalles de su intimidad
sexual. Mi educación conservadora y
tradicional, me impidieron mirarla a los ojos y me apresuré a bajar las escaleras
a toda prisa tratando de evitar la conversación con esa persona. No sabría de
qué hablar con ella, sería imposible para mí entablar conversación y no imaginármela
chillando. Mejor evitar la situación.
Debo
reconocer que estuve expectante durante unos días por la mañana a los ruidos
que podían proceder de mis vecinos, pero no escuché nada de nada. Estaba claro
que aquello no podía darse tan a menudo, me refiero a que mi vecino fuese quien
fuese, tuviese tanto aguante o tanta resistencia y encima cada pocos días. Aunque
debo reconocer que pensé en lo sucedido y en lo que escuché en varios ratos a
lo largo de estos días y más a solas como estaba con mis pensamientos y nuevas
inquietudes. De alguna forma había logrado ponerme alerta en ese sentido. Nunca
antes había escuchado a ningún vecino copulando en mi anterior vivienda, y de
repente dos veces en pocos días, no estaba acostumbrada. Le dí varias vueltas a
la cabeza.
Por
el aspecto de la muchacha con que me topé en el rellano, me consolé pensando
que seguramente ambos residían fuera y que los sorprendí en unos días en que
pudieron coincidir por vacaciones, y que por eso lo cogieron con tanto
entusiasmo. Y eso a pesar de que dudaba de si se trataba de la misma chica. En
mi educación católica no podía imaginar que fueran dos mujeres distintas las
que había escuchado gozar con el vecino, debían ser la misma mujer por
necesidad a mis convicciones. Por otra parte me tenía intrigada la falta de
movimiento en el apartamento de mis vecinos el resto del tiempo. Vamos, que por
más vueltas que le daba al asunto trataba de justificar mentalmente la
inapetencia de mi esposo buscando teorías que razonasen la práctica habitual de
mis vecinos.
Esa
noche, regresé a casa después de tener que ir obligatoriamente al centro de la
ciudad a comprar cosas que no encontraba por el barrio. Serían como las once de
la noche a lo que llegaba a mi calle casi en el último autobús. Recuerdo que
llevaba una camiseta fina en la parte superior y una minifalda con sandalias.
Sabía que mi marido había visitado a un cliente importante ese día y al pensar
en él adiviné que seguramente estaría roncando al llegar a casa como casi todas
las veces que acumula estrés por causa de los nervios. Eso si no me esperaba
hambriento para montarme un pollo y bronca.
Me
introduje en el portal ensimismada en mis preocupaciones cuando alguien
interrumpió el cierre del portón en el último momento. La puerta de la calle se
abrió debido a la inusitada maniobra y apareció ante mí un hombre de aspecto
extranjero del que me asusté en un principio. No es que sea racista ni mucho
menos. Al menos no como mi marido, pero debo reconocer que tuve algo de miedo
de aquel tipo con aire sudamericano por la brusquedad de su maniobra dadas la
hora y la situación. Vestía unos tejanos y una camiseta algo desaliñado.
Debéis
recordar que yo estaba acostumbrada a toparme en el portal con hombres de traje
y corbata que te abrían la puerta y cedían el paso, engominados y oliendo a
perfumes caros, no a sudor como era el caso y del que era inevitable no
percatarse del olor en su presencia.
-Buenas
noches- me saludó educadamente aquel hombrecito que acababa de adentrarse
bruscamente en el interior del portal sorprendiéndome. Para que os hagáis una
idea, dada su altura aquel tipo me llegaría a los pechos.
Por
mi parte no supe que contestar, no sé si debido a los nervios, a mis
pensamientos, por la brusquedad de la situación, por la hora de la noche, o la
presencia perturbadora de aquel hombre extraño, que aunque bajito, parecía
fuertemente musculado y de aspecto dejado. Me quedé muda de repente y con cara
de pocos amigos.
-Tú
debes ser la nueva vecina, ¿verdad?,- me preguntó esta vez con un acento que no
supe precisar de dónde era pero que me sorprendió muchísimo.
Debió
pensar que yo era tonta o algo por el estilo, pues no atiné a articular ninguna
palabra. El tipo harto de esperar, y ante mi silencio, cerró la puerta de la
calle tras de sí. Luego con un lenguaje de gestos inequívoco me cedió el paso
galantemente para que subiese por las escaleras delante suya. Todo en medio de
un silencio incómodo al menos para mí por su repentina presencia.
Le
obedecí sin pensarlo presa aún del susto, tratando de encontrar refugio en casa
bajo los brazos de mi esposo. Pero tras los primeros pasos comencé a dudar, no
tuve clara sus intenciones en ese momento, ¿me había cedido el paso por
galantería?, o ¿para verme las piernas y el culo?.
De
lo que si estoy segura es que pude sentir su mirada clavada en mi cuerpo
durante los cinco pisos que tuve que subir delante suyo. Maldije haber escogido
la minifalda que llevaba puesta para subir las escaleras delante de aquel
individuo, ¿a saber que podía estar viendo desde su posición?. Seguramente gozaría de una vista más que
generosa de mis piernas, eso si no alcanzaba a ver mis braguitas blancas de
algodón, pues la pendiente elevada de las escaleras muy a mi pesar se lo
permitiría.
Pensé
que se quedaría en algún piso intermedio, pero para mi sorpresa no se detuvo en
ningún rellano y subió hasta la misma planta que yo, al parecer ese hombrecito
de piel oscura y desaliñado era mi nuevo vecino. Ese que tenía tanto aguante,
ese que lograba arrancar varios orgasmos en una misma sesión a su pareja de
turno, ese al que había escuchado en su intimidad e ideaba tan macho.
Porque
era eso precisamente lo que me perturbaba. Debo reconocer que nunca me lo
hubiese imaginado de esa manera. Fugazmente lo ideaba de otra forma. No sé,
algo más galán, educado, apuesto, alto, guapo, rubio. Pero sobre todo eso, no
sé por qué lo imaginaba rubio, tipo vikingo, y nunca, nunca con aspecto latino
o sudamericano. Supongo que lo imaginé así por lo de escuchar a su amante o sus
amantes en inglés, porque seguía sin tener claro si había sido una mujer o más
de una, las que había escuchado gozar en su apartamento.
El
caso es que yo saqué las llaves de mi puerta dándole la espalda en el mismo
rellano, al mismo tiempo que él abría la puerta de su casa en una situación un
tanto incómoda para mí. Quise girarme en el último momento antes de adentrarme
en mi hogar para examinar más detenidamente a mi nuevo vecino. Nuestras miradas
se cruzaron en la distancia del rellano, y sin duda lo sorprendí mirándome el
culo con descaro, señal inequívoca de que me había estado observando atento a
algún descuido inocente por mi parte durante el ascenso por las escaleras. Me
ruboricé de pensar que hubiese podido ver más de la cuenta al tiempo que lo
miraba despreciando su insolente mirada.
-Buenas
noches vecina- dijo con una reluciente sonrisa en su cara que destacaba el
blanco de sus dientes en contraste con el color más oscuro de su piel.
-Buenas
noches- respondí yo algo más seria al sorprenderlo mirándome descaradamente las
piernas y el culo.
Entré
en casa algo airada por el descaro con el que me miró mi nuevo vecino en todo
el rato, y para colmo al entrar en casa me encontré con que mi marido estaba
dormido como me temía. Me hubiera gustado advertirle acerca de nuestro nuevo
vecino y de las inquietudes que me causó en nuestro primer encuentro, pero me
tuve que aguantar.
De
nuevo transcurrieron varios días sin incidencias que destacar con el nuevo
vecino. Hasta que recuerdo una mañana a mediados de julio en que me desperté
algo más tarde de lo que me hubiese gustado y estaba agotada sólo de sudar por
la noche, tuve malos sueños y se me hizo casi hasta mediodía en la cama. Me
preparé un desayuno y como todas las mañanas me metí en la ducha. Una vez en el
baño escuché los gemidos provenientes del otro lado de la pared. Aquello no
podía ser verdad, mis vecinos o mi vecino, volvían a la carga a deshoras. Tres
veces en apenas quince días era demasiado para mí.
Me
llamó la atención que esta vez la chica gemía en español, por lo que deduje que
no se trataba de la misma mujer con la que me topé en el rellano la vez
anterior y con aspecto afroamericano. Imposible.
-Eso
es papito, dame más, eso es papito- escuché claramente que decía la chica entre
sollozos de placer. Deduje por sus palabras que sería de origen latino al igual
que él. “Tal vez esta fuese su verdadera mujer y la anterior su amante”,
descarté que fuesen varias, pensé por un momento dado, aunque a decir verdad le
dediqué poca atención, ya tenía bastante en pensar como terminar la mudanza de
una vez.
Los
estuve escuchando prácticamente todo el rato mientras permanecí bajo la ducha a
pesar del ruido del agua. “Esto no son horas” recuerdo que desvié mis
pensamientos de mis quehaceres momentáneamente alertada por los chillidos de
ella mientras me duchaba. Parecía que la estaban matando.
-Eso
es papito, dame más, oh siiií papito, que rico- se oía claramente a través de
los finos muros que nos separaban. Papito por aquí, papito por allá. Acabé
harta.
Terminamos
casi a la par, solo que ellos de hacer el amor y yo de ducharme, y eso que
estuve un buen rato bajo el agua.
Al
acabar me enrollé en una toalla y salí aún con el pelo mojado por la casa,
entre otras cosas a meter la ropa sucia y los pijamas del día anterior en la
lavadora. Las ventanas de toda la casa estaban abiertas de par en par como
había tomado por costumbre de días atrás en las que no parecía tener vecino
enfrente por las mañanas para ventilar y refrescar el ambiente.
Tenía
todo abierto como digo para ventilar, cuando al llegar a la cocina, las luces
de la nevera delataron a mi vecino que estaba bebiendo a morro de una botella
de agua frente a su frigorífico. No acababa de acostumbrarme al hecho de que
nuestras viviendas estuviesen enfrentadas simétricamente separadas por un
pequeño patio de luces, y ambos pudimos vernos el uno al otro perfectamente a
pesar de las sombras, cada uno en su respectiva cocina. Era la primera vez que
lo veía en su casa.
Mi
vecino me observó en la distancia sorprendido por mi presencia al otro lado del
patio de luces. A mí me llamó la atención porque tan solo llevaba puestos unos
calzoncillos blancos de esos tipo pantaloncitos que resaltaban el color oscuro
de su piel morena de entre la sombra y la penumbra de su casa. Además al beber
a morro de la botella como un salvaje, le escurría parte de agua por el pecho
demostrando la falta de educación.
Por
el contrario mi casa estaba soleada e iluminada, y por mi parte tan solo
llevaba puesta la toalla enrollada al cuerpo que apenas me cubría las piernas.
No quedaba dudas, él también me había visto. Un extraño escalofrió recorrió mi
cuerpo al saberme desnuda frente aquel tipo, sin ropa, aunque cubierta. Por su
mirada deduje que al muy cerdo le gustó lo que veía, y sin querer al mismo
tiempo me sonrojé de la vergüenza. Una rara dualidad que se repetiría más veces
en su presencia.
Él,
terminó de beber agua, se secó la boca con el antebrazo mostrando muy pocos
modales, y tras lanzarme una última mirada delatora de sus pensamientos regresó
de nuevo a su faena.
No
logro entender porque me quedé embobada contemplando su pequeño cuerpo
ligeramente musculado, marcaba algo de bíceps en los brazos, para nada tenía
tripita e incluso me parecía agradable el moreno permanente del tono en su
piel. De pelo moreno, no muy alto, con algún tatuaje, y con rasgos evidentes de
inmigrante latino. Traté de recodar su acento de cuando me sorprendió en el
rellano, pero no supe situar su procedencia. Tal vez ecuatoriano o colombiano,
tal vez venezolano o peruano, francamente no estaba acostumbrada a ese tipo de
acentos en mi antiguo barrio.
Lo
que sí estaba claro es que él se fijó en mí a través de la penumbra de su
cocina, le debió agradar sorprenderme recién salida de la ducha. Para mi estupor
rememorando la escena me percaté de que durante el tiempo que permanecimos
observándonos en silencio el uno al otro a través de la corrala, se llevó las
manos un par de veces a su entrepierna para acomodarse su bulto por encima de
la tela de su calzoncillo, en un gesto obsceno y vulgar, como él. Quise olvidar
y alejar de mi mente semejante grosería y terminar mi desayuno distrayendo ese
tipo de pensamientos.
Así
que tras cola cao me puse manos a la obra en mi tarea diaria de deshacer cajas
y ponerlo todo en orden. Pasé gran parte del tiempo en el salón de casa
distraída en mis preocupaciones, pero conforme tuve que trasladar ropa hacia el
dormitorio comencé a escuchar de nuevo los golpes de la cama de mi vecino
contra mi pared y los gemidos de la susodicha.
-Eso
es papito, dame fuerte, siiiíh, siiiiíh, oh siiiiiiíííííh- gritó la chica al
culminar en un orgasmo maravilloso claramente audible del otro lado del muro.
Solo se escuchaban dos palabras durante ese tiempo, papito y culo. Acompañado
todo de regeaton y bachatas como ya era natural.
¿Cuánto
tiempo podía haber transcurrido desde que me crucé con el vecino en la cocina?.
La curiosidad me llevó a mirar el reloj y comprobar que había transcurrido casi
hora y media en esta ocasión. Demasiado tiempo para los veinte minutos a los
que me tenía acostumbrada mi marido.
Debo
reconocer que nunca pensé que un tipo como él lograse provocar tanto placer a
una mujer en la cama, lo prejuzgué por su aspecto latino, tan moreno y todo
eso. Nunca lo hubiera imaginado. Tal vez me saliese esa vena de supremacía
colonialista, de niña rica de papá, que se creía de clase alta y ahora estaba
rebajada ante la evidencia de su nueva realidad económica. Supongo que muchos
de los que leen estas líneas se hacen a la idea de lo que trato de explicar, y
a ellos va dedicado este relato.
Esa
noche mi marido regresó a casa como alma que lleva el diablo. Me comunicó que
tendría que salir de viaje la primera semana de agosto, justo la que semana que
teníamos planeado ir al pueblo a por el peque. Y que para colmo había tenido un
altercado con un sudamericano residente en el barrio tratando de encontrar
donde aparcar su coche en la calle.
.-“Payo
poni” lo llamó, “se marchen a su puto país” maldijo mi esposo su suerte al no
disponer de garaje como en nuestra anterior vivienda.
.-”Quieren
nuestros derechos como si fueran suyos, pero fué mi abuelo y no el suyo quien
murió en la guerra civil luchando porque hoy en España se viva mejor. ¡Que
hagan lo mismo ellos en sus paises!, ¡joder!. No tienen respeto por nada, y
mucho menos por la propiedad. Vienen de la selva donde no hay leyes, y vienen
aquí sin respetarlas. Además, no saben conducir ni quieren aprender...”.- y así
estuvo un buen rato diciendo estupideces por el estilo. Después de desahogarse conmigo
y de chillar por tonterías, se quedó dormido en la cama.
Apenas
pudimos hablar un rato tranquilos y con serenidad. Él estaba sobresaltado. Yo
me resigné una vez más ante la realidad, como no podía ser de otra forma,
aunque no me hizo ni pizca de gracia quedarme sola en casa tanto tiempo en ese
barrio. Siempre escuchando bachatas y regeaton de un lado y de otro a todo
volumen cuando paseaba por sus calles.
Sorprendentemente
durante varios días no escuché ningún ruido procedente de casa de mi vecino a
pesar de que inconscientemente estuve bien atenta. Incluso me asomé un par de
veces por curiosidad, pero sobre todo para comprobar que podía abrir las
ventanas y pasear por casa en braguita y camiseta como tanto me gustaba hacer.
Puesto que todavía no tenía cortinas en todos los cuartos, debía andarme con
cuidado, en especial al salir de la ducha. No sé cómo explicarlo pero me sentía
aturdida. Contrastaba mi gusto por pasear con poca ropa por la casa, con el
miedo a ser descubierta por mi extraño vecino. De nuevo esa inquietante
dualidad. A veces me molestaba que me pudieran sorprender, otras me daba igual,
y en cambio siempre me provocaba cierto grado de excitación.
Debe
ser cierto que los seres humanos somos algo envidiosos, no sé porque me alegré
de que mi vecino no hiciese el amor con nadie durante esos días. Era como si al
no poder gozar yo, tampoco tuvieran derecho los demás. Por suerte los días
transcurrieron normales y avancé en mi faena de la mudanza. Incluso tuve que
ducharme varias veces al día envuelta en sudor por el ejercicio y el calor
sofocante que se adueñaba de la vivienda en lo que sería ya finales de julio.
No paraba de sudar cada dos por tres y disfruté de mi pequeña libertad, la casa
sola para mí y a mis anchas.
Así
es como llegó aquel viernes a la mañana en una semana tan calurosa en pleno
verano. Ya habrás deducido que soy algo perezosa. Me desperté de nuevo tarde, y
no por mi propio despertar, sino sobrecogida por los golpes de la cama de mis
vecinos contra la pared de mi dormitorio. No me lo podía creer, pero de nuevo
andaban a la carga. Era imposible, eso no hay quien lo aguante.
Aquello
no podía estar sucediendo en realidad. Llegaba a ser insultante e inaguantable.
Me costó despertar, incluso pensé que lo soñaba. Pero nada de eso, eran mi
vecino follando otra vez a media mañana y a todas horas. Para colmo la voz de
ella que se adivinaba a través de los gemidos parecía muy distinta a la de sus
amantes anteriores. Increíble pero cierto.
“No,
no, no y no. No puede ser verdad” pensé mientras me enrollaba la almohada a la
cabeza para no escucharlos.
Lo
comprobé cuando me senté aún adormilada y con legañas en la mesita de la cocina
a desayunar tranquilamente. Aún con mi taza de cola cao entre mis manos, y para
mi sorpresa, vislumbre a través del patio de luces que separaba nuestras
viviendas a una chiquilla de apenas veinte años, que daba la luz de la cocina
de enfrente para abrir la nevera y servirse un vaso de zumo notoriamente
risueña. Con la luz del fluorescente de su cocina lo pude ver todo nítidamente
a pesar de mis legañas.
La
chiquilla se paseaba completamente desnuda por la casa del vecino, por el
tamaño de su cuerpo y de sus pechos deduje que tenía pinta de universitaria
española. No más de veinte años, frente a los cuarenta y tantos que con
dificultad le calculaba a él. Aún estaba frotándome los ojos cuando vi aparecer
a mi vecino completamente desnudo por la puerta de su cocina en busca de la
chiquilla. Me llamó la atención el gesto de desaprobación con el que apagó la
luz y recriminó a la pobre muchacha que encendiese el fluorescente de su
cocina. El destino quiso que en todo momento el cuerpo de la chica ocultase a
mi vista los atributos de mi vecino que reconozco a esas alturas no me hubiese
importado comprobar, ya que tenía curiosidad por saber lo que les daba.
Y
es que en el fondo mi vecino había logrado generarme cierta expectativa y tenía
hasta curiosidad por verlo desnudo cuando lo vi aparecer en su cocina. No pude
salir de dudas. Lo que sí pude ver es como abrazó por detrás a la muchacha nada
más llegar a la cocina y la tumbó sin mediar palabra boca abajo sobre la mesita
de su pieza sin dejar de mirar sonriente hacía la posición en la que yo me
encontraba. Indudablemente él también me vio con mi tazón de leche entre mis
manos recién levantada aún en braguitas, y si nada lo impedía iba a ser testigo
con mis propios ojos, de cómo el tipo tomaría a la chiquilla desde detrás
recostada sobe su pequeña mesa a unos pocos metros enfrente mío.
A
pesar de la penumbra en su cocina y de la luz reinante en la mía, la chiquilla
alzó la mirada y también me sorprendió del otro lado del patio de luces
espiándolos. Quedaron claros los presentes. Nunca olvidaré la mirada de esa
pobre chiquilla. Tal vez porque me sentía relativamente identificada con ella.
Rubia, hermosa, educada, española, incluso parecía también de familia bien, en
contraste con una mirada lujuriosa que parecía invitarme a probar lo mismo que
ella, en plan “no sabes lo que te pierdes por estrecha”.
Aquella
extraña pareja me sonrió en la distancia, pero fue mi vecino quien me dedicó la
mirada más lasciva que recuerdo nunca antes de que penetrase sin más preámbulos
a la pobre chiquilla sobre la mesa por detrás, la ensartó viva justo antes de
alcanzar a correr las cortinillas de su ventana en busca de su intimidad.
Momento en el que concluyó el espectáculo visual para mí, aunque no el sonoro.
Apenas
un par de sorbos más a mi desayuno ya pude escuchar los chillidos de placer de
la muchacha procedentes del otro lado. Grititos que me tuve que aguantar
durante el resto de la mañana y parte de la tarde.
La
última vez que escuché a mi vecino fue al marchar a comprar al final de la
tarde cuando ya había caído el sol como para atreverse a salir a la calle, otra
vez en el rellano de las escaleras, los gritos de la chiquilla eran
perfectamente audibles a través de la puerta:
-Joder
que polla, me partes, eso es fóllame , me partes, menuda polla, joder siiiih,
siiiiiiiih, siiiiiiiiiih, eso es cabrón fóllame, así bien duro, duro joder,
más, más fuerte, dame fuerte, me partes, me partes, eso es, así, siiih,
siiiiiiih, no pares, no pares, no pares nunca de follarme. Diooosss, que rico,
siiih, joder siiih,...- gemía alocadamente la chica antes de correrse.
Nunca
imaginé que una muchacha de aspecto culto, educada y formal, como parecía
aquella chiquilla cuando la vi en la cocina, profiriese semejantes vocablos
mientras hacía el amor. Me sonreí al pensar que tal vez el vecino hubiese
despertado su lado más salvaje, al tiempo que me preguntaba qué clase de tipo
podía ser tan promiscuo en sus relaciones, pero sobretodo que es lo que todas
esas mujeres podían ver en un hombre como él. No lograba entender sí tenía
novia, si estaba casado, o si eran todas amantes o qué. También me preguntaba
dónde las conocía, como conseguía llevarlas a la cama, qué es lo que les
prometía... en fin, un montón de preguntas sin respuestas que se vieron
interrumpidas cuando me topé al bajar las escaleras con el viejito vecino del
segundo piso.
-Hay
que ver- murmuró cuando pasé a su lado. Por un momento llegué a creer que se
pensaba era yo la chica que gritaba hace unos momentos.
Lo
más curioso de todo era que el anciano, con el mayor de los descaros había
salido a escuchar los ruidos provenientes del último piso, y encima ahora se
hacía el ofendido a mi paso creyendo lo que no era. Me tomé la situación a
risa.
Ese
viernes mi marido regresó relativamente pronto del curro y nada más llegar a
nuestro hogar enseguida vi que mi marido se apoltronaba en el sillón. Yo en
cambio continúe en mis tareas e hice la cena. A pesar de pavonearme delante de
él en braguita de esas tipo coulotte y camisetita de tirantes durante la cena mi
marido se quedó dormido a lo que terminaba de recoger la cocina para marchar a
la cama. Por unos momentos pensé que tendríamos algo de acción pero tan solo
fueron ilusiones momentáneas mías. El caso es que decidí bajar a tirar la
basura tal y como había hecho a lo largo de la semana. Solo que como era tarde
y estaba cansada me dio pereza cambiarme de ropa. Me justifiqué tontamente
pensando que total no enseñaba más de lo que hacía en la playa con bikini. Así
que bajé tal y como estaba a la calle. Era un momento y no creí que fuera a
verme nadie. En las noches anteriores pude comprobar que a esas horas el resto
de vecinos ya dormían, muchos de ellos por ser mayores, y el resto porque debía
madrugar o no tenía nada que hacer. Así que bajé en braguitas y en camiseta
como estaba de costumbre por la casa, con la intención de meterme en la cama
nada más volver.
Los
cubos de la basura quedaban prácticamente en frente del portal, y la casualidad
quiso que en el tiempo que tarda el muelle de la puerta en cerrarse, y con el
pomo de la puerta aún en mi mano para cerrar ya por dentro del portal,
coincidiese con la llegada de uno de mis vecinos.
Me
puse nerviosa nada más comprobar que no era un vecino cualquiera, sino mi
vecino de rellano.
Impidió
que cerrase la puerta tras de mí interponiendo el pie entre la puerta y el
marco, e irrumpió en el patio de la casa con cierta virulencia, prácticamente
igual que el primer día. Una mezcla de nervios y de vergüenza se apoderaron de
mi cuerpo en esos momentos. De repente me percaté de mi error al pensar que no
era lo mismo un bikini en la playa, que una camisetita y unas braguitas en la
ciudad, y eso que tapaba mucho más a la vista.
-Hola
vecinita- pronunció mi vecino en un intento por parecer educado aunque algo
ebrio nada más verme tan solo en braguita y sujetador.
-Hola-
respondí sorprendida por su presencia tan cercana.
Inevitablemente
mi cuerpo se tensó al verlo, y de repente vinieron a mi mente como en un flash
back las imágenes de aquel hombre desnudo por la cocina. Comencé a sudar de
repente temerosa de que pudiera hacerme daño o algo peor dado su estado de
embriaguez.
-Perdona,
no nos hemos presentado todavía, y por lo que veo este puede ser un buen
momento- dijo con voz notablemente
trabada por el alcohol. Aún sin mi consentimiento expreso fue a lo suyo y se
presentó propinándome dos besos de rigor en la mejilla antes de que yo pudiese
reaccionar.
El
contacto de su rostro con el mío impregnó mi cara con su sudor. Toda mi
atención y mis sentidos se concentraron por unos instantes en las gotas de su
exudación que impregnaban mi mejilla. Me resultó totalmente desagradable.
-
Oh, no hacía falta- respondí colorada de vergüenza como una niña una vez atiné
a hablar tratando de evitar limpiarme la mejilla descaradamente por no parecer
grosera a su gesto. Quise aparentar cierta normalidad y aguantarme la repulsa
aunque por dentro estaba sobresaltada. Luego me giré inmediatamente y le di la
espalda con la intención de subir las escaleras a toda prisa para limpiarme y
buscar el refugio de mi hogar. Puede que esta vez la maleducada fuese yo y a
pesar de mi gesto era él quien me pedía disculpas siguiéndome el paso.
-No
quiero que pienses que soy un maleducado, normalmente suelo realizar una visita
de cortesía a cada nuevo inquilino cada vez que viene- comenzó a charlar tras
de mí a la vez que subíamos por las escaleras, sin importarle que yo no le
prestara la más mínima atención a sus palabras.
Ya
en el primer giro de las escaleras pude advertir que de nuevo clavaba su vista
en mi trasero. Desde luego la visión que debía ofrecerle con el conjuntito
debía resultarle de lo más gratificante. Incluso mejor que con la minifalda del
primer encuentro. Traté de incrementar el ritmo para dejarlo atrás y no tener
que escucharlo.
-Por
desgracia es mucha la gente que he visto ir y venir de esta comunidad-
continuaba hablando solo al tiempo que se pegaba detrás de mí mientras
ascendíamos piso a piso en una absurda competición por hacerlo deprisa. Por más
que lo intentaba no lograba dejarlo atrás. Para colmo mis pechos botaban en
cada peldaño, dando el espectáculo con el movimiento.
-Un
día me dije que eso no era motivo para no conocer a mis vecinos, normalmente
suelo pasar a saludar en los primeros días, pero en vuestro caso la verdad no
he tenido tiempo- el tipo me daba la chapa notablemente ebrio mientras subíamos
las escaleras. No conseguía dejarlo atrás.
-Ya,
ya. No me extraña. Has estado muy ocupado- esta vez no pude evitar detenerme
para hacer el comentario a la altura del rellano del cuarto piso. Si no lo
soltaba reventaba.
Él
se sorprendió de verme como enfadada cuando me volteé en el descansillo
anterior a nuestras puertas. Quedamos frente a frente el uno del otro. Mis
palabras evidenciaron que estaba algo molesta con él, sus ruiditos y sus
compañías.
A
pesar de estar desconcertado por mi comentario y en su estado, me dio un repaso
de arriba abajo con la vista en toda la regla. En el fondo yo estaba frente a
él tan solo en braguitas y con una camisetita fina de tirantes en la parte
superior que por el esfuerzo y por descuido marcaba los pezones de mi pecho al
tiempo que se agitaba con la respiración.
-¡¿Ah?!.
Lo dices por eso- algo lento comprendió por qué estaba molesta tratando de
disculparse.
-Lo
siento- pronunció encogiéndose de hombros, -no puedo evitar que hagan tanto
ruido- argumentó ahora en un tono jocoso e irónico dándoselas de super macho a
pesar de que apenas me llegaba al pecho. Sus palabras quedaron interrumpidas
por el temporizador de la luz de la escalera. Las luces se apagaron de golpe
oscureciendo la escena.
Yo
me abalancé sobre el interruptor dispuesta a encender la bombilla del
descansillo cuanto antes temerosa por la oscuridad. Mi vecino debió pensar lo
mismo que yo, y sin querer nuestros cuerpos chocaron al coincidir en la
intención por restablecer la luz. Su mano se encontró con la mía en el interruptor.
Pero lo peor de todo no fue el contacto de las manos, lo peor es que mis pechos
chocaron en la maniobra contra su rostro dada la diferencia de estaturas. La
sensación me resultó aún más desagradable que la de su sudor en mi mejilla,
reaccioné dándome la media vuelta a toda prisa y subiendo el piso que quedaba a
toda velocidad abandonando a mi vecino a la espalda y dejando la conversación a
medias de manera totalmente maleducada e intencionada por mi parte. Por
supuesto abrí la puerta de casa lo más rápido que pude sin detenerme ni
importarme lo que hacía la otra persona a mi espalda. Busqué desesperada la
protección de mi esposo y de mi hogar.
Nada
más entrar en casa mi marido estaba dormido en el sofá. Agradecí no tener que
dar explicaciones y corrí a meterme en la cama dispuesta a calmar mis ánimos.
Estoy segura de que si le llego a contarle a mi esposo lo que me había sucedido
seguro que sale a partirle la cara al vecino, y no es que no se lo mereciese.
Aquel tipo se merecía que alguien lo pusiese en su sitio. No podía ir por la
vida de macho follador cuando seguro que no tenía ni media hostia al medirse
con un tipo como mi esposo. Estaba claro por sus palabras y su forma de tratar
a las mujeres que era un ser despreciable que utilizaba a las mujeres en busca
de sexo.
Lo
inquietante es que no lograba sacarme el incidente de la cabeza. Mientras
trataba de dormirme me preguntaba una y otra vez por qué me había comportado
así de tonta en su presencia. En general me reprochaba a mí misma por que
actuaba tan torpe, y de esa manera tan estúpida siempre que él estaba delante.
En
la confusión de la noche, concluí que la culpa era de mi marido, que me tenía
abandonada. Su inapetencia sexual sin duda era la causante de mi inseguridad
frente a mi vecino y su promiscuidad, y me propuse que eso debía cambiar. Lo
planeé todo para que ese mismo sábado mi marido me pegase un buen repaso, de
paso se marcharía servidito para su viaje de empresa, y con suerte en esta
ocasión hasta nos escuchaba el vecino y se tenía que aguantar él, al menos por
una vez. Hoy día echando la vista atrás, no sabría precisar si esa madrugada lo
que realmente pretendía era hacer el amor con mi esposo o fastidiar a mi
vecino.
El
caso es que pasamos prácticamente todo el sábado fuera de casa. Salimos a
pasear por el centro y picamos algo para cenar. Hacía tiempo que no estábamos
solos y con la ciudad a nuestra disposición, sin aglomeraciones ni tumultos,
pudimos disfrutar del paseo.
Al
llegar a nuestra casa de noche marché directa al dormitorio a arreglarme un
poco para la ocasión que tenía planeada. Me hidraté bien el cuerpo con
cremitas, me pinté las uñas de rojo intenso según le gusta a mi marido, me
maquillé por encima, y me puse pintalabios de color a juego con las uñas. Incluso
me arreglé el pubis, delimitando una fina de tira de pelos con la que siempre
me gusta marcarle el camino a mi esposo. Para rematar me puse un conjunto de
braguita negra con motivos de encaje al igual que el sujetador, y un
camisoncito de esos de satén color negro con alguna transparencia que me había
regalado mi esposo con motivo de algún aniversario. En el último momento me
decidí a ponerme también unas medias y me puse tacones. Cuando me miré en el
espejo antes de ir en busca de mi esposo al salón, yo misma me reí de las
pintas de fulana en que me había disfrazado. De verdad que no lograba entender
como estimulaba todo eso tanto a mi marido, pero era verme así y ponerse
burrón.
Para
mi total desconsuelo comprobé que mi marido se había quedado dormido en el
sillón del salón nada más enchufar la tele. Realicé verdaderos esfuerzos por
tratar de despertarlo y animarlo pero nada de nada. Lo único que conseguí es
que se fuera a la cama como un zombie sin dignarse a mirarme siquiera.
-Buenas
noches- fue todo lo que escuché decir de su boca mientras deambulaba dormido
del sillón a la cama.
-Buenas
noches- respondí resignada. Aún aproveché a recoger la casa y la cocina. Me
hice unas palomitas y me consolé viendo en la tele alguna comedia romántica que
tanto me gustan y que en tan pocas ocasiones puedo ver tranquila.
Se
hizo tarde, casi ya de madrugada. Recordé que se habían quedado algunas bolsas
indispensables en el maletero del coche y que inexcusablemente debía bajar de
nuevo a la calle. Por suerte habíamos aparcado casi enfrente de casa. Esta vez
decidí bajar consecuentemente tal y como estaba vestida, con el conjuntito, el
batín transparente a juego, y las medias. Reconozco que estaba algo traviesa,
con ganas de cometer alguna pequeña locura. Yo soy así de inconsciente muchas
veces. Incluso deseé toparme con mi vecino para jugar a las miraditas en las
escaleras.
“Mirarás
pero no me tendrás, te fastidias, se mira pero no se toca, estoy fuera de tu
alcance,...” y tantas cosas por el estilo que pensé podrían fastidiar a mi
vecino de verme con el conjuntito. Era como si necesitara incomodarlo, como si
disfrutase molestándolo, era como si todo eso me hiciera sentirme viva de
alguna manera. Aunque más que viva creo que lo que realmente necesitaba era
sentirme deseada al menos por un tipo tan promiscuo como él, y por eso me
decidí a salir así en busca de las bolsas que mi marido se olvidó de subir del
maletero. En el peor de los casos puede que me topara con el alcahuete vecino
del segundo. Supongo que después del desplante de mi marido buscaba una mirada
de deseo. Lo sé, suena todo contradictorio pero yo soy así. De repente cometo
imprudencias de las que me arrepiento largo tiempo, y por lo que sé no soy la
única persona que se comporta de esa manera.
Pero
nada de nada. No me topé con nadie al bajar las escaleras. Y para colmo la
desgracia quiso que nada más salir a la calle, se cerrase la puerta de la
comunidad tras de mí. Recordé que no había cogido las llaves de casa solo las
del coche. Una vez me hice con las bolsas llamé a casa por el telefonillo del
portal con la intención de que mi marido bajase a abrirme la puerta, pero para
mi consternación, este o no funcionaba o mi marido no lo oía. Seguramente
estaba frito y no se despierta ni aunque le pase una apisonadora por encima.
Así que allí estaba yo, en medio de la calle vestida con un ridículo batín de
transparencias que apenas tapaba el conjuntito que llevaba debajo, con tacones
y pinta de fulana. Parecía una escena surrealista de alguna peli de Buñuel.
Grité
e incluso golpeé la puerta del portal con todas mis fuerzas tratando de llamar
la atención de algún vecino, pero nadie respondía a mis llamadas. Ni móvil, ni
llaves, sábado a la noche, comenzaba a estar desesperada cuando vi aparecer a
mi vecino que venía cogido de la cintura de una mujer relativamente mayor,
entorno a los cincuenta. Muy bien vestida, y ensortijada. Nada que ver con las
chicas con las que lo había visto antes. Esa noche todos mis deseos se estaban
cumpliendo a modo de maldición.
Cuando
la pareja llegó a la puerta comprobé que estaban algo ebrios los dos. Venían
riendo sin sentido dando tumbos por la calle y no se percataron de mi presencia
en el umbral de la puerta hasta que mi vecino tuvo que sacar las llaves para
abrir el portón. Momento que aproveché para salir de dentro del coche y
acercarme yo también hasta la puerta dispuesta a colarme en el portal.
-Caray
vecina- balbuceó sorprendido mi vecinito al verme ridícula como iba vestida.
-No
me habías dicho que en tu casa viviesen fulanas- pronunció su acompañante al
tiempo que le sobaba el culo descaradamente a mi vecino a pesar de mi
presencia.
La
muy pendeja, al ver que su comentario no me resultó agradable en lo más mínimo,
y envalentonada por la bebida le preguntó a él:
-¿Ya
has probado sus servicios?. Apuesto a que también te la has tirado- le susurró
en la oreja pero lo suficientemente alto como para que yo la escuchara.
-¡¡¡¡¡Escúcheme
bien!!!!!- le dije notablemente exaltada a la tiparraca por sus palabras -aquí
la única puta que hay es usted- concluí alzando la voz, y para acabar la tomé
con mi vecino, -¡quieres abrir de una maldita vez la puerta!- le increpé a él
para que terminase de abrir y acabase con esa situación tan bochornosa al menos
para mí.
-Ya
voy, ya voy- dijo tan borracho que apenas acertaba a retirar la llave de la
cerradura.
Nada
más cederme el paso me apresuré a subir las escaleras a toda prisa.
-Seguro
que la tontita de tu vecina estaba esperándote y está celosa porque esta noche vas
a ser sólo mío. Mírala como iba vestida, como las putas- me tuve que escuchar
como último comentario de la vieja mientras ascendía a toda prisa por las
escaleras.
Pero
eso no fue lo peor.
Tuve
que aguantarlos durante toda la noche. Sus gritos de bruja se escuchaban por
todas las estancias, pero sobre todo desde nuestro dormitorio. A mi marido le
daba igual, dormía a pierna suelta. A mí me costó conciliar el sueño. Se les
escuchaba como si estuvieran follando en mi oreja. Todo eran palabras soeces y
barbaridades del tipo… “menudo pedazo de polla que tienes chaval, fóllame,
quiero que me la metas, más, más, dame más”, eso de entre las cosas más suaves
que se les escuchaba gritar. Por suerte estaba agotada y al final caí dormida. Aunque
me desperté a altas horas de la madrugada alertada por los gritos de ella. Mi
marido ni se enteraba de nada. Lo cierto es que me sentó mal, y empecé a
golpear la pared con fuerza haciéndoles entender que los escuchaba. La única
respuesta que obtuve fueron unas risas burlonas por parte de ambos, y para
colmo al poco rato, ella comenzó a disfrutar como metiéndose conmigo.
-Eso
es machote, por el culo, quiero probarla por el culo. Seguro que a tu vecinita
la puta ya se la has metido por el culo- le escuché claramente una de las veces
seguido de unos alaridos que no sabría precisar si eran de placer o de dolor,
pero que se prolongaron durante toda la noche y parte de la madrugada sin
dejarme dormir.
Menos
mal que el domingo lo pasamos prácticamente en casa de mis cuñaos. Terminamos
pronto la sobremesa puesto que debíamos regresar a casa temprano. Mi marido
madrugaba para estar de viaje toda la semana siguiente y tenía que prepararle
aún la maleta. Resultó ser una noche tranquila en casa de mi vecino, hasta el
punto que incluso llegué a la conclusión de que no estaba en casa.
El
lunes desperté sola en la cama a media mañana. Como casi todas la mañanas me di
una ducha antes de ponerme manos a la obra. Como quiera que los cristales del
espejo estaban empañados abrí la ventana del baño para ventilar el vaho que se
había formado. Esta vez me lavé los dientes y me aseé frente al espejo tal y
como había salido de la ducha: desnuda. Mi estupor cuando caí en la cuenta de
que no estaba en mi anterior vivienda y de que la sana costumbre que tenía de
arreglarme desnuda en el baño tenía sus riesgos, sobre todo con mi nuevo
vecino.
Miré
por la ventana del baño antes de cerrarla, no sin antes tratar de comprobar
muerta de vergüenza si podía haber sido descubierta en mi despiste. Por suerte
no se veían luces ni movimiento en la vivienda de enfrente. Nada más cerrar la
ventana y voltear la cortina miré una vez más por una rendija por si apreciaba
algún indicio sospechoso de que pudiera haber sido descubierta.
Mi
estupor cuando divisé un leve movimiento de cortina en el dormitorio de mi
vecino. Me pregunté si me había podido estar observando. No sé por qué estaba
completamente nerviosa perdida. ¿Y si me había visto desnuda?, ¿Y si me había
estado observando durante todo este tiempo que había estado aseándome
descuidada?. ¿Qué pensaría de mí?. ¿Acaso se pensaría que lo ando provocando?.
Nada más lejos de la realidad, me preguntaba confusa y aturdida.
No
dejé de darle vueltas a la cabeza durante todo el día. Para colmo el estar sola
en casa con mi marido de viaje no ayudaba nada a distraer mis pensamientos.
Ya
por la noche escuché de nuevo ruidos provenientes del dormitorio de mi vecino.
Para mi sorpresa se adivinaban un par de voces de mujeres diferentes. Más tarde
deduje entre comentarios y risitas que efectivamente eran dos compañeras de
trabajo, y amigas, las que se estaba beneficiando en esta ocasión.
-Con
esa polla hay para las dos- escuché nítidamente que decía una de las mujeres en
una de las ocasiones.
-Fóllame
a mi, fóllame a mi- solicitaba una de ellas desesperada.
Las
embestidas iban siempre acompañadas de gritos que impedían que me concentrase
en ninguna tarea. Los gritos, los gemidos, las risas, los chillidos, el ruido,
la situación en sí era insoportable, ya no lo aguantaba más. Comenzaba a estar
desesperada. Todo aquello era un sin vivir y comenzaba a ser obsesivo. Para
colmo conforme avanzaba el verano más seguidas y escandalosas eran sus
aventuras. No había cuerpo que lo aguantase.
A
la mañana siguiente del martes todo parecía tan normal. Quise observar la casa
del vecino mientras desayunaba, pero no se veía movimiento. Todo estaba en
penumbra y no se veía ninguna luz. Como si la noche anterior no hubiera
existido, y sin embargo ahí estaba mi cansancio y mi desvelo, testigos
contradictorios del silencio reinante en la casa de enfrente en esos momentos.
Esa
mañana debía salir a comprar de nuevo al súper. Fue al cambiarme de ropa en el
dormitorio cuando me pereció ver que se movía la cortina del dormitorio de mi
vecino.
Ese
breve incidente provocó que estuviese todo el día dándole vueltas a cuanto
ocurría. “¿Por qué apagaba las luces?, ¿por qué ese silencio, esa penumbra en
su casa cuando no tenía compañía?. ¿Acaso me espiaba?, ¿qué podía ver en mi?.
Estaba claro, yo estaba fuera de su alcance. ¿Estas segura?. ¿Y la rubita
universitaria?, ¿y la bruja ricachona ensortijada?. Esas no eran ni latinas ni
mulatas, sin duda pertenecían a otra clase social. ¿Dónde las conocía?. ¿Cómo
las engañaba para llevárselas a la cama?,¿las drogaba?. ¿Y las otras dos del
otro día?. ¡Con dos a la vez!. ¿Qué les dá a todas para que chillen tanto?, ¿y
en verdad está tanto tiempo?, ¿tanto aguante tiene?. No me lo puedo creer. No
puede ser verdad. No se le ve gran cosa. Y sin embargo…” un sinfín de preguntas
que mi mente no podía dejar de darle vueltas y vueltas.
Por
suerte ese martes transcurrió con cierta normalidad y avancé bastante en mis
tareas por deshacer la mudanza. De cundir el resto de los días como ese
seguramente estaría todo listo para mitad de la semana siguiente y podríamos
traer de regreso al chaval como estaba previsto. Me animé yo misma haciéndome a
la idea de que al fin podría instalarse en casa nuestro hijo. Comenzaba a
echarlo de menos. Terminé tarde y caí rendida en la cama pudiendo descansar.
Fue
la única noche en la semana que pude dormir a gusto, porque a las noches
siguientes hubo jarana en casa del vecino. Reconozco que la del miércoles tuve
que asomarme por la mirilla para ver de quien se podía tratar pues me pareció
escuchar que se trataba de alguien de habla francesa. Me sorprendí al comprobar
que la persona que abandonaba su casa tras el estruendo del dormitorio era una
mujer con rasgos nórdicos. Alta, rubia, poco pecho y poco culo,… vamos el
prototipo de guiri. Lo que me preguntaba es como habían podido conocerse ese
par de personas para acabar juntas en la cama.
El
jueves a la mañana, todo estaba de nuevo en un estado de penumbra y silencio
que hacía olvidar el revolcón de la noche anterior. Pero esa misma noche, mi
vecino estaba dale que te pego con otra desconocida.
Fue
al cambiarme de ropa en el dormitorio cuando los sorprendí. Su dormitorio
estaba raramente iluminado y a través de las cortinas se adivinaban las figuras
de ambos cuerpos a modo de sombras chinas. Los observé mientras me cambiaba
para ir a dormir y me desprendía de la camiseta quedándome tan solo en
braguitas. Se les adivinaba besuqueándose quitándose la ropa el uno al otro. Me
llamó la atención la pasión que le ponía al asunto mi vecino. Realmente parecía
hacer disfrutar a su amante. Aunque no quise prestar atención me engañaba a mí
misma mirando de reojillo de vez en cuando. En el fondo era la primera vez que
podía ver algo del espectáculo. Como no estaba mi marido y mi vecino estaba a
lo suyo con su compañera, me dije que esa era una buena noche para dormir en
braguitas y no pasar tanta calor. Así que estuve un rato recogiendo ropa y
cosas por la casa hasta que me dije que era hora de marchar a dormir, no sin
antes prepararme mi vasito de leche.
Me
había olvidado de mis vecinos con mis quehaceres hasta que entré en la cocina a
prepararme mi cola cao y pude ver de nuevo las sombras que los delataban. Por
las siluetas se apreciaba perfectamente que mi vecino permanecía en pie y la
muchacha estaba arrodillada a sus pies haciéndole una felación en toda regla.
“Por
eso no escuchaba ruidos” pensé riéndome de la situación, “la pobre muchacha
tiene la boca llena” me sonreí para mí misma tratando de jactarme de la
situación.
Inevitable
no observarlos mientras me tomaba el vaso de leche. El espectáculo tenía
matices eróticos digno de admirar. Esta vez sería testigo de lujo.
Me
llamó la atención un momento en el que al ponerse ambos de perfil se pudo
vislumbrar el tamaño del miembro de él. La sombra dibujó en la cortina un
miembro desproporcionado del hombrecillo en relación al tamaño de su cuerpo. Se
podía apreciar como la mujer sujetaba a dos manos la polla de la que solo era
capaz de engullir la puntita. Me consolé pensando que debía ser efecto de las
sombras. Una mala pasada de la proyección porque eso no podía ser tal y como se
reflejaba en la cortina. Me ensimismé sin querer tratando de buscar una
explicación racional hasta que de repente veo como el vecinito interrumpe la felación y pone a la mujer en
pie apoyándola contra la pared. La diferencia de alturas es notoria. Se aprecia
a través de las sombras como le devora los pechos y luego baja besando su
cuerpo hasta arrodillarse a los pies de la mujer. Él hunde la cabeza entre sus
muslos y ella le pasa una pierna por el hombro para facilitarle la tarea.
Adivino que la está comiendo de buenas maneras porque ella comienza a
retorcerse de placer. O ella es muy exagerada o desde luego que el inmigrante
sabe cómo hacerlo. Por un momento soy consciente de que contemplando la escena
he comenzado sin querer a acariciarme mis pechos desnudos. Y es que alucino con
lo que estoy viendo.
En
apenas un par de minutos la chica comienza a retorcerse de placer. Es más lo
sujeta por la cabeza tratando de impedir que su experimentado amante se
detuviese lo más mínimo. Las convulsiones de ellas son evidentes, se corre.
Sin
querer una mancha de humedad aparece en el centro de mis braguitas. Y es que
siempre he deseado que alguien me comiera el coño de esa manera. Es mi pequeña
fantasía en la que mi marido no ha sabido corresponderme.
Apenas
recupera la mujer el aliento que él se incorpora de su posición y la voltea
cara la pared. Se aprecia claramente como el extraño la penetra en esa misma
posición sujetándose a sus caderas y comienza a follarla sin compasión contra
la pared. Ahora sí la escucho gritar a ella a la vez que compruebo como el
miembro del vecino desaparece en el interior del cuerpo de la chica. Tras el
primer alarido los gemidos de ella se acompasan con las embestidas a que es
sometida. Golpes secos y contundentes.
Inconscientemente
contemplando la escena he comenzado a acariciarme por el interior de mis
braguitas.
El
vecinito cambia el ritmo al que somete a la muchacha, y poco a poco comienza a
culearla con un vaivén frenético. Me resulta ridículo verlo moverse como un
conejo, y de repente yo también me siento ridícula. Alertada por la humedad que
se escapa y mi propio olor, descubro que mi mano había pasado de estimularme
los pechos a tocarme en toda regla. En ese momento de consciencia decido
concluir con todo aquello, interrumpir aquel sin sentido, y acostarme en la
cama.
Lo
malo es que a mitad noche me despertaron con su faena. No sabría precisar si
fueron los ruidos o el espectáculo que había presenciado antes de acostarme.
Tal vez el hecho de dormir tan solo en braguitas y que el roce de mis pechos
con las sábanas me estimuló, pero medio adormilada como estaba comencé a
acariciarme. A lo que era consciente mi cuerpo era todo fuego. Esta vez mi raciocinio no lo pudo evitar. El corazón me latía a
mil por hora. Mi sexo estaba humedecido sin entender por qué, tragaba saliva y
humedecía mis labios sin parar. Tenía los pezones endurecidos, terriblemente
sensibles. Ni yo misma entendía las reacciones de mi cuerpo ni porque estaba
haciendo eso. Comencé a frotarme con la palma de la mano mi pubis en tanto que
seguía tocándome los pechos con la izquierda. Hacía tiempo que no tenía sexo, y
ese incidente había abierto un mar de sensaciones olvidadas en mi cuerpo. Mal
reprimí un jadeo por no delatarme, pero que el cuerpo convirtió en grito al no
poder acallarlo. Necesitaba masturbarme. Hacía tiempo que no lo hacía. A decir
verdad hacía tiempo que no hacía nada de nada. Mi cuerpo necesitaba estallar.
El calor, la piel desnuda, mi vecino…
Mientras me acariciaba inevitablemente comencé a fantasear. Como
era costumbre imaginaba buenos momentos con mi esposo, las veces en que lo
hicimos de novios, la noche de bodas, las primeras veces, incluso la vez en que
concebimos a nuestro hijo. Todo transcurría en mi imaginación como en tantas
otras veces, hasta que vinieron a mi mente como en flash las imágenes del día
en que sorprendí a mi vecino medio desnudo en la cocina. De repente me vinieron
como en recuerdos todas las barbaridades y gritos que había escuchado en boca
de sus amantes. Ya no era suficiente con acariciarme, me introduje un dedito
imaginando que era el pollón de mi vecino el que me penetraba. De repente yo
era la protagonista de sus andanzas en mi imaginación. Fantaseé imaginando que
era yo a la que sometía en la mesita de la cocina como cuando lo ví con la
chiquilla universitaria. O que era a mí a quien devoraba y comía contra la
pared de su cuarto como había visto hacer apenas unas horas antes.
Mi mente había sustituido a mi marido por mi vecino en
situaciones idílicas. Con el cambio de protagonista mis sentidos se agudizaron
y recordé nítidamente el olor de su sudor del primer día que me topé con él en
el portal. Sus ojos cuando me miraron las piernas al subir las escaleras, el
color de su piel, sus tatuajes. Todo se recreaba en mi mente al ritmo con el
que mi dedito entraba y salía de mi cuerpo. Pronto necesité que fueran dos, y
luego tres los dedos que jugasen en mi interior. De repente escuché un grito
desgarrador de la muchacha que traspasó el delgado tabique que nos separaba. No
me lo podía creer. El caso es que allí estaban ellos al otro lado del muro dale
que te pego en plena noche, y yo tocándome a la vez pensando en lo que estarían
haciendo la pareja que tenía del otro lado de la pared.
El subconsciente me llevó a imaginar que era yo la que gozaba
de los placeres de mi vecino al tiempo que los escuchaba. En mi mente se
repetían las mismas palabras y gritos que provenían de la otra chica. Que era
yo la que gritaba como gritaba la que en esos momentos gozaba de su polla.
.-Fóllame- escuché que le suplicaba la mujer. “Fóllame”
susurré yo en voz alta acostada en la cama tratando de imaginar lo que podía
estar sucediendo.
.-Eso es, así, más fuerte, por favor, más fuerte- le escuché que
imploraba ella con cierta dificultad por su parte en articular ya las palabras.
“Eso es, así, más fuerte, por favor, más fuerte- repetí en
voz alta desinhibida en mi imaginación moviendo mis deditos más deprisa y más
fuerte.
De esta forma mis gemidos se acompasaron con los de la otra
chica imaginando que era yo la protagonista de cuanto escuchaba, hasta que en
medio del silencio descubrí que había estado gimiendo y chillando sola, pues al
parecer ellos hacía un rato que debían haber concluido en su faena.
Mi primera reacción cuando regresé al mundo fue morirme de
vergüenza. ¿Me habrían escuchado?. Seguro que sí.
Luego me sonreí pícaramente y pensé algo así como “que se
joda mi vecino”, y absurdamente llegué a la conclusión de que lo mejor para
disimular era fingir que estaba echando un buen polvo con mi esposo. Llegué a
razonar que de esta forma mataba tres pájaros de un tiro. El primero que no se
pensase que mis gritos eran por masturbarme sola, ¡que vergüenza!. El segundo
darle envidia a él también, que no se piense que es el único que sabe folllar.
Mi marido también sabe y me lo hace muy rico. El tercero era un absurdo
sentimiento de venganza, por todas esas noches en que no había podido conciliar
el sueño. Así que comencé a fingir lo que debía ser un polvo en toda regla con
mi esposo. Meneé la cama de tal forma que golpease contra la pared rítmicamente
al son de mis gemidos.
-Sii, siiih, siiiih- comencé a gritar histérica y desorbitada
como loca tratando de exagerar el falso orgasmo. Sudé y chillé como una posesa
abstraída en mi teatro imaginario, hasta que poco a poco recobré la cordura y
quedé adormilada sobre la cama con un extraño sentimiento de culpa y de
vergüenza en mi interior. ¿Por qué me
había comportado de esa manera?. ¿Cómo había llegado a tan absurda conclusión?.
¿Por qué?. No lo entendía. Definitivamente estaba obsesionada, aturdida y
desorientada conmigo misma.
Los
rayos de sol me despertaron a la mañana siguiente abochornada por lo que hice
la noche anterior, yo misma me moría de la vergüenza cada vez que me miraba en
el espejo, sobretodo antes y durante el desayuno. Como os dije era una de esas pequeñas
locuras que cometo y de las que me arrepiento luego durante mucho tiempo, pero
nada que una buena ducha no hiciese olvidar.
Una
vez en baño recuerdo que miré algunas veces por la ventana para comprobar
curiosa y ruborizada a la vez si podía haber movimiento en el piso de mi
vecino. Me alegré de que todo pareciese estar a oscuras sin movimiento y traté
de consolarme pensando que tal vez no hubieran escuchado nada de mi teatral
actuación. No lograba quitarme la sensación de bochorno de la cabeza.
Decidí que lo mejor sería salir a dar una
vuelta, comprar algo, dedicarme un tiempo. Aparcar la mudanza y todo eso. Debía
distraerme. De repente recordé que no había encontrado los bikinis en ninguna
maleta. Seguramente se habían perdido en la mudanza. De ir al pueblo a buscar
al chico como se acercaba la fecha no tendría con qué bañarme en las piscinas o
en el rio. Era viernes, verano, hacía calor, un centro comercial me haría
olvidarme de toda esa locura.
Así que salí dispuesta a tomar algún helado y
despejarme. Las rebajas me ayudaron a probarme y comprarme algún bikini. El
caso es que me gustaron varios de ellos. En concreto tres, aunque tan sólo
necesitaba un par, y no estábamos para gastar más de lo necesario. Allí en la
tienda no supe por cual decidirme. El uno me sentaba realmente bien de la
braguita pero el triángulo de los pechos apenas me tapaba el escote como venía
acostumbrada. De hecho a cualquier descuido se me salían las tetas. El segundo
me gustaba porque me reafirmaba el pecho del que había adquirido últimamente
algo de complejo de pecho caído, sobre todo tras la lactancia de mi hijo. Pero
al contrario que el primero la tela de la braguita apenas me tapaba el culo. El
tercero era el más recatado, tanto que hasta el estampado me parecía de abuela.
Al final opté por llevarme los tres y que mi marido me ayudase a elegir. Ya
devolvería uno de ellos. Además se había hecho la hora de comer y quería llegar
a casa para hacer la comida y no gastar más, ya había derrochado suficiente en
mí capricho.
Al llegar al portal me abrió la puerta el
anciano vecino del segundo, quien lo hizo con un gesto de desaprobación que me
llamó la atención, como si yo tuviera la culpa de todos sus males. Pero lo peor
estaba por venir, al intentar abrir la puerta de mi casa me percaté de que no
llevaba las llaves de casa. Hice memoria y recordé que con las prisas y los
remordimientos me las había dejado dentro. Maldije mi suerte por ser tan
despistada en los momentos precisos.
Al ser viernes al mediodía quise pensar que mi
marido regresaría del viaje a media tarde, por lo que con un poco de suerte
solo tendría que esperarlo un par de horas. Hacía mucha calor como para ir a
ningún sitio y no quería gastar más. Ya me sentía bastante culpable por haber
comprado los bikinis. Como en el rellano de la escalera se estaba medio
fresquito decidí hartarme de paciencia y esperar al regreso de mi esposo.
Estaba medio adormilada sentada en las
escaleras cuando me espabilaron las palabras de mi vecino.
-Hola vecina, ¿te encuentras bien?- dijo
interesándose por mi estado creyendo que me pasaba algo.
-Eh, si, disculpa, tan solo me he dejado las
llaves dentro de mí apartamento y estaba haciendo algo de tiempo- le respondí a
la vez que me incorporaba de estar sentada en las escaleras.
-Como quieras pero…¿por qué no pasas dentro?, te
invito a un café- se ofreció amablemente.
-No gracias, esperaré a que regrese mi marido-
quise recalcarle que estaba casada aun sin venir a cuento en la conversación.
Esta vez me alegré de actuar segura y coherente.
-Está bien, como prefieras, pero que sepas que
hago unos cafés estupendos- concluyó al tiempo que abría su puerta y se colaba
en su estancia sin insistir mucho más en su ofrecimiento.
Yo lo miré desaparecer tras la puerta. “Que mal
educado”, pensé. “Un hombre galán y cortés se hubiese ofrecido a ayudar a una
dama en apuros insistiendo con la oportuna elegancia”, me dije para mis
adentros mientras resignada me sentaba de nuevo en las escaleras del rellano.
No habían transcurrido ni cinco minutos cuando
mi vecino abrió de nuevo su puerta.
-Caray vecina, si que tarda tu esposo-
pronunció con cierto recochineo al tiempo que pasaba casi sobre mi posición sin
esperar a que yo le dejara paso. Me saltó prácticamente por encima, y antes de
que pudiera rebatirle nada siquiera, ya estaba bajando las escaleras.
Regresó a los pocos minutos con unas bolsas del
supermercado.
- Sí, parece que mi marido se retrasa-
argumenté en mi defensa.
-¿Estás segura de que no quieres pasar a mi
departamento?- preguntó con su peculiar acento.
-No, gracias, prefiero esperar a que llegue mi
marido- decliné amablemente.
-Pensé que estaba de viaje- argumentó esta vez
para mi sorpresa.
¡¡¿Cómo?!!. ¿Cómo sabía él que mi marido estaba
de viaje?, y lo que es peor, si lo sabía, ¿me escuchó anoche?, ¿Qué se pensaría
ese sinvergüenza de mi?. Su comentario provocó que de nuevo me asaltase esa
sensación de inseguridad que siempre había demostrado frente a mi vecino.
-Eeeh, eh, está al llegar- rebatí tratando de
aparentar firmeza en mis decisiones aunque tartamudease.
- No lo dudo, pero mientras tanto… ¿no
prefieres acompañarme?- insistió mi vecino.
Esta vez me quedé pensativa dudando. Lo cierto
es que se estaba ofreciendo amablemente y además es que las escaleras tampoco
eran muy cómodas que dijéramos.
-Caray mujer que no muerdo- trató de animarme a
decidirme con cierta guasa en su tono de voz.
No sé porque sus palabras me sonaron a reto
personal por mi parte y tal vez por eso acepté su invitación a pasar a su
departamento y tomar un café. Además, me movía algo de curiosidad, y es que… ¿cómo
sabía que mi marido estaba de viaje?. Debía averiguarlo, era trascendental para
mí y mi tranquilidad.
Así
que me abrió la puerta de su casa y me invitó a pasar amablemente. Ambos
caminamos directos a la cocina en busca del famoso café. Me enseñó la marca del
café que me prepararía para pasar a infórmame seguidamente de que esa marca no
se encontraba en España, que la traía de su país cada vez que iba a visitar a
la familia. Mientras él preparaba un par de tazas me sorprendió mirando desde
su ventana a mi cocina. Los dos imaginamos lo que estaba pensando el uno del otro
cuando miré a través del cristal. Nuestra mirada se había cruzado muchas veces
a través de esa ventana.
Mi
vecino trató de mostrarse amable, preparó el café entre comentarios graciosos y
distendidos tratando de romper el hielo y me invitó a pasar a su salón.
No
disponía más que de un pequeño sofá de dos plazas, así que no quedó más remedio
que sentarnos los dos juntos. Lo sorprendí mirándome las piernas y el escote en
más de una ocasión, pero todo más o menos dentro de lo normal o lo correcto. Era
verano y enseñaba lo acorde a esas fechas.
Comenzamos
charlando acerca del sabor del café, me explicó que en España consumimos todo
torrefacto, con demasiado azúcar y me detalló todo cuanto debe saberse de un
buen café. Luego, conforme fluía la conversación averigüé todo cuanto yo quería
saber de esa visita. Ambos fuimos entrando poco a poco al trapo, cada uno
interesado en lo suyo. Me hizo reír un par de veces y no desaprovechó ninguna
ocasión en que el comentario era fácil para decirme lo guapa y atractiva que le
parecía.
.-¡Qué
rica vecina!- dijo una de las veces en que me miró las piernas.
Debo
reconocer que lo hizo con gracia, sabiendo lo que necesitaba escuchar en cada
preciso momento. Ese tipo conocía bien a las mujeres, incluso a las mujeres fuera
de su alcance como yo.
Hubo
algo de tensión cuando le pregunté discretamente por alguna de las chicas con
las que me había topado en el rellano haciéndole ver que creía eran amigas
suyas o algo por estilo. Yo saqué el tema como quien no quiere la cosa pero el
machito que llevaba dentro no se cortó lo más mínimo y enseguida sacó a relucir
que eran amantes. Además lo hizo como presumiendo, con cierta arrogancia, cosa
que llegó a molestarme. Surgió el tío machista, inaguantable, engreído, que
utilizaba a las mujeres solo por y para el sexo. Me dejó claro entre líneas que
no le importaría acostarse conmigo, y aún con todo y con eso yo permanecía
embobada con sus palabras y sus andanzas.
Me
explicó que era camarero en un conocido bar de salsa y ritmos latinos, y que
allí conocía a todas las amantes, las que había subido a casa y las que no.
Pesé a todo lo que hubiera pensado en mi vida aquel tipo lograba despertar mi
curiosidad con sus aventuras. Aunque despreciable por el fondo de sus historias
era cautivador en la forma de contarlo. Anécdota tras anécdota me parecía
increíble que cualquier mujer que se sabía iba a ser utilizada por aquel tipo
accediese a seguirle el juego, y que además a él le diese tan buen resultado.
Así
me contó como una mujer tras otra se había ganado fama en el bar de buen amante.
Además se había corrido el rumor entre las féminas de que tenía una buena
herramienta y de saber utilizarla. Llegó a decirme que prefería las casadas que
se le ofrecían noche tras noche en el local, pues estas tenían siempre claro lo
que buscaban y que eran más dadas a cometer locuras. Le seguí el juego
preguntándole alguna que otra tontada para que se viniese arriba explayándose.
Se le veía disfrutar presumiendo y contándome las excentricidades más
vergonzantes que le pedían muchas de sus amantes. Los baños, los coches, los
portales, otras casas, y sobretodo su departamento, dónde la conversación me
dio lugar a preguntarle por alguna vez en que nos sorprendimos el uno al otro.
Mientras
me contaba sus aventuras me lanzaba alguna que otra mirada indiscreta a las
piernas y al escote sopesando mis gestos. Sin quererlo yo había entre abierto y
cerrado varias veces las piernas inconscientemente mientras me contaba sus
aventuras. Dedujo que sus pesquizas me provocaban cierta inquietud por las
reacciones de mi cuerpo y fue entonces cuando quiso saber de mí.
Yo
me cerré en banda al igual que mis piernas a contarle nada, le dije que estaba
casada y que era mujer de un solo hombre. Que no se hiciese ilusiones conmigo,
si estaba allí era con el propósito de hacer tiempo y esperar al regreso de mi
esposo. Y para suavizar la escena le argumenté que sus andanzas me parecían
divertidas, pero nada más. Le dejé bien claro que yo estaba fuera de su
alcance. Que si bien trataba de llevarme bien con él como vecino, nunca lo haría
con un tipo como él, inmigrante, sin modales, brusco y tan promiscuo. ¡¿A saber
dónde había metido su cosita?!.
Hábilmente
cambió de tema cuando percibió que me ponía a la defensiva y durante un tiempo
estuvimos comentando las noticias de la actualidad, hasta que verdaderamente
comencé a inquietarme por la tardanza de mi esposo.
-Parece
que tu marido se retrasa más de lo esperado- comentó al comprobar mi
impaciencia.
-Si-
respondí,- no entiendo que puede haberle sucedido- concluí.
-Ya
se sabe que cuando alguien sale de viaje pude suceder cualquier cosa- comentó
como si nada. Yo me quedé muda y blanca al mismo tiempo tras escucharle.
Sus
palabras lograron sorprenderme de nuevo. Me recordó el motivo por el que había
accedido a entrar en su piso. ¿Cómo sabía él que mi marido estaba de viaje?.
¿Como sabía que no era cosa de un día?. Me horroricé al recordar mi
teatralización la noche anterior. ¿Qué se podía pensar ese tipo de mí?. Tenía
curiosidad, mucha curiosidad, demasiada, por averiguar lo que él sabía.
-¿Cómo
sabes que mi marido está de viaje?- le pregunté directamente muerta de
curiosidad.
-Oh,
me lo dijo él el otro día- respondió como si nada.
Yo
puse cara de asombro, con cada palabra que decía al respecto mis temores
aumentaban.
-¿Tú?,
¿has hablado con mi esposo?, ¿cuando?- pregunté nerviosa por cuanto pudiera
pensar por mi actuación de la noche anterior de haberme escuchado. No solo eso,
para colmo toda la seguridad con la que me sentía al pensar que mi marido era
incapaz de hablar o contarle nada a un inmigrante, se había esfumado de
repente. Así que además de sorprendida estaba nerviosa y comenzaba a
transpirar.
-Hace
unas semanas, sin querer al aparcar tuvimos un golpe con el carro, me dijo que
le urgía llevar el auto al taller a reparar el golpe pues esta semana debía
salir de viaje, y por lo que he podido comprobar no lo he visto en toda la
semana- dijo de nuevo como si nada, de pasada, pero observando atento mi
reacción.
Mis
piernas comenzaron a temblar, me quedé muda, no sabía que hacer ni que decir en
esos momentos. Estaba sudando muerta de vergüenza. “¿Me habría escuchado?.
Imposible no oírme con el ruido que armé. ¡Pero que tonta era!, ¿acaso no hice
ruido con la intención de que me escuchara?. Pues claro que me había escuchado.
Entonces… ¿qué se pensaría ese tipejo de mí y de mi ridícula actuación?”. No
podía evitar pensar en otra cosa que no fuera en eso.
Me
sentía ridícula, torpe, incapaz de articular palabra. Cualquier cosa que hiciera
o dijese seguro que lo empeoraría. Quería desaparecer de su presencia como
fuera y a la vez no quería delatarme con mis gestos o mis preguntas por nada
del mundo. Como si al no hacer ni decir nada se solucionase el bochornoso
asunto por si solo.
Por
suerte él interrumpió el silencio de mis pensamientos.
-¿Qué
llevas en las bolsas?- preguntó intencionadamente tratando de romper el hielo y
mi silencio señalando las bolsas de las compras en el suelo con la mirada.
Por
la publicidad impresa sabía perfectamente lo que había dentro, y a pesar de
ello preguntó. Debió trazar su plan nada más verme echa un manojo de nervios.
Yo al contrario respiré tranquila, en esos momentos cualquier otra conversación
diferente a mis temores suponía toda una salvación. Agradecí no verme en
explicaciones ni tonterías. Por eso le seguí lo que parecía una conversación
sencilla y una escapatoria.
-
Oh, nada me he comprado algún bikini para lo que queda de verano, pero no sabía
por cual decidirme, así que me he llevado los que me gustaban de la tienda,
cuando me los pruebe en casa decidiré con más calma- balbuceé torpemente al
tiempo que me maldecía interiormente por haber hablado más de la cuenta.
Sobraban la mitad de las explicaciones.
-¿Por
qué no te los pruebas?. Yo podría ayudarte a decidirte- respondió entusiasmado
con la posibilidad, pero sobretodo examinado mis gestos.
-¿Aquí?,
¿ahora?- pregunté asombrada por su propuesta tan atrevida.
-Si
claro,¿ porque no?- rebatió como si lo que me proponía fuese de lo más normal.
-Seguro que estás espectacular- trató de animarme.
-No...,
no creo que sea adecuado- quise hacerle entender que no era ni el lugar ni la
persona adecuada.
-
Vamos vecinita, tu marido te va a decir que te sientan muy bien los dos, que
escojas el que más te gusta, necesitas una opinión sincera de alguien como yo,
además…- dejó caer cierto suspense en sus palabras que me desesperaron.
-Además
¿qué?- quise saber yo.
-Además
no hay nada malo en probarte un bikini, en la piscina hay cientos de chicas
luciendo cuerpo en bikini, y seguro que a tí te van a ver muchos otros hombres
en bikini, ¿por qué no yo?, ¿por qué no te lo pruebas para mí y te doy mi
opinión?. Lo sé, se te nota, es por todo cuanto hemos estado hablando antes,
¿verdad?. ¿Acaso tienes miedo de que te coma?. Ja, ja, ja- concluyó su
argumento con una risa burlona bastante estúpida.
.-Pero
mira que eres....- me contuve de llamarlo imbécil.
.-Yo
lo que creo es que no te atreves. No sé porque me tienes miedo, me rehuyes. No
te atreves- insistió con cierto tono de voz burlón cada vez que decía eso de
“no te atreves”. Y si hay algo que no soporto que me digan es precisamente eso,
que me reten.
Yo
lo miré fijamente a los ojos, sus palabras me hicieron dudar. Por una parte
pareció tomárselo como algo personal y no quería ofenderlo. Por otra recordé
que ese hombrecito ya me había visto en bragas y sujetador, y como muy bien
decía el bikini es algo menor en comparación, por lo que puede que de verdad
contase con una opinión sincera. Además, no estaba dispuesta a lo contrario, me
refiero a darle la satisfacción de tener que explicarme porque no accedía a su
propuesta o que efectivamente se pensase que le tenía miedo. ¿Miedo yo?.
Seguro
que era eso lo que se esperaba, alguna especie de excusa barata, alguna
confesión por mi parte o algo por el estilo. Pero ¡no!, estaba segura de que
accediendo a probarme los bikinis ante él iba a sorprenderlo. Yo no soy de las
que se acobardan y menos ante un tipo bajito como él que no tiene ni media
hostia. Si se creía que no le iba a seguir el juego se equivocaba. Si quería
verme atrapada en ridículas disculpas estaba muy, pero que muy confundido.
Además
ese medio hombre engreído que despreciaba a las mujeres, que las utilizaba solo
para el sexo, se merecía que alguien le diese un buen escarmiento. Debía
demostrarle que no todas somas tan putas como las mujerzuelas que frecuentan su
antro. Las hay que somos decentes esposas y mejores madres. A lo mejor era él
quien hacía el ridículo, estaba dispuesta a provocarlo y luego dejarlo con el
rabo entre las piernas nunca mejor dicho. De pronto estaba envalentonada por
mis pensamientos y la ira y acepté el reto.
-¡¿Sabes
que?!- dije incorporándome del sofá decidida impulsándome a dos manos en mis
rodillas,- que puede que tengas razón. Que mejor opinión que la de un tipo como
tú que ha estado con tantas mujeres-. Y dicho esto con el mismo “rintintín” que
él en sus palabras cuando me retaba, me dirigí hasta su dormitorio dispuesta a
cambiarme de ropa y mostrarme en bikini ante ese sudamericano bajito insolente de
piel morena.
Entrar
en su cuarto me produjo una sensación extraña. “Así que es aquí de donde
escuchaba gritar a todas esas mujeres, es aquí donde se las folla tan
salvajemente”, pensaba yo mientras observaba la estancia y todos sus detalles.
“¿Por qué?. ¿Cómo puede convencerlas?. ¿Qué les hace para que chillen así?.
¿Qué les dá?.”
Deambulé
por el dormitorio observando cada detalle del cuarto. En cuestión de segundos
rememoré cada una de las veces que lo escuché o lo vislumbré follando con todas
y cada una de sus amantes. Incluso abrí las cortinas de su cuarto de par en par
para ver cómo se veía desde allí mi apartamento de enfrente. Extraña visión. Me
humedecí al comprobar que con la ventana del cuarto de baño abierta se veía
hasta el pasillo y parte del salón de mi casa. Ese hombre me había visto pasear
desnuda por la casa en mis primeros descuidos sí o sí. Lo tuve claro en ese
momento al correr las cortinas.
“¿Dios
mío pero que estoy haciendo?” me pregunté asustada al averiguar que ese hombre
probablemente me habría visto desnuda. Reculé asustadiza hasta sentarme a los
pies de su cama tratando de serenarme. ¿Estaba cayendo en su trampa?, ¿o no?. El
ruido de los muelles del colchón atraparon de nuevo mi mente en una espiral de
recuerdos incontrolables. Incluso salté un par de veces para comprobar que
efectivamente ese era el infernal ruido que escuchaba en cada trajín.
.-¿Ya?-
escuché la voz de mi vecino que preguntaba desde el salón.
.-Nooo,
¡que vá!, aún no he empezado siquiera- le grité.
Me
levanté de su cama antes incluso de terminar de pronunciar mi respuesta. A la
velocidad del rayo me deshice de la minifalda vaquera que dejé caer al suelo y
de mi camiseta que tiré sobre la cama temerosa porque viniese y me sorprendiese
desnuda cambiándome.
Desabroché
el sujetador a mi espalda a toda prisa y liberé mis pechos en una extraña
sensación. Luego me quité mi braguita desnudándome por completo en aquel
familiar dormitorio que no era el mío. Mi prenda más íntima deslizó por una
pierna y luego flexionando la rodilla por la otra hasta caer en el suelo. Es
más, me detuve por un momento desnuda a ver mi cama matrimonial justo enfrente
a través de la ventana con las cortinas aún abiertas de par en par. Era una
sensación mezcla de curiosidad y de enojo la que me atrapaba observando todo
desde este lado de la ventana.
De
repente escuché unos pasos en el pasillo que se aproximaban. Temerosa porque mi
vecino me sorprendiese aún desnuda abrí la bolsa con las compras a toda prisa y
me puse la primera braguita de bikini que pillé en mis manos, luego hice lo mismo
con el primer top que agarré. La mala suerte quiso que me pusiese la braguita
más escueta con el top más pequeño y que para nada se correspondiesen en estampado
del uno con del otro. Pude presenciar los pasos de mi vecino en la misma puerta
del dormitorio justo en el momento en que me giraba de espaldas para abrocharme
el top por detrás. Creo que me giré a tiempo.
Su
mano me sorprendió en el hombro. Me volteé sobre el torso para mirarlo
sobresaltada por su llegada repentina y silenciosa.
.-¿Porque
no dejas que te ayude?- preguntó antes de que yo pudiera recriminarle nada al
tiempo que me apartaba las manos de los tirantes del top, para abrocharme él
mismo los corchetes de la espalda. El contacto fortuito de sus manos en mi
espalda me puso los pelos de punta.
Volví
mi cabeza hacia él tratando de comprobar lo que hacía. Mi cara se sonrojó nada
más verlo pero le dejé hacer bajo el consentimiento de una tímida sonrisa. A
pesar de estar en bikini mi sensación era la de estar desnuda, al menos
demasiado desnuda ante un tipo como él. Un extraño hormigueo se produjo de
repente en mi bajo vientre que ascendió hasta acelerar mi respiración.
Juro
que quise reprocharle su osadía por presentarse en el cuarto sin avisar y sin
permiso, pero en cambio quedé callada incapaz de pronunciar palabra dejando que
ese hombre me ayudase con el top. Mi cuerpo temblaba aún del susto y su
presencia. Por supuesto que él debió darse cuenta de mi estado de nerviosismo.
No se demoró en su tarea que hábilmente realizó a la primera. Una vez concluyó
de abrocharme la prenda en medio de un silencio únicamente roto por mi
respiración me preguntó:
.-
Caray vecina, ¿estás segura de que este bikini es así?- pronunció con una
seguridad en sus gestos y en su hacer que a mí desde luego me faltaban en esos
momentos. Lo dijo en un tono de voz suave, trasmitiendo cierta sensualidad y
confianza al ambiente, tratando de serenarme. Me sabía nerviosa y trató de
darle cierta naturalidad al momento.
.-Lo
cierto es que no- respondí acalorada y muerta de vergüenza por la escasez de
mis prendas y con la sensación de que enseñaba más de la cuenta sin atreverme
siquiera a girarme para estar de frente.
.-Ten-
dijo recogiendo mis braguitas que habían quedado tiradas en el suelo por las
prisas. -Será mejor que recojas tus cosas, no vayas a perder las bragas en mi
cuarto y luego me tires la culpa- concluyó con cierto recochineo en sus
palabras tendiendo la mano y ofreciéndome mis braguitas, de tal forma que
pudiera verlas arrugadas en su mano desde mi espalda.
Ahora
si que estaba muerta de vergüenza. ¡Cómo había podido ser tan descuidada!.
Había dejado mis braguitas tiradas en el suelo de cualquier manera.
.-Gra…,
gracias- balbuceé cogiendo mi prenda de su mano y agachándome para guardarlas
en la bolsa. Fue al agacharme cuando sin querer mi culo chocó con su
entrepierna en un lance fortuito provocado por mi torpeza. Para colmo la tela
de la braguita se entremetió entre los cachetes de mi culo ofreciéndole una visión
generosa de esa parte de mi cuerpo incluso cuando me incorporé.
.-Ophs,
lo siento- pronuncié abochornada tratando de disculparme por lo sucedido una
vez recuperé mi postura.
.-No
hay de qué vecinita. Soy yo quien debería disculparse. Lo cierto es que estás
estupenda- cambió de tema al tiempo que se regocijaba de verme con tan ridículo
bikini improvisado. Lo hizo acercándose hasta mi posición traspasando el
espacio interpersonal que al menos yo necesitaba.
.-Gracias,
mientes muy mal- le contesté sonriendo fingidamente tratando de corresponder su
cumplido. Luego me aparté de él buscando algo de espacio, y giré mi cuerpo
sobre los pies un par de veces alrededor de mi cuerpo para que pudiera verme
bien y darme su opinión. Por supuesto me recoloqué bien la braguita ante su
atenta mirada.
Él
se sonrió por mi reacción infantil y mis palabras, pero sobre todo por mi forma
de mostrarme ante él. Sabía que estaba atacada de los nervios.
.-Y
bien, ¿qué te parece?- pregunté interrumpiendo mis vueltas y posando como una
modelo para él.
.-Te
sienta bien, pero para lo que llevas puesto deberías atreverte con alguna
braguita tipo tanga- pronunció a media voz en un tono bastante seductor
acercándose de nuevo hasta mí.
.-Quita,
quita- le mostré mis reticencias a su sugerencia mientras continuaba
exhibiéndome ante él girando cuan bailarina en su caja de música inocentemente.
.-¿Por
qué?. Tu marido… ¿no lo aprobaría?- no estoy segura de que afirmase o
preguntase.
.-No,
no es eso, sólo que una tiene una edad y ya no está para tonterías- traté de
justificarme mientras continuaba girando y posando como cuando era niña y
soñaba con príncipes azules. Podemos decir que me refugié en un roll de niñita
mala.
.-Pero...¿usarás
tangas de vez en cuando?- preguntó al hilo del tema.
.-Si,
claro- respondí algo molesta por su pregunta que venía al pelo con mi nuevo
status.
.-Pues
es lo mismo- trató de convencerme mientras de nuevo intentó invadir mi espacio
interpersonal.
.-Yo
creo que no- le rebatí su planteamiento tratando de dejar espacio de nuevo ante
su proximidad en un juego absurdo por acercarse y alejarme. –Una cosa es la
ropa interior y otra enseñar el culo a todo el mundo aunque sea en la playa- le
hice ver la diferencia entre lo uno y lo otro.
.-Mira
vecina, tienes un culo precioso, debería ser declarado patrimonio de la
Humanidad y todo el mundo debería tener derecho a verlo. Yo te pondría en un
museo y cobraría entrada para verlo- esta vez supo distraer mis defensas con su
jocoso comentario al tiempo que se salía con la suya y se acercaba hasta mí de
tal forma apenas quedó separación entre nuestros cuerpos.
.-Ja,
ja, ja- yo me reí sincera por su comentario que me pareció francamente
gracioso, y al mismo tiempo mi respiración se aceleró temerosa una vez más por
su proximidad.
Se
acercó tanto a mí, que mis pechos a poco se rozaban con su torso con el intenso
sube y baja de la respiración. Mi risa se cortó de golpe cuando sin dejar de
mirarme a los ojos me rodeó con sus brazos y dirigió sus manos directamente a
la parte posterior de la braguita de mi bikini para rápidamente entremeter la
tela y convertir la braguita en un improvisado tanga. Sucedió todo en un
instante, un hábil gesto de manos que me pilló entre desprevenida y sorprendida.
Inevitablemente
sus manos se rozaron con la piel de mis nalgas durante la transformación. No
sabría precisar si me tocó el culo o qué es lo que hizo porque la cantidad de
endorfinas que segregó mi cuerpo me impiden recordarlo con claridad. El caso es
que su maniobra me pareció osada, descarada y repugnante, y pese a ello, y
contraria a mis convicciones logró provocar un estremecimiento superlativo de
mis sentidos.
.-Ves,
te quedaría mucho mejor así- pronunció clavando la tela entre mis cachetes.
Supo anticiparse a mis quejas girándome por el brazo y señalando el espejo de
la puerta del armario que había en su dormitorio para que me viese reflejada en
el.
Entre
el molinete y casi por instinto, nada más ver mi cuerpo con el bikini puesto
seguí sus instrucciones y yo misma me viré para ver cómo me quedaba realmente el
improvisado tanga.
Lo
sé. Lo correcto hubiera sido arrearle un bofetón por su osadía en ese precioso
momento, y en cambio obedecí de forma autómata sus indicaciones. Logró desviar
mi enfado con el reflejo de mi propio cuerpo. Todos mis sentidos estaban
concentrados en esos momentos en la visión de mis cachetes asomando por los
laterales de la tela del bikini. Estaba ridícula y la situación me pareció
surrealista.
.-Pero
que dices, se me vé un culo enorme- reaccioné nada más verme en el espejo
siguiéndole el juego tal y como él quería, pero volviendo a recolocarme la
braguita en su sitio y dejando pasar la ofensa anterior con algo de humor por
mi parte.
Lo
cierto es que al situarme frente al espejo nuestros cuerpos volvieron a tomar
distancia y creo que fue por eso que me sentía otra vez a salvo. Quien sabe,
tal vez sus intenciones fueran sinceras en eso de animarme a lucir tanga. Quise
pensar en esos momentos que dado su país
de procedencia las mujeres debían estar más acostumbradas a lucir ese tipo de
prendas que en España. Le concedí el beneficio de la duda. Digamos que me quise
justificar a mí misma su ofensivo comportamiento.
.-¡¿Enorme?!-
preguntó asombrado mi vecino dando un paso al frente volviendo a pegar su
cuerpo contra el mío y rodeándome de nuevo con sus brazos. De tal forma que sibilinamente
deslizó sus manos en dirección a mi culo.
.-Flaca,
vos no tenes apenas culo- pronunció jugando de nuevo con sus manos y la tela de
la parte posterior de la braguita de mi bikini repitiendo la jugada.
De
nuevo su osadía, su proximidad, su roce, mis nervios, mi respiración agitada,
pero sobretodo mi vuelco emocional.
.-En
general las españolas no tenéis culo- susurró el vecinito al tiempo que pasó de
jugar con la tela de la braguita, a sobarme el culo a dos manos en toda regla.
Mojé
mi braguita al instante. Creo que me meé de gusto al sentir sus dedos clavados
en la piel de mis nalgas. El corazón se aceleró y mi respiración se agitó de
tal manera que parecía iba a explotarme el pecho.
De
mi boca entreabierta se escapó un tímido gemido que me delató. Aquel hombrecito
de piel oscura me estaba sobando el culo y yo no había hecho nada para
impedirlo. Tonteando, tonteando, se había salido con la suya. Poco a poco fuí
cayendo en su trampa. Me parecía una situación increíble y tal vez por eso no
reaccionaba. No me lo podía creer. ¿Cómo había llegado a esa situación?.
Supongo que mis pensamientos y la acción derivada estaban bloqueados por
estímulos contradictorios. Una parte de mis nervios ascendía información por mi
espina dorsal transmitiendo la sensación agradable que suponía que un hombre me
tocase el culo de esa manera, y otra parte de mis nervios descendía de mi
raciocinio transmitiendo una respuesta de ira y furia por lo mismo, porque me
estaba tocando el culo un hombre que no era mi marido. Ambos impulsos chocaban
en medio de mi ser, a la altura de mi vientre, y siendo ordenes tan
contrapuestas provocaban que estallase en mil pedazos mi equilibrio emocional.
.-No,
para por favor, ya es suficiente-musité en voz baja apenas audible entre el
sonido de nuestras respiraciones pidiéndole que se detuviese.
.-Ves,
tus nalgas me cogen en la mano- el vecino interrumpió ese instante de silencio
para proceder a estrujarme cada nalga entre sus manos. Los apretó con tanta
fuerza que incluso me hizo algo de daño. Por eso me llevé las manos a la
espalda tratando de separar sus manos de mi culo con las mías, pero en esa
posición es difícil hacer más fuerza que el contrario en la pugna, sobretodo si
el contrario es más fuerte.
.-No
sabes cuantas veces he deseado este culito tan rico que tienes- me susurró al
oído rozándome el lóbulo de la oreja con sus labios al tiempo que me sobaba con
más desesperación para consternación mía.
Lo
malo es que un escalofrío recorrió mi cuerpo de arriba abajo al sentir su boca
en zona tan sensible de mi cuerpo. Un escalofrío que no pude controlar. Estaba
claro que mi vecino me estaba acosando dispuesto a todo aprovechando mis dudas
y mi cuerpo no me respondía.
.-Mientes-
le dije retirando mis manos de las suyas resignada a dejarme manosear y
tratando de ganar algo de tiempo para aclarar mis sentimientos.
Pero
él supo jugar muy bien sus bazas. Me atrajo cogida del culo contra su cuerpo de
tal forma que pude sentir su dureza clavada en mi vientre por primera vez.
¡Joder!.
Desde luego que se sabía lo que su cosa era capaz de provocar en las mujeres, ¡menudo
pedazo de polla que pude sentir!. Notar semejante bulto me confundió aún más en
mis intenciones. Instinto.
.-Es
muy suave, blanquito y tierno. Me gusta. Me gusta mucho, sin duda el mejor culo
que he tocado. ¡Y mira que he tocado unos cuantos!- pronunció de nuevo a media
voz restregando su miembro por mi cuerpo, pero sobre todo aproximando esta vez su
boca a la mía.
Debo
reconocer que sentir su dureza y su aliento en mi boca mientras me sobaba me
paralizó por completo, eso estaba yendo más deprisa de lo que me esperaba. Todos
mis planes al garete. Su ataque me estaba desarmando por completo. Empezaba a
abandonarme. Estaba ganando.
.-Pero
mira que eres mentiroso…eso se lo dirás a todas- le repliqué agarrándome a su
cintura dejándome arrastrar por la situación y el momento.
.-Blanquita,
si me dejas pienso comerte enterita- me susurró está vez mirándome a los ojos
al tiempo que podía sentir sus labios rozando mi boca y su miembro rozándose
por mi cuerpo.
“Espero
que lo hagas” pensé en silencio al tiempo que inclinaba mi cabeza y aceptaba el
contacto de sus labios en los míos.
.-Te
deseo- susurró antes de abrir mis labios y besarme.
Yo
le correspondí en el beso.
Ya
está, ya lo había hecho. Lo había conseguido. ¿Debía felicitarlo por su arte?.
Pues claro, me había sabido manejar, y yo simplemente me dejé llevar.
Mi
cuerpo tembló al igual que en los primeros besos de adolescente al sentir sus
labios en los míos. Pero eso era mi cuerpo porque en mi cabeza me encontraba mucho
más serena de lo que hubiera imaginado jamás. Había perdido mi apuesta, había
perdido el juego, había llegado el momento y no era para tanto.
Sus
caricias, un beso, ¿y qué?. ¿Por eso ya era infiel?. No me sentía como tal. Me
gustaba sentirme deseada, me gustaba jugar, me gustaba que mi cuerpo de nuevo
temblara por un hombre. Un hombre que había logrado que mi cuerpo y mi braguita
se humedeciesen como hacía tiempo que nadie lo lograba, ni tan siquiera mi
marido.
Mi
marido, ese era el único problema en esos momentos. De no estar casada ese
hombre hubiera hecho conmigo lo que hubiera querido. O yo con él. Me daba igual
quien con quien.
Mientras
permanecía absorta en mis pensamientos, su lengua comenzó a moverse cada vez
con más ansia dentro de mis labios. Me devoraba con su boca abierta de par en
par. A mí me costaba respirar. Exploró cada rincón de mi boca y al poco tiempo
su sobada de culo dejó de ser tan brusca. Comenzó a acariciarme con suavidad
por todo el cuerpo, gesto que agradecí.
Yo
le correspondí deslizando mis manos por su espalda para agarrarlo también del
culo. Necesitaba acariciar el cuerpo de ese hombre. Es más, tiré de él contra
mi para sentir su cuerpo más cerca del mío, sobretodo su dureza, estaba
enganchada a esa sensación que me ponía loquita.
.-Uuuhhmm-
un profundo gemido salió de mi garganta al comprobar de nuevo su erección
contra mi cuerpo. Él se dió cuenta de mi reacción y me atrajo con más fuerza
contra él para que sintiera de pleno su miembro. Literalmente estábamos
aplastados el uno contra el otro.
.-No
sigas por favor- supliqué sin mucha convicción. Ni yo misma me creía la
negativa.
.-Menudo
culito que tienes, vecina. No me canso de tocártelo. Seguro que tu esposo no
sabe tratarlo como es debido- me susurró boca con boca al tiempo que me besaba
y continuaba amasando mis glúteos.
.-Mi
marido, es un buen marido- quise defender a mi esposo mientras intercalábamos
besos cortos y caricias.
.-Tu
marido es un gilipollas- me rebatió al mismo tiempo que por primera vez en todo
este tiempo deslizaba su mano por debajo de la tela de mi bikini para
acariciarme directamente con sus manos la piel de mis nalgas.
.-No
por favor, no digas eso- hubiera preferido que no mencionase a mi esposo, pero
parecía que a él le proporcionaba cierta satisfacción meterse con él.
.-Tienes
razón, es un imbécil. Se preocupa más por su carro que por su esposa- pronunció
de nuevo entre beso y beso casi a la vez que su dedo corazón alcanzaba desde mi
culo por detrás de mi cuerpo la parte más baja de mis labios vaginales,
comprobando el calor y la humedad de mi cuerpo en esa zona.
.-Uhhhmm-
otro inevitable gemido que se escapó de mi boca al sentir su dedo explorando la
zona de mi perineo.
.-¿Estas
segura que no estas disfrutando con esto?, porque te noto mojadita- dijo nada
más explorar esa parte de mi cuerpo.
.-No,
yo no… no sé. No debería estar aquí- musité algo más reticente a cuanto estaba
pasando.
.-Pero
¿te gusta verdad?. ¿A que sí?. ¿Te gusta cómo se siente mi verga parada, eh
vecinita?- me preguntó mientras restregaba su miembro contra mi cuerpo para que
pudiera apreciar su tamaño y la yema de uno de sus dedos comenzaba a hacerse paso
entre mis labios vaginales.
Esta
vez no quise responderle, permanecí muda concentrándome en las sensaciones que
me provocaba todo ese lío en mi cabeza, sus manos y su boca.
.-Estás
rebuena, vecinita- me susurró de nuevo boca con boca, con sus labios rozándose
con los míos.
.-¿Yo?-
le pregunté inocentemente pensando que me mentía.
.-Si,
tú, blanquita. Supe desde el primer momento en que te ví que serías mía-
pronunció en tono burlón a la vez que su dedito juguetón trataba de
introducirse por la parte más baja de mis labios vaginales.
.-Mientes-
le susurré en la boca.
.-¿Miento?.
Me gustas mucho vecinita- me piropeó una vez más. Me gustaba escucharle decir
eso, me hacía sentir bien, hacía tiempo que nadie me halagaba de esa manera,
realzaba mi ego y tal vez por eso lo dejaba continuar con sus caricias.
.-¿Pero
…qué haces?- le recriminé en una mezcla de quejido y de suspiro que se escapó
de mi boca al sentirme atrapada en sus manos y por sus caricias, pero sobre
todo cuando su dedo se abrió camino en mi interior.
.-Eso
es flaca, relájate, quiero que disfrutes. Disfruta conmigo. ¿A que te gusta?.
¿A que te gusta como te toco este culito tan suave que tienes?-preguntó
regocijándose de la situación y de mi entrega.
.-Joder,
sí, me gusta. ¿Es eso lo que querías oír?. Pues sí, me gusta. Me gusta cómo se
siente, aunque yo… no debería…- pronuncié totalmente fuera de control.
.-Chhissst,
calla, no digas nada. Lo sé. Tu cuerpo no está aquí- interrumpió mis palabras
sellando mi boca con un beso.
Yo suspiré
sintiéndome impotente ante su sensual seducción y abandonándome a sus caricias.
Lo cierto es que no podía evitar contemplar sus manos oscuras, tan morenas, en
contraste con la piel más blanquita de mi cuerpo.
Le
correspondí apasionadamente deslizando mi lengua en su boca y comenzando a
jugar con la suya. Ahora yo, ahora tú, ahora yo, ahora tú. Nuestras lenguas
comenzaban a bailar juntas acompasadas.
Mientras
duraba la danza en nuestras bocas su dedo se introdujo levemente entre mis
labios vaginales. Apenas me penetró con la yema para desesperación mía.
.-MMmnnn-
ahogé mi gemidito en su boca, e instintivamente comencé a mover mi cadera
buscando el penetrarme yo misma con su dedo.
.-¿Estas
caliente, eh vecina?- se deleitó en mi desesperación al tiempo que su dedo
entraba y salía de esa parte de mi cuerpo. Introducía solo la yema para luego
retirarla, volviéndome loca con su travesura.
.-MMmmm-
mis gemidos se ahogaban sucediéndose en su boca dándole la razón.
.-Te
voy a comer enterita- me dijo cuando nuestros labios se separaron.
Acto
seguido se sonrió y recorrió mi piel con su lengua, bajando por el centro de mi
garganta con la puntita de su lengua dejando un rastro de saliva por mi cuello
y mi escote que recorría en círculitos de un lado a otro.
Le
estorbaban los tirantes del top del bikini y por eso se deshizo de ellos con
facilidad. Con una habilidad pasmosa me desabrochó los corchetes de la espalda a
una mano, algo imposible para mi marido, y antes de que pudiera darme cuenta le
estaba mostrando mis pechos desnudos, blancos, temblorosos como flanes a ese
inmigrante latino como era mi vecino.
Mi
vecino, el extranjero, el promiscuo, el inmigrante moreno tatuado, los miró uno
a uno con detenimiento, relamiéndose. Cuando se cansó de mirarlos regresó de
nuevo a su cometido. De nuevo recorría mi escote dibujando figuras en mi piel
con su lengua, dejando un rastro de saliva que me emputecía. Sí, eso es, me
emputecía, con todas las letras de la palabra. Sucia, guarra, puta, así me
sentía, pero también deseada y hermosa.
Por
su parte alcanzó a lamer la curva exterior de mi pecho derecho en el que
continúo dibujando círculos con su lengua alrededor de la zona más oscura de mi
piel. Descuidaba intencionadamente mi erecto pezón. Una vez me torturó lo
suficiente se movió a mi pecho izquierdo e hizo lo mismo.
.-¿Te
gustan?, ¿te gustan mis pechos?- pregunté totalmente fuera de mí, perdiendo el
control de cuanto hacía o decía.
.-Me
encanta, son preciosos- pronunció sin apenas detenerse en su tarea.
Mi
marido nunca me había devorado de esa manera y lo cierto es que me estaba
llevando a límites inimaginables de la estimulación y consecuente excitación.
.-Pues
cómemelos, son todo tuyos- le dije al tiempo que sacaba pecho para él.
Se detuvo al escuchar mis palabras para mirarme a los
ojos y comprobar que estaban llenos de lujuria. Sabía que estaba caliente y
cachonda. Que ya era suya. Sin decir ni una sola palabra le estaba diciendo
todo con los ojos. Cuando nuestros ojos se encontraron metió de nuevo su cabeza
entre mis pechos y esta vez si que pasó su lengua a un lado y a otro de mi
pezón, alrededor de mi aureola más sensible. Sentí que mis tetas se hinchaban
cuando se introdujo en su boca todo cuanto pudo de una de mis mamas y succionó
de él. Luego la otra, y de nuevo esta. Alternaba de una a otra de mis tetas
volviéndome loca.
.-Joder sí. Uuuhmm, que rico- gemía excitada mientras me
devoraba los pechos como nunca me había hecho mi marido.
Me dejó los senos calientes e irritados del manoseo y la
succión. Los pezones bien ensalivados e hinchados, y cuando se cansó de chupar,
lamer, besar y succionar, comenzó a deslizar su lengua hacia abajo sobre mi
vientre mientras hacía de nuevo circulitos en mi piel.
Mi tripita temblaba al paso de su boca. Sabía lo que se
pretendía. Se lo había visto hacer el día de las sombras. Ahora era yo la
protagonista. Necesitaba tomar aire antes de que él alcanzara su propósito. No
sabía si estaba preparada para “eso”. Eso que rara vez me hacía mi marido y
siempre, siempre con desgana.
Además, era verano, hacía calor, mi cuerpo estaba
empapado de sudor y aún con todo solo era capaz de reconocer de entre todos los
olores el aroma que emanaba de mi fuente de fluidos. Temí que debido a mi
calentura hubiera emanado una mancha en el centro de mis braguitas y lo
descubriese. No estaba segura. Lo único cierto es que el olor de mi propio sexo
decoraba la escena al menos para mí.
”Ojala me hubiera duchado antes” pensé ridículamente,
como si mi fuerte aroma de mujer pareciese disgustar lo más mínimo a mi amante.
Cuando mi vecino llegó a mi ombligo lo lamió y besó un
par de veces. Causando que mi vientre se agitara ondulando y palpitando al
contacto de sus labios.
Pareció hacerle gracia mi respuesta, por eso recorrió con
su lengua la zona de mi vientre de un lado a otro de mis caderas, dibujando con
su saliva esa frontera en la que topaba con la gomita superior de mis
braguitas.
El calor en esa parte de mi cuerpo era insoportable,
todo provocado por la proximidad de su cara. Su nariz se rozaba de vez en
cuando por mi tripita, así que era imposible que él no oliera también mis
primeras secreciones de fluido vaginal imposible de contener bajo la escasa tela
de la braguita.
Fué entonces cuando se arrodilló ante mí. Recorrió mi
cuerpo con su vista desde su nueva posición antes de darme un beso en todo mi
coño por encima de la tela del bikini. Luego hundió su cara entre mis piernas e
inhaló el fuerte olor con su nariz.
.-Que bien te huele, vecina. Huele a perfume de niña
pija española, me va a gustar comértelo- pronunció antes de recorrer mis
piernas con sus manos desde los tobillos por los laterales exteriores hasta
alcanzar la tiras laterales de mi bikini en la cadera. Tiró de mi prenda hacia
abajo desnudándome por completo. Creí morirme de vergüenza cuando mi braguita
descendió por mis muslos. Porque además el muy cerdo lo hizo despacio,
relamiéndose, disfrutando. Para colmo estas se quedaron atrapadas a la altura
de mis rodillas, reduciendo mi movilidad.
Sus ojos se centraron en la fina tira de pelillos que
decoraban mi pubis. Le gustó lo que veía. Por eso quiso acariciarlos, comprobar
que apenas superarían un dos de maquinilla, en línea recta, y perfectamente
definida.
Luego me ayudó a deshacerme de la braguita del bikini.
Flexioné una pierna y luego la otra ante su atenta mirada para facilitarle la
labor de retirarme definitivamente la prenda que dejó caer a mis píes. Estaba expuesta
a sus ojos completamente desnuda.
.-Caray vecina, esto está precioso- dijo antes de separarme
los labios vaginales con sus dedos y darme una primera lamida de abajo arriba
en toda mi rajita.
.-UUuhhhmm- gemí al notar su lengua recorriendo mi sexo.
Me encontró deliciosa porque repitió por segunda vez.
.-Que rica estás blanquita- se tomó su tiempo antes de
lamerme por tercera vez acompañada por mis gemidos.
.-Sabe a españolita rica y me encanta- dijo antes de dar
su cuarta lamida de abajo arriba. Esta vez me mordí los labios para no gemir
tan alto.
Por supuesto que se tomaba su tiempo, le encantaba
provocarme con sus palabras y regocijarse con mi sabor.
Yo lo observaba incrédula desde mi posición. Era la
primera vez en mi vida que alguien me comía el coño de esa manera.
Al higiénico y escrupuloso de mi marido no le gustaba, y
si bien de novios hizo algún intento a petición mía, nunca con el debido
esmero.
Sin embargo el tipo que ahora tenía arrodillado a mis
píes no parecía tener el más mínimo asco, todo lo contrario, disfrutaba de mí,
de mi sabor, de mi olor, de mi recato. ¡Incluso sin una ducha!.
Se tomó su tiempo antes de hundir definitivamente su
cara entre mis piernas. Entre la quinta y la sexta lamida me acomodó de
espaldas contra la ventana. Pude sentir el frío del vidrio en mi espalda. En la
séptima me levantó mi pierna izquierda para pasarla sobre su hombro. Con la
octava ya no hubo tregua. Toda la zona era una mezcla de fluidos entre su
saliva y mi fluido vaginal. Se dedicó a introducirme la lengua cuanto pudo y
explorar cada rincón alcanzable. Localizó mi clítoris y no paró de mover su
lengua en él. Primero a un lado y a otro, luego rodeándolo en circulitos, para
pasar a mordisquearlo y aprisionarlo entre sus labios. Una tortura de placer.
Estuvo tanto tiempo inmerso sin respirar que hasta la
cara interna de mis mulos se enrojeció por culpa de su barba.
Naturalmente la sensación era exquisita, no podía evitar
gemir y gemir y gemir de gusto en voz alta. Incluso tuvo que retenerme de la
cintura para que yo no moviera tanto mi cadera en acto reflejo tratando de
acompasar movimientos desesperada.
Parecía encantarle el calor y el olor de mi coño. Probó
mi jugos femeninos que se mezclaban con el sudor del día de mudanza. Se
deleitaba con mi necesidad.
De repente se detuvo para mirarme. Comprobó mi cara
desencajada de gusto.
Mis manos lo agarraron suavemente del cabello de su
cabeza y tiré para que su cara se hundiera de nuevo entre mis piernas.
.-Cómeme el coño- le ordené.
Nunca creí que pudiera decir algo así, pero en esos
momentos me encantó pronunciar esa mítica frase.
Mi vecino me dedicó una última mirada antes de continuar
a lo suyo. Tenía el rostro empapado, brillante por la mezcla de mis fluidos. Estaba
precioso. En esos momentos lo sentí como mi pequeña obra de arte.
Esta vez capturó mi clítoris entre sus labios y lo
acarició con su lengua, lo movió adelante y atrás, a un lado y a otro, cada vez
más y más rápido mientras frotaba su barbilla contra mis labios.
Mi respiración se hizo más profunda y mi pecho se
elevaba y caía con cada bocanada de aire que tomaba. Cerré los ojos y gemí
totalmente entregada mientras abría mis piernas cuanto podía en esa posición
para darle más acceso a mi coñito.
Entonces introdujo uno de sus dedos en mi interior.
Eso fue todo lo que necesitó para llevarme al límite.
Pude apreciarlo abriéndose camino dentro de mi interior, dilatando suavemente
mis paredes vaginales. Mis muslos se tensaron y se cerraron alrededor de su
cabeza mientras mis manos lo retenían por el pelo. Movía el culo buscando
apretar mi coño contra su rostro. Él agregó otro dedo en mi coño y comenzó a
follarme a dos dedos, cada vez más rápido. Mi cuerpo se tensó y experimenté una
primera sacudida que me hizo estremecer.
.-Oh Dios...¡siiih!. Me corro- grité mientras me
palpitaba el coño y todo mi cuerpo con él.
Mi vecino me retuvo a una mano por detrás de la cintura
mientras con la otra me sometía a un ritmo frenético con sus dedos. Incluso
dejó de comerme para dedicarse a follarme literalmente con los dedos y
contemplar mi orgasmo.
.-Me corrooh..., me corrooo...- gritaba con los ojos en
blanco al techo mientras mi cuerpo se convulsionaba de placer en su cara.
Me sobrevinieron cuatro o cinco sacudidas intensas como
jamás había experimentado. Con la sexta el placer comenzó a disminuir, hasta
recuperar la respiración y terminar por abrir los ojos para volver a la
realidad.
.-¿Te ha gustado?- me preguntó mi vecino que me
observaba arrodillado aún a mis pies.
¡Que si me había gustado!. ¿Y aún lo preguntaba?. No
encontraba palabras de agradecimiento. Por eso lo alcé de su posición a dos
manos, tiré de su cara hacía la mía y lo besé con fuerza en la boca. Por
primera vez en mi vida pude saborear mis propios fluidos en boca de un hombre y
me encantó. Me hizo sentir sucia, guarra, toda una zorrona, y que queréis que
os diga: lo disfruté.
Estuvimos poco tiempo besándonos.
.-Ahora me vas a chupar la polla, vecinita- dijo tirando
de mi pelo para que me arrodillase. Sometida por el dolor que me provocaba en
las raíces de mi cuero cabelludo me arrodillé ante él. No tenía muy claro si lo
quería hacer, pero me forzó a restregar mi cara por toda su entrepierna aún por
encima del pantalón.
.-Vamos, a qué esperas. Sácala y comienza a chupar-
ordenó.
Me concedió la tregua suficiente para decidirme. Esperó
a que desabrochase su cremallera del pantalón que quedaba a la altura de mis
ojos, a que introdujera mi mano y pudiera sentir el calor de su miembro entre
mis dedos. Estaba caliente y dura. Tras pelear con la goma de su calzoncillo y
su bragueta logré verla.
¡Madre mía!. Me quedé vizca nada más asomar ese monstruo
ante mis ojos. Así tan de cerca, me pareció enorme. Desde luego mucho mayor que
la de mi marido. El fuerte olor a macho me devolvió a la realidad.
.-Vamos, flaca, chupa. No te preocupes por tu maridito y
chupa- pronunció mi vecino restregando su polla por mi cara.
Debo reconocer que al principio me dio un poco se asco.
Aunque alertada inicialmente por el tamaño, bien mirada olía a sudor
reconcentrado y su color era muy oscuro. Hice de tripas corazón y me dije que
si eso era todo cuanto me pedía mi vecino a cambio de su silencio, no parecía
tan mal trato. Así que armada de valor le propiné con timidez un primer
lengüetazo de abajo arriba a lo largo de todo su miembro.
Lo hice con recato y algo de pudor, lo que pareció
agradar aún más a mi vecino.
.-Ese es, continúa- dijo tirándome de nuevo por el pelo
como tratando de hacerme entender quién era el que mandaba.
Pero si se creía que iba a parar estaba equivocado.
Armándome de valor le concedí una segunda y tercera lamida antes de
introducirme su capullo en mi boca. Estaba dispuesta a darle lo que me pedía y
me iba a esforzar por hacerlo bien.
Me llenaba toda la boca tan solo con su prepucio e
inevitablemente comencé a pensar como me las arreglaría para engullir todo eso.
Temí que quisiese follarme la boca como había visto hacer en algunas pelis
porno con semejante aparato, y decidí tomar la iniciativa para que todo
transcurriese a mi manera.
Así que le dí un par de besitos en todo su capullo
mientras lo miré a los ojos y le dije con la voz más sensual que encontré en mi
garganta…
.-Espero que te guste- y acto seguido me engullí de
nuevo su capullo en mi boca para recorrer con mi lengua cada uno de sus pliegues
de la piel.
.-Joder sí- exclamó a causa del placer que le provocaba
mi técnica.
Fue entonces cuando presioné con mis labios alrededor de
su pellejo y comencé a cabecear subiendo y bajando a lo largo de su tronco.
.- Caray con la mosquita muerta de mi vecina, hay que
ver que bien la chupas- pronunció a media voz.
.-¿Te gusta?. ¿Te gusta cómo te la chupo?- interrumpí la
felación para preguntarle con cara de niñita mala arrodillada a sus píes.
.-Me encanta, sigue no pares- me indicó tirando de nuevo
de mi pelo para que continuase donde lo había dejado.
Esta vez pude reconocer el sabor de mi propia saliva que
había impregnado ese pedazo de carne. Ya no me resultó tan desagradable y traté
de esmerarme para hacerlo mejor aún si cabe. Quise agarrarla a dos manos para
retenerla mejor a mis intenciones, pero él la sacó de mi boca y tiró de nuevo
de mi pelo.
.-Eh, eh, eh- me advirtió, - sin manos preciosa, quiero
que me la chupes sin manos- pronunció al tiempo que me retenía por el pelo y el
mismo la balanceaba a un lado y a otro para que me golpease en las mejillas de
la cara.
Cuando se cansó de golpearme con ella en la cara me hizo
las indicaciones oportunas para que abriese la boca y continuase.
De nuevo tenía todo ese capullo moradote y gordo
inundando mi boca con mis manos a la espalda.
.-Joder si. Pero que bien la chupas. Que suerte tiene el
idiota de tu esposo. Sigue rubita, sigue. Me encanta ver como lo haces. Y esa
carita de niña pija que tienes, no sabes cuánto me gusta verte con mi rabo en
tu boca. Todas las españolas sois muy putas pero tu vecinita eres especial- y
si bien se puso a decir tonterías sin parar y no me importó, me paré en seco
cuando escuché la palabra “puta”. Por un momento interpreté que me había
llamado puta y eso no estaba dispuesto a tolerárselo ni a él ni a ningún
hombre. Una cosa es que me lo dijera yo mentalmente, y otra escucharlo en boca
de un hombre. Y mucho menos de un inmigrante como él.
.-¿Qué pasa, no te gusta que te llamen puta?- preguntó
al deducirlo por mis gestos.
.-No lo vuelvas a hacer- le advertí seriamente.
.-¿A no?. ¿porqué?- preguntó altivo y creído.
Yo lo miré llena de odio y desprecio.
.-Por que ¡no!- le respondí seca y tajante.
Mi vecino reaccionó tirando de mi pelo hacia arriba
obligándome a incorporarme de la posición en la que estaba. Dada su fuerza me
manejó a su antojo. Me giró contra el cristal de la ventana de su cuarto que
hasta ese momento había permanecido a mi espalda. De hecho me empujó contra él
de tal forma que mi cuerpo quedó aplastado contra el vidrio. Me retuvo
sujetándome por la nuca a una mano mientras con la otra hurgó en mi vagina y me
penetró con un dedo sin ningún tipo de miramiento. Como estaba algo seca por el
tiempo transcurrido desde que me había corrido me hizo un poco de daño.
.-Escúchame bien vecinita, tú eres una puta, la más puta
de todas, porque las putas follan por dinero, pero tu follas por gusto. Tu
marido, como tantos otros españolitos, no sabe follarte. Por eso necesitas
rabo, un rabo como este entre las piernas- y mientras mi vecino soltaba estas
palabras por su boca por mi espalda, pude sentir su miembro cimbreando por el
interior de mis muslos.
.-Así que ábrete de piernas porque pienso follarte como
a las putas- y dicho esto separó mis piernas golpeándome por los tobillos.
.-No por favor, no me trates así- susurré mientras me
dedicaba a tratar de cerrar mis piernas para impedirle su propósito. Mi vecino
pugnaba por separarlas de nuevo con sus píes a la altura de mis tobillos.
.- Es inútil que te resistas, pero si te gusta jugar duro
no tienes más que decírmelo- me decía sujetándome con fuerza por el cuello
contra el cristal de la ventana.
La casualidad quiso que durante la contienda estuviese
un par de veces a punto de penetrarme sin manos y sin ayuda, sólo empujando con
su miembro acertadamente.
.-Vamos, dime que no, dime que no quieres que te folle-
dijo deteniendo la ridícula lucha y liberando mi nuca de la opresión de su
mano.
.-Solo dime que no quieres que te folle y te dejaré
marchar- argumentó restregando su cipote por entre mis muslos conocedor de los
estímulos que esa herramienta provoca en las mujeres.
Dudé, dudé por un instante. Sabía perfectamente que
debía hacer todo lo contrario, lo correcto, aquello no estaba bien, y sin
embargo me recliné un poco más sobre el cristal, ofrecí mi culo en pompa, y
llevándome las manos a cada nalga separé mis mofletes para pronunciar con una
voz tan rota como mi conciencia:
.-Fóllame. Quiero que me folles, lo oyes bien, fóllame.
Tu suerte es que lo necesito. Así que fóllame. ¡Fóllame!- grité la última vez
que pronuncié la maldita palabra.
.-Eso está mucho mejor, nativa, lo ves, ya sabía yo que
hablábamos el mismo idioma- pronunció a la vez que guiaba su miembro a dos
manos contra mis labios vaginales y se dedicaba a restregármelo con la
intención de lubrificar la zona.
Él mismo sabía que me lastimaría de penetrarme sin
cuidado. Segundos antes había encontrado mi vagina algo seca en su dedo y era
perfecto conocedor que me dolería de no suavizar el tema.
.-Déjate de chorradas y métemela de una vez antes de que
me arrepienta. Quiero que me duela, lo oyes. Quiero que me folles bien duro y
que me duela. No quiero disfrutarlo, quiero arrepentirme toda mi vida de esto,
así que venga, fóllate de una vez a tu vecina,-y al decir estas palabras agaché
mi cabeza para mirar al suelo buscando refugio donde esconder mi vergüenza.
Sabía que estaba traicionando a mi marido, mis creencias y todo mi ser, pero mi
cuerpo lo necesitaba.
Cerré los ojos cuando sentí como su polla se abría camino
entre mis labios penetrándome sin compasión. Cerré los ojos con fuerza pues de
no hacerlo las lágrimas caerían por mi mejilla.
.-Hayyyy- chillé cuando el inmigrante que me estaba
penetrando alcanzó la parte más seca de mi vagina allá por la mitad de su
polla. Él mismo pudo apreciar que la presión de mis paredes era mayor y que el
calor aumentaba por el escozor de la fricción en seco.
Incluso mi vecino se retiró de mi interior pensando que
me había lastimado por dentro.
.-¿Pero que haces?- le increpé al sentir que se salía de
mi interior- ¿Acaso no sabes follar duro?- traté de ridiculizarlo.
Mi vecino se aferró a mis caderas a dos manos, luego,
lentamente me fue penetrando sin compasión. Centímetro a centímetro, segundo a
segundo, me la fue metiendo poco a poco hasta que pude sentir sus pelotas
golpeando en mi culo, señal inequívoca de que me la había metido hasta el
fondo.
.-Aaaaaarrrrrg- esta vez me mordí los labios para no
gritar, pero podía sentirla dentro, quemándome en las paredes, dilatándome a lo
bruto, experimentando un escozor agudo que me sabía a gloria.
.-Eso es cabrón muévete- tuve el coraje de retarlo por
última vez.
Mi vecino no me defraudo lo más mínimo, y tras escuchar
mis palabras comenzó a moverse rápida y contundentemente.
.-Joder que rico, menudo coñito más rico que tienes
cabrona. Se nota que tu marido no te la enchufa porque lo tienes todo
apretadito- rajó por la boca con las primeras embestidas.
Yo continuaba gimoteando de dolor sufriendo las
sensaciones de ser penetrada sin estar lo suficientemente lubricada. Sin
embargo y aún con todo me resultaba placentero, placentero en mi mente por
hacer lo que estaba haciendo. Por ser consciente de que otro hombre que no era
mi marido me estaba follando. Por atreverme a dar el paso. Por ser capaz. Por
qué me hacía sentir sucia. Sucia y viva. Deseada. Yo, yo, yo y nadie más que
yo. A la mierda todo el mundo. Por eso hasta el dolor de la traición me ayudaba
a gozarlo a mi particular manera.
.-¿Por qué lloras vecina?. ¿No te gusta?- preguntó mi
tomador al darse cuenta de las lágrimas que comenzaban a escapar de mis
párpados y resbalar por mi mejilla.
.-Si, mucho- dije conteniendo las lágrimas.
.-No te preocupes por tu maridito, ya verás la cara que
pone cuando se lo cuente- dijo sarcástico.
.-De esto ni una palabra a mi marido ¡¿Te enteras?!- le
grité.
.-Como prefieras vecina, pero quiero que sepas que mi
silencio tiene un precio- argumentó.
.-Si quieres que me calle tendremos que follar al menos
de vez en cuando, de lo contrario informaré a tu maridito de tus andanzas. Te
prometo que mientras follemos tendré la boquita cerrada, otra cosa será cuando
me canse. Cuando me canse ya veremos...- hizo un paréntesis en su
argumentación.
.-No- grité oponiéndome a sus intenciones.
.-Serás mi puta, lo oyes. Te follaré cuando y como
quiera. Estarás siempre dispuesta para mi. ¿Oyes putita?- preguntó tirándome
del pelo.
.-Ni lo sueñes- pronuncié entre dientes enfurecida aún
sabiendo que lo decía para provocarme y que no lo veía capaz de hacer cuanto
propugnaba. Estaba claro que simplemente buscaba burlarse e incrementar el
suplicio.
.-Ya verás que bien nos los pasamos- continúo cínico a
lo suyo.
.-¿Me has escuchado?, te he dicho que ni lo sueñes- le
repetí mientras me dejaba follar.
.-Esta bien como prefieras, si quieres voy a contárselo
ahora mismo a tu marido. Fíjate bien porque está abriendo la puerta de tu casa-
dijo señalando con la mirada al hueco del rellano de la escalera.
Efectivamente alguien había dado la luz del rellano de
nuestra planta. Aunque no se le veía bien se adivinaba la figura de un hombre
en traje y corbata portando un trolley. Efectivamente sería mi marido que
regresaba del viaje.
.-No- balbuceé.
.-No ¿qué?- preguntó satírico mi vecino.
.-No le digas nada a mi marido, por favor, te lo
ruego-gimoteé.
.-Entonces di que eres una puta, mi puta- dijo
azotándome en el culo con la palma de su mano.
.-Está bien- le dije accediendo.- Soy una puta, tu puta-
concluí.
.-Me gusta como suena. A ver, dilo otra vez- pronunció
golpeándome con la palma abierta de su mano en mi nalga.
.-Soy tu puta joder. Tu puta- grité esta vez.
.-Sí que lo eres, mira que dejarte follar mientras
observas como regresa tu maridito al hogar. Una mujer decente correría a su
encuentro, en cambio tú te vas a correr de otra manera. Menuda puta estás
hecha- dijo aumentando el ritmo de su follada.
.-Y tú un cabrón- le recriminé su comportamiento.
.-Con que esas tenemos, ¿eh?. Pues que sepas que este
cabrón a cambiado de opinión y en vez de follarte por el coño te la voy a meter
por el culo- dijo deteniéndose para sacarla de mi interior.
-De repente se me ha apetecido metérsela por el culo,
señora- dijo pronunciando con sarcasmo lo de “señora”, saliéndose de mí y
presionando con fuerza contra mi esfínter.
.-¡Pero que haces
cabrón!, ¡por el culo no!. ¡Ni lo intentes!- me retorcí como una lagartija.
Me detuvo con una nalgada que debió ponerme el culo rojo y me hizo gritar de
nuevo.
.-
“Ayhhh! me giré para mirarlo recriminándole esa acción.
.-
¿Tu qué crees que voy a hacer Sandra? ¿Acaso tu marido no te folla por el culo?
Vas a chillar como gritan las putas. Además, quiero que te oiga tu marido del
otro lado. Mirálo probrecito, regresa de estar toda la semana fuera y su
mujercita en vez de correr a saludarlo lo recibe con una polla en el culo-. Y
nada más decir esto, guiando su polla hasta mi esfínter me la metió por el culo
sin la menor compasión.
.-
Aaaaaagghh- chillé ahora de dolor más fuerte que nunca. -No por ahí no, para
por favor, detente-. Pero el hacía caso omiso a mis súplicas y con su cara en
mi nuca me dijo:
.-
“Schhisst- calla te va oir- apenas podía escucharle pues el dolor no me dejaba
concentrarme en sus palabras. Él continuaba a lo suyo.
.-¿No querrás quedarte embarazada verdad?. ¿No querrás
que le haga un hermanito a tu hijo?, porque entonces tendría que decírselo a tu
marido. ¿Y a que tú no quieres eso verdad?- preguntaba deleitándose con mi
pasividad.
En eso tenía razón. No había pensado en ello.
.-Eres un hijo de puta, cabrón, sinvergüenza- le insulté
esperando sumisa mi sodomización.
.-Oye si te pones así no vale. Pídemelo como es debido-
dijo dejando de presionar contra mi esfínter regocijándose de la situación y de
llevar el mando.
.-¿El qué?. Pregunté asombrada.
.-Lo que oyes. Pídeme educadamente que te la meta por el
culo- dijo regocijándose con mi desesperación.
.-Cabrón- le insulté.
.-Así no, es que no tienes modales. Mira tu marido está
llegando al dormitorio tal vez sea mejor que me acerque a contarle lo que estás
haciendo en mi casa- se deleitó una vez más.
Los dos pudimos comprobar cómo se encendía la luz de mi
dormitorio del otro lado y adivinamos la figura de mi marido entrando
desabrochándose la corbata.
.-No, no te vayas, por favor. Está bien, está bien, como
tú quieras métemela por el culo, pero de esto ni una palabra ¿lo oyes?.-
supliqué desesperada.
.-Por favor. Tienes que pedírmelo por favor- se regocijó
una vez más en su papel en el juego.
.-Por favor, ¿puedes metérmela por el culo?- le pedí
abriéndome yo misma los cachetes del culo.
.-Así está mucho mejor- pronunció mientras trataba de
enchufármela.
Luego aproximó su capullo hasta mi ano y comenzó a
presionar para que este se abriese camino. Le costó introducirme la punta y eso
que empujó con fuerza. Noté como dejó caer saliva a modo de escupitajo para
lubricar la zona. Me pareció una guarrada, me hizo sentir nuevamente sucia, aún
más, utilizada y a la vez entregada a mi sumisión.
.-“aaaAAAGGGGHHHH”
un chillido desgarrador salió de mi boca al notar que su prepucio había
dilatado mi esfínter y comenzaba a abrirse camino.
Una vez introdujo la
puntita se quedó quieto por unos momentos, dándome algo de tiempo a dilatar,
hasta que de un solo golpe de riñón me la clavó hasta el fondo. Pude notar como
sus huevos golpeaban en mis nalgas.
.-Grrrrrhh- esta vez apreté los dientes mientras se
abría camino en mis entrañas.
.-Me darás las gracias el menos ¿no?- preguntó al
escuchar cómo me aguantaba el dolor y contenía la rabia.
.-Gracias- articulé una vez sentí sus pelotas entre mis
piernas.
.-No hay de qué, es todo un placer- dijo al tiempo que
comenzó a moverse con algo de ritmo.
Aquello me dolió al principio. Me escoció tanto que
cerré los ojos con fuerza, y apreté los dientes mordiéndome la lengua. Con la
cara agachada mirando al suelo rezaba para que mi sufrimiento terminase lo
antes posible.
Fue entonces cuando mis oraciones debieron ser
escuchadas y ese dolor inicial fue desapareciendo tornándose poco a poco en
estímulos placenteros. De repente el
dolor había desaparecido y comenzaba a sentir cierto placer. Era raro, extraño,
para nada esperado. Las sensaciones eran agradables. Un montón de nervios
concentrados en un solo punto y estimulados a placer.
.-“Uuhmmm, que
culito más estrecho tienes putita. Quiero que sepas que es el culito más rico
que me he follado nunca” dijo mi tomador mientras se recostaba sobre mi espalda
y disfrutaba el momento. Yo por mi parte trataba de morderme los labios y de no
chillar para su satisfacción.
Acto seguido me
propinó un manotazo sobre una de mis nalgas que seguro se enrojeció.
.-“Aaayh” grité
sorprendida por su manotazo que rompió el momentáneo silencio establecido por
la solemnidad del acto.
Abrí los ojos.
Abrí los ojos para alzar la mirada y comprobar como mi
marido se quitaba la ropa en nuestro dormitorio al otro lado de la ventana. El
pobre era tan descuidado que las cortinas de nuestro cuarto estaban abiertas de
par en par y ni se había dado cuenta de lo que sucedía en casa de su vecino,
ese con el que tuvo un golpe con el coche días antes. No sé cómo describir ese
momento.
Podía vernos.
Podía descubrirme del otro lado del cristal chillando con
la polla de otro hombre reventándome el culo, tratándome como a una cualquiera,
azotándome las nalgas y reventándome como nunca había sabido tratarme él. Esa
sensación, ese momento, hizo que mi mente explotase al igual que mi cuerpo.
.- Joder me corroooh- advertí sin dejar de mirar por la
ventaba el ritual de mi esposo al llegar a casa y cambiarse de ropa.
.-Yo también- dijo mi vecino aumentando el ritmo de la
sodomización.
.- Me corrroooh, joder si me corrrrooooh- comencé a
desahogar tensión por la boca al tiempo que observaba a mi esposo ridículo en
sus calzoncillos tipo pantaloncito y los calcetines negros a media pierna
luciendo pelos en las piernas.
.-Sssihh, joder, siiiiihhhh- gritaba yo observando a mi
marido mientras era sometida por el culo.
.-MMmmmm- gemía mi amante mezclando alaridos al tiempo
que de vez en cuando me soltaba alguna cachetada más para excitación de ambos.
Me sobrevinieron cuatro o cinco espasmos que hicieron
temblar mi cuerpo de arriba abajo.
Mis piernas me temblaron. Hubiera caído
desmayada al suelo del gusto de no ser porque estaba ensartada como un pollo
por el culo por la polla de mi vecino el inmigrante. Eso que me apoyaba en el
cristal de la ventana para no caer.
.- Me corro puta, me corrroooh- pronunció mi amante antes
de venirse en mi interior y terminar resoplando sobre mi espalda.
Una vez se salió pude sentir como un líquido denso y
viscoso resbalaba por el interior de mis muslos. Mi ano me escocía y lo sentía
ardiendo al tiempo que contemplaba atónita a mi marido del otro lado de la
ventana.
Fue mi vecino quien corrió las cortinas desde mi espalda
devolviéndome a la realidad.
.-No querrás que te vea, ¿verdad?- pronunció al tiempo
que se salía de mi cuerpo y procedía presto a vestirse.
Fué en ese mismo momento cuando tomé conciencia de lo
que había ocurrido, estuve a punto de romper a llorar y sin embargo me contuve.
Al igual que mi vecino me vestí a toda prisa y salí corriendo hacia mi casa con
las ganas de besar y saludar a mi marido.
Por suerte todavía estaba en la ducha cuando entré por la
puerta de casa. Fui a verlo, le saludé desde la puerta del baño. Por suerte no
tuvimos contacto físico y apenas visual. Le pregunté por el viaje por cortesía
y le anuncié que dejase algunas toallas pues pensaba ducharme después de él.
Hice algo tiempo deshaciendo sus maletas y tratando de
serenar mis sentimientos.
En una de esas que visualicé a mi vecino desnudo al otro
lado de la corrala observándome. No pude evitar fijarme en su polla colgando
entre sus piernas.
Escuché cerrarse el grifo de la ducha y a mi marido que
avisaba que había terminado de ducharse. Es entonces cuando comienzo a
desnudarme. No corro la cortina, quiero que mi vecino me vea. Le hago un
pequeño striptease. Para cuando mi marido aparece por el dormitorio en albornoz
ya estoy completamente desnuda. Intercambio un beso de bienvenida en la boca
con mi esposo ante la atenta mirada de mi vecino.
.-Te he echado mucho de menos- le digo a mi esposo antes
de correr las cortinas del dormitorio y dirigirme a la ducha intercambiando una
última mirada con mi vecino de enfrente.
.-Estoy reventado- me dice mi esposo advirtiéndome de
que se pone el pijama para quedarse dormido en cuanto se meta en la cama.
Es en la ducha cuando lloré amargamente por lo que había
hecho. El ruido de la ducha amortiguó mis sollozos ahogados. Supongo que fue el
agua la que se llevó mi pecado como en un bautismo concediéndome una segunda
oportunidad. Y es que después de esa tarde mi cuerpo resucitó de un letargo
absurdo.
A lo que termino de ducharme y regreso a mi dormitorio
mi marido está dormido. Nunca antes me había alegrado tanto de su facilidad
para dormirse. Cuando desperté al día siguiente…. Bueno, eso ya es otra
historia y merece ser contada en otro relato.
Besos,
Sandra.
Fantástico relato, de los mejores que he leído, muy parecido a "el inquilino" pero con personalidad propia. Eres pura literatura erótica.
ResponderEliminarExcelente
Un placer
Genial y excitante!
ResponderEliminarme gustaria una segunda parte de el inquilino
ResponderEliminarSeria genial una seginda parte
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